Carl June realizó avances cruciales en la ingeniería de estas células, pero obvió que parte de su trabajo se basaba en el de otros investigadores. Ahora, se retracta
En unas correcciones publicadas en tres artículos de gran repercusión por el New England Journal of Medicine, el investigador estrella del cáncer de la Universidad de Pensilvania (EEUU), Carl June, y sus coautores han reconocido que no inventaron un aspecto clave de un tipo de tratamiento revolucionario para el cáncer.
June ha sido aclamado por su papel en el desarrollo de un nuevo tipo de cura para la leucemia que emplea células inmunes modificadas genéticamente. Estas células han sido alteradas para incorporar instrucciones de ADN extra que las dirigen para atacar el cáncer de un paciente.
Pero ahora sus trabajos, citados más de 2.300 veces según Google Scholar, y que captaron mucha atención de los departamentos más revolucionarios dentro de los laboratorios del cáncer, han sido modificados para indicar que habían "omitido" el reconocimiento de que el ADN realmente fue "diseñado, desarrollado y proporcionado" por los investigadores del Hospital de Investigación Infantíl St. Jude en Memphis, Tennessee (EEUU) Dario Campana y Chihaya Imai.
Foto: Carl June. Crédito: Penn Medicine.
Tanto si fue intencionado como si no, el descuido de June fue monumental. Desde la publicación de sus trabajos, el campo de la ingeniería inmunitaria ha explotado. Existen docenas de ensayos en curso, un aluvión de subvenciones federales y miles de millones de dólares en inversión privada en juego (ver Ingeniería del sistema inmune).
El Hospital de Investigación Infantil St. Jude demandó a la Universidad de Pensilvania cuando supo que el centro había entablado una colaboración comercial con el gigante de las farmacéuticas Novartis. Ese caso fue resuelto el año pasado con el pago de Novartis de 12,5 millones de dólares (unos 11,3 millones de euros) y el cambio de algunos pagos futuros de la Universidad de Pensilvania al Hospital St. Jude, además de a una start-up llamada Juno Therapeutics.
Pero el historial científico permanecía intacto y sin corregir. Ahora June reconoce públicamente que el negocio de la invención de células T no le corresponde, como mucha gente había supuesto.
Mientras que las riñas sobre el reconocimiento entre científicos no son inusuales, la falta de cooperación y colaboración entre los laboratorios oncológicos se ha convertido en una preocupación nacional en Estados Unidos. Por ejemplo, en enero, el vicepresidente Joe Biden eligió la Universidad de Pensilvania para el lanzamiento oficial del nuevo y arriesgado programa de su administración para curar el cáncer. El mandatario llegó a realizar una visita guiada del laboratorio de June. En sus comentarios, Biden culpó a la "política del cáncer" de retrasar las curas.
No hay duda de que los ensayos clínicos de June en la Universidad de Pensilvania han sido importantes. El antiguo médico de la marina estadounidense y ultramaratonista siempre parecía encontrarse un paso por delante de sus rivales científicos. En 2011, su equipo fue el primero en informar, mediante el New England Journal of Medicine, de la casi milagrosa recuperación de una paciente con un cáncer sanguíneo, y popularizó el avance con vivas descripciones de células T como "asesinas en serie" que provocan que los tumores "se derritan".
Para la Universidad de Pensilvania, el éxito desencadenó un maremoto de premios y financiación, incluidos más de siete millones de dólares (unos 6,3 millones de euros) en subvenciones de los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos a nombre de June. Desde entonces. June alcanzó el estrellato científico en parte gracias a Emily Whitehead, una niña pequeña curada por una infusión de células T en la Universidad de Pensilvania cuyo conmovedor caso fue descrito en docenas de artículos además del documental sobre el cáncer de Ken Burns, The Emperor of All Maladies (El emperador de todas las enfermedades).
Un trabajo que describió el tratamiento de Whitehead, publicado en 2013, se encuentra entre los que ahora se están corrigiendo. Contactado por correo electrónico en Singapur, donde ahora trabaja, Campana afirmó estar contento con los resultados de los ensayos de la Universidad de Pensilvania y los de otros centros. Según sus propias palabras: "Ha sido muy beneficioso para la inmunoterapia, pero nosotros desarrollamos este receptor. No existe duda alguna acerca de eso".
La Universidad de Pensilvania proporcionó una copia de una carta que envió en abril del año pasado al editor de la revista, Jeffrey Dreazen, pidiendo la corrección. No está claro por qué la revista retrasó su publicación.
La idea básica de las terapias de células T consiste en extraer los glóbulos blancos del paciente para añadirles una molécula que los haga adherirse a las células cancerosas, al estilo de una llave y un candado. Las células entonces son devueltas al paciente. Pero los primeros ensayos fracasaron cuando las células se mostraron inactivas.
Los científicos se dieron cuenta de que necesitaban añadir una señal adicional, una especie de cola molecular que penetrara la célula, para estimularlas para que se dividan y ataquen al tumor. El mérito de esa idea pertenece a varios científicos, incluidos Helen Finney, entonces de Celltech Therapeutics en Londres (Inglaterra), y Michel Sadelain del Hospital Memorial Sloan Kettering de Nueva York (EEUU).
Para 2003, Campana, que ahora trabaja para la Universidad de Singapur, había creado un diseño molecular de este tipo y acordó compartirlo con la Universidad de Pensilvania, después de solicitar June una copia. Como suele pasar, las dos instituciones firmaron un contrato conocido como un "acuerdo de transferencia material". Mientras que la atención pública a menudo se centra en las disputas de patentes, tales acuerdos materiales son mucho más frecuentes dentro de la ciencia, y son firmados siempre que unos investigadores quieran compartir ADN, células o incluso animales.
La disputa surgió cuando los trabajos de June parecieron atribuirse el mérito del diseño de ADN y no mencionaron la contribución del Hospital de Investigación Infantil St. Jude, aunque tanto el protocolo científico como el acuerdo de transferencia material dictan este reconocimiento.
En una entrevista del año pasado, Sadelain dijo que si se obviaran tales acuerdos entre laboratorios, las investigaciones del cáncer pronto se convertirían en un caos de confianza traicionada "como Oriente Medio". Localizado por teléfono, Sadelain rehusó realizar más comentarios acerca del caso.