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Kelsey Niziolek

Cambio Climático

La gran certeza del cambio climático: nuestro estilo de vida ha muerto

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Tenemos que aprender a vivir de otra forma, sin tener agua asegurada, ni muchos alimentos, con episodios de violencia y regiones devastadas. Dado que no es la primera vez que una civilización colapsa, deberíamos aprender de sus éxitos y errores para abordar nuestro nuevo y sombrío futuro

  • por Roy Scranton | traducido por Ana Milutinovic
  • 16 Mayo, 2019

La versión de ficción del apocalipsis siempre comienza con un suceso que se esperaba (un lanzamiento de misiles, un virus que se ha escapado, una plaga de zombis) y que avanza rápidamente hacia una nueva escala. Algo sucede, y la mañana siguiente nos vemos empujando un carrito de la compra por una carretera llena de Teslas abandonados, con la escopeta preparada para disparar. El acontecimiento en sí mismo es clave: es un bautismo, una espada de fuego que separa el pasado y el presente, la historia del nacimiento de Nuestro Futuro.

Pero, el catastrófico cambio climático global no es ningún suceso puntual ni nos estamos preparando para luchar contra él. Lo estamos viviendo ahora mismo. En agosto de 2018, durante un verano de incendios forestales y de devastadores récords de calor, el hielo más fuerte y más antiguo del Mar Ártico se rompió por primera vez en la historia, presagiando la agonía final de la espiral de muerte del Ártico.

En septiembre de 2018, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, pronunció un discurso de advertencia: "Si no cambiamos el rumbo para 2020, corremos el riesgo de perder el punto en el que podríamos evitar un cambio climático descontrolado". Durante los meses siguientes, el Gobierno de EE.UU. acabó paralizado por una pelea sobre si construir un muro en la frontera sur para mantener alejados a los refugiados del cambio climático; mientras, descubríamos que las emisiones de gases de efecto invernadero no han disminuido sino que de hecho se han acelerado; y se produjo una revuelta populista en Francia por el rechazo a un impuesto a los carburantes.

En las primeras semanas de 2019, se publicaron nuevos informes científicos que sugieren que es posible que ya hayamos pasado el punto de no retorno. Uno de ellos revela que los aerosoles de partículas podrían tener el doble del efecto de enfriamiento del que se había estimado previamente, lo que significa que el calentamiento global sería aún mayor si no se viera afectado por la contaminación del aire, y que la reducción de las emisiones probablemente cause un aumento en el calentamiento a corto plazo. Otro informe sostiene que el derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia puede haber cruzado un punto de inflexión y se espera que contribuya sustancialmente al aumento del nivel del mar en este siglo. Otro estudio señala que la Antártida pierde seis veces más masa de hielo al año que hace 40 años. Otro artículo anunció el descubrimiento de una cavidad del tamaño de Manhattan en el glaciar Thwaites de la Antártida, una evidencia más del persistente colapso catastrófico de la capa de hielo de la Antártida Occidental, que podría elevar el nivel del mar en 2,5 metros o más dentro de un siglo.

Otro informe describe cómo los eventos climáticos extremos, como las sequías y las olas de calor, disminuyen a la mitad la cantidad de dióxido de carbono que el suelo puede absorber, lo que significa que el calentamiento global no solo aumenta el clima extremo, sino que el clima extremo aumenta el calentamiento global. Otro estudio muestra un calentamiento significativo en el permafrost ártico, con el permafrost siberiano que se ha calentado casi un grado centígrado entre 2007 y 2016. Eso augura un aumento en las emisiones del metano del Ártico debido a la descomposición de la materia orgánica derretida, una predicción confirmada por otro estudio que muestra un rápido incremento del metano en niveles atmosféricos desde 2014 hasta 2017.

Este aumento del metano atmosférico es tan fuerte que anularía de forma efectiva los compromisos adquiridos en el Acuerdo Climático de París (Francia). El informe detalla: "De este modo, incluso si las emisiones antropogénicas de CO2 se limitan con éxito, el inesperado y sostenido aumento actual del metano puede aplastar todos los avances en otros esfuerzos de reducción y significaría que el Acuerdo de París fracasaría". Otro estudio muestra que las anticipadas lluvias de primavera en el Ártico provocadas por el calentamiento global aumentan las emisiones de metano del permafrost en un 30 %.

Mientras tanto, según una reciente investigación, los océanos se están calentando un 40 % más rápido de lo que se pensaba. Dadas las trayectorias actuales de las emisiones de carbono y la dinámica de retroalimentación, es probable que para el año 2050 las temperaturas medias globales de la superficie sean entre 2 °C y 3 °C más altas que los niveles preindustriales, lo que podría llevar la trayectoria del clima global de la Tierra más allá del punto en el que la acción humana sería capaz de estabilizarlo. Un reciente estudio de síntesis sostiene que incluso un calentamiento de 1,5 °C tiene la posibilidad de iniciar "una cascada de reacciones [que] podría inclinar todo el sistema de la Tierra hacia un modo irreversible de 'Hothouse Earth' (Tierra Invernadero)".

Aún más desconcertante resulta un estudio de 2017 que sostiene que lo que muchos (incluido el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU) identifican como la "línea de base preindustrial" para el calentamiento global está fijada demasiado tarde y no tiene en cuenta factores como las primeras emisiones industriales. Esto significa que probablemente deberíamos añadir al menos otros 0,2 °C a las mediciones del actual calentamiento global antropogénico sobre las normas preindustriales, y eso sugiere, en función de cómo se mida, que podríamos estar acercándonos a esa línea roja de los 1,5 °C no en 20 años sino en 10, o cinco, o tres.

Una nueva era oscura

Imagínense el año 2050. Yo tendré 72 años. Mi hija cumplirá 33 años. Las amplias franjas de las costas actualmente habitadas, así como las selvas y desiertos ecuatoriales probablemente serán inhabitables: o estarán bajo el agua o resultarán demasiado calientes para la vida humana. La gente de todo el mundo probablemente habrá visto innumerables desastres climáticos locales y regionales, habrá sufrido grandes crisis económicas mundiales y catastróficas pérdidas de cosechas, y se habrán acostumbrado a actos de violencia aleatorios por ciudadanos enfadados y, a veces, hambrientos, que actúan contra gobiernos cada vez más represivos que luchan por mantener el control. En respuesta a toda esta inestabilidad política, ambiental y económica, algunos pueblos especialmente preocupados probablemente habrán intercambiado su libertad a cambio de promesas de seguridad, mientras que las fuerzas del orden habrán construido más muros y los países habrán empezado a luchar por recursos que antes eran abundantes, como el agua potable.

Si las ramificaciones políticas y sociales del calentamiento global son similares a lo que sucedió durante la última gran fluctuación climática, la "Pequeña Edad de Hielo" del siglo XVII, entonces deberíamos esperar una sucesión similar de hambrunas, plagas y guerras. El historiador Geoffrey Parker estima que los efectos de segundo orden del enfriamiento global de 1 °C, que comenzó alrededor de 1650, pudo haber eliminado a un tercio de la población humana. Los registros de algunas partes de China, Polonia, Bielorrusia y Alemania indican pérdidas de más del 50 %.

El sistema climático de la Tierra no es un termostato, no podemos simplemente soltar un montón de carbono a la atmósfera y luego detenerlo como en un videojuego.

Con toda probabilidad, lo que viene será peor. Según Lloyd's of London, que en 2015 encargó un estudio sobre la seguridad alimentaria, se espera que cualquier perturbación significativa en el sistema alimentario mundial "genere grandes impactos económicos y políticos". Pero, a medida que la situación climática de la Tierra se transforma en un ambiente que la civilización humana nunca había visto antes, deberíamos esperar no una perturbación única sino una interminable serie de ellas. Y esto si suponemos que el calentamiento global continúa al ritmo actual, y no acelera de forma irregular como resultado de las reacciones en cascada mencionadas anteriormente.

Todo esto sucederá día tras día, mes a mes, año a año. Sin duda habrá "eventos", como los que hemos visto en la última década: olas de calor, huracanes altamente destructivos, la desaceleración de las corrientes vitales del Océano Atlántico y acontecimientos políticos relacionados con el cambio climático, como la guerra civil siria, la crisis de refugiados en el Mediterráneo, los disturbios de los chalecos amarillos de Francia, etcétera. Pero salvo la guerra nuclear, es poco probable que veamos un "Acontecimiento" global que marque la transición que necesitamos, que haga "real" el cambio climático y que nos obligue a cambiar nuestros caminos.

Los más probable es que los próximos 30 años se parezcan al lento desastre que vivimos en el presente: nos acostumbraremos a nuevas perturbaciones, a nuevas brutalidades, a la "nueva normalidad", hasta que un día levantemos la vista de nuestras pantallas para encontrarnos en una nueva era oscura, a menos que, evidentemente, ya estemos allí.

Este no es el apocalipsis con el que crecí. No es un apocalipsis para el que sea posible prepararse, escapar o esconderse. No es un apocalipsis con un principio y un final, después del cual los supervivientes podrán empezar a reconstruir. De hecho, no es en absoluto un "Acontecimiento", sino un nuevo mundo, una nueva era geológica en la historia de la Tierra, en la que este planeta no será necesariamente hospitalario para el primate bípedo que llamamos Homo sapiens. El planeta se está acercando a, o ya está cruzando, varios umbrales clave, más allá de los cuales las condiciones que han fomentado la vida humana durante los últimos 10.000 años ya no se mantienen.

Este no es nuestro futuro, sino nuestro presente: un tiempo de transformación y lucha más allá del cual es difícil ver un camino claro. Incluso en el mejor de los casos: una transformación rápida, radical y total del sistema de energía del que depende la economía global (lo que supondría una reorganización completa de la vida humana colectiva), junto con una inversión masiva en la tecnología de captura de carbono, y todo ello bajo el control de una cooperación mundial sin precedentes: los factores estresantes y los umbrales que enfrentamos continuarán ejerciendo enormes presiones sobre una población humana que sigue creciendo.

Adiós a la buena vida

El calentamiento global no se puede entender bien o abordar de manera aislada. Incluso si de alguna forma "resolviéramos" la geopolítica, las guerras y la desigualdad económica para reconstruir nuestro sistema energético global, todavía tendríamos que solucionar la continua destrucción de la biosfera, las toxinas cancerígenas que hemos esparcido por todo el mundo, la acidificación de los océanos, la crisis inminente en la agricultura industrial, y sobrepoblación. No existe un plan realista para la mitigación del calentamiento global, por ejemplo, que no incluya algún tipo de control sobre el crecimiento de la población. Pero, ¿qué es lo que significa eso exactamente? La educación y el control de la natalidad parecen bastante razonables, pero ¿lo demás? ¿Una política global de un solo hijo? ¿Abortos obligatorios? ¿Eutanasia? Es fácil ver lo complejo y polémico que se vuelve ese problema. Además, el clima de la Tierra no es un termostato. No se puede suponer que podemos soltar un montón de carbono a la atmósfera, impactar radicalmente a todo el sistema climático global y luego detenerlo como en un videojuego.

Es difícil asumir nuestra situación a nivel psicológico, filosófico y político. La mente racional no acepta ese tipo de apocalipsis. Hemos dado un salto decisivo a un nuevo mundo, y los marcos conceptuales y culturales que hemos desarrollado para dar sentido a la existencia humana en los últimos 200 años parecen totalmente inadecuados para hacer frente a esta transición, y mucho menos para ayudarnos a adaptarnos a la vida en este planeta caliente y caótico.

Nuestras vidas se basan en conceptos y valores que están amenazados existencialmente por un dilema grave: o transformamos radicalmente la vida colectiva humana abandonando el uso de los combustibles fósiles o, lo más probable, el cambio climático provocará el fin de la civilización global capitalista alimentada por los combustibles fósiles. Revolución o colapso: en cualquier caso, la buena vida que conocemos ya no es viable. Tantas cosas que damos por sentado: el crecimiento económico continuo; el incesante progreso tecnológico y moral; un mercado global capaz de satisfacer rápidamente un sinfín de deseos humanos; recorrer fácilmente grandes distancias; viajes frecuentes a países extranjeros; abundancia agrícola durante todo el año; una gran cantidad de materiales sintéticos para hacer bienes de consumo baratos y de alta calidad; ambientes climatizados; naturaleza preservada para la apreciación humana; vacaciones en la playa; vacaciones en la montaña; esquí; el café de la mañana; una copa de vino por la noche; mejores vidas para nuestros hijos; la seguridad frente a desastres naturales; abundante agua limpia; propiedad privada de casas y coches y terrenos; una personalidad que adquiere significado a través de la acumulación de varias experiencias, objetos y sentimientos; la libertad humana entendida como la posibilidad de elegir dónde vivir, a quién amar, qué podemos ser y en qué creer; la fe en un clima estable como telón de fondo para reproducir nuestros dramas humanos. Nada de esto es sostenible tal y como lo hacemos ahora.

El cambio climático está ocurriendo, eso está claro. Pero el problema sigue estando fuera de nuestro alcance, y cualquier solución realista parece inimaginable dentro de nuestro marco conceptual actual. Aunque la situación es grave, abrumadora, intratable y sin precedentes en escala, aún así, no está exenta de análogos históricos. Esta no es la primera vez que un grupo de personas ha tenido que lidiar con el fracaso de su marco conceptual para navegar por la nueva realidad. No es la primera vez que el mundo se acaba.

Otras culturas colapsaron

Poetas, pensadores y eruditos han reflexionado una y otra vez sobre el colapso de las civilizaciones. La antigua Epopeya de Gilgamesh cuenta el mito sumerio sobre las personas que sobrevivieron al derrumbe de una civilización causado por la transformación ecológica: Gilgamesh "trajo sabiduría antes del Diluvio". La Eneida de Virgilio habla no solo de la caída de Troya sino también de la supervivencia de los troyanos. Varios libros de la Torá cuentan cómo el rey de Babilonia Nabucodonosor conquistó al pueblo judío, destruyó su templo y los exilió. Esa historia proporcionó a las generaciones posteriores un poderoso modelo de resistencia cultural.

Una analogía histórica destaca con particular fuerza: la conquista europea y el genocidio de los pueblos indígenas de las Américas. En este caso, un mundo se acabó de verdad. Muchos mundos, de hecho. Cada civilización, cada tribu, vivió su propio sentido de la realidad; pero, todos estos pueblos vieron cómo sus mundos se destruían y fueron obligados a luchar por la continuidad cultural más allá de la mera supervivencia, una lucha que el poeta indígena de origen anishinaabe, Gerald Vizenor, llama " survivance" (un tipo supervivencia aplicada exclusivamente su caso).

El filósofo Jonathan Lear ha reflexionado profundamente sobre este problema en su libro Radical Hope. Ahí analiza el caso de Plenty Coups, el último gran jefe indio de la tribu Apsáalooke, también conocida como los Crow. Plenty Coups guió a los Crow por la transición forzada de la vida como cazadores y guerreros nómadas a granjeros pacíficos y sedentarios. Esta transición supuso una terrible pérdida de significado, pero Plenty Coups fue capaz de articular un importante camino hacia adelante e incluso esperanzador.

La experiencia de esta tribu, como lo explica Lear, se basa en que después de la llegada del hombre blanco y el paso del búfalo, "no ocurrió nada". Es decir, cuando la manera de vivir de los Crow se derrumbó, sus miembros ya no lograron encontrar el sentido de los actos y sucesos individuales dentro de una red rica de significados, valores y objetivos compartidos. La tribu había sobrevivido, pero ya no vivía como antes. En un sentido fuerte, los acontecimientos ya no tenían ningún significado, lo que quiere decir que ya no existía algo como un "suceso". La tribu se enfrentó a la destrucción de su realidad conceptual.

A pesar de esto, Plenty Coups ofreció a su gente la visión de un futuro en el que los sucesos podían volver a tener sentido. Explicó su visión a través de un sueño que había tenido sobre la desaparición del búfalo. En el sueño, un pájaro carbonero chickadee enseña a Plenty Coups a escuchar atentamente, a "aprender de sus enemigos a evitar los desastres con las experiencias de otros".

No es la primera vez que un grupo de personas ha tenido que lidiar con el fracaso de su marco conceptual para navegar por la realidad. No es la primera vez que el mundo se acaba.

"Las formas tradicionales de vivir una buena vida se iban a destruir. Pero había un respaldo espiritual para el pensamiento de que surgirían nuevas maneras de vivir para esta tribu, si tan solo seguían las virtudes del pájaro carbonero chickadee", escribe Lear. ".

Hoy en día, los Crow, al igual que los Sioux, los Navajo, los Potawatomi y muchos otros pueblos indígenas, viven en comunidades que luchan contra la pobreza, el suicidio y el desempleo. Pero estas comunidades también cuentan con poetas, historiadores, cantantes, bailarines y pensadores comprometidos con la prosperidad cultural indígena. Lo importante aquí consiste en no idealizar la cercanía de los indígenas con la "naturaleza", o mimar ese anhelo ingenuo por los valores perdidos de un guerrero-cazador, sino preguntar qué podemos aprender de las personas valientes e inteligentes que sobrevivieron a la catástrofe cultural y ecológica.

Debemos seguir adelante

Igual que Plenty Coups, nos enfrentamos a la destrucción de nuestra realidad conceptual. Los niveles catastróficos del calentamiento global ya son prácticamente inevitables, y de una u otra forma nos llevará al final de la vida tal y como la conocemos.

Así que debemos afrontar dos desafíos distintos. El primero consiste en reducir las peores posibilidades del cambio climático y evitar la extinción humana limitando las emisiones de gases de efecto invernadero y disminuyendo el dióxido de carbono en la atmósfera. El segundo reto consiste en evolucionar hacia una nueva manera de vivir en el mundo que hemos creado. Lograr este segundo desafío requiere recordar con pena lo que ya hemos perdido, aprender de la historia, encontrar un camino realista hacia adelante y comprometernos con una idea de prosperidad humana más allá de cualquier esperanza de saber qué forma tendría. "Se trata de una manera desalentadora de compromiso", escribe Lear, ya que el compromiso "con una bondad en el mundo trasciende la capacidad actual de comprender en qué consistiría".

No está claro si las personas modernas poseemos los recursos psicológicos y espirituales para cumplir con este desafío. Sólo aceptar la situación actual ya ha supuesto una lucha de toda una generación, y el resultado sigue siendo poco claro. Es posible que una respuesta exitosa a este desafío existencial no importe en absoluto a menos que veamos de inmediato unas reducciones sustanciales en las emisiones globales de carbono ya que un estudio reciente sugiere que a niveles de dióxido de carbono en la atmósfera de alrededor de 1.200 partes por millón, que estamos en camino de alcanzar en algún momento del próximo siglo, los cambios en la turbulencia atmosférica podrían disipar las nubes que reflejan la luz solar de los subtrópicos, agregando hasta 8 °C de calentamiento sobre los más de 4 °C de calentamiento que ya se esperaban para ese punto. Tanto calentamiento, y tan rápido, 12 °C dentro de 100 años, supondría un cambio ambiental tan abrupto y radical que es difícil imaginar a un gran depredador de mamíferos de sangre caliente como el Homo sapiens que sobreviva en cantidades significativas. Ese tipo de crisis podría producir un freno poblacional como los que se dieron en la prehistoria, ya que muchos miles de millones de personas morirán, o podría significar el fin de nuestra especie. No hay una manera real de saber qué sucederá, excepto analizando las catástrofes similares en el pasado, que han dejado a la Tierra como un cementerio de especies desaparecidas. Nosotros quemamos algunas de ellas para conducir nuestros coches.

Pero, el hecho de que nuestra situación pinte mal, eso no nos exime de la obligación de encontrar un camino a seguir. Nuestro apocalipsis está sucediendo día a día, y nuestro mayor desafío consiste en aprender a vivir con esta verdad mientras seguimos comprometidos con alguna forma todavía inimaginable de una futura prosperidad humana: vivir con una esperanza radical. A pesar de las décadas de fracasos, de un historial desalentador, de una parálisis continua, de un orden social orientado hacia el consumo y la distracción, y de la gran posibilidad de que nuestros bisnietos serían la última generación de seres humanos viviendo en el planeta Tierra, debemos continuar. No tenemos otra opción.

 

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