El coste social del carbono refleja las muertes, las bajadas del PIB y el impacto sobre la agricultura que generará el calentamiento global a lo largo de los años. Debemos tener clara esa cifra para saber cuánto invertir, dónde y cuáles deben ser las medidas prioritarias
A pesar de la angustia existencial que genera el cambio climático, y que tan de moda se ha puesto últimamente, existe un cálculo bastante frío que a sus defensores, en su mayoría economistas, les gusta llamar el número más importante del que nunca hemos oído hablar.
Se trata del coste social del dióxido de carbono. Esta cifra refleja el impacto global de emitir una tonelada de CO2 a la atmósfera, y se calcula mediante el aumento de las temperaturas y del nivel del mar. Los economistas, que llevan una década discutiendo sobre el número correcto, lo ven como una poderosa herramienta política que podría aportar racionalidad a las decisiones climáticas. Es lo que deberíamos estar dispuestos a pagar para evitar la emisión de esa tonelada adicional de carbono.
Para la mayoría de nosotros, se trata de una manera de comprender cuánto afectarán nuestras emisiones a la salud global, a la agricultura y la economía mundial durante los próximos cientos de años. El economista de la Universidad de California en Berkeley (EE. UU.) Maximilian Auffhammer lo describe así: es aproximadamente el daño causado por conducir más de 3.000 kilómetros con un tubo de escape que emite aproximadamente una tonelada de dióxido de carbono en el trayecto.
Las estimaciones habituales del coste social de esa tonelada rondan entre los 35 euros y los 45 euros. Pero el precio del combustible para este viaje en un coche de gama media es actualmente alrededor de unos 200 euros. En otras palabras, deberíamos pagar aproximadamente un 20 % más para cubrir el coste social del viaje.
Pero, este número es polémico. En 2016, un grupo de trabajo de EE. UU. convocado por el entonces presidente, Barack Obama, lo fijó en 35 euros, mientras que, recientemente, la administración de Trump lo redujo hasta entre uno y cinco euros. Por otro lado, algunos especialistas creen que la cifra es mucho más alta, de hasta 350 euros o más.
¿Por qué las cifras son tan dispares? Porque dependen de cómo se valoren los futuros daños. Y existen muchas dudas sobre cómo la situación climática responderá a las emisiones. Pero además, en realidad, casi no tenemos ni idea de cómo nos afectará el cambio climático a lo largo del tiempo. Sí sabemos que habrá tormentas más feroces e incendios forestales letales, olas de calor, sequías e inundaciones. Sabemos que los glaciares se están derritiendo rápidamente y que los frágiles ecosistemas oceánicos se están destruyendo. Pero, ¿qué significa eso para la supervivencia o la esperanza de vida de alguien que vive en un pueblo de Iowa (EE.UU.), en Bangalore (la India) o en Chelyabinsk (Rusia)?
Cada vez tenemos más datos sobre los efectos económicos y sociales del cambio climático, y vienen acompañados del poder computacional necesario para entenderlos. Aprovechar esta oportunidad para calcular un coste social más preciso del carbono podría ayudarnos a decidir cuánto invertir y qué problemas abordar primero.
"Es el cálculo más importante de la economía global. Hacerlo bien es de enorme importancia. Pero en este momento, casi no tenemos ni idea de qué significa eso realmente, advierte el experto en políticas climáticas en Berkeley Solomon Hsiang. Pero eso podría cambiar pronto.
Gráficos: Las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono han ido creciendo constantemente en este siglo, aumentando los peligros del cambio climático. Algunos países han empezado a reducir la contaminación provocada por el dióxido de carbono o al menos a mantenerla estable, pero sigue aumentando en ciertos países de desarrollo rápido. Los niveles de emisiones globales disminuyeron ligeramente a principios de esta década, pero el crecimiento de la economía mundial las ha vuelto a subir.
¿Cuánto cuesta una muerte?
En el pasado, para calcular el coste social del carbono simplemente se estimaba cómo el cambio climático desaceleraría el crecimiento económico mundial. Para ello, los modelos informáticos dividen el mundo en una docena de regiones como mucho y luego calculan la media de los efectos previstos del cambio climático para obtener el impacto en el PIB mundial a lo largo del tiempo. En el mejor de los casos, se trataba de un número simple.
Durante los últimos años, muchos economistas, científicos de datos y climatólogos han empezado a colaborar para crear mapas de impacto bastante más detallados y localizados. Analizan cómo las temperaturas, el nivel del mar y los patrones de precipitación afectaron anteriormente la mortalidad, el rendimiento agrícola, la violencia y la productividad laboral. Luego, estos datos se pueden introducir en modelos climáticos cada vez más sofisticados para ver qué sucede a medida que el planeta se sigue calentando.
Esta gran cantidad de datos de alta calidad permite hacer un cálculo mucho más preciso del coste social del carbono, al menos en teoría. Hsiang es codirector del Laboratorio de Impacto Climático, un equipo de unos 35 científicos de instituciones como la Universidad de Chicago, la de Berkeley, la de Rutgers (todas en EE. UU.) y Rhodium Group, una organización de investigación económica. Su objetivo es lograr este número a partir de la observación de 24.000 regiones diferentes y de los diversos efectos que cada una experimentará en los próximos cientos de años en la salud, en el comportamiento humano y en la actividad económica.
Es un gran reto técnico e informático, y tardará varios años en afianzarse en una cifra definitiva. Pero mientras tanto, los esfuerzos para comprender mejor los daños localizados están creando una imagen más detallada e inquietante de nuestro futuro.
Hasta ahora, los investigadores han encontrado que el cambio climático acabará conla vida de muchas más personas de lo que se pensaba. El economista de la Universidad de Chicago (EE. UU.) que codirige el Laboratorio de Impacto del Clima con Hsiang, Michael Greenstone, explica que las anteriores estimaciones de mortalidad se basaban en siete ciudades ricas, la mayoría de ellas en las condiciones climáticas relativamente frías. Su grupo examinó los datos obtenidos del 56 % de la población mundial. Descubrió que el coste social del carbono relacionado solo con el aumento de la mortalidad es de 27 euros, casi tan alto como la estimación de la administración Obama para el coste social de todos los impactos del clima. Este grupo estima que 9,1 millones de personas más morirán cada año hasta el 2100, si no se logra controlar el cambio climático (contando que entonces habrá una población global de 12.700 millones de personas).
La desigualdad del cambio climático
No obstante, aunque el análisis del Laboratorio de Impacto Climático mostró que el 76 % de la población mundial sufriría las tasas de mortalidad más altas, también encontró que la subida de las temperaturas salvaría vidas en varias regiones del norte. El resultado concuerda con otras investigaciones recientes; los impactos del cambio climático serán bastante desiguales.
Las variaciones son significativas incluso dentro del mismo país. En 2017, Hsiang y sus colaboradores calcularon los impactos climáticos por cada condado en Estados Unidos. Encontraron que cada grado de calentamiento reduciría el PIB del país en aproximadamente un 1,2 %, pero los condados más afectados podrían sufrir una caída de alrededor del 20 %.
Si no se logra controlar el cambio climático hasta finales de este siglo, el sur y el suroeste de EE. UU. acabarán devastados por el aumento de las tasas de mortalidad y la pérdida de cultivos. La productividad laboral disminuirá y los costes de energía (especialmente debido al aire acondicionado) aumentarán. En cambio, el noroeste y partes del noreste de Estados Unidos saldrán beneficados.
El cambio climático provocará "una enorme reestructuración de la riqueza", explica Hsiang. Este es el hallazgo más importante de los últimos años en la economía del clima, agrega. Al analizar las regiones más pequeñas, es posible ver a "los que saldrán ganando y a los que no". Muchos investigadores de la comunidad climática se han mostrado reacios a estos hallazgos, destaca, y matiza: "Pero tenemos que mirar [la desigualdad] directamente a los ojos".
El coste social del carbono se calcula normalmente como una numeración única global. Eso tiene sentido, ya que el daño de una tonelada de carbono emitido en un solo lugar se propaga por todo el mundo. Pero el año pasado, la climatóloga de la Universidad de California en San Diego y del Instituto de Oceanografía Scripps de la Joya (ambos en EE. UU.) Katharine Ricke publicó los costes sociales del carbono de algunos países específicos para poder analizar las diferencias regionales.
La India será una de las grandes perdedoras. No solo tiene una economía en rápido crecimiento que se desacelerará, sino que ya es un país bastante cálido que sufrirá muchísimo por calentarse aún más. "La India sufrirá una gran parte del coste social global del carbono, más del 20 %", sostiene Ricke. También destaca lo poco que ha contribuido realmente a las emisiones de carbono del mundo. "Es un grave problema de equidad", subraya.
Estimar el coste social global del carbono también plantea una cuestión desconcertante: ¿Cómo valorar los futuros daños? Ya deberíamos empezar a invertir para ayudar a nuestros hijos y nietos a evitar el sufrimiento, pero ¿cuánto? Es un tema que los economistas debaten acaloradamente y a menudo con enfados.
Una herramienta económica estándar es la tasa de descuento, que se utiliza para calcular cuánto deberíamos invertir ahora para lograr un beneficio en los próximos años. Cuanto mayor sea la tasa de descuento, menos se valorará el futuro beneficio. El Premio Nobel de economía en 2018por su uso pionero de los modelos para mostrar los efectos macroeconómicos del cambio climático, William Nordhaus, ha utilizado una tasa de descuento de alrededor del 4 %. Se trata de una tasa relativamente alta que sugiere que la inversión actual debería ser conservadora. En marcado contraste, un informe de referencia de 2006 del famoso economista británico Nicholas Stern planteó una tasa de descuento del 1,4 %, concluyendo que deberíamos comenzar a invertir mucho más para frenar el cambio climático.
A demás de la complejidad técnica, todos estos cálculos incluyen una dimensión ética. Los países ricos cuya prosperidad se había basado en los combustibles fósiles tienen la obligación de ayudar a los países más pobres. Los ganadores de la situación climática no pueden abandonar a los perdedores. Asimismo, a las generaciones futuras les debemos algo más que solo consideraciones financieras. ¿Cuál es el valor de un mundo libre de la amenaza de eventos climáticos catastróficos y con ecosistemas naturales saludables y prósperos?
¿Qué mundo dejaremos a nuestros hijos?
Para abordar temas como el cambio climático y la desigualdad, ha surgido el Green New Deal (o Nuevo Pacto Verde), propuesto por la congresista de EE. UU. Alexandria Ocasio-Cortez y otros progresistas. El plan resalta los peligros de la subida de temperatura más allá del objetivo de la ONU de 1,5 °C y fija una larga lista de recomendaciones. Los expertos en energía no tardaron en ponerse a discutir sobre sus detalles: ¿es realmente factible lograr que el 100 % de la energía proceda de fuentes renovables en los próximos 12 años? (Probablemente, no). ¿debería incluirse la energía nuclear, ya que muchos activistas del clima sostienen que es esencial para reducir las emisiones?
En realidad, el Nuevo Pacto Verde aporta poco sobre las políticas reales y apenas da pistas de cómo abordaría sus grandes desafíos, desde una jubilación segura para todos hasta fomentar las granjas familiares para garantizar un acceso a la naturaleza. Pero no se trata de eso. El Nuevo Pacto Verde es un grito de indignación contra lo que llama "la doble crisis del cambio climático y de una creciente desigualdad de ingresos". Es un intento político de hacer que el cambio climático sea parte de una discusión más amplia sobre la justicia social. Y, al menos desde la perspectiva de la política climática, sí que tiene razón al argumentar que no podemos abordar el calentamiento global sin tener en cuenta las cuestiones sociales y económicas más amplias.
El trabajo de investigadores como Ricke, Hsiang y Greenstone apoya esa postura. Sus hallazgos no muestran solo que el calentamiento global puede empeorar la desigualdad y otros males sociales, además ofrecen pruebas de que vale la pena actua de forma agresiva. El año pasado, unos investigadores de la Universidad de Stanford (EE. UU.) calcularon que limitar el calentamiento a 1,5 °C ahorraría más de 17.800 billones de euros) en todo el mundo para finales de este siglo. Una vez más, los impactos resultaron desiguales: el PIB de algunos países se vería afectado por la acción climática agresiva. Pero la conclusión fue abrumadora: más del 90 % de la población mundial se beneficiaría. Además, el costo de mantener la subida de temperatura limitada a 1,5 °C se reduciría por los ahorros a largo plazo.
Sin embargo, las inversiones tardarán décadas en recuperarse. Las energías renovables y las nuevas tecnologías limpias podrían producir un auge en la fabricación y una economía más sólida, pero el Green New Deal se equivoca al no hablar de los sacrificios financieros que tendremos que hacer a corto plazo.
Es por eso que los remedios climáticos son tan difíciles de aceptar. Necesitamos una política global, pero, como siempre se nos recuerda, la política es siempre local. Añadir un 20 % al coste de ese viaje de en coche de más de 3.000 kilómetros puede parecer poco, pero habrá que convencer al pobre conductor de que aumentar el precio del combustible es una política económica inteligente. Un aumento mucho menor provocó los disturbios de los chalecos amarillos en Francia el invierno pasado. Ese es el dilema, tanto político como ético, que todos enfrentamos con el cambio climático.