Una terapia eléctrica no invasiva, en combinación con la rehabilitación, acelera la recuperación después de un derrame.
Un aparato sencillo y de bajo coste, que distribuye corriente eléctrica al cerebro de forma no invasiva, podría ayudar a los pacientes de derrame cerebral a que recuperen sus habilidades motoras. Según un nuevo estudio, el tratamiento—estimulación transcraneal con corriente directa (tDCS, en inglés)—utilizado en combinación con terapia ocupacional logró acelerar la recuperación mejor que cualquiera de estos tratamientos por sí solo.
Muchos pacientes recuperan de forma espontánea algunas de las funciones en las semanas y meses después de sufrir un derrame, puesto que sus cerebros se reorganizan para compensar el área dañada. Los científicos están a la búsqueda de formas para acelerar y afinar este tipo de plasticidad innata, con lo que se lograría mejorar el proceso de reparación neuronal. La actividad eléctrica es una de las opciones que se están estudiando: la corriente eléctrica aplicada al cerebro es capaz de modular la actividad de las células cerebrales—un componente crucial del remodelado neuronal.
Mediante el tDCS, la corriente eléctrica se pasa directamente al cerebro a través del cuero cabelludo y el cráneo. (El tratamiento genera, como mucho, un pequeño cosquilleo en el paciente.) Las investigaciones llevadas a cabo con anterioridad han demostrado que al aplicar el tDCS al córtex motor se mejora el rendimiento motor en las personas sanas y, hasta cierto punto, en los pacientes que han sufrido un derrame. Sin embargo, la mayoría de estos estudios previos utilizaron un único tratamiento para las pruebas, y muy pocos llegaron a combinarlo con ejercicios de rehabilitación.
En el estudio actual, Gottfried Schlaug y sus colaboradores en el Centro Médico Beth Israel Deaconess de Boston, hicieron pruebas con 20 pacientes que habían sufrido un derrame una media de 2,5 años antes y que aún sufrían discapacidades moderadas o graves. Los pacientes llevaron a cabo 60 minutos de terapia ocupacional cada día durante cinco días, al mismo tiempo que recibían sesiones de 30 minutos de estimulación eléctrica activa o de placebo—un tratamiento falso diseñado para simular la estimulación eléctrica.
Los investigadores utilizaron un dispositivo sencillo—una pila de nueve voltios conectada a unas grandes esponjas planas que se humedecían y después se colocaban en la cabeza—que había sido aprobado con anterioridad por la Administración de Alimentos y Fármacos para la distribución de medicamentos a través de la piel. (La corriente fomenta el movimiento a través de la piel de las moléculas cargadas con los fármacos.)
Una semana después de que comenzase el experimento, los pacientes que habían recibido el tratamiento real demostraron un rendimiento mucho mejor en una serie de pruebas motoras—entre las que se incluyeron pruebas de fortaleza, rango de movimiento, y funciones prácticas tales como agarrar una taza—que aquellos que recibieron el tratamiento con placebo, con mejoras de 12 al 15 por ciento frente a un 3 ó 5 por ciento, afirma Schlaug. La presentación de esta investigación se hizo durante una conferencia en San Francisco esta semana, patrocinada por la Organización para el Trazado del Mapa del Cerebro Humano.
Gracias al uso de imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI, en inglés), los investigadores descubrieron que la actividad en las zonas dañadas del cerebro se vio incrementada después de la aplicación del tratamiento.
Aunque no está muy clara la forma en que el tDCS mejora las funciones motoras después de un derrame, una de las teorías apunta a que ayuda a reparar una falta de equilibrio entre las interacciones de los dos hemisferios del cerebro. En los cerebros sanos, los lados izquierdo y derecho del cortex motor constantemente se inhiben el uno al otro para así poder llevar a cabo movimientos en un solo lado, tales como escribir lo lavarse los dientes. Si uno de los laterales se daña después de un derrame, deja de poder inhibir a lateral sano, lo que provoca un aumento del nivel de inhibición del hemisferio dañado. “Hay quienes piensan que este desequilibrio en las funciones de inhibición es lo que entorpece el proceso de recuperación después de un derrame,” afirma Schlaug. “La estimulación no invasiva del cerebro ofrece una solución en potencia a este problema, o al menos una forma para poner a prueba esta hipótesis.”
“Esto es algo con un potencial tremendo,” afirma Leonardo Cohen, neurólogo y director de la Sección de Fisiología Cortical Humana en el Instituto Nacional para las Enfermedades Neurológicas y Apoplejías, en Bethesda, Maryland, y que no formó parte del estudio. Afirma que lo que los investigadores necesitan descubrir ahora son los parámetros óptimos de estimulación cerebral que estimulen la recuperación.
Lo que hace único al estudio de Schlaug es que su equipo aplicó estimulación a ambos hemisferios del cerebro, utilizando una dirección de corriente para incrementar la actividad cerebral en el lateral dañado, y la corriente inversa para inhibir la actividad en el lado sano. “Quizá con esta nueva técnica, la magnitud del efecto sea mejor,” afirma Cohen.
Todavía no está clara la duración de los beneficios que provoca el tDCS, ni tampoco la magnitud de las mejoras que pueden proporcionar. En el estudio de Schlaug, los beneficios duraron al menos una semana, el mismo tiempo durante el que los científicos hicieron el seguimiento de los pacientes. Unos estudios previos llevados a cabo sobre pacientes sanos demostraron que los beneficios seguían prolongándose pasados tres meses.
La mayoría de estudios sobre derrames basados en el tDCS se han enfocado en pacientes cuyo derrame ocurrió con dos a tres años de antelación, tiempo suficiente para que el proceso de recuperación espontánea hubiera llegado a su fin. “La pregunta que debemos hacernos en el futuro es, ¿qué ocurre cuando este proceso se aplica durante el periodo subagudo [poco después de un derrame]?” señala Cohen. Evaluar la efectividad de los tratamientos aplicados durante este periodo es un auténtico reto, puesto que no resulta fácil determinar si las mejoras son provocadas por el tratamiento o si hubiesen ocurrido igualmente de forma natural.
El equipo de Schlaug también está intentando comprender mejor los cambios que se producen en el cerebro a medida que los pacientes se recuperan. Para ello utilizan un método para la obtención de imágenes con tensor de difusión, que hace un seguimiento de la materia blanca del cerebro—los cables neuronales que conectan las células cerebrales—antes y después del tratamiento. “Nos interesa mucho ver si se producen cambios en los conductos que van desde el cerebro a la espina dorsal,” señala Schlaug. “Y en base a dichos cambios, ¿seremos capaces de mejorar el tratamiento, o de predecir qué pacientes se podrán beneficiar de él?”