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Biotecnología

Bacterias transgénicas reducen la obesidad en ratones un 15%

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Si logran sobrevivir en el intestino humano podrían suministrar tratamientos contra otras enfermedades crónicas como la diabetes

  • por Katherine Bourzac | traducido por Francisco Reyes
  • 09 Abril, 2015

Foto: Imagen microscópica de E. Coli. Cortesía de CDC/Janice Haney Carr.

Unas bacterias modificadas genéticamente pueden prevenir que unos ratones a los que se les ha administrado una dieta alta en grasas coman en exceso. Los efectos beneficiosos de las bacterias duran entre cuatro y seis semanas, lo que sugiere que se instalan temporalmente en el intestino.

Los investigadores han desarrollado la terapia contra la obesidad para poner a prueba una nueva forma de tratar enfermedades crónicas. El farmacólogo de la Universidad de Vanderbilt (EEUU), Sean Davies, está modificando las bacterias que viven dentro y sobre el cuerpo, conocidas colectivamente como el microbioma de una persona. Espera poder hacer que los microbios modificados segreguen medicamentos para tratar la diabetes, la hipertensión u otras afecciones a largo plazo, evitando la necesidad de recordar tomar una pastilla. Otro beneficio es que muchos medicamentos, incluyendo el que ha puesto a prueba el grupo de Vanderbilt, no se pueden administrar por vía oral porque no sobrevivirían al proceso de digestión. Las bacterias podrían facilitar la administración de estos fármacos.

Davies decidió demostrar el concepto con la obesidad. Su grupo está trabajando con una cepa de E. Coli que se prescribe como probiótico digestivo en Europa. Los investigadores han modificado la bacteria para que produzca un compuesto supresor del apetito que normalmente segregan los intestinos en respuesta a la ingesta de comida, y que provoca una sensación de saciedad. Algunas personas (y ratones) no producen una cantidad suficiente del compuesto. "Comen en exceso porque no reciben la señal de 'saciedad'", afirma Davies. Otros investigadores están trabajando en formas distintas de administrar los medicamentos compuestos o de moléculas pequeñas con efectos similares, asegura, incluso a través de una inyección en el abdomen.

Los investigadores de Vanderbilt añadieron las bacterias al agua que le dieron a algunos ratones en una dieta alta en grasa. Los ratones tratados subieron un 15% menos de peso que los alimentados con la dieta alta en grasas y sin la bacteria. Davis presentó los detalles del estudio en marzo, en la reunión de primavera de la Sociedad Americana de Química.

El gastroenterólogo de la Universidad de la Escuela de Medicina de Alabama (EEUU), Charles Elson, señala que el uso de probióticos de diseño para tratar enfermedades crónicas es una idea prometedora. Sin embargo, añade Elson, diseñar bacterias terapéuticas que establezcan con éxito una población en el intestino humano puede ser muy difícil. "Los organismos residentes en el intestino luchan contra ellas", afirma. La única forma de que funcione a largo plazo es si las bacterias modificadas no tienen competencia de la comunidad bacteriana natural intestinal.

También hay riesgos potenciales. Ingerir accidentalmente microbios supresores del apetito podría suponer una amenaza para alguien que tenga una afección médica.

Davies señala que está trabajando en mecanismos de seguridad a prueba de fallos, anticipándose a la fase de ensayos clínicos. Una forma de hacerlo sería eliminando genes que ayuden a que la E. Coli sobreviva fuera del intestino. Otro sería insertar un "interruptor de emergencia" genético iniciado por un compuesto que sea inofensivo para los tejidos humanos, además de para los miembros del microbioma natural.

Las preocupaciones de seguridad no son lo único que está ralentizando las terapias relacionadas con el microbioma, asegura el toxicólogo de Penn State (EEUU) Andrew Patterson, que estudia las interacciones bacterianas en el intestino. El mayor reto, señala, es lo poco que entendemos estos microbios.

Varias iniciativas generales para secuenciar la genética, incluyendo las que se están realizando como parte del proyecto del microbioma humano de 200 millones de dólares (185 millones de euros) de los Institutos Nacionales de Salud en EEUU, están ayudando a identificar a los miembros sanos y enfermos del microbioma, aunque esto es sólo el comienzo. Además resulta difícil porque la mayoría de los microbios que viven dentro y sobre el cuerpo no pueden ser cultivados en el laboratorio.

La investigación sobre obesidad de Davies es una primera señal de lo que será posible una vez que entendamos mejor el microbioma, afirma el biólogo sintético del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, EEUU), Timothy Lu. El uso de herramientas de ingeniería genética más sofisticadas abrirá aún más posibilidades, concluye.

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