Mike Lazaridis inventó la BlackBerry. Ahora quiere crear una industria en torno a la computación cuántica.
Foto: Un primer plano de un circuito superconductor que funciona a -269 °C.
Raymond Laflamme aún no puede venderte un ordenador cuántico. Sin embargo te puede vender una placa lógica para medir fotones entrelazados por 13.000 dólares (9.800 euros).
Es un comienzo.
Laflamme es el director del Instituto de Computación Cuántica de la Universidad de Waterloo (Canadá), un centro de investigación que forma parte de un quijotesco y grandioso esfuerzo por parte de Mike Lazaridis, cofundador del fabricante de smartphones BlackBerry, por inventar un ordenador cuántico y convertir a esta ciudad a 113 kilómetros de Toronto en un 'Quantum Valley'.
Desde 1999, Lazaridis ha invertido 270 millones de dólares (204 millones de euros) en su visión, y ha pagado por reclutar a algunos de los mejores físicos teóricos del mundo. Aunque cree que tendrán que pasar 10 años antes de que podamos ver un verdadero ordenador cuántico, considera que los descubrimientos iniciales ya se pueden comercializar, convirtiendo a Waterloo en un floreciente centro industrial en torno a la ciencia de la información cuántica.
Waterloo tiene uno de los mejores departamentos de informática del mundo, en la Universidad de Waterloo. Es también el hogar corporativo de BlackBerry, anteriormente conocida como Research in Motion, y su ecosistema de start-ups es cada vez mayor. No obstante, la mecánica cuántica no es precisamente algo que se pueda explicar con facilidad. "Por mucho que la región sea la meca de la iniciativa empresarial, la comercialización de tecnología cuántica pura es un reto muy diferente", asegura Rolf Horn, postdoctorado en el Instituto y que intenta iniciar una empresa para vender un dispositivo que pueda producir fotones que exhiban efectos cuánticos.
Las computadoras cuánticas deberían tener la capacidad de resolver rápidamente problemas que los ordenadores de hoy en día no pueden incluso tocar, como por ejemplo romper códigos de cifrado de alta dificultad. Es más, el rápido progreso de la computación convencional, descrito por la Ley de Moore, está llegando a los límites físicos de materiales como el silicio. "No tienes que saber mucho de física" para darte cuenta de que se puede ganar dinero si sobrepasamos estos límites, señala Lazaridis.
Aún es muy pronto para los ordenadores cuánticos. En el Instituto de Computación Cuántica, también financiado en gran medida por el Gobierno de Canadá, el ordenador cuántico más complejo funciona con solo 12 qubits. Un qubit es el equivalente a un bit cuántico. Gracias a la mecánica cuántica, cada qubit puede estar en varios estados al mismo tiempo (imaginémonos un bit que pudiera ser un 0, un 1 o ambos a la vez). Esto permite un cálculo más rápido de algunos problemas, pero hasta ahora ha sido difícil hacer que los qubits se mantengan estables.
Lazaridis ha utilizado su riqueza para traer a los mejores científicos a Waterloo, comenzando con una donación de 100 millones de dólares (76 millones de euros) en el año 2000 para crear el Instituto Perimeter de Física Teórica. No obstante, el esfuerzo de computación cuántica quizá no pueda depender de su generosidad para siempre. Su riqueza, al menos sobre el papel, se ha desplomado en más de 2.000 millones de dólares (1.514 millones de euros), a medida que el precio de las acciones de la BlackBerry ha ido perdiendo popularidad. Tras una reorganización en 2012, Lazaridis renunció como codirector general de BlackBerry.
Quantum Valley tampoco se convertirá en un verdadero grupo industrial si lo único que hace es reclutar a los mejores investigadores del mundo académico. Esa es una de las razones por las que en marzo, Lazaridis y Doug Fregin, el otro fundador de BlackBerry, lanzaron un fondo de inversión de 100 millones de dólares (76 millones de euros), Quantum Valley Investments. "Hemos construido todo esto y ha sido algo muy altruista, con un carácter muy filantrópico", señaló Lazaridis. "No obstante, algunos de los investigadores se acercaron a nosotros y nos dijeron que ciertas partes de la tecnología de ordenador cuántico en la que estaban trabajando podían lanzarse de forma independiente".
Sobre una mesa de café en su oficina, Laflamme tiene varios aparatos que reflejan algunas de esas ideas, entre los que están un simple procesador de dos qubit con las soldaduras todavía visibles, y una caja de metal del tamaño de un router que resulta útil para medir fuentes de fotones. Esa caja es la base de su pequeña start-up, Universal Quantum Devices.
Laflamme llama a la compañía un "experimento", refiriéndose a la forma de comercializar los aspectos básicos de la tecnología cuántica. Para aquellos a los que pudiera parecerles que es algo de poca importancia, solo hay que recordar que los primeros productos de Hewlett-Packard, el primer gigante de la informática de Silicon Valley, eran contadores de frecuencia y un simple oscilador para medir el sonido.
Entre los otros esfuerzos de comercialización están un satélite que podría utilizar las propiedades cuánticas de la luz para enviar comunicaciones cifradas. Se pondrá a prueba un prototipo este verano, colocándolo en un camión y llevándolo por los campos de trigo de Waterloo, para ver si se puede hacer un seguimiento con un receptor óptico colocado el techo de los edificios de investigación del Instituto.
El nuevo fondo de capital riesgo de Lazaridis aún no ha invertido en ninguna de estas ideas. Sin embargo, Laflamme asegura que las cosas van mejor de lo que esperaba. "En 2001, la gente hubiera dicho, '¿Cuándo vas a sacar cosas basadas en esto?', y yo hubiera dicho que en 20 años, yéndome a lo seguro", afirma. "Ahora lo veo muy cerca".