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AP / Kristy Wigglesworth

Cambio Climático

Estrategias climáticas potentes frente a la palabrería de Glasgow

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Casi todo el mundo sabe que es poco probable que la actual Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático logre los compromisos que el mundo necesita para evitar niveles peligrosos de calentamiento. Pero hay otras acciones que gobiernos y empresas podrían llevar a cabo para reducir la contaminación

  • por James Temple | traducido por Ana Milutinovic
  • 03 Noviembre, 2021

Miles de delegados se reúnen en Glasgow (Escocia) estos días para la conferencia anual de la ONU sobre Cambio Climático (COP26). Dedicarán las próximas dos semanas a debatir una larga lista de puntos de acción que llevan a una sola pregunta: ¿con qué rapidez actuará el mundo para evitar el calentamiento catastrófico en este siglo?

Si miramos el historial, no parece que vaya a ser muy deprisa.

Después de 25 cumbres de este tipo en las últimas tres décadas, las emisiones globales de gases de efecto invernadero han seguido aumentando, a excepción de algunas caídas puntuales durante las recesiones económicas. Se espera que la contaminación climática aumente drásticamente en 2021, hasta acercarse a los niveles máximos de 2019, a medida que la economía se recupere de la pandemia.

Seis años después de que adoptaran el histórico Acuerdo del Clima de París (Francia), los países no se han comprometido con las políticas necesarias para reducir las emisiones, mucho menos las han promulgado, ni siquiera para acercarse a lo que hace falta para lograr el objetivo del Acuerdo: evitar que el calentamiento global llegue a los 2 ˚C en este siglo y que el aumento se mantenga en los 1,5 ˚C. Los países ricos todavía tienen pendiente entregar decenas de miles de millones de dólares de los 100.000 millones de dólares (86.498 millones de euros) en fondos anuales que acordaron proporcionar para ayudar a los países en desarrollo a abordar el cambio climático.

Si los gobiernos del mundo no hacen algo más que cumplir las flexibles promesas para 2030 realizadas en virtud del Acuerdo, es probable que el planeta se caliente alrededor de 2,7 ˚C este siglo, según el "informe de la brecha de las emisiones" del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, publicado la semana pasada. Si lo que hacen es limitarse a acatar las políticas climáticas internas ya vigentes, el aumento de la temperatura podría superar los 3 ˚C.

En un mundo 3 ˚C más cálido, según varios estudios, es probable que los arrecifes de coral desaparezcan y las capas de hielo comiencen a colapsar; en vastas extensiones del mundo cada pocos años se producirían las sequías que antes ocurrían cada 100 años, y la subida del nivel del mar obligaría a centenares de millones de personas a mudarse.

"Si el objetivo es mantener un clima habitable y seguro para la mayoría de la población mundial, la nota es un gran suspenso. No estamos ahí; ni siquiera estamos cerca de lograr eso", critica la profesora asociada de ciencias políticas de la Universidad de Toronto (Canadá) Jessica Green que se dedica a la gobernanza climática.

Dados los cálculos geopolíticos a corto plazo, dominados por cuestiones de la fuerza política, ventajas internacionales y crecimiento interno, la falta de progreso en este tema no es muy sorprendente.

Cualquier pacto que involucre a casi todas las naciones del mundo, desde el Protocolo de Kioto (Japón) hasta el Acuerdo de París, se diluye hasta un punto en el que simplemente no se exige mucho a nadie. Según el Acuerdo de París de 2015, las metas de las emisiones son autodeterminadas, voluntarias y no vinculantes. No existe una sanción real por no establecer objetivos ambiciosos o no lograrlos, salvo la crítica internacional.

Se pide a los líderes nacionales y a sus compatriotas que paguen ahora voluntariamente por beneficios que obtendrán gran medida dentro de varias décadas, pero que no se generarán en absoluto si otras naciones no cumplen con sus compromisos. Los acuerdos climáticos también piden a los países en vías de desarrollo (cuyas emisiones son irrisorias comparadas con las históricas de los países ricos) que frenen su crecimiento y restrinjan el acceso de sus ciudadanos a la energía y a una mejor calidad de vida a cambio de vagas e incomprensibles promesas de asistencia.

Mientras los líderes y negociadores se reúnen en Glasgow, muchos analistas tienen la esperanza de que el mundo recupere el impulso y la fe en el Acuerdo de París. Pero, al mismo tiempo, existe una creciente corriente de pensamiento de que un marco internacional flexible nunca generará grandes reducciones de las emisiones, e incluso puede desviar la atención de otros modelos que sí podrían hacer algo más.

Pronto sabremos quién tiene razón. Como recientemente dijo a la BBC el zar del clima de Estados Unidos, John Kerry, la conferencia de la ONU es la "última y mejor esperanza para que el mundo espabile".

Progreso limitado

Indudablemente, el mundo ha logrado algunos avances en el cambio climático, a medida que más países se alejan del carbón y adoptan energías renovables y vehículos eléctricos cada vez más competitivos en costes. Las emisiones globales parecen estar al menos niveladas, lo que podría permitirnos esquivar los peores escenarios de calentamiento de hace unos años, con subidas de temperatura de 4 ˚C o más.

Pero ahora los países deben avanzar mucho más rápido para evitar consecuencias que aún resultan extremadamente peligrosas. La conferencia será una prueba reveladora de la determinación internacional, porque se supone que la mayoría de las naciones elevarán sus compromisos de París por primera vez este año.

En abril, el presidente de EE. UU., Joe Biden, intensificó el objetivo del país previo del país, que implicaba una reducción de entre el 26 % y el 28 % sobre los niveles de 2005 para 2025, a una reducción de las emisiones de entre el 50 % y el 52 % para 2030. De manera similar, este verano, los países de la Unión Europea aprobaron oficialmente la Ley Europea del Clima, creando un requisito vinculante de que los miembros reduzcan las emisiones en un 55 % para 2030, con el objetivo de convertirse en "climáticamente neutros" para 2050.

En total, casi 90 países además de los de la UE presentaron nuevos objetivos para 2030 a mediados de septiembre, como parte del proceso de la ONU, según el grupo de investigación científica independiente Climate Action Tracker. Sin embargo, más de 70 naciones no lo hicieron.

Mientras tanto, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, se comprometió a lograr la neutralidad en carbono en 2060, uniéndose a una lista de más de 100 países que han prometido reducir a cero las emisiones de, al menos, el principal gas de efecto invernadero para mediados de siglo. China ya se había comprometido a alcanzar lo mismo en 2060, recientemente anunció  que dejará de construir plantas de carbón en el extranjero, y la semana pasada reiteró su plan de lograr que su pico de emisiones máximas de dióxido de carbono no vaya más allá de 2030. Durante el fin de semana pasado, Arabia Saudí sus planes para lograr cero emisiones netas en 2060 y de plantar 450 millones de árboles durante los próximos nueve años.

Pero la directora del Laboratorio de Política Climática de la Escuela Fletcher de la Universidad de Tuft (EE. UU.), Kelly Sims Gallagher, cree que las metas de mediados de siglo son "una distracción de la acción a corto plazo" y critica que las naciones no están haciendo lo suficiente para promulgar políticas internas que brinden un camino creíble para cumplir sus promesas para 2030.

Gráfico: A principios de este mes, la Agencia Internacional de Energía destacó las brechas entre las políticas climáticas nacionales, las promesas de Glasgow y lo que aún se necesita para reducir a cero las emisiones a mediados de siglo.

De hecho, resulta difícil imaginar cómo EE. UU. cumplirá con su objetivo del 50 % después de que, según informes, haya eliminado el proyecto de ley presupuestaria, una medida clave para reducir las emisiones del sector eléctrico. Un análisis publicado hace dos semanas por investigadores de energía de la Universidad de Princeton y la Universidad de Dartmouth (ambas en EE. UU.) encontró que, si se aprobaban todas las demás políticas climáticas con el presupuesto pendiente y los proyectos de ley de infraestructura, el país todavía se quedaría corto en casi 350 millones de toneladas.

Tales deficiencias reducirán la influencia de Kerry en las próximas conversaciones, lo que restará fuerza a su argumento de que otros países deberían intensificar sus políticas o promesas climáticas. Mientras tanto, los compromisos para 2030 anunciados antes de la conferencia aún no llegan a lo que realmente se necesita. El informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente estima que las naciones tendrán que reducir otros 28.000 millones de toneladas de contaminación por dióxido de carbono en los próximos nueve años para mantener el calentamiento en 1,5 ˚C este siglo, o 13.000 millones de toneladas para limitarlo a 2 ˚C. Green añade: "No quiero rechazar categóricamente el [proceso de la ONU], pero es hora de ser realista sobre lo que se puede hacer y lo que no".

¿Por qué no funciona?

El problema fundamental consiste en que el cambio climático es una cuestión enormemente compleja y cara de resolver. Y, en su mayor parte, los acuerdos internacionales no han logrado abordar los desafíos económicos subyacentes y políticos internos, según argumentan los expertos.

Combatir la emergencia climática requiere replantear casi todos los aspectos de cómo el mundo genera energía, produce alimentos, fabrica productos y los transporta por todo el mundo. Eso supone cerrar o readaptar plantas, fábricas, maquinaria y vehículos, algo que costaría billones de euros y que, de otra manera, podrían seguir operando de manera rentable durante décadas.

Por eso, a pesar de la disminución de precios de las energías renovables, las baterías y los vehículos eléctricos, el cambio rápido a las fuentes libres de carbono todavía supone costes gigantes a estados y empresas, independientemente de los posibles beneficios que supondría la creación de nuevas industrias y la reducción de los peligros de acelerar el cambio climático. También plantea riesgos existenciales para las poderosas industrias más contaminantes.

En un ensayo recientemente publicado en Foreign Affairs, el economista de la Universidad de Yale (EE. UU.) William Nordhaus sostiene que las décadas de negociaciones climáticas internacionales han fracasado por tres razones fundamentales. Primero, la mayor parte del mundo no ha impuesto ningún coste real a la contaminación climática. Segundo, no estamos invirtiendo lo suficiente para impulsar la innovación en las tecnologías más limpias. Y tercero, los acuerdos de la ONU no han resuelto lo que se conoce como el problema del "aprovechamiento gratuito". Básicamente, la mayoría de los países obtendrán los mismos beneficios de la acción global para reducir las emisiones, independientemente de si contribuyen de manera significativa al esfuerzo o no. Entonces, ¿por qué molestarse?

Las reducciones de emisiones no se producirán a la velocidad y escala requeridas hasta que las naciones, los pactos comerciales o los acuerdos no creen incentivos, sanciones o mandatos lo suficientemente generosos o estrictos para lograrlos. Pero hay pocas señales de que la mayoría del mundo acepte repentinamente esas versiones significativas en Glasgow.

La importancia de la innovación

¿De qué otra manera podría el mundo acelerar el progreso internacional sobre el cambio climático? El principal asesor de Kerry, Varun Sivaram, destaca que la conferencia de la ONU es de "enorme importancia" y que el papel más relevante de Estados Unidos en la reducción de las emisiones más allá de sus fronteras es desarrollar tecnologías mejores y más baratas con bajas emisiones de carbono.

Al financiar fuertemente los esfuerzos de investigación y desarrollo, Estados Unidos hará que la descarbonización sea más fácil y políticamente factible para otras naciones, afirmó Sivaram en la reciente conferencia  EmTech de MIT Technology Review. Eso será especialmente relevante para las economías emergentes que representarán la mayor parte del aumento de las emisiones en los próximos años. "La herramienta número uno que tiene Estados Unidos para acelerar la transición energética en todo el mundo es la innovación", aseguró.

Otros destacan la importancia y los posibles efectos indirectos de los esfuerzos locales. En un ensayo de finales del año pasado publicado en Boston Review, el profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia (EE. UU.) Charles Sabel y el profesor de la Universidad de California en San Diego (EE. UU.) David Victor, destacaron la necesidad y los primeros éxitos de lo que describen como la "gobernanza experimentalista".

En este modelo, las instituciones más pequeñas que no necesitan lograr un consenso global, como los estados o las agencias reguladoras específicas de algún sector, pueden establecer estándares estrictos y vinculantes que provoquen cambios más amplios en algunas industrias contaminantes concretas. También con el tiempo pueden adaptar sus tácticas en función de los resultados.

La esperanza reside en que una variedad de gobiernos y reguladores prueben distintos enfoques para ofrecer lecciones críticas sobre qué funciona y qué no, e impulsar un proceso que haga que sea más barato y fácil para otras áreas promulgar políticas de reducción de emisiones y adoptar tecnologías más limpias.

Las islas de Maldivas construyen defensas contra el aumento del nivel del mar

Foto: Los turistas caminan junto a los sacos de arena en las Maldivas, la nación de islas bajas donde las costas se han visto muy afectadas por la erosión a medida que el nivel del océano sube. Créditos: Allison Joyce / Getty Images

El artículo señala las estrictas y cambiantes reglas de California sobre la contaminación del aire de los vehículos y las emisiones de carbono. Las regulaciones del estado obligaron a la industria automotriz, que no quiere producir diferentes modelos para distintos mercados, a encontrar formas de fabricar vehículos cada vez más eficientes en cuanto al combustible. También ayudaron a acelerar el desarrollo de los vehículos eléctricos, según argumentan los autores.

Otro ejemplo son las agresivas políticas de energía renovable de Alemania y sus inversiones en investigación y desarrollo, que ayudaron a crear un mercado para los paneles solares mientras reducían los costes para el resto del mundo.

Víctor cree que el Acuerdo de París sí tiene un papel: ejerce cierta presión sobre las empresas y los gobiernos, y proporciona una brújula que guía al mundo hacia "metas que no se pueden alcanzar", pero que van en la dirección correcta.

Pero como Sabel y él argumentaron en su artículo, su papel es "considerablemente menor" de lo que dicen los defensores. El texto afirma: "¿Y si... la única forma práctica de llegar a una solución global viable consiste en alentar y juntar soluciones parciales? ¿Y si la mejor manera de construir un consenso efectivo no consiste en preguntar quién se comprometerá a lograr ciertos resultados sí o sí, sino en invitar a las partes a empezar a resolver problemas en muchas escalas distintas?"

Clubes climáticos

También existe una creciente creencia de que los grupos más pequeños de gobiernos o instituciones deberían promulgar reglas o crear bloques comerciales que obliguen a la acción climática a través de unos beneficios claros o sanciones severas.

Victor, Nordhaus y otros han defendido la importancia de los mercados, conocidos como "clubes climáticos", que al principio son lo suficientemente pequeños para establecer reglas más estrictas, pero que incluyen incentivos capaces de atraer a más miembros y animarlos a comprometerse con unos objetivos cada vez más agresivos.

Este enfoque podría adoptar una variedad de formas, incluidas las de los mercados regionales de carbono, los pactos comerciales entre unos pocos países con compromisos de emisiones comunes y la creación de programas conjuntos para buscar la innovación tecnológica en áreas clave.

Un ejemplo sería el conjunto cada vez más estricto de normas climáticas dentro de la Unión Europea. Además de establecer un objetivo vinculante de reducción de emisiones entre los países miembros, la Comisión Europea está tomando medidas para aumentar el coste de la contaminación por carbono, reducir las asignaciones gratuitas de carbono para los sectores industriales como el cemento y el acero, y establecer un impuesto fronterizo al carbono que impondría un gravamen a los productos de los países o empresas más contaminantes.

Combinadas con las políticas climáticas más estrictas, con la financiación de I+D y los acuerdos de compra respaldados por los gobiernos de ciertos países europeos, estas regulaciones están empezando a producir cambios reales y relativamente rápidos en la industria pesada en Europa. Ese progreso incluye una variedad creciente de proyectos de hidrógeno verde y acero verde.

Nordhaus escribió en un correo electrónico que una característica crucial de cualquier club climático consiste ser lo suficientemente llamativo para atraer a más miembros. La gran zanahoria se encuentra en el potencial de otras naciones y sus empresas para vender sus productos en el mercado en términos similares. Eso debería incentivar a otros países y empresas extranjeras a adoptar los estándares requeridos para la admisión, ya sea que eso signifique un precio común del carbono o ambiciones políticas relativamente similares.

El obstruccionismo

Pero este enfoque tiene algunos desafíos obvios.

Lleva mucho tiempo: elaborar un pacto comercial complejo, y mucho menos varios, puede llevar fácilmente años, y el mundo necesita reducir las emisiones cuanto antes. Podría crear una miríada de conjuntos de reglas en conflicto que resultan difíciles de combinar. Eso significa que, si bien algunos grupos de países están haciendo mucho, es posible que otros no hagan casi nada. Y se podría crear alianzas comerciales cada vez más fragmentadas en todo el mundo, con bloques de actores climáticos "buenos" y "malos" que comercian principalmente entre sí.

Esos pactos podrían aumentar las divisiones internacionales e incluso las hostilidades, las cuales podrían manifestarse de formas potencialmente peligrosas.

También están los problemas obvios de equidad global que surgen al exigir que las naciones pobres, que históricamente no han emitido tanto y no pueden permitirse descarbonizar tan rápido, sigan los mismos estándares que las ricas, o se sometan a impuestos fronterizos de carbono que amenazarían con frenar su crecimiento económico.

Green añade que hay un problema más básico paralizando el progreso climático: el obstruccionismo por parte de industrias políticamente influyentes que se benefician de la contaminación. Afirma que estas compañías tienen demasiado poder político, lo que impedirá cambiar las cosas si la situación se mantiene así.

Antes de que las naciones puedan aumentar sus compromisos internacionales, al menos de manera creíble, deben para impulsar superar estos obstáculos formando coaliciones lo suficientemente grandes leyes o regulaciones agresivas.

Nada de esto será rápido, fácil, ni seguro. La cruda realidad es que es muy probable que el planeta se caliente más de 1,5 ˚C y muy probablemente también más de 2 ˚C este siglo, independientemente de lo que pase en Glasgow.

Pero cada décima de grado adicional significa efectos cada vez más devastadores. Eso por sí solo debería proporcionar todos los incentivos para que los que se congregan en la cumbre presionen con fuerza para lograr cualquier progreso posible, y para que los estados, las naciones y otras instituciones encuentren otras formas de avanzar.

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