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Piscina para practicar surf

SPENCER LOWELL

Cambio Climático

El coste de construir la ola perfecta

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El creciente negocio de las piscinas de surf quiere llevar la experiencia del océano al interior. Sin embargo, muchas de ellas están previstas en zonas con escasez de agua. ¿Quién asumirá entonces el coste?

  • por Eileen Guo | traducido por
  • 02 Julio, 2024

Desde que existe el surf, los surfistas han estado obsesionados con la búsqueda de la ola perfecta. No es solo una cuestión de tamaño, sino también de forma, condiciones de la superficie y duración, a ser posible en un precioso entorno natural. Aunque esta búsqueda ha llevado a los surfistas desde costas tropicales a las que solo se puede llegar en barco hasta olas que rompen en icebergs, hoy en día —a medida que el deporte se generaliza— esa búsqueda podría realizarse más cerca de casa.

Esa es, al menos, la visión que presentan los desarrolladores y promotores de la creciente industria de las piscinas de surf, que se han visto impulsadas por los avances en la tecnología de generación de olas, y que han creado por fin olas artificiales en las que los surfistas quieren surfear de verdad. Algunos evangelistas del surf creen que estas piscinas democratizarán el deporte, haciéndolo accesible a más comunidades alejadas de las costas, mientras que otros simplemente están interesados en sacar tajada. Sin embargo, una disputa de años en torno a una piscina de surf proyectada en Thermal, California (EE UU), demuestra que para muchas de las personas que viven en las zonas donde se están construyendo, el problema no tiene nada que ver con el surf.


A unos 50 km de Palm Springs (California, EE UU), en el extremo sureste del desierto del valle de Coachella, Thermal es la futura sede del Thermal Beach Club (TBC), un club privado de 118 acres (48 hectáreas, aproximadamente). Los promotores han prometido más de 300 casas de lujo con una deslumbrante variedad de servicios; el punto central previsto es una laguna artificial de más de 20 acres (8 hectáreas, aproximadamente) con una piscina de surf de 3,8 acres (1,5 hectáreas, aproximadamente) que tendrá olas de hasta dos metros de altura. Según una primera versión del sitio web, los socios del club podrán serlo a partir de 175.000 dólares (162.880 euros, aproximadamente) al año. (Los promotores de TBC no respondieron a varios correos electrónicos en los que se les pedían declaraciones).

Ese precio deja claro que el club no está destinado a los locales. Thermal, una comunidad desértica no registrada, cuenta actualmente con una renta familiar media de 32.340 dólares (30.100 euros, aproximadamente). La mayoría de sus habitantes son latinos, muchos de ellos trabajadores agrícolas. La comunidad carece de gran parte de la infraestructura básica que sirve al oeste del Valle de Coachella, incluido el servicio público de agua, lo que hace que los residentes dependan de pozos privados anticuados para obtener agua potable.

A pocas manzanas de la sede de TBC se encuentra el parque de casas móviles Oasis, de 60 acres (24 hectáreas, aproximadamente). Oasis, una urbanización en ruinas diseñada para albergar a unas 1.500 personas en unas 300 casas móviles, lleva décadas sufriendo las consecuencias de la falta de agua potable. Los propietarios del parque han sido citados en numerosas ocasiones por la Agencia de Protección Ambiental por suministrar agua del grifo contaminada con altos niveles de arsénico, y el año pasado, el Departamento de Justicia de EE UU presentó una demanda contra ellos por violar la Ley de Agua Potable Segura. Algunos residentes han recibido ayuda para trasladarse, pero muchos de los que se han quedado dependen de las entregas semanales de agua embotellada financiadas por el Estado y del instituto local para ducharse.

Stephanie Ambriz, una profesora de educación especial de 28 años que creció cerca de Thermal, recuerda que sintió "mucha rabia" a principios de 2020, cuando se enteró de los planes de construcción de TBC. Ambriz y otros vecinos organizaron una campaña contra el club que, según ella, la comunidad no quiere y al que no podrá acceder. Lo que los residentes quieren, dice, es agua potable, viviendas asequibles y aire limpio, y que sus preocupaciones sean escuchadas y tomadas en serio por las autoridades locales.

A pesar de la presión popular, que en dos ocasiones provocó que el proyecto se retrasara para dar más tiempo a la comunidad a expresar sus opiniones, la Junta de Supervisores del Condado de Riverside aprobó por unanimidad los planes para el club en octubre de 2020. Fue, dice Ambriz, "un shock ver que el condado está dispuesto a aprobar estos desarrollos de lujo cuando han ignorado a los miembros de la comunidad" durante décadas. (Un representante del Condado de Riverside no quiso responder a preguntas sobre TBC).

El desierto puede parecer un lugar contraintuitivo para construir una piscina de surf con gran consumo de agua, pero el Valle de Coachella es en realidad "el mejor lugar para ubicar una de estas cosas", argumenta Doug Sheres, promotor de DSRT Surf, otra piscina privada prevista en la zona. Está "cerca de la mayor y más adinerada población surfera del mundo", dice, y ofrece "360 días al año de clima surfeable" y vistas a montañas y lagos en "un hermoso entorno turístico" servido por "un acuífero muy robusto". Además de los dos proyectos previstos, el Palm Springs Surf Club (PSSC) ya ha abierto sus puertas en la localidad. La tríada está convirtiendo el Valle de Coachella en "la costa norte de las piscinas de olas", como la describió un aficionado a la revista Surfer.

El efecto es una aguda disonancia cognitiva, que experimenté tras pasar unos días recorriendo el valle y probando las olas del PSSC. Sin embargo, por extraño que pueda parecer este escenario, un análisis del MIT Technology Review revela que el Valle de Coachella no es la excepción. De las 162 piscinas de surf que se calcula que se han construido o anunciado en todo el mundo, según los datos de la publicación del sector Wave Pool Magazine, 54 se encuentran en zonas que el Instituto de Recursos Mundiales (WRI, por sus siglas en inglés), organización sin ánimo de lucro, considera que sufren un estrés hídrico alto o extremadamente alto, lo que significa que utilizan anualmente gran parte de sus reservas de agua superficial disponible. Las regiones de la categoría "extremadamente alta" consumen el 80% o más de su agua, mientras que las de la categoría "alta" utilizan entre el 40% y el 80% de sus reservas. (No se construirán todas las piscinas incluidas en la lista de Wave Pool Magazine, pero la publicación hace un seguimiento de todos los proyectos anunciados. Algunos se han cancelado y más de 60 están actualmente en funcionamiento).

Si nos acercamos a EE UU, casi la mitad se encuentran en lugares con un estrés hídrico alto o extremadamente alto, aproximadamente 16 en zonas abastecidas por el río Colorado, gravemente afectado por la sequía. Según Samantha Kuzma, investigadora del WRI, el área metropolitana de Palm Springs se encuentra en la categoría más alta de estrés hídrico (aunque señala que los datos del WRI sobre aguas superficiales no reflejan todas las fuentes de agua, incluido el acceso de una zona a los acuíferos o su plan de gestión del agua).

Ahora, a medida que la piscina de surf de TBC y otras instalaciones previstas avanzan y contribuyen a lo que se está convirtiendo en una industria multimillonaria con emplazamientos propuestos en todos los continentes excepto la Antártida, las olas en el interior se están convirtiendo cada vez más en un punto de conflicto para surfistas, promotores y comunidades locales. Hay al menos 29 movimientos organizados que se oponen a los clubes de surf en todo el mundo, según una encuesta en curso de una coalición llamada No al Parque de Surf de Canéjan, que incluye 35 organizaciones que se oponen a un parque en Burdeos (Francia). 

Aunque los detalles varían mucho, en el centro de todas estas luchas hay una pregunta que también está en el corazón del deporte: ¿cuál es el coste de encontrar —o más bien de crear— la ola perfecta y quién tendrá que asumirlo?


Aunque las piscinas de olas existen desde finales del siglo XIX, la primera ola artificial para surfear se construyó en 1969, y también en el desierto: en Big Surf, en Tempe (Arizona, EE UU). Sin embargo, en esa piscina y en sus primeras sucesoras, el surf era secundario; la gente que acudía a esos parques estaba más interesada en chapotear, y los propios surfistas no estaban demasiado interesados en lo que ofrecían. Las olas fabricadas eran demasiado pequeñas y débiles, sin la fuerza, la forma o la sensación de las de verdad.

La situación cambió en 2015, cuando Kelly Slater, considerado por muchos el mejor surfista profesional de todos los tiempos, fue filmado montando una ola de dos metros de altura y 50 segundos de barrena. Como demostró el vídeo viral, no estaba en la naturaleza, sino encima de una ola generada en una piscina del Valle Central de California (EE UU), a unos 160 kilómetros de la costa. Olas de esa altura, forma y duración son una rareza incluso en el océano, pero "la ola de Kelly", como se la conoció, demostró que "se pueden hacer olas en la piscina que sean tan buenas o mejores que las que se consiguen en el océano", recuerda Sheres, el promotor cuya empresa, Beach Street Development, está construyendo múltiples piscinas de surf por todo el país, incluida DSRT Surf. "Eso emocionó a mucha gente, yo incluido".

En el océano, para generar una ola surfeable es necesaria una compleja combinación de factores, como la dirección del viento, la marea y la forma y características del fondo marino. Recrearlas en un entorno artificial exigió años de modelización, cálculos precisos y simulaciones. Surf Ranch, el proyecto de Slater en el Valle Central, construyó un sistema mecánico en el que una hidroala de 300 toneladas —que parece una gigantesca aleta metálica— es arrastrada a lo largo de una piscina de 700 metros de largo y 70 de ancho por un dispositivo mecánico del tamaño de varios vagones de tren circulando por una vía. El fondo de la piscina está contorneado con precisión para imitar los arrecifes y otras características del fondo oceánico; cuando el agua choca con esas características, su movimiento crea la ola en barrena de 50 segundos de duración. Una vez que la lámina llega a un extremo de la piscina, retrocede, creando otra ola que rompe en la dirección opuesta. Aunque el resultado es impresionante, el sistema es lento, pues solo produce una ola cada tres o cuatro minutos.

En la misma época en que el equipo de Slater experimentaba con su ola, otras empresas desarrollaban sus propias tecnologías para producir múltiples olas y hacerlo con mayor rapidez y eficacia, factores clave para la viabilidad comercial. Fundamentalmente, todos los sistemas crean olas desplazando agua, pero según la tecnología empleada, hay diferencias en el tamaño de la piscina necesaria, los requisitos de agua y energía del proyecto, el nivel de personalización posible y la sensación de la ola.

SPENCER LOWELL. Thomas Lochtefeld es un pionero en este campo y director ejecutivo de Surf Loch, que impulsa las olas del PSSC. Surf Loch utiliza tecnología neumática, en la que el aire comprimido hace circular el agua a través de cámaras del tamaño de un cuarto de baño y permite a los operadores crear innumerables patrones de ondas.

 
 

 

Una piscina de demostración en Australia utiliza lo que parece un donut mecánico gigante que emite olas como lo hace una piedra pequeña al caer al agua. Otro plan propuesto utiliza un diseño que hace girar las olas desde un ventilador circular, un sistema móvil que puede colocarse en masas de agua ya existentes. De las dos técnicas comerciales más populares, una se basa en paletas modulares fijadas a un muelle que atraviesa una piscina y que se mueven con precisión para generar olas. La otra es la tecnología neumática, que utiliza aire comprimido para empujar el agua a través de unas cámaras del tamaño de un retrete, llamadas cajones. Al elegir qué palas modulares o cajones se mueven primero contra los distintos fondos de la piscina, y con cuánta fuerza a la vez, los operadores pueden crear una gama de patrones de olas.

Independientemente de la técnica utilizada, el diseño y la ingeniería de la mayoría de las piscinas de olas modernas se planifican primero en un ordenador. Las olas se calculan con precisión, se diseñan, se simulan y, por último, se prueban en la piscina con surfistas reales antes de establecerlas como opciones en un "menú de olas" de un software patentado que, según los técnicos de las piscinas de olas, ofrece un número y una variedad de olas teóricamente infinitos.

Un martes por la tarde de principios de abril, soy el afortunado encargado de probar una ola que rompe a la derecha, a la altura de los hombros, en el Palm Springs Surf Club, que utiliza tecnología neumática. Tengo la piscina para mí solo mientras el club se prepara para reabrir; había cerrado para reconstruir su "playa" de hormigón solo 10 días después de su lanzamiento inicial porque la playa original no había sido diseñada para soportar la fuerza de las olas más grandes que Surf Loch, el proveedor de tecnología de olas del club, había añadido al menú en el último minuto. (Semanas después de reabrir en abril, la piscina de surf volvió a cerrar como resultado de "un fallo de un proveedor de equipos de terceros", según Thomas Lochtefeld, CEO de Surf Loch).

Salgo remando y, siguiendo las instrucciones del personal, me sitúo a unos metros del tercer cajón de la derecha, que dicen que es el lugar ideal para coger la ola con el hombro, es decir, la parte ininterrumpida del oleaje más cercana a su pico. La experiencia es surrealista: olas que se perciben como las del océano en un entorno que no lo es en absoluto.

Palm Springs Surf Club vista gran angular de la piscina de olas
SPENCER LOWELL. Un empleado prueba una ola, que primero fue calculada, diseñada y simulada en un ordenador.

En cierto modo, estas olas neumáticas son mejores que las que suelo montar en Los Ángeles (California, EE UU): más potentes, más consistentes y, al menos ese día, menos concurridas. No obstante, el borde de la piscina y la torre de control que hay detrás están casi siempre en mi campo de visión. Y detrás de mí están los empleados del PSSC (hombres jóvenes, surfistas increíbles, que vigilan mi seguridad y me dan consejos muy necesarios) y, detrás de ellos, las montañas nevadas de San Jacinto.

En el otro extremo de la piscina, detrás de la playa de hormigón recién reconstruida, hay un patio de restauración lleno de comensales que no puedo evitar imaginar que están juzgando cada uno de mis movimientos. Aun así, durante los pocos y gloriosos segundos que cabalgo cada ola, me encuentro en el mismo estado de relajación que experimento en el océano. Luego me caigo y vuelvo a remar tímidamente hacia los alentadores surfistas-empleados de PSSC para reiniciar todo el proceso. Me lo estaría pasando muy bien si pudiera olvidar mi timidez y la extraña sensación de que no debería estar surfeando olas en medio del desierto.


Aunque habitado durante mucho tiempo por los indios Cahuilla, el Valle de Coachella estuvo escasamente poblado hasta 1876, cuando el ferrocarril Southern Pacific Railroad añadió una nueva línea hasta el centro de la árida extensión. Poco después llegaron al valle los primeros colonos no nativos y se dieron cuenta de que sus pozos artesianos, que fluyen de forma natural sin necesidad de ser bombeados, ofrecían condiciones ideales para la agricultura. La producción agrícola se disparó y, a principios del siglo XX, estos pozos, que antes producían a raudales, empezaron a producir mucho menos, lo que llevó a los residentes a buscar fuentes de agua alternativas. En 1918, crearon el Distrito de Aguas del Valle de Coachella (CVWD, por sus siglas en inglés) para importar agua del río Colorado a través de una serie de canales. Esta agua se utilizó para abastecer las granjas de la región y recargar el acuífero de Coachella, la principal fuente de agua potable de la región.

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SPENCER LOWELL. La autora prueba una ola a la altura de los hombros en PSSC, donde dice que las olas eran, en algunos aspectos, mejores que las que ella surfea en Los Ángeles.

Las importaciones de agua continúan hasta hoy, aunque los siete estados que se abastecen del río están renegociando actualmente sus derechos sobre el agua en medio de una megasequía que lleva décadas afectando a la región. El agua importada, junto con el plan de gestión del agua del CVWD, ha permitido que el acuífero de Coachella mantenga niveles relativamente estables "desde 1970, a pesar de que la mayor parte del desarrollo y la población se han producido desde entonces", explicó Scott Burritt, portavoz del CVWD, a MIT Technology Review en un correo electrónico.

Esto no solo ha sostenido la agricultura, sino también el turismo en el valle, sobre todo sus campos de golf de prestigio internacional, que consumen mucha agua. En 2020, los 120 campos de golf bajo la jurisdicción del CVWD consumieron 105.000 acres-pies (129.515.607 metros cúbicos, aproximadamente) de agua al año (AFY, por sus siglas en inglés); es decir, una media de 875 AFY (1.079.296 de metros cúbicos, aproximadamente) o 285 millones de galones (1.078.842.357 de litros, aproximadamente) al año por campo. Los defensores de las piscinas de surf suelen señalar que los campos de golf consumen mucha más agua para argumentar que oponerse a las piscinas por su consumo de agua es absurdo.

El PSSC, el primero de los tres clubes de surf previstos en la zona, necesita unos 3 millones de galones (11.356.235 de litros, aproximadamente) al año para llenar su piscina; el DSRT Surf propuesto tiene capacidad para 7 millones de galones (26.497.882 de litros, aproximadamente) y calcula que utilizará 24 millones de galones (90.849.882 de litros, aproximadamente) al año, lo que incluye el mantenimiento y la filtración, además de la evaporación. El lago recreativo de 20 acres (8 hectáreas, aproximadamente) previsto por TBC, de los cuales 3,8 acres (1,5 hectáreas, aproximadamente) contendrán la piscina de surf, consumirá 51 millones de galones (193.056.000 de litros, aproximadamente) al año, según los documentos del condado de Riverside. A diferencia de las piscinas normales, ninguna de ellas debe vaciarse y rellenarse anualmente para su mantenimiento, lo que permite ahorrar en el consumo potencial de agua. DSRT Surf también presume de sus planes para compensar el consumo de agua sustituyendo un millón de metros cuadrados de césped de un campo de golf adyacente por plantas resistentes a la sequía.

un empleado de PSSC en un panel de control con vista a la piscina
SPENCER LOWELL. Cheyne Magnusson, surfista profesional y “curador de olas” a tiempo completo del PSSC, observa las olas de prueba desde la torre de control del club.

En los parques de surf, "puedes ver el agua", dice Jess Ponting, cofundador de Surf Park Central, la principal asociación del sector, y de Stoke, una organización sin ánimo de lucro que pretende certificar los complejos de surf y esquí —y, ahora, las piscinas de surf— por su sostenibilidad. "Aunque sea una mínima parte de lo que usa un campo de golf, está ahí, en tu cara, así que parece perjudicial".

No obstante, aunque solo fuera una cuestión de apariencia, la percepción pública es importante cuando se insta a los residentes a reducir su consumo de agua, dice Mehdi Nemati, profesor asociado de Economía y Política medioambiental de la Universidad de California en Riverside (EE UU). Es difícil exigir esos esfuerzos a la gente que ve esas piscinas y las urbanizaciones de lujo que se construyen a su alrededor, afirma. "Llegan las preguntas: ¿Por qué debemos ahorrar si hay campos de golf o de surf... en el desierto?". (Burritt, el representante de CVWD, señala que el distrito del agua "anima a todos los clientes, no solo a los residentes, a hacer un uso responsable del agua" y añade que los planes estratégicos de CVWD proyectan que debería haber agua suficiente para abastecer tanto a los campos de golf del distrito como a sus piscinas de surf). 

Los vecinos que se oponen a estos proyectos sostienen que los promotores subestiman enormemente su consumo de agua, y varias empresas de ingeniería y algunos funcionarios del condado han ofrecido de hecho proyecciones que difieren de las estimaciones de los promotores. A los opositores les preocupan especialmente los efectos de la espuma, la evaporación y otros factores, que aumentan con temperaturas más altas, olas más grandes y piscinas de mayor tamaño.  Como punto de referencia aproximado, la piscina de olas de 14 acres (6 hectáreas, aproximadamente) de Slater en Lemoore, California, puede perder hasta 250.000 galones (946.352 litros, aproximadamente) de agua al día por evaporación, según Adam Fincham, el ingeniero que diseñó la tecnología. Eso equivale aproximadamente a la mitad de una piscina olímpica.

Los críticos se oponen incluso a debatir si los clubes de surf o los campos de golf son peores. "Nos oponemos a todo eso", afirma Ambriz, que organizó la oposición al TBC y argumenta que ni la piscina ni un nuevo campo de golf exclusivo en Thermal benefician a la comunidad local. Compararlos, dice, oculta prioridades mayores, como las necesidades de agua de los hogares.

Cinco surfistas se sientan sobre sus tablas en una tranquila piscina del PSSC
SPENCER LOWELL. La piscina del PSSC requiere aproximadamente 3 millones de galones (11.356.235 litros, aprox.) de agua por año. Además de una tarifa de entrada de $40 (37 euros, aprox.), una sesión privada allí costaría entre $3.500 (3.260 euros, aprox.) y $5.000 (4.650 euros, aprox.) por hora.

El "principal beneficiario" del agua de la zona, dice Mark Johnson, director de ingeniería de CVWD de 2004 a 2016, "debe ser el consumo humano".

Los estudios han demostrado que solo un AFY, o unos 326.000 galones (1.234.044 litros, aproximadamente), suelen ser suficientes para cubrir todas las necesidades de agua de uso doméstico de tres familias californianas al año. En Thermal, la brecha entre las demandas de la piscina de surf y las necesidades de la comunidad es aún más marcada: cada año durante los últimos tres años, se han entregado casi 36.000 galones de agua (136.274 de litros, aproximadamente), en paquetes de botellas de agua de plástico de 16 onzas, a los residentes del Parque de Casas Móviles Oasis, unos 108.000 galones (408.824 de litros, aproximadamente) en total. Compárese con los 51 millones de galones (193.056.000 de litros, aproximadamente) que utilizará anualmente el lago de TBC: bastaría para suministrar agua potable a sus vecinos de Oasis durante los próximos 472 años.

Además, como señala Nemati, "no toda el agua es igual". CVWD ha ofrecido incentivos a los campos de golf para que utilicen agua reciclada y sustituyan el césped por jardines que consuman menos agua. Sin embargo, aunque el agua reciclada e incluso el agua de lluvia se han propuesto como opciones para algunas piscinas de surf en otros lugares del mundo, como Francia y Australia, esto es poco realista en Coachella, que recibe solo de tres (76 milímetros, aproximadamente) a cuatro pulgadas (102 milímetros, aproximadamente) de lluvia al año. En su lugar, las piscinas de surf del valle de Coachella dependerán de una mezcla de agua importada y agua de pozo no potable procedente del acuífero de Coachella.

No obstante, cualquier uso del acuífero preocupa a Johnson. Extraer más agua, sobre todo en un acuífero subterráneo, "puede generar problemas relacionados con la calidad del agua", afirma, al concentrar "minerales naturales... como el cromo y el arsénico". En otras palabras, el TBC podría agravar el problema existente de contaminación por arsénico en el agua de los pozos locales. Cuando describo a Ponting el análisis de MIT TechnologyReview que muestra cuántas piscinas de surf se están construyendo en regiones desérticas, parece admitir que es un problema. "Si el 50% de los parques de surf en desarrollo están en zonas con problemas de agua", dice, "entonces los promotores no están pensando en lo más adecuado".


Antes de visitar el futuro emplazamiento de Thermal Beach Club, me detuve en La Quinta (California, EE UU), una rica ciudad donde, allá por 2022, la oposición de la comunidad logró detener los planes de una cuarta piscina prevista para el Valle de Coachella. Esta fue desarrollada por la Kelly Slater Wave Company, que fue adquirida por la Liga Mundial de Surf en 2016. Alena Callimanis, una veterana residente que fue miembro del grupo comunitario que ayudó a tumbar el proyecto, cuenta que, durante un año y medio, ella y otros voluntarios pasaron hasta ocho horas al día investigando todo lo que podían sobre las piscinas de surf y sobre cómo oponerse a ellas. "Cuando empezamos no sabíamos nada", recuerda.

No obstante, el grupo aprendió rápido, estudiando minuciosamente los documentos de planificación, consultando a hidrólogos, elaborando presentaciones, exponiendo argumentos en las audiencias del ayuntamiento e incluso realizando sus propios experimentos de ciencia ciudadana para poner a prueba las afirmaciones de los promotores sobre la contaminación lumínica y acústica que podría generar el proyecto. (Después de que el ayuntamiento rechazara la propuesta del club de surf, los promotores volvieron a los planes previamente aprobados para un campo de golf. El grupo de Callimanis también se opone al campo de golf, alegando preocupaciones similares sobre el uso del agua, pero como los planes ya han sido aprobados, dice, poco pueden hacer para defenderse).

view across an intersection of a mobile home framed by palm trees
ANDREW CULLEN. A pocas manzanas del emplazamiento del proyectado Thermal Beach Club se encuentra el parque de casas móviles Oasis, que lleva décadas sufriendo las consecuencias de la falta de agua potable.

 

 

La historia fue distinta en Thermal, donde tres jóvenes activistas compaginaban trabajo y estudios de posgrado mientras trataban de movilizar a una comunidad con escasos recursos. "La gente de Thermal carece de vivienda y transporte, y no puede tomarse un día libre en el trabajo para ir a hacer una declaración pública", dice Ambriz. Sin embargo, la oposición local se tradujo en ciertas promesas, como el pago de 2.300 dólares (2.140 euros, aproximadamente por vivienda de lujo en beneficio de la comunidad, lo que suponía un total de 749.800 dólares (698.000 euros, aproximadamente). En la reunión en la que se aprobó el proyecto, el supervisor del condado de Riverside, Manuel Pérez, calificó este hecho de "sin precedentes" y atribuyó el mérito a los esfuerzos de Ambriz y sus colegas. (Ambriz sigue sin estar convencida. "Nada de eso ha ocurrido", dice, y los pagos a la comunidad no resuelven los problemas subyacentes de agua que el proyecto podría agravar).

Que la acomodada La Quinta consiguiera impedir la construcción de una piscina de surf en su comunidad, mientras que la de clase trabajadora Thermal fracasó, resulta aún más chocante a la luz de la retórica de la industria según la cual las piscinas de surf podrían democratizar el deporte. Para Bryan Dickerson, redactor jefe de Wave Pool Magazine, la visión colectiva del futuro es que en lugar de que "el YMCA local... ponga una pista de skate, ponga una piscina de olas". Otros defensores, como Ponting, describen cómo las piscinas de olas pueden proporcionar terapias de surf u oportunidades a grupos minoritarios. Una empresa de diseño de Nueva York (EE UU), por ejemplo, ha propuesto a la ciudad un plan para construir una piscina de olas cubierta en un barrio de Queens de escasos recursos, principalmente de población afrodescendiente y latina, por 30 millones de dólares (27.900 millones de euros, aproximadamente).

Por su parte, la construcción del PSSC costó unos 80 millones de dólares (74.500 millones de euros, aproximadamente). Además de una entrada general de 40 dólares (37 euros, aproximadamente), una sesión privada como la que yo disfruté costaría entre 3.500 (3260 euros, aproximadamente) y 5.000 dólares (4.650 euros, aproximadamente) la hora, mientras que una sesión pública costaría entre 100 (93 euros, aproximadamente) y 200 dólares (186 euros, aproximadamente), según el nivel del surfista y el tipo de olas que pida.

En mis dos días recorriendo las 45 millas (72 kilómetros) del Valle de Coachella, no dejé de pensar en cómo toda esta zona era un oasis artificial hecho posible gracias a las innovaciones que cambiaron la naturaleza misma del desierto, desde la parada del ferrocarril que impulsó el desarrollo hasta los canales de riego y, más tarde, las cuencas de recarga que impidieron que los pozos se agotaran. En este entorno transformado, puedo ver cómo la disonancia cognitiva de surfear una ola en el desierto empieza a reducirse, tentándonos a creer que la tecnología puede volver a imponerse a la realidad de vivir (o simplemente jugar) en el desierto en un mundo que se calienta y se seca. Sin embargo, la tensión en torno a las piscinas de surf demuestra que, cuando se trata de la forma en que utilizamos el agua, quizá no exista un "nosotros" común.

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