Aquellos que venden falsas esperanzas de reanimar a seres humanos congelados, que juegan con lo teórico y lo posible, merecen nuestro desprecio
Foto: Una imagen del escáner cerebral de una mujer joven después de congelarse.
Me desperté un sábado para descubrir un desgarrador artículo en portada del New York Times sobre una joven enferma terminal que eligió congelar su cerebro. Se vio atraída por una industria artesanal impulsada por principios "transhumanísticos" que ofrece la preservación de humanos en nitrógeno líquido inmediatamente después de la muerte y la conservación de sus cuerpos (o al menos sus cabezas) con la esperanza de que puedan ser reanimados o replicados digitalmente en un futuro tecnológicamente avanzado.
Los defensores de estas técnicas han añadido una pátina de plausibilidad científica a la idea mediante la promesa de nuevas tecnologías de neurociencia, especialmente trabajos recientes en la conectómica - un campo que mapea las conexiones entre neuronas. Sugiere que un mapa detallado de las conexiones neurales podría restaurar la mente de una persona, sus recuerdos y su personalidad al introducirse en una simulación informática.
La ciencia nos dice que un mapa de conexiones no es suficiente para simular, ni mucho menos replicar, un sistema nervioso, y que existen enormes barreras para lograr la inmortalidad en silicio. Primero, ¿qué información se requiere para replicar una mente humana? Segundo, ¿los métodos existentes y previsibles de congelación conservan la información necesaria, y cómo se recuperaría? Tercero, y más confuso para nuestra intuición, ¿una simulación realmente serías "tú"?
Yo estudio un pequeño nemátodo, Caenorhabditis elegans, que es, de lejos, el animal mejor descrito de toda la biología. Conocemos todos sus genes y todas sus células (algo más de 1.000). Conocemos la identidad y la conectividad sináptica de todas sus 302 neuronas, y hace 30 años que conocemos todo esto.
Si pudiéramos "volcar" o simular aproximadamente cualquier cerebro, debería ser el del C. elegans. Pero a pesar de disponer del conectoma completo, un modelo estático de esta red de conexiones carece de la mayoría de la información necesaria para estimular la mente del gusano. En resumen, la actividad cerebral no se puede inferir de la neuroanatomía sináptica.
Las sinapsis son los contactos físicos entre neuronas donde se produce una forma especial de señalización químico-eléctrico (la neurotransmisión), y existen muchas variedades. Son complejas máquinas moleculares hechas de miles de proteínas y estructuras de lípidos especializados. Es la composición molecular precisa de las sinapsis y las membranas en las que están incrustadas que les confiere sus propiedades. La presencia o ausencia de una sinapsis, que es lo único que nos revela la conométrica actual, sugiere que existe una posible relación funcional entre dos neuronas, pero se sabe poco, por no decir nada, acerca de la naturaleza de esta relación - que es precisamente lo que se necesita saber para saber simularla.
Además, las neuronas y otras células del cerebro están en comunicación constante mediante las vías de señalización que no actúan por medio de las sinapsis. Muchas de las señales que regulan comportamientos fundamentales como comer, dormir, el humor, el emparejamiento y la vinculación social son mediadas por señales químicas que actúan por redes que son anatómicamente invisibles. Sabemos que el mismo conjunto de conexiones sinápticas puede funcionar de formas muy distintas en función del conjunto de estas señales presentes en un momento dado. Estos problemas remarcan una distinción importante: el problema colosalmente difícil de simular cualquier cerebro en contraste con la tarea extraordinariamente más difícil de replicar un cerebro concreto, que se requiere para la prometida inmortalidad personal de la simulación.
Las características de tus neuronas (y otras células) y sinapsis que hacen que seas "tú" no son genéricas. El vasto conjunto de sutiles modificaciones químicas, estados de regulación genética y distribuciones subcelulares de complejos moleculares forman parte del flujo dinámico de un cerebro vivo. Estas cosas no son detalles que se promedien en un sistema nervioso grande; más bien son los componentes que forman los engramas (los componentes físicos de los recuerdos).
Mientras que en teoría podría ser posible preservar estas características en tejidos muertos, desde luego no es plausible actualmente. La tecnología para ello, además de la capacidad de extraer esta información de tales especímenes, todavía no existe ni en teoría. Es esta conflación intencionada de lo que es concebible en teoría con lo que es posible en términos prácticos que explota la vulnerabilidad de las personas.
Por último, ¿una simulación realmente serías "tú"? Resulta incontestable, pero podemos hacer una pequeña incursión. Cualquiera que sea nuestro sentido subjetivo del "yo", asumamos que nazca de la operación de la materia física del cerebro. También podríamos concluir de forma tentativa que tal consciencia es independiente del soporte: si los cerebros pueden ser conscientes, un programa informático que haga todo lo que hace un cerebro debería ser consciente también. Si uno está dispuesto a imaginar una tecnología arbitrariamente compleja, entonces también se puede plantear la simulación de un cerebro hasta el nivel sináptico o molecular o (¿por qué no?) atómico o quántico.
Pero, ¿qué es esta réplica? ¿Eres "tu" de forma subjetiva o representa un nuevo ser independiente? La idea de que puedas estar consciente en dos lugares al mismo tiempo desafía a nuestra intuición. La parsimonia sugiere que la replicación dará lugar a dos entidades conscientes diferentes. La simulación, si llegase a producirse, resultaría en una nueva persona que se parezca a ti pero a cuya experiencia consciente no tendrías acceso.
Eso significa que cualquier sugerencia de que tú puedas volver a la vida es simplemente "aceite de serpiente" (sugiero timo o engañabobos). Los transhumanistas tienen respuestas para estos planteamientos. En mi experiencia, constan de alternar entre pedir que confiemos en nuestra intuición sobre tecnologías no existentes (la simulación podría funcionar) pero que neguemos nuestra intuición sobre la consciencia (no sería yo).
Nadie que haya experimentado la incredulidad de perder a un ser querido podría evitar empatizar con alguien que paga 80.000 dólares (algo más de 71.000 euros) por congelar su cerebro. Pero la reanimación o la simulación es una lamentable falsa esperanza que está más allá de la promesa de la tecnología y desde luego es imposible con el tejido congelado y muerto que ofrece la industria de la criónica. Los que se benefician de esta esperanza se merecen nuestro enfado y nuestro desprecio.
Michael Hendricks es un neurocientífico y profesor adjunto de biología en la Universidad de McGill (EEUU).