La nueva empresa del multimillonario llevará el nombre que compró a una pareja de científicos que intentaba conectar el cerebro con el ordenador y que no llegó a recaudar todos los fondos que necesitaban. Pero Musk no tendrá ese problema
Elon Musk ha lanzado una nueva empresa, y nada tiene que ver con sus proyectos anteriores relacionados con coches y cohetes. Ahora, Musk va a fundar Neuralink, una compañía centrada en las interfaces cerebro-ordenador, que se suma a su creciente lista de grandes ideas, como Tesla, SolarCity, SpaceX e Hyperloop. Ante la noticia, tal vez el ingeniero eléctrico de Ohio (EEUU) Pedram Mohseni se esté tirando de los pelos.
En enero, el investigador le vendió, sin saberlo, el nombre de la empresa al multimillonario tecnológico. Este profesor de la Universidad Case Western Reserve (EEUU), y su socio científico, Randolph Nudo, del Centro Médico de la Universidad de Kansas (EEUU), habían sido los propietarios de la marca de "NeuraLink" desde 2015 tras crear su propia start-up.
La pareja investigadores neurotecnológicos desarrolló un dispositivo diseñado para ayudar a gente con lesiones cerebrales. Pero sus contactos iniciales con inversores no habían avanzado demasiado cuando un desconocido contactó con ellos y les ofreció decenas de miles de euros por el nombre de su empresa. Aceptaron. Nadie mencionó que Musk, cuyo valor neto roza los 14.000 millones de euros, según Forbes, era el comprador.
Mohseni confirma: "Contactaron con nosotros, negociamos, y ahora Elon Musk será el dueño legítimo de Neuralink". Pero el investigador no está resentido sino más bien emocionado. La compra de Musk es un reflejo de que, por fin, los titanes tecnológicos están empezando a invertir en algunas alocadas ideas defendidas desde hace tiempo por un pequeño número de científicos.
Además de Musk, el emprendedor de pagos en línea Bryan Johnson invertirá unos 94 millones de euros en una empresa llamada Kernel, que también está desarrollando implantes cerebrales.
The Wall Street Journal informa de que la empresa no sólo desarrollará nuevas estrategias para tratar enfermedades, también intentará fusionar la inteligencia humana con la artificial. Esto último es algo que Musk parece creer necesario para contrarrestar el riesgo de una inteligencia artificial (IA) sin control.
Musk tuiteó que, aunque le "resulta difícil dedicarle tiempo" a otro emprendimiento altamente tecnológico, "el riesgo existencial es demasiado elevado para no hacerlo".
No está claro cómo las tecnologías cerebrales permitirán que los humanos se mantengan a la altura de la inteligencia artificial, y la empresa de Musk tampoco ha dado más detalles sobre esto. Pero la profesora de la Universidad de Stanford (EEUU) Rikky Muller afirma que tratar trastornos médicos y el objetivo de conectar la consciencia con ordenadores "están relacionados, porque cualquier cosa que se implante dentro del cuerpo tiene que cumplir con todos los estándares de un dispositivo médico".
Y eso es algo que Nudo y Mohseni saben muy bien. Su historia, la historia de la Neuralink original, refleja el tipo de desafíos a los que se enfrentará Musk cuando intente impantar electrónica en el cerebro.
En 2011, Mohseni, un bioingeniero, y Nudo, un especialista cerebral, empezaron a explorar una idea de un chip cerebral electrónico para tratar las lesiones cerebrales traumáticas. Su idea: reestablecer las conexiones dañadas al grabar la actividad neuronal de una parte del cerebro y transmitirla a la otra. En 2013 llegaron a demostrar un prototipo capaz de ayudar a ratas con daños cerebrales.
Entonces crearon NeuraLink (con una "L" mayúscula). Pero recaudar dinero resultó más difícil de lo esperado. Cualquier dispositivo pensado para acabar dentro del cerebro humano necesita ser tan fiable como un reloj suizo y podrían hacer falta hasta 190 millones de euros para desarrollarlo y probarlo. Además, aunque Nudo y Mohseni tenían algunos datos llamativos, no podían afirmar con certeza que el dispositivo pudiera ayudar a nadie. Y aunque hubieran podido, tal vez no hubiera habido suficientes pacientes susceptibles de recibir la ayuda para justificar la enorme inversión. También ha sido un problema para los investigadores que desarrollan dispositivos que leen la mente de personas paralíticas para permitir que operen brazos robóticos. "Aunque es una condición terrible, no afecta a tanta gente. Lo que pasa con la neurotecnología es que aunque funcione, resulta difícil encontrar la rentabilidad", señala Nudo.
El investigador añade: "Los inversores eran reticentes a invertir en tecnologías cerebrales invasivas, a no ser que existiera una prueba de concepto muy fuerte. En ese momento, nuestra start-up tenía un nombre pero carecía de producto".
Ahora es Musk el que está en esa posición. Pero Mohseni cree que el multimillonario podría derribar los obstáculos a los que él se enfrentó. El investigador detalla: "La idea de subir o descargar pensamientos en una persona sana, bueno, son castillos en el aire, pero él tiene la credibilidad y la visión para hablar de esas cosas. Nosotros aún tenemos que avanzar nuestro trabajo un poco más y obtener algunos datos humanos preliminares antes de poder acudir los inversores. Pero el señor Musk no tiene ese problema".
Un portavoz de Musk rehusó explicar por qué el emprendedor estaba tan interesado en el nombre de Neuralink como para pagar por él, pero Mohseni cree que ha merecido cada céntimo gastado. "El nombre Neuralink capta muy bien lo que está sucediendo dentro del mundo de la neuromodulación", asegura.
Sólo unos pocos implantes cerebrales eletrónicos han llegado al mercado. El más utilizado, un producto del gigante de los dispositivos médicos Medronic, es un "estimulador cerebral profundo" capaz de frenar los temblores de los pacientes de párkinson. Más de 140.000 pacientes han recibido versiones del estimulador de Medtronic y la división de modulación cerebral de la empresa ingresa alrededor unos 470 millones de euros en ventas anuales.
El estimulador de Medtronic no es excesivamente puntero en lo que a tecnología se refiere, ya que se basa en un concepto de la década de 1980 y sólo emplea uno o dos electrodos para enviar continuamente descargas eléctricas al cerebro. De hecho, nadie sabe exactamente por qué funciona. Muy a groso modo, es el equivalente neurocientífico a golpear un televisor para ajustar la imagen.
El gestor de esa línea de negocio para Medronic, Lothar Krinke, afirma que la empresa sigue invirtiendo para reducir el aparato y añadir prestaciones para los cirujanos que los implantan. El responsable detalla: "Hace falta mucho más tiempo del que se cree para llevar estas cosas a mercado. Cuando se habla de estos sistemas, hay que hablar de la fiabilidad. Un implante cerebral tiene que rendir durante [décadas]".
Hace menos tiempo, una empresa llamada NeuroPace empezó a vender el primer implante cerebral "de bucle cerrado" para pacientes epilépticos. Representa un avance porque el dispositivo puede detectar una convulsión que se aproxima y enviar una descarga al cerebro para impedirla, lo que genera un bucle de control automático. Es un enlace cerebral (neuralink, en inglés), por así decirlo.
Pero otros esfuerzos no han tenido tanto éxito. La lista de empresas fallidas de interfaces cerebro-ordenador incluye a BrainGate y Northstar, una empresa que se liquidó en 2009 tras gastar casi 130 millones de euros un una iniciativa para ayudar a los pacientes a recuperarse de los ictus mediante un implante cerebral.
Nudo y Mohseni, que tienen financiación del Ejército de Estados Unidos y la asociación Veteranos Paralíticos de Estados Unidos, afirman que aún siguen interesados en recibir más fondos para poder comercializar su idea. Ahora que han vendido el nombre Neuralink a Musk, Nudo ha estado pensando en nuevos nombres para su empresa, y afirma: "No quiero desvelarlos. Alguien intentaría comprar la marca antes que nosotros".