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Tecnología y Sociedad

La medicina necesita una ley de Moore

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La tecnología es la principal causa de la subida de los costes sanitarios. También podría ser la cura.

  • por Antonio Regalado | traducido por Francisco Reyes (Opinno)
  • 04 Septiembre, 2013

La ley de Moore predice que cada dos años el coste de la informática bajará a la mitad. Por eso podemos estar seguros de que los dispositivos del futuro no solo serán mejores sino también más baratos. Sin embargo, en los hospitales y consultorios médicos estadounidenses parece influir una ley muy distinta: cada 13 años, el gasto en atención sanitaria se duplica.

Los costes sanitarios representan uno de cada cinco dólares gastados en Estados Unidos. Suponen un 17,9 por ciento del producto interno bruto, frente al 4 por ciento que representaban en 1950. Además, la tecnología ha sido el principal motor de este gasto: nuevos medicamentos que cuestan más, nuevas pruebas que encuentran más enfermedades a tratar, nuevos implantes quirúrgicos y técnicas. "Los ordenadores hacen que las cosas sean mejores y más baratas. En la atención sanitaria, las nuevas tecnologías hacen que las cosas sean mejores, pero más caras", asegura Jonathan Gruber, economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, en EE.UU.), que lidera un grupo de atención sanitaria en la Oficina Nacional de Investigación Económica.

Gran parte del gasto ha valido la pena. Aunque EE.UU. gasta más que cualquier otro país, con gran diferencia además, la atención sanitaria se está convirtiendo en uno de los sectores más grande dentro de casi todas las economías. Lo cual tiene sentido. El uso de una mejor medicina hace que vivamos más tiempo. Sin embargo, el gasto médico es tan alto en EE.UU. que la Casa Blanca proyecta que si sigue creciendo, podría, en 25 años, llegar a suponer un tercio de la economía, y se comerá el 30 por ciento del presupuesto federal. Eso conllevará una subida de impuestos. Si no podemos aceptarlo, señala Gruber, vamos a necesitar una tecnología diferente. "En esencia, se trata de pasar de una tecnología que incremente los costes a otra que los reduzca. Ese es el reto del siglo XXI", afirma.

Esa es la gran pregunta que nos hacemos este mes en la sección Business Report de MIT Technology Review. ¿Qué tecnologías pueden ahorrar dinero en la atención sanitaria? Cuando nos pusimos a buscarlas, Jonathan Skinner, economista de la salud en el Dartmouth College, nos advirtió de que son "muy difíciles de encontrar".

En un ensayo que publicaremos los próximos días, Skinner explica por qué: el sistema de seguros de salud público y privado de EE.UU. no ofrece casi ningún incentivo para utilizar un tipo de medicina efectiva en cuanto a costes. De hecho, el libre acceso a la tecnología de alto coste es algo intocable a nivel político. Como parte de Obamacare, el programa de reestructuración gubernamental de los beneficios de los seguros médicos, la Casa Blanca estableció un nuevo instituto de investigación federal que gastará 650 millones de dólares (493 millones de euros) en un año estudiando lo que funciona en la medicina, y lo que no. Averiguar si dicha medicina puede ser más barata es otro asunto distinto.

Según la ley bajo la que se creó el instituto, sus empleados no pueden hacer ese tipo de afirmaciones. Un portavoz del instituto señala que este tiene prohibido tener en cuenta "los costes o el ahorro de costes". No sería mucho cinismo especular por qué. Cinco de los siete mayores lobbies en Washington DC están a cargo de médicos, compañías de seguros y empresas farmacéuticas. Recortar el gasto no es una prioridad en sus agendas del día.

Para encontrar ideas de reducción de costes, hay que centrar la atención fuera de la corriente principal de la industria de la salud, o al menos centrarse en sus límites. En este informe realizamos un perfil de Eric Topol, cardiólogo, investigador y director del Instituto de Ciencia Traslacional Scripps en San Diego (EE.UU.), que en su día alertó sobre los peligros de Vioxx, un fármaco para el corazón valorado en 2.500 millones de dólares (1.988 millones de euros). En la actualidad, Topol está armando revuelo de nuevo, esta vez para derribar todo el modelo económico de la medicina mediante el uso de aparatos electrónicos de bajo coste, como por ejemplo un lector de ultrasonido que se conecta a un teléfono inteligente.

Llevando su iPhone por todo el hospital, Topol hace una declaración de principios: una forma de arreglar la curva ascendente del coste sanitario es aprovechar la ley de Moore. La idea es que cuanta más medicina se pase al campo digital, más productiva será.

Esa es también la filosofía de la mayor intervención estratégica del Gobierno de EE.UU. en la tecnología de atención sanitaria hasta la fecha. En 2009, apartó 27.000 millones de dólares (20.496 millones de euros) para hacer pagos a médicos y hospitales y fomentar que se pasaran de los archivos en papel a los historiales médicos electrónicos. El objetivo de la transición, que hoy día se ha completado en casi un 50 por ciento, es crear una especie de Internet para obtener información médica.

Eso podría provocar una transformación. Los hospitales están empezando a usar los 'grandes volúmenes de datos', los pacientes están utilizando las redes sociales para tomar el control de su salud, y los empresarios están tratando de inventar aplicaciones que superen a las demás. Vinod Khosla, un destacado inversor de Silicon Valley que ha definido lo que hacen los médicos como "brujería", predice que las máquinas podrían reemplazar el 80 por ciento de su trabajo. Y no solo se limita a decirlo, sino que además está invirtiendo dinero. Una de las empresas que está apoyando, EyeNetra, utiliza un teléfono para medir qué graduación de gafas necesitas, sin tener que ir al médico.

Lo que todavía falta son fuertes incentivos financieros para la tecnología de ahorro de costes. John Backus, socio de New Atlantic Ventures, cree que el desencadenante será el creciente mercado de dinero en efectivo por los servicios médicos. Las cuotas de deducción en los seguros de salud están aumentando y, en virtud de Obamacare, algunas personas obtendrán cantidades fijas de las empresas donde trabajen o del Gobierno para comprar seguros por Internet. Backus pone el ejemplo de un padre que envíe una imagen de una erupción de su niño y quiera un diagnóstico. Muy pocos médicos responden a los correos electrónicos, ya que no pueden facturar a los seguros por ello. "Pero en un mercado de dinero en efectivo, la gente lo exigirá, y los médicos tendrán que hacerlo".

La medicina está tan por detrás de otras industrias que algunas de las ideas que los emprendedores están proponiendo parecen sacadas de la década de los 90. Una aplicación llamada PokitDok, financiada con cerca de 5 millones de dólares (3,8 millones de euros), pare de ellos procedentes de la empresa de Backus, es un sitio de subastas en línea que permite a los consumidores saber cuánto pretenden cobrar los doctores. Estos motores de precios son iguales a los que se usan para comprar billetes de avión. Sin embargo, en la atención sanitaria de EE.UU., sigue siendo casi imposible saber lo que te va a costar un tratamiento.

El mayor problema al que se enfrentan este tipo de innovaciones, entre ellas los sistemas de registros, los aparatos móviles y los modelos de negocio basados en Internet, es que sus promesas de reducción de costes, aunque plausibles y atractivas, no han podido ser demostradas. Y podría llevar muchos años antes de que sepamos si realmente logran reducir los costes de la medicina. Micky Tripathi, director general de la Massachusetts eHealth Collaborative, señala que se tardó una década en detectar por primera vez las ganancias de productividad de los ordenadores personales en el conjunto de la economía a finales de la década de los 90. "Es demasiado pronto para saberlo", afirma Tripathi. "Estamos en la versión 1.0 de la tecnología de la información sanitaria".

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