Un estudio revela que la producción de bio-combustibles libera a la atmósfera contaminantes que pueden generar impactos negativos.
Pasar de gasolina o bio-combustibles derivados del maíz al etanol celulósico – fabricado a partir del tallo de las plantas – podría resultar más beneficioso para la salud y el medio ambiente de lo que creía, según un estudio realizado con diferentes tipos de combustibles de transporte.
El estudio revela que los costes ambientales y de salud asociados al etanol celulósico son menos de la mitad que que provocan la gasolina y el etanol de maíz.
El análisis realizado sobre este tipo de combustibles permitió comprobar que son responsables de muchos posibles impactos negativos: la energía utilizada en las refinerías, los contaminantes bombeados fuera de los caños de escape de los coches y las consecuencias de cultivar el maíz u otras plantas utilizadas en la fabricación de bio-combustibles.
Este es el primer estudio que se enfoca no solo en los impactos ambientales de los combustibles, que ya ha sido tema de mucho escrutinio y debate, sino también sobre las consecuencias para la salud humana. Los contaminantes del aire emitidos como resultado de la producción y el consumo del combustible pueden causar problemas de respiración y agravar el asma, y se han asociado a la muerte prematura.
“Queríamos saber qué combustibles son más convenientes para la sociedad y apostar por su desarrollo”, asegura Jason Hill, del Institute on the Environment (Instituto del Medio Ambiente) de la Universidad de Minnesota (Estados Unidos) y autor principal del estudio, publicado online en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences el 2 de febrero.
El ganador rotundo del análisis fue el etanol celulósico. Cambiar de la gasolina a etanol celulósico podría reducir de manera importante la cantidad de contaminantes emitidos durante la producción y consumo del combustible. Éste se quema de manera más limpia que la gasolina, y los cultivos plantados para producirlo también pueden absorber el dióxido de carbono. El etanol celulósico es una mejor alternativa que el etanol derivado del maíz porque requiere menos fertilizante y no necesita energía para el calor en las bio-refinerías. En realidad, las bio-refinerías que producen etanol celulósico generan electricidad en exceso al quemar lignina.
El estudio encontró que el bio-combustible producido a partir de los granos de maíz conlleva a costes ambientales y de salud que son equivalentes a o mayores que aquellos de la gasolina, dependiendo si se utiliza gas natural, carbón o cañas y hojas de maíz para generar el calor durante el proceso de producción.
Estos hallazgos no fueron del todo inesperados, de acuerdo a Roger Sedjo, miembro de Resources for the Future, una orgasnización sin fines de lucro que lleva a cabo investigaciones independientes acerca de temas ambientales, energéticos y recursos naturales. Sin embargo, Sedjo destaca que son “interesantes e importantes”.
Lester Lave, profesor de Carnegie Mellon University, experto en economía energética, alaba a Hill y a sus colegas por sus esfuerzos en tratar de cuantificar los impactos de los combustibles. "Es un estudio valiente", dice. "Es un trabajo muy bien realizado", añade Lave.
Para poder estimar los costes ambientales y de salud de la producción y consumo del combustible, Hill y sus colegas se centraron en las dos emisiones más dañinas: materia de finas partículas – que puede agravar las enfermedades pulmonares y se ha asociado con ataques cardíacos en personas con problemas cardíacas -, y los gases de efecto invernadero. El equipo calculó que las emisiones asociadas con un incremento de mil millones de gallones en producción de etanol y consumo, o la cantidad equivalente de gasolina (similar al incremento en la producción de gasolina americana de 2006 a 2007). PAra ello, utilizaron un análisis de la EPA de los Estados Unidos para monetizar los impactos en la salud debido a la materia de finas partículas, incluídos los días perdidos de trabajo, visitas al hospital y muertes prematuras. También utilizaron estimaciones independientes de la mitigación de los costes de carbono, los precios del mercado del carbón, y el coste social del carbono para calcular el coste de los gases del efecto invernadero.
Para la gasolina, los costes combinados de cambio climático y de salud de esas emisiones asociados con el consumo incrementado son de 469 millones de dólares, según los investigadores; para el etanol de maíz, varían entre 472y 952 millones, dependiendo del método de producción; y para el etanol celulósico, los costes están entre 123 y 208 millones de dólares, dependiendo del material de la planta que se utilice para producirlo.
Las pruebas en contra del etanol de maíz se han ido acumulado en los últimos años. Se necesita mucha energía para hacer crecer el maíz y fermentar los núcleos para producir el etanol, y considerables cantidades de gases de efecto invernadero se emiten en el proceso. El análisis de Hill sugiere que el etanol de maíz también podría crear más problemas de salud que la gasolina.
Sin embargo, Satish Joshi, economista ambiental en Michigan State University que no estuvo involucrado en el estudio de Hill, dice que él “no descartaría el etanol de maíz” todavía: “Ha demostrado ser una tecnología bien establecida”, proosigue. Y aunque Joshi afirma que le alegra ver más pruebas sobre las ventajas del etanol celulósico, es un desarrollo más nuevo y aún no existe una forma de producirlo de manera económica. Al contraro, “el maíz tiene una historia más larga y una base establecida de fabricación…El etanol celulósico todavía no ha sido tecnológicamente probado”, sentencia Joshi.
El estudio de Hill compara tres maneras de fabricación del etanol de maíz –utilizando gas natural, carbón y las cañas y hojas del maíz para generar el calor en las bio-refinerías – y cuatro procesos que producen etanol celulósico – de las cañas y hojas del maíz, switchgrass (un tipo de pasto), pastos de pradera, o Miscanthus, un pasto alto y perenne – y afirma que los resultados muestran la gran diferencia que los métodos de producción pueden acarrear a los impactos generales asociados con los combustibles.
Esos impactos varían de acuerdo al lugar donde se produce el combustible, según comenta Hill. Los costes de salud asociados con las partículas aéreas varían considerablemente, agrega, dependiendo de las condiciones atmosféricas y de la densidad de la población.
“Tal vez haya una manera de ubicar espacialmente la producción de los bio-combustibles para conseguir los máximos beneficios de salud” a partir de cambiar de la gasolina a este otro tipo de combustible, dice Hill – algo que planea investigar.
Su análisis presupone, por razones de simplicidad, que el maíz adicional u otros materiales de plantas necesarias para la producción de los bio-combustibles se planten en los pastizales que actualmente pertenecen a la Conservation Reserve Program de los EEUU. Hill afirma que en realidad, mayor producción de bio-combustible probablemente haga que se tenga que usar la tierra que actualmente se utiliza para sembrar otras cosechas, desencadenando una cascada de cambios en el su uso. Si las selvas tropicales en otros países se están arrasando para hacer tener espacio en el que sembrar, por ejemplo; los impactos en términos de cambio climático podrían anular los beneficios del cambio al bio-combustible para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Al tomar en cuenta las consecuencias para la salud de las partículas finas, Hill observó a “algo adicional de una larga lista” de posibles efectos que incluyen la erosión, la contaminación por pesticidas, y los derrames de petróleo”, afirma Soren Anderson, profesor asistente de la Universidad Michigan State (Estados Unidos) que estudia los bio-combustibles como parte de su investigación sobre la energía y la economía ambiental. “Ese algo adicional nos aclaró que el etanol de maíz es en realidad peor que la gasolina; y que el etanol celulósico parece ser mejor”, concluye.