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Mario Tama/Getty Images

Cambio Climático

Las tristes lecciones sobre cambio climático que la pandemia nos ha dado

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Aunque 2020 podría marcar un punto de inflexión en la emergencia climática, las emisiones volverán a subir y los cambios radicales que requiere nuestra economía no se están produciendo a velocidad suficiente. Además, hay mucha gente que sigue sin ser consciente del enorme peligro que nos acecha

  • por James Temple | traducido por Ana Milutinovic
  • 06 Enero, 2021

A pesar de todos los sacrificios y las tragedias que causó, hay razones para pensar que 2020 podría marcar un punto de inflexión en cuanto el cambio climático. Es posible que en 2019 la demanda mundial de petróleo y las emisiones de gases de efecto invernadero  alcanzaran su punto máximo, y que la pandemia ralentice el crecimiento económico durante años, acelere la desaparición del carbón y provoque reducciones a largo plazo en la demanda energética si todavía se mantienen algunos de sus efectos, como el teletrabajo continuado.

Además, cada vez más grandes empresas y países, incluido China, se han comprometido a reducir a cero sus emisiones para mediados de este siglo. La victoria de Joe Biden significa que habrá un presidente en la Casa Blanca comprometido a tomar medidas audaces contra el cambio climático. Las tecnologías limpias como la solar, la eólica, las baterías y los vehículos eléctricos son cada vez más baratas y están ganando terreno en el mercado.

Y en los últimos días del año, el Congreso de EE. UU. logró autorizar (aunque aún no asignar) decenas de miles de millones de euros a proyectos de energía limpia dentro de una amplia ley de alivio del coronavirus. El paquete también estableció unos límites estrictos para los hidrofluorocarbonos, unos gases de efecto invernadero muy potentes que se utilizan en los frigoríficos y aparatos de aire acondicionado. (Después de criticar este proyecto de ley como una "vergüenza", el presidente Trump lo convirtió en ley el 27 de diciembre).

Pero, el hecho de que por fin hayamos llegado a ese punto de inflexión, décadas después de que los científicos comenzaran a advertirnos de los peligros, importa menos que la rapidez y la constancia con la que reduzcamos las emisiones en el otro lado. Y ahí es donde me preocupan algunas de las señales más oscuras de 2020.

Demasiado lento

Incluso aunque hayamos alcanzado las emisiones máximas, eso solo significa que el problema no va a ir a peor a un ritmo cada vez mayor año tras año. Pero aún seguimos yendo a peor. El dióxido de carbono se mantiene cientos de años en la atmósfera, así que cada tonelada adicional que emitimos intensifica aún más el cambio climático, prometiendo más o peores olas de calor, sequías, incendios forestales, hambrunas e inundaciones.

No debemos aplanar las emisiones, sino eliminarlas lo más rápido posible. Incluso entonces, tendremos que lidiar con el daño permanente que ya hemos causado.

Algunos argumentan que los cambios radicales en el comportamiento y las prácticas que entraron en vigor a medida que el coronavirus se extendía por todo el planeta son una prometedora señal de nuestra capacidad colectiva de abordar el cambio climático. Eso, francamente, es un disparate.

Muchísimas personas dejaron de conducir hasta su trabajo, no van a los bares, restaurantes ni teatros, ni viajan en avión por todo el mundo. El crecimiento económico se desplomó. Cientos de millones de trabajadores perdieron sus empleos. Centenares de miles de empresas han cerrado para siempre. La gente pasa hambre. Y el mundo se está volviendo mucho más pobre.

Nada de eso representa una forma viable ni aceptable de frenar el cambio climático. Además, toda esta devastación solo redujo alrededor del 6 % de las emisiones de gases de efecto invernadero en Estados Unidos en 2020, según las estimaciones de BloombergNEFLas previsiones para el resto del mundo son más o menos similares. Esas reducciones de la contaminación tuvieron un enorme coste económico, entre 2.610 euros y 4.405 euros por tonelada de carbono, según los cálculos anteriores del Rhodium Group.

Necesitaríamos recortes sostenidos de esa magnitud, año tras año durante décadas, para evitar niveles de calentamiento mucho más peligrosos de los que ya estamos viendo. No obstante, es probable que las emisiones se acerquen de nuevo a los niveles de 2019 tan pronto como la economía se recupere.

Resulta difícil señalar un ejemplo más claro de cuán profundamente arraigada está la contaminación climática en el funcionamiento tan básico de nuestra sociedad, y cuán drásticamente tenemos que revisar cada parte de nuestra economía para empezar a reducir las emisiones de manera sustancial y sostenible.

Tenemos que transformar la economía, no detenerla. Y esa transformación está ocurriendo demasiado despacio.

Política polarizada

Que las tecnologías limpias se están volviendo más baratas y competitivas es una noticia fantástica. El problema consiste en que todavía representan una pequeña fracción del mercado: los vehículos eléctricos son solo aproximadamente el 3 % de las ventas de coches nuevos en todo el mundo, mientras que las energías renovables generaron un poco más del 10 % de la electricidad mundial el año pasado.

Además, apenas hemos comenzado la transición de los sectores industriales más difíciles de limpiar, como el cemento, el acero, el transporte marítimo, la agricultura y la aviación. Y la parte "neta" de los planes nacionales y corporativos de cero emisiones depende de los enormes niveles de eliminación de carbono y esfuerzos de compensación que no hemos demostrado ni remotamente que podamos llevar a cabo de manera fiable, asequible, permanente y a escala.

No podemos esperar a que el libre mercado impulse los productos no contaminantes. Y los elevados objetivos de emisiones de mediados de siglo que los países han establecido significan poco por sí solos. Necesitamos políticas gubernamentales agresivas y pactos comerciales para promover o introducir las tecnologías limpias en el mercado y apoyar el desarrollo de las herramientas que aún no tenemos o que son demasiado caras en la actualidad.

Según un estudio de la Universidad de Princeton (EE. UU.) publicado el mes pasado, poner a EE. UU. en el camino correcto para eliminar las emisiones en toda su economía requerirá inversiones masivas, que deben comenzar ya. Solo en la próxima década, EE. UU. tendrá que invertir más de dos billones de euros, poner 50 millones de vehículos eléctricos en las carreteras, cuadriplicar los recursos solares y eólicos y aumentar la capacidad de las líneas de transmisión de alta tensión en un 60 %, entre muchas otras cosas.

El análisis encontró que la nación también necesita dedicar de inmediato mucho más dinero a la investigación y al desarrollo si queremos empezar a escalar distintas tecnologías emergentes más allá de 2030, como la captura y eliminación de carbono, los combustibles neutrales en carbono y los procesos industriales más limpios.

Desde luego que la elección de Biden es una buena noticia para el cambio climático, después del bombardeo de cuatro años de la administración de Trump para deshacer todas las regulaciones climáticas y ambientales posibles. La Casa Blanca de Biden podrá avanzar un poco a través de órdenes ejecutivas, proyectos de ley de infraestructura bipartidistas y adicionales medidas de estímulo económico que podrían destinar los fondos para las áreas mencionadas. Pero resulta difícil imaginar, dados los resultados de las elecciones del Congreso de EE. UU. y el clima político tan polarizado, si será capaz de impulsar el tipo de las estrictas políticas climáticas que hacen falta para que las cosas se muevan a la velocidad necesaria, como el elevado precio del carbono o normas que exigen rápidas reducciones de las emisiones.

Lo positivo es que, a diferencia de lo que sucedió en la recesión que comenzó en 2008, según las encuestas, las preocupaciones de la gente sobre el cambio climático han persistido durante la pandemia y la recesión. Pero, al salir de un año de angustia, pérdidas y aislamiento, me pregunto con qué facilidad los votantes de todo el mundo adoptarán cualquier medida que les exija un mayor esfuerzo en los próximos años, ya sea un impuesto a la gasolina, tarifas aéreas más altas o la necesidad de pasar a los electrodomésticos más limpios en sus hogares.

Recuerde, el mundo, y muchos de sus ciudadanos, saldrán de la pandemia bastante más pobres.  

Sembrar la discordia

Pero lo que más me asusta sobre lo que pasó en 2020 es lo siguiente: los investigadores y los activistas llevan mucho tiempo suponiendo, o esperando, que la gente empezaría a tomarse en serio el cambio climático cuando comenzara a causar daños reales. Al fin y al cabo, ¿cómo podrían continuar negándolo y no querer actuar cuando los peligros se ciernen sobre ellos y sus familias?

Sin embargo, lo que hemos visto en la pandemia no lo corrobora. Incluso después de casi dos millones de personas hayan muerto por la COVID-19, una gran parte de la población sigue negando esta amenaza a la salud y se niega a cumplir las medidas básicas de salud pública, como usar mascarilla y cancelar los viajes para los días festivos. A pesar de la oleada de contagios relacionada con los encuentros durante la celebración de Acción de Gracias, millones de personas llenaron los aeropuertos el fin de semana antes de la Navidad.

Eso es aterrador por sí solo, pero es especialmente preocupante para el cambio climático.

En un ensayo publicado en agosto, cuando los fallecimientos por la COVID-19 en todo el mundo llegaban a alrededor de 600.000, Bill Gates señaló que las muertes por el cambio climático podrían alcanzar ese nivel en 2060, pero a nivel anual. A finales de este siglo, el número de muertos podría ser cinco veces mayor.

Si podemos aprender algunas lecciones de la pandemia, una sería que ni siquiera toda esas pérdidas bastan para convencer a muchos sobre la realidad del cambio climático o de la necesidad de actuar, sobre todo porque esas muertes aumentarán gradualmente. Los políticos aún pueden encontrar algunas formas de minimizar los peligros y aprovechar este problema para sembrar la división, en lugar de buscar una causa común. Y es posible que simplemente aprendamos a vivir con los riesgos elevados, especialmente porque dañarán de manera desproporcionada a las personas en las partes más pobres y cálidas del mundo que tuvieron menos que ver con causar el cambio climático.

Tengo plena confianza en que disponemos de la capacidad técnica y económica para abordar la mayoría de los riesgos del cambio climático. Estoy bastante seguro de que comenzaremos a movernos más rápido que en el pasado. Creo que avanzaremos mucho en la reducción de las emisiones. Apuesto a que vamos a reconstruir gran parte de nuestra infraestructura para abordar algunos de los mayores peligros. Estoy convencido de que algunas áreas, especialmente las del Norte, continuarán prosperando, y algunas incluso se harán más ricas.

Pero, me temo que todavía no reconocemos completamente que estamos a punto de fracasar de una manera muy trágica. Teniendo en cuenta en qué punto están nuestras emisiones y dónde deberían estar, es casi imposible ver cómo vamos a movernos lo suficientemente rápido en este sentido para evitar 2 ˚C de calentamiento. Y eso conllevará unos niveles asombrosos de muertes, sufrimiento y destrucción ecológica que se podían haber prevenido.

Esto debería ser un llamamiento a la lucha. Pero es difícil mirar al 2020 y sentirnos optimistas sobre nuestra capacidad colectiva para lidiar con los problemas complejos de manera racional o humana, incluso, o quizás especialmente, en medio de las múltiples calamidades que se están desarrollando.

De hecho, la superposición de desastres climáticos podría envenenar nuestra política aún más, haciéndonos a todos más egoístas, más centrados en nuestra propia comodidad y seguridad, y menos dispuestos a sacrificarnos o invertir en un futuro común mejor.

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