Los implantes puede que sean muy comunes dentro de sólo un par de años.
La última generación de implantes retinales han resultado ser muy prometedoras tras las pruebas llevadas a cabo en una serie de pacientes ciegos. Los implantes han permitido que muchos pacientes pudieran reconocer objetos y obstáculos, y han logrado leer textos con letras de gran tamaño. Este tipo de avances suponen un punto de inflexión después de décadas de lento progreso. Los expertos afirman que los dispositivos comerciales podrían estar disponibles en sólo un par de años.
Los implantes retinales están diseñados para reemplazar la función de las células fotorreceptoras sensibles a la luz en la retina. En particular, su objetivo es tratar enfermedades degenerativas como la retinitis pigmentosa y la degeneración macular relacionada con la edad. Mediante el uso de una serie de electrodos colocados bien debajo de la retina o encima de ella, los dispositivos funcionan a través de la estimulación eléctrica de los circuitos de las células que quedan en la retina para producir sensaciones de luz parecidas a los píxeles, llamadas fosfenos, dentro del campo visual.
Peter Walter desde la Universidad Clínica Ocular de Aachen, que presidió el simposio sobre Visión Artificial en Bonn, Alemania, donde se presentaron los resultados de varios proyectos la semana pasada, señala que en el pasado ya se ha hablado con mucho optimismo acerca de los implantes retinales. No obstante afirma que el éxito de varios estudios a largo plazo ha dado a los investigadores confianza en que los retos que aún hay que superar son más de índole tecnológica que biológica. “En dos o tres años podríamos tener productos disponibles,” afirma Walter.
Las pruebas que se llevan a cabo con un dispositivo, el Argus II, un implante retinal desarrollado por Second Sight en Sylmar, California, han sido tan prometedoras que la compañía ya se está preparando para la salida al mercado. “Vamos a empezar a trabajar para obtener las solicitudes de la clasificación CE en Europa y la autorización de la FDA en los EE.UU.,” señala Gregoire Cosendai, el director de operaciones para Europa de la compañía.
Con anterioridad a veces no ha estado claro si los fosfenos que ven los pacientes se debían al correcto funcionamiento del implante o a otros factores, tales como la recuperación de fotorreceptores provocada por el traumatismo de la cirugía—un fenómeno conocido como efecto de rescate. No obstante, ahora que los investigadores han dejado de llevar a cabo implantaciones agudas—implantar y extirpar los dispositivos durante el mismo procedimiento quirúrgico—para pasar a efectuar implantes crónicos, es más sencillo realizar tests rigurosos. Los experimentos de este tipo son difíciles y llevan tiempo aunque pueden establecer si los fosfenos se dan sólo en las partes de la retina donde están los electrodos, afirma Walter. “Si apagas el dispositivo, el efecto desaparece,” afirma.
Las pruebas con el Argus II han demostrado que los pacientes ciegos pueden recuperar una cantidad de visión limitada, lo que les ayuda a reconocer objetos, puertas y aceras. Los primeros dispositivos comerciales ofrecerán este tipo de visión, afirma Cosendai. El Argus II consiste en un pequeño chip que contiene alrededor de 60 electrodos estimuladores y una cámara montada sobre unas gafas que envía imágenes y electricidad al implante a través de un bucle de inducción inalámbrico.
Hay esperanza de que la resolución y el efecto granulado de estos dispositivos se pueda mejorar y que puedan fabricarse para que sean más autónomos. En el simposio de la semana pasada, Eberhart Zrenner, director del Instituto de Investigación Oftalmológica de la Universidad de Tübingen, en Alemania, presentó los resultados de unas pruebas con un paciente que era capaz de leer letras de ocho centímetros de alto, aunque con la ayuda de un dispositivo de amplificación llamado lente de dioptría. Esto se pudo conseguir con la utilización de un implante de 3 milímetros de diámetro hecho con apenas 1.500 electrodos, todos y cada uno de ellos conectados a una fotocélula. Estas fotocélulas se utilizan tanto para sentir la luz como para proporcionar energía a los electrodos, lo que significa que no hay que utilizar cámaras o fuentes de alimentación externas.
Aunque el dispositivo de Zrenner es compacto, sólo está diseñado para la implantación semicrónica, y no puede dejarse implantado en el cuerpo durante largos periodos de tiempo, afirma Mark Humayun, cirujano de la retina en la Universidad de Carolina del Sur y que ha estado involucrado en las pruebas del Argus II. Es más, Humayun afirma que la lectura de textos ya ha podido ser demostrada con anterioridad, aunque con lentes considerablemente más grandes. “Al final se logra muy poca visión de lectura, no sólo porque las letras son muy grandes sino porque a menudo se tarda 30 segundos en reconocer una única letra,” afirma.
Cosendai afirma que, por ahora, el campo está tomando pequeños pasos e intenta no hablar demasiado del potencial. En un principio, afirma, los implantes retinales se utilizarán meramente para ayudar a que la gente pueda desplazarse y orientarse por si mismos.
La parte de estos implantes relacionada con el proceso de la señal sigue siendo un reto técnico importante, afirma Cosendai. A veces es necesario volver a entrenar el cerebro del paciente para que se adapte a la nueva situación.
Rolf Eckmiller, otro investigador en este campo en la Universidad de Bonn, afirma que aún hay mucho por hacer. “Se han logrado muchos progresos, pero hasta ahora hemos subestimado la cantidad de trabajo que implica todo esto,” afirma.
La capacidad para ver formas y bordes puede que ayude a muchas más personas a tener más movilidad, afirma Eckmiller, aunque está lejos del hecho de recuperar la visión completamente y la capacidad para reconocer caras o para leer. “Hay una diferencia entre ver y reconocer un plátano, y ver algo que quizá sea un plátano,” afirma. En la actualidad nos faltan los conocimientos necesarios acerca de las señales para dar un salto como ese, afirma.