David Victor nos explica por qué el comercio de emisiones por sí solo no resulta adecuado para solucionar el calentamiento global.
Después de años de retraso, los Estados Unidos por fin están intentando controlar las emisiones de gases culpables del calentamiento global. El resultado más probable quizá sea la implantación de algún sistema de limitación y comercio, cuyo objetivo sea el de poner tope a estas emisiones de gases de efecto invernadero, así como permitir que las compañías puedan comercializar los créditos o derechos de emisión.
El sistema europeo de limitación y comercio, conocido como el Emission Trading System (ETS, en inglés, Sistema de Comercio de Emisiones), es el mayor mercado mundial de contaminantes, y debería servir a los legisladores de EE.UU. para aprender algunas lecciones (ver “Comercio de carbono a precios baratos”). He aquí una de las lecciones más importantes y que sobresale de las demás: el sistema de limitación y comercio, por sí solo, no soluciona el problema demasiado.
A lo largo de la mayoría de la historia del ETS, los precios han sido tan bajos que las compañías eléctricas han descubierto que resulta más económico seguir operando sus plantas de carbón que cambiar al gas natural, mucho menos contaminantes. Y los precios han sido demasiado bajos como para animar a nadie a dar un paso adelante y alejarse de las tecnologías convencionales. Los políticos podrían arreglar este problema si fueran más estrictos con los límites de emisión y subieran los precios, pero incluso en la hiperverde Europa, nadie ha tenido el valor político como para hacerlo. Los economistas adoran los mercados de contaminantes por la misma razón que los políticos lo observan con cautela: ayudan a que los costes reales sean más transparentes. Sin embargo, detrás del ETS se esconde un mercado menos grande de lo que aparenta ser.
Actualmente, en Estados Unidos se está jugando con la misma lógica política. Cuando la administración de Obama delineó su presupuesto por primera vez en febrero de 2009, asumió que los créditos alcanzarían un valor de mercado de unos 14 dólares por tonelada de gas de efecto invernadero. (Eso es el equivalente a poco más de 10 centavos por galón de gasolina—un precio tan bajo que pocos consumidores se darán cuenta. Los mercados de energía, por sí solos, provocan oscilaciones de precio mucho más grandes.) Hoy día, la legislación que está tomando forma en el Congreso puede que genere precios cuyo efecto práctico sea aún menor. Y con la economía aún en estado débil, es difícil prever cómo cualquier político será capaz de apretar las tuercas y subir los precios del dióxido de carbono lo suficiente como para que realmente se produzca un cambio.
Detrás de esta fachada, el sistema de limitación y comercio no está teniendo demasiado impacto puesto que los políticos prefieren depender de la regulación directa. En Europa, de hecho, sólo la mitad de las emisiones están incluidas en el ETS; docenas de agencias utilizan la regulación directa para controlar el resto, incluyendo casi todas las emisiones provenientes del transporte y los edificios. Incluso en el sector de la energía, que es parte del ETS, los grandes cambios de tecnología, tales como la rápida implantación de las turbinas de viento, se están llevando a cabo en respuesta a las “tarifas de introducción de energía renovable a la red eléctrica” especiales y a otras políticas reguladoras, en vez de a las señales de mercado del ETS.
El sistema de limitación y comercio americano probablemente siga el mismo camino. Cuando el Congreso complete el trabajo político, el resultado será un bonito mosaico fabricado a partir precios bajos de carbono y políticas reguladoras de ejecución sigilosa, tales como los mandatos relativos a la eficiencia y a la energía renovable, y subsidios que favorezcan las tecnologías bajas en emisiones. Los analistas deberían prestar menos atención a los elegantes (pero en su mayoría irrelevantes) mercados y tendrían que enfocarse más en las regulaciones. El calentamiento global es un problema serio, pero la política parece querer ignorar el hecho de que arreglar dicho problema no va a salir barato.
David G. Victor es profesor en la Escuela de Relaciones Internacionales y Estudios del Pacífico en la Universidad de California, en San Diego.