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Biotecnología

Genes verdes

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Los primeros primates transgénicos capaces de traspasar sus genes extranjeros constituyen un avance médico impresionante y una visión de futuro problemática.

  • por Amanda Schaffer | traducido por Francisco Reyes (Opinno)
  • 30 Noviembre, 2009

Esta primavera nos llegaron noticias sobre un avance biológico en forma de bebés de mono tití cuyos pies emitían un brillo verdoso al ser expuestos a luz ultravioleta. Los investigadores del Instituto Central para Animales Experimentales en Kawasaki, Japón, habían modificado genéticamente los monos para que incorporasen un gen, derivado de la medusa, que produce una proteína de fluorescencia verde. Era la primera vez que los científicos añadían un gen a un primate de forma que un rasgo pudiese ser transmitido de una generación a la siguiente.

La hazaña constituye una posibilidad interesante: si los genes asociados con algunos de casos de enfermedades humanas tales como la enfermedad de Huntington, la de Parkinson, la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) y el Alzheimer se introdujesen en los primates, se podrían utilizar colonias de animales alterados genéticamente para probar las terapias contra estas enfermedades. Esto sería más efectivo que estudiar los efectos de los genes en, digamos, ratones o ratas, puesto que los cerebros de los primates son mucho más parecidos a los humanos en términos de funciones motoras complejas y cognición. “Llevamos mucho tiempo esperando modelos de enfermedades como estos,” afirma John Morrison, profesor de neurociencia en la Escuela de Medicina Mount Sinai de Nueva York.

Durante años, los investigadores han creado modelos animales para el estudio de enfermedades mediante la transmisión de nuevos genes en animales menos avanzados como los ratones. En 2001, un equipo de científicos en la Universidad de Salud y Ciencia de Oregon informó acerca del primer primate transgénico, un mono rhesus capaz de producir proteínas fluorescentes verdes. Sin embargo los investigadores japoneses han conseguido un nuevo avance. Erika Sasaki y sus colegas han introdujeron el gen de la medusa en unos embriones de mono tití en su fase inicial. Después transplantaron los embriones en monos hembra adultos, lo que dio como resultado varios embarazos y una nueva generación portadora del gen. Después se utilizó esperma y óvulos de los monos con el gen para producir una nueva generación in Vitro, y algunos de ellos también portaron el gen y produjeron la proteína fluorescente.

Por supuesto, la creación de unos cuantos titíes pigmeos está muy lejos de crear colonias disponibles para poner a prueba tratamientos específicos contra enfermedades. Sasaki y sus colegas utilizan un virus para introducir el nuevo gen, lo que significa que no pueden controlar cuántas copias serían insertadas en el genoma del mono o exactamente dónde serían insertadas. Los investigadores probablemente necesitarán desarrollar una forma más precisa y consistente para introducir los genes, especialmente si quieren estimular enfermedades.

Además, puede que los monos tití no sean el modelo de investigación ideal. Supusieron una buena elección para el equipo japonés puesto que alcanzan la madurez sexual relativamente rápido, y las hembras pueden producir entre 40 y 80 crías durante su ciclo vital. También son menos caros y el trabajo con ellos a nivel de colonia es más eficiente si se compara con primates de mayor tamaño y que se reproducen de forma menos copiosa. Aún así, todavía hay que probar que pudiesen ser modelos para enfermedades neurodegenerativas. Eso se debe a que sus cerebros difieren más de los cerebros humanos que los cerebros de los monos del Viejo Mundo, como los macacos rhesus. Además se poseen menos datos acerca de sus funciones cognitivas normales, puesto que no se han estudiado de forma tan activa. Por tanto, para estudiar las disrupciones de procesos de alto orden como la memoria, que puede resultar de importancia central en enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, podrían no resultar lo suficientemente buenos.

Aún así, la posibilidad de conseguir modelos primates transgénicos podría revolucionar la investigación médica. Este tipo de primates podría convertirse en un campo de pruebas para nuevas terapias que ofrezcan resultados prometedores en ratones pero que sean demasiado arriesgadas como para probarlas en humanos. Esto es especialmente cierto en el caso de enfermedades en las que el cerebro y el sistema nervioso estén involucrados. Morrison afirma que la falta de buenos modelos primates ha sido un “obstáculo muy importante” en el desarrollo y pruebas de nuevos tratamientos contra varias enfermedades neurodegenerativas.

Tomemos como ejemplo la enfermedad de Huntington. Los modelos roedores actuales no capturan los aspectos principales de la enfermedad, en parte debido a las diferencias entre sus cerebros y los cerebros humanos. Las personas con Huntington normalmente muestran movimientos anormales, especialmente los retorcimientos conocidos como corea; también tienden a desarrollar demencia o incluso psicosis. Sin embargo los roedores no poseen este tipo de neuronas, el número de sinapsis, o los tipos de centros de transmisión neuronal que resultan cruciales dentro del control motor humano, por lo que los investigadores no pueden ver exactamente la forma en que los tratamientos potenciales afectarían a estos sistemas. Un equipo dirigido por Steve Goldman, profesor de neurología y neuro-cirugía en el Centro Médico de la Universidad de Rochester, ha desarrollado una posible terapia que utiliza células madre para regenerar un tipo de neurona perdida en la enfermedad de Huntington. Funciona bien con ratones, afirma. Sin embargo no es algo que vaya a ponerse a prueba en humanos hasta que los investigadores puedan probarlo primero en primates, debido a que la anatomía relevante de los ratones es simplemente demasiado distinta.

Los primates transgénicos también podrían ser útiles como modelos de enfermedad para la ELA y el Alzheimer. Si fueran utilizados en vez de usar ratones, y según predice Morrison, “conseguiríamos un modelo mucho más fiel de la degeneración que se observa en los humanos.” Por ejemplo, los intentos por desarrollar anticuerpos contra la amiloidosis--depósitos de proteínas que normalmente se desarrollan en los cerebros de pacientes con Alzheimer—parecían ser muy prometedores en los ratones pero fallaron al ser probados en humanos. “Yo creo que si tuviésemos un buen primate intermedio, acabaríamos estando mucho mejor informados,” afirma.

Por supuesto, la creación de primates transgénicos genera ciertos problemas éticos, especialmente si los nuevos genes provienen de humanos. El problema viene dado por la posibilidad de que los investigadores traspasen los límites entre humanos y otras especies mediante la creación inadvertida de un animal con capacidades cognitivas tales como el pensamiento racional o la reflexión moral—una criatura que necesariamente merecería un mayor grado de respeto que los típicos animales de laboratorio, afirma Robert Streiffer, bioético en la Universidad de Wisconsin en Madison. La idea de experimentar con un animal de ese tipo probablemente sería vista como inaceptable por los investigadores y el público.

Streiffer señala que esa situación parece estar muy lejana por el momento. Aún así, los trabajos con la línea germinal de los monos suponen cruzar una nueva barrera y merecen un cuidadoso escrutinio. Por un lado, podría abrir la puerta a un tipo de ingeniería similar en humanos. Históricamente, los profesionales de la ética han distinguido entre la introducción de nuevos genes en tejidos como el hígado o el páncreas y la alteración de óvulos, células espermatozoides o embriones; este último tipo de modificación, que podría ser transmitida a la cría del receptor, no ha sido llevada a cabo en humanos. Aquellos que lo critican afirman que se darían casos más frívolos—por ejemplo, padres que quisieran dar a las futuras generaciones un gen para la fuerza o la altura. Aún así, al hablar de enfermedades serias como la de Huntington o ciertas enfermedades mitocondriales, los tratamientos de la línea germinal podrían acabar siendo la mejor opción, o la única. “¿Estamos dispuestos a retrasar el posible descubrimiento de tratamientos contra enfermedades terribles por querer crear una línea divisoria?” se pregunta Mark Rothstein, bioético de la Universidad de Louisville. “Yo no estoy dispuesto a hacerlo.

Merece la pena tener en mente que estas enfermedades son devastadoras. Y que en su mayor parte, no se pueden tratar en la actualidad. Si tenemos en cuenta esa realidad, la promesa que representan estos bebés de mono tití debería poder desarrollarse ampliamente.

Amanda Schaffer es columnista científica y médica en Slate, además de contribuir en el New York Times.

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