Una planta de Nueva Jersey tiene previsto poner a prueba el secuestro de carbono a nivel del suelo oceánico.
En un intento de para el calentamiento global, un número de plantas energéticas están capturando el dióxido de carbono que se emite durante el proceso de generación de energía, licuando el gas a altas presiones y enviándolo a través de unas tuberías hasta unos lugares de almacenaje situados a kilómetros de distancia. Sin embargo, el secuestro del dióxido de carbono bajo tierra es poco práctico por varias razones, y existe el temor de que el gas almacenado acabe escapándose.
En la actualidad, una nueva planta de Linden, Nueva Jersey, se prepara para poner a prueba una tecnología de secuestro de carbono a nivel oceánico que podría expandir su potencial en grandes proporciones. Si se aprueban los permisos, la planta, operada por SCS Energy, con sede en Concord, Massachussets, bombeará el dióxido de carbono contaminante hasta una zona de arenisca a más de tres kilómetros por debajo del suelo del Océano Atlántico.
Los métodos de almacenaje utilizados hasta la fecha se han basado principalmente en rellenar estructuras subterráneas tales como las reservas de petróleo agotadas. Sin embargo, estas estructuras no contienen un volumen suficiente como para acomodar las vastas cantidades de CO2 producidas. Por otro lado, se teme que el almacenamiento bajo el mar pueda acabar produciendo escapes y que el dióxido se filtre lentamente hasta el agua marina.
Daniel Schrag, profesor de la Universidad de Harvard, ya habló de este tipo de problemas en un estudio de PNAS en 2006, en el cual sugiere que el dióxido de carbono se almacene en sedimentos porosos a cientos de metros por debajo del suelo marítimo y en las zonas más profundas del océano. Al almacenarse a esta profundidad, bajo presiones y temperaturas más altas, el dióxido de carbono flotaría menos y podría permanecer atrapado indefinidamente.
Los dos lugares de inyección que se están evaluando para este nuevo proyecto de secuestro de carbono están a unos 100 metros por debajo del agua, y alrededor de 2.500 a 3.000 metros bajo la roca. “Estamos yendo a más profundidad por debajo del suelo, pero no estamos trabajando en zonas oceánicas profundas,” afirma Schrag, que trabaja como consultor en el proyecto.
Los sistemas de administración de presión deberían hacer que el proceso fuera posible, añade Schrag. “Parece ser que la administración de la presión es la parte más importante de todo el proyecto, y es mucho más sencilla llevada a cabo bajo el océano,” afirma.
Tanto en tierra firme como mar adentro, bombear el dióxido de carbono en areniscas normalmente hace que el agua se desplace, con lo que la presión aumenta. “Si inyectas una gran cantidad de CO2, tienes que hacerle hueco,” señala Schrag. “Empujas el agua a un lado, pero no puede ir a ningún lado.” Si el CO2 se inyecta muy rápidamente, o si se añade más de lo que la roca es capaz de aguantar, se corre el riesgo de que la arenisca se acabe fracturando, con lo que el CO2 se podría filtrar lentamente con el paso del tiempo.
Schrag afirma que si se taladra la roca para formar una ruta de escape del agua que ha permanecido atrapada en los poros de la roca durante millones de años, esto podría hacer que la presión en la roca disminuyese. “Esta agua marina de tanta antigüedad es muy similar al agua marina moderna, por lo que no debería producirse ningún impacto ecológico al dejarla salir,” afirma.
La liberación de agua marina de la roca haría que los niveles del mar subieran a lo largo del tiempo, pero no mucho, según Schrag. Las cuatro millones de toneladas de CO2 que produce cada planta al año sólo producirían un micrómetro de aumento del agua en 100 años. Incluso si 1.000 plantas empezaran a secuestrar el carbono en el mar, los niveles del agua sólo subirían un milímetro durante toda esa franja de tiempo, afirma Schrag.
Dave Goldberg, investigador científico en el Observatorio Terrestre Lamont-Doherty de la Universidad de Columbia, está de acuerdo en que la idea es sensata, pero también piensa que cualquier proyecto piloto como este debe ser examinado con cuidado para asegurarse de que no dañaría al ecosistema. El océano es tan grande que el hecho de inyectar CO2 no debería subir los niveles del agua demasiado, incluso si el suelo se eleva o se desplaza el agua atrapada, pero es posible que la ecología bacterial se vea potencialmente modificada. “El agua se filtra a través de la roca muy lentamente en muchos lugares del fondo marino,” afirma Goldberg. “El impacto que tendría el acelerar este proceso y abrir nuevos caminos para el desplazamiento del agua, todo eso es una cuestión que aún hay que resolver.”
No obstante, el secuestro de carbono sigue siendo un tema controvertido, y muchos grupos medioambientales temen que podría hacer que las plantas de carbón fueran aprobadas más rápidamente que otro tipo de tecnologías de energía limpia. Otra preocupación es la determinar cómo afectará el secuestro del carbono a la vida en los océanos.
Tanto si el secuestro de carbono se convertirá en una realidad o si también acabará siendo cuestión de política, el hecho es que Schrag ha sido recientemente nombrado por el Consejo de Asesores de Ciencia y Tecnología del Presidente Obama. Schrag afirma que el secuestro del carbono debería considerarse como una de las muchas formas de combatir el cambio climático. “Necesitamos un poco de todo,” afirma. “Necesitamos energías renovables, necesitamos un mayor rendimiento energético, necesitamos ser capaces de conservar la energía, y es necesario secuestrar el carbono.”