El CFC-11 fue vetado en 2010, y sus concentraciones en la atmósfera fueron disminuyendo. Pero de repente, volvieron a aumentar. Varios años de investigaciones independientes e internacionales han descubierto al culpable: varias fábricas del este de China
Hace un año se descubrió un misterio científico a nivel internacional, cuando los científicos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE. UU. (NOAA, por sus siglas en inglés) dieron a conocer un hallazgo sorprendente en la revista Nature: parecía que algunas fábricas, en algún lugar del mundo, habían vuelto a producir CFC-11 otra vez.
Esta sustancia que daña la capa de ozono y es un potente gas de efecto invernadero, fue eliminada en 2010 mediante el Protocolo de Montreal (Canadá), un tratado internacional para recuperar la capa de ozono que protegeel planeta.
Era de esperar que las cantidades existentes de esa sustancia química, utilizadas en refrigerantes y para producir espumas de aislamiento, siguieran filtrándose a la atmósfera durante décadas. Pero después de 2012, la tasa de constante disminución previa de estas emisiones de repente se redujo a la mitad, lo que sugería un aumento de alrededor de 13.000 toneladas métricas anuales.
Otro estudio publicado recientemente en Nature, y redactado por más de 30 autores de las principales instituciones internacionales de investigación, aporta nuevas pruebas contra el que ya era el principal sospechoso: las fábricas en el este de China continental. A partir de 2014, las emisiones anuales de CFC-11 aumentaron en aproximadamente 7.000 toneladas métricas en esa región, principalmente en las provincias del noreste de Shandong y Hebei. Eso representa más de la mitad de las emisiones detectadas en el estudio anterior.
El resultado, basado en los registros de las estaciones de medición aérea circundantes y en simulaciones de los patrones de movimiento de las condiciones climáticas y del gas, corrobora a nivel científico la evidencia en el terreno que involucra a las fábricas chinas, que no han dejado de construirse desde que se publicó el estudio por primera vez.
Ahora mismo, el caso es "bastante definitivo", afirma el geoquímico de la Institución Scripps de Oceanografía de la Universidad de California en San Diego (EE. UU.), y coautor de este estudio Ray Weiss. Pero, señala que la evidencia científica no indica si estas fábricas fraudulentas en estas regiones habían decidido producir y usar este producto químico por su cuenta o si habrían actuado con la aprobación tácita del Gobierno chino.
"Al fin y al cabo, ningún tratado que carezca de un mecanismo de verificación independiente podrá tener éxito".
Siguiendo el estudio inicial, The New York Times informó, citando entrevistas, artículos y declaraciones, que probablemente las fuentes principales eran las fábricas chinas que usaban CFC-11 para producir espumas de aislamiento para frigoríficos y edificios. El artículo también señaló que la Agencia de Investigación Ambiental había identificado ocho fábricas en diferentes partes de China que usaban este producto químico.
En un artículo de seguimiento en The New York Times, la misma agencia informó de que las pruebas de un laboratorio independiente confirmaron el uso de CFC-11 en "tres empresas". Las autoridades chinas expresaron que habían cerrado varias fábricas y que tomarían medidas adicionales para detener su producción y uso.
Los investigadores del nuevo estudio rastrearon la fuente a partir de señales previas que no habían sido detectadas en su momento, recogidas en las estaciones de medición de aire del Experimento Global Avanzado de Gases Atmosféricos (AGAGE), una colaboración internacional establecida hace décadas para rastrear contaminantes como el dióxido de carbono, el metano y los clorofluorocarbonos.
Estación de Gosan
Foto: La estación regional de Gosan GAW (Corea del Sur), en el extremo suroeste de la isla de Jeju. Créditos: El Experimento Global Avanzado de Gases Atmosféricos.
A partir de 2013, una estación de medición en el extremo sudoeste de la isla de Jeju, a unos 100 kilómetros al sur de la península de Corea, comenzó a detectar picos en los niveles de CFC-11 procedentes de algunas áreas industriales desconocidas en el este de Asia. Otra estación, en la isla de Hateruma (Japón), cerca de Taiwán, registró incrementos similares en el clorofluorocarbono.
Luego, diferentes grupos de investigación internacionales activaron cuatro modelos diferentes, cada uno de los cuales simuló cómo se movían los gases y cómo se mezclaban en la atmósfera. Comparando los patrones climáticos pasados, como la velocidad y la dirección del viento, con los puntos en los que los niveles de CFC-11 aumentaron y disminuyeron, cada uno de los modelos trazó la fuente de forma individual, y todas acabaron en el extremo este de China.
El nuevo artículo de Nature reveló que las emisiones globales de CFC-11 aumentaron entre 11.000 toneladas y 17.000 toneladas anuales desde 2014 hasta 2017. El aumento en el este de China representa entre el 40 % y el 64 % de ese total, dejando el resto del aumento sin concretar.
Podría haber algunas explicaciones razonables, como el hecho de que los cambios en los patrones atmosféricos podían haber influido en la tasa de disminución. Pero una razón probable es que las emisiones de CFC-11 aumentaron en otras partes del mundo, incluyendo diferentes regiones en China, donde la limitada red de estaciones de medición simplemente no logró identificar su ubicación.
El AGAGE tiene apenas un poco más de una docena de estaciones operativas en la actualidad, en función de cómo se cuenten, lo que deja grandes brechas de control en América del Sur, África y las principales zonas de Asia.
El incidente del CFC-11 subraya la importancia de continuar controlando el cumplimiento global de los acuerdos contra la contaminación. Eso será aún más crucial en los próximos años, ya que el mundo debe determinar qué países están cumpliendo con sus compromisos de reducir los niveles de gases de efecto invernadero en el marco del histórico Acuerdo Climático de París (Francia).
También destaca que la existente red de detección es muy deficiente, dados sus enormes espacios en blanco en todo el mundo.
"Al fin y al cabo, ningún tratado que carezca de un mecanismo de verificación independiente podrá tener éxito", afirma el profesor de ciencias de la atmósfera del MIT, investigador principal de AGAGE y coautor de este nuevo estudio, Ronald Prinn, y añade que "la verificación de algo como el Acuerdo de París requeriría muchas más estaciones de las que tenemos actualmente".
Estima que el mundo necesitaría aproximadamente 10 veces más de las que hay ahora, además de más y mejores satélites, para rastrear de manera integral las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel de cada país. Ha habido algunos avances en el desarrollo y lanzamiento de satélites y herramientas de análisis para detectar con mayor precisión los niveles de distintos gases en el espacio, aunque están más especializados en detectar gases de efecto invernadero de alta concentración como el dióxido de carbono y no tanto los otros más diluidos como CFC. "También ha habido un pequeño progreso en el número de estaciones AGAGE, pero va demasiado lento y se tendrá que incrementar muy pronto", concluye.