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Biotecnología

Argumentos científicos a favor de la criogenización

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El sistema nervioso de un nemotodo, los embriones congelados y la hipotermia extrema sugieren que la preservación de la mente congelada sería posible

  • por Anónimo | traducido por Teresa Woods
  • 29 Octubre, 2015


Foto: Las larvas de un nematodo eclosionan después de que este haya sido criogenizado.

El mes pasado, el New York Times publicó un artículo de portada sobre Kim Suozzi y su decisión, a la edad de 23 años, de criogenizar su cerebro después de ser diagnosticada con un cáncer terminal. Su esperanza era poder preservar información biológica que algún día pueda ser utilizada para restaurar su mente, una práctica conocida como criónica. Después, Michael Hendricks publicó una crítica de este concepto en MIT Technology Review (ver Manifiesto científico para desacreditar la criogenización). Aunque su artículo se concentró principalmente en la hipotética "subida" cerebral a un ordenador, tanto él como otros investigadores se están cuestionando una importante pregunta: ¿puede cualquier tecnología, incluso en teoría, preservar las características únicas de la mente de un individuo?

Estamos de acuerdo en que la mente es algo más que la suma de las conexiones sinápticas entre neuronas. Las características moleculares y electroquímicas exactas del cerebro que subyacen a la consciencia siguen lejos de estar completamente exploradas. Sin embargo, las pruebas disponibles apoyan la posibilidad de que las características cerebrales que codifican los recuerdos y determinan el comportamiento pueden preservarse durante y después de la criogenización.

Esta técnica ya se emplea en laboratorios de todo el mundo para conservar células animales, embriones humanos y algunos tejidos durante períodos de hasta tres décadas. Cuando una muestra biológica se criopreserva, se añaden una serie de productos químicos como el dimetilsulfóxido o el propilenglicol y la temperatura del tejido baja por debajo de la temperatura de transición vítrea (típicamente unos 120 ºC bajo cero). A estas temperaturas, las actividades moleculares se ralentizan por más de 13 órdenes de magnitud, en efecto paralizando el reloj biológico.


Foto: Los investigadores intentan preservar órganos enteros a temperaturas ultrabajas. El riñón animal de la izquierda está congelado a -140 ºC, mientras que de la derecha está preservado en un estado parecido al cristal llamado vitrificación.

Aunque nadie entiende cada detalle de la fisiología de una célula, casi todas ellas se criopreservan con éxito. De forma similar, mientras las bases neurológicas de la memoria, el comportamiento y otras características de la identidad de una persona pueden resultar increíblemente complejas, entender esta complejidad es un problema en gran parte independiente de el hecho en sí mismo de poder conservarlo.

Las pruebas directas de que los recuerdos puedan sobrevivir a la criopreservación provienen del nematodo Caenorhabditis elegans, el mismo organismo nombrado en la respuesta de Hendricks. Durante décadas, los C. elegans se han criopreservado en temperaturas de nitrógeno líquido para ser reanimados después. Este año, mediante el uso de un ensayo para los recuerdos de las asociaciones de impronta odorante a largo plazo, uno de nosotros publicó hallazgos de que C. elegans retuvo comportamientos aprendidos adquiridos antes de la criopreservación. De forma similar, se ha demostrado que la potenciación a largo plazo de las neuronas, un mecanismo de la memoria, sigue intacta en el tejido cerebral de un conejo después de la criopreservación.

La criopreservación reversible de grandes órganos humanos, como el corazón o los riñones, es más difícil que la preservación de células pero es un área activa de la investigación con importantes beneficios para la salud pública, puesto que aumentaría de forma significante el suministro de órganos para los trasplantes. Los investigadores han logrado progresos en este área, criopreservando con éxito unos ovarios de oveja y extremidades de rata, y recuperando de forma rutinaria los riñones de conejo después de enfriarse a -45 ºC. Los esfuerzos por mejorar estas tecnologías proporcionan un apoyo indirecto para la idea de que el cerebro, como cualquier otro órgano, podría ser criopreservado de forma adecuada mediante los métodos actuales o en desarrollo.

Para los que esperan preservar y restaurar las características únicas de codificación de información de la mente, una pregunta clave es cuándo se pierde realmente esta información después de un paro cardíaco. Está claro por los ejemplos de las reanimacioes de emergencia, que la pérdida de la información no ocurre en el momento que se detiene el corazón o la actividad cerebral sino cuando la química o la estructura de la vida sufre daños irreversibles - a menudo significativamente después de establecerse una muerte clínica.

Por ejemplo, aunque la actividad cerebral se suspende a temperaturas por debajo de los 18 ºC, los escritos médicos describen muchos casos de personas que han sobrevivido a una profunda hipotermia sin sufrir daños cerebrales permanentes. En un ejemplo famoso, la radióloga sueca Anna Bågenholm se quedó atrapada debajo del hielo durante un accidente de esquí y luego fue resucitada después de haberse considerado clínicamente muerta durante más de dos horas.

Algunos procedimientos quirúrgicos también dependen de suspender intencionalmente la actividad cerebral con la ayuda de la hipotermia. La institución de uno de los autores está realizando un ensayo clínico financiado por el Departamento de Defensa estadounidense para inducir una hipotermia profunda (con temperaturas corporales de menos de 10 ºC) en víctimas de trauma con lesiones críticas, en efecto apagando el cerebro y reiniciándolo más tarde para ganar tiempo con el que salvar la vida del paciente.

Resulta fácil descontar las prácticas controvertidas como la crióngenizaicón y obviar las investigaciones que las rodean, pero deberíamos recordar e incluso respetar que las opiniones predominantes a menudo se demuestran incorrectas, y que lo que es imposible ahora puede resultar posible en el futuro. Por ejemplo, Ignaz Semmelweis, el padre de la teoría de los gérmenes, fue ampliamente ignorado cuando propuso en el siglo XIX que las enfermeras y los médicos deberían lavarse las manos antes de tratar a sus pacientes. Incluso hoy, los médicos a menudo se equivocan cuando predicen los resultados de situaciones de final de vida.

La crióngenización merece un análisis con la mente abierta, al igual que los esfuerzos convencionales de entender la naturaleza de la consciencia, preservar el tejido y los órganos humanos para trasplantes que salvan vidas, y rescatar a los pacientes heridos de gravedad al entender la frontera entre la vida humana y la muerte.

David W. Crippen es un profesor de los departamentos de Cuidados Críticos y Cirugía Neurológica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pittsburgh (EEUU).

Robert J. Shmookler Reis es un profesor de los departamentos de Geriatría, Bioquímica y Biología molecular, y Farmacología/Toxicología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Arkansas (EEUU).

Ramón Risco es un profesor de ingeniería y el director del Laboratorio de Criobiología CryoBioTech de la Universidad de Sevilla (España), y un físico del Centro Nacional de Aceleración.

Natasha Vita-More es una profesora y la coordinadora de los estudios postgrados de la Universidad de Tecnologías en Desarrollo (EEUU).

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