Tecnología y Sociedad
Cómo la guerra entre Ucrania y Rusia está reconfigurando el sector tecnológico en Europa del Este
Las 'start-ups' de Letonia y otros países cercanos ven la movilización de Ucrania como una advertencia, pero también como una inspiración. Ahora están transformando productos de consumo —desde patinetes hasta drones recreativos— para utilizarlos en el campo de batalla
A primera vista, el patinete Mosphera puede parecer normal, aunque excesivamente grande. Es como el monster truck de los patinetes, con un reposapiés a siete centímetros del suelo lo bastante ancho como para ponerse de pie con los pies ligeramente separados, cosa que hay que hacer para mantener el equilibrio, ya que cuando se pisa el acelerador con el pulgar despega como un cohete. Mientras que la versión que probé en un aparcamiento del polígono industrial de Riga tenía un limitador en el motor, la versión del patinete eléctrico sobredimensionado puede alcanzar los 100 kilómetros por hora en llano. Además, puede recorrer 300 kilómetros con una sola carga y subir pendientes de 45 grados.
La start-up letona Global Wolf Motors nació en 2020 con la esperanza de que el Mosphera cubriera un vacío en la micromovilidad. Al igual que los viajeros que utilizan patinetes en entornos urbanos, los agricultores y viticultores podrían utilizar el Mosphera para desplazarse por sus propiedades; los mineros y los trabajadores de servicios públicos podrían utilizarlo para tareas de mantenimiento y patrullas de seguridad; la policía y los guardias fronterizos podrían conducirlo por caminos forestales. Y pensaron que quizá los militares querrían algunos para recorrer sus bases o incluso el campo de batalla, aunque sabían que era una posibilidad muy remota.
Cuando los cofundadores Henrijs Bukavs y Klavs Asmanis hablaron por primera vez con las fuerzas armadas letonas, se encontraron con el escepticismo de que un patinete militar no tenía mucho sentido, además de con un montón de burocracia. Se dieron cuenta de que, por muy buena que fuera la propuesta o por muy brillante que resultara el vídeo promocional (y la publicidad de Global Wolf es brillante: un montaje de patinetes saltando, trepando y acelerando en formación a través de bosques y desiertos), entrar en las cadenas de suministro militares significaba sortear capas y capas de burocracia.
Entonces Rusia comenzó su invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022 y todo cambió. En los desesperados primeros días de la guerra, las unidades de combate ucranianas querían cualquier equipo que estuviera a su alcance, y estaban dispuestas a probar ideas —como un patinete militar— que en tiempos de paz no habrían pasado el corte. Asmanis conocía a un periodista letón que se dirigía a Ucrania y, a través de los contactos del reportero, la start-up consiguió enviar dos Mospheras al ejército ucraniano.
En pocas semanas, los patinetes estaban en primera línea, e incluso detrás de ella, siendo utilizados por las fuerzas especiales ucranianas en sus arriesgadas misiones de reconocimiento. Este fue un paso inesperado pero trascendental para Global Wolf, y un indicador temprano de una demanda que se está extendiendo entre las empresas tecnológicas a lo largo de las fronteras ucranianas: dar con productos civiles que puedan adaptarse rápidamente al uso militar.
Los materiales de marketing de alta definición de Global Wolf no resultaron ser ni de lejos tan eficaces como unos minutos de grabaciones hechas con teléfonos en la guerra. Desde entonces, la empresa ha enviado otros nueve patinetes al ejército ucraniano, que ha solicitado otros 68. Antes, los funcionarios letones se burlaban de la empresa. En abril de 2024, el primer ministro visitó la fábrica de Mosphera y, desde entonces, los dignatarios y funcionarios de defensa del país la visitan con regularidad.
Hace unos años habría sido imposible imaginar a soldados lanzándose a la batalla en juguetes de gran tamaño fabricados por una empresa tecnológica sin experiencia militar. Sin embargo, la resistencia de Ucrania a los ataques de Rusia ha sido una auténtica muestra de resiliencia social e innovación, y la forma en que el país se ha movilizado está sirviendo tanto de advertencia como de inspiración a sus vecinos.
Por un lado, han visto cómo las start-ups, los grandes actores industriales y los líderes políticos ucranianos han trabajado en masa para convertir la tecnología civil en armas y sistemas de defensa. Por otro, han visto a empresarios ucranianos ayudar a poner en marcha un complejo militar-industrial que está reconvirtiendo drones civiles en detectores de artillería y bombarderos, mientras que los ingenieros de software se han convertido en ciberguerreros y las empresas de inteligencia artificial se dedican a la inteligencia en el campo de batalla. Los ingenieros trabajan directamente con amigos y familiares en la primera línea de defensa, iterando sus productos a una velocidad increíble.
Sus éxitos —a menudo con un coste muy inferior al de los sistemas de armamento convencionales— han despertado en los gobiernos y ejércitos europeos el interés por la innovación al estilo de las start-ups, así como por los posibles usos duales de sus productos, es decir, aquellos que tienen aplicaciones civiles legítimas, pero que pueden modificarse a gran escala para ser convertidos en armas.
Esta mezcla embriagadora de demanda del mercado y amenaza existencial está empujando a las empresas tecnológicas de Letonia y los demás países bálticos a dar un giro significativo. Las empresas que encuentran usos militares para sus productos los están perfeccionando y descubriendo formas de ponerlos a disposición de los ejércitos, cada vez más dispuestos a considerar la idea de trabajar con start-ups. Este cambio puede volverse aún más apremiante si Estados Unidos, bajo la presidencia entrante de Donald Trump, se muestra menos dispuesto a financiar la defensa del continente.
No obstante, mientras los gobiernos nacionales, la Unión Europea y la OTAN invierten miles de millones de dólares de fondos públicos en incubadoras y fondos de inversión —seguidos de cerca por inversores del sector privado—, algunos empresarios y expertos en políticas que han trabajado estrechamente con Ucrania advierten de que Europa podría no haber aprendido las lecciones de la resistencia ucraniana.
Si Europa quiere estar preparada para afrontar la amenaza de un ataque, necesita encontrar nuevas formas de trabajar con el sector tecnológico. Eso incluye aprender cómo el gobierno y la sociedad civil de Ucrania se han adaptado para convertir rápidamente productos civiles en herramientas de doble uso, así como la forma de sortear la burocracia para hacer llegar al frente soluciones innovadoras. La capacidad de recuperación de Ucrania demuestra que la tecnología militar no solo depende de lo que compran los ejércitos, sino de cómo lo compran, y de cómo la política, la sociedad civil y el sector tecnológico pueden trabajar juntos en una crisis.
"[Ucrania], por desgracia, es ahora mismo el mejor campo de experimentación de tecnología defensiva del mundo. Si no estás en Ucrania, no estás en el negocio de la defensa".
"Creo que muchas empresas tecnológicas de Europa harían lo que hay que hacer. Pondrían sus conocimientos y capacidades donde se necesitan", afirma Ieva Ilves, veterana diplomática letona y experta en políticas tecnológicas. Sin embargo, muchos gobiernos del continente siguen siendo demasiado lentos, demasiado burocráticos y están demasiado preocupados por la posibilidad de que parezca que malgastan el dinero, lo que significa, según Ilves, que no están necesariamente "preparando el terreno por si [llega] una crisis". "La cuestión es", dice, "a nivel político, ¿somos capaces de aprender de Ucrania?".
Despertar a los vecinos
Muchos letones y otros habitantes de las naciones bálticas sienten la amenaza de la agresión rusa de forma más visceral que sus vecinos de Europa Occidental. Al igual que Ucrania, Letonia tiene una larga frontera con Rusia y Bielorrusia, una amplia minoría rusoparlante y una historia de ocupación. También, como Ucrania, ha sido objeto durante más de una década de las denominadas tácticas de "guerra híbrida" —ciberataques, campañas de desinformación y otros intentos de desestabilización— dirigidas por Moscú.
Desde que los tanques rusos cruzaron Ucrania hace más de dos años, Letonia ha intensificado sus preparativos para un posible enfrentamiento físico, realizando inversiones por valor de más de 300 millones de euros en la construcción de fortificaciones a lo largo de la frontera rusa y restableciendo una especie de servicio militar obligatorio para reforzar sus fuerzas de reserva. Desde principios de este año, el servicio de bomberos letón ha estado inspeccionando las estructuras subterráneas de todo el país, buscando sótanos, aparcamientos y estaciones de metro que pudieran convertirse en refugios antiaéreos.
Al igual que Ucrania, Letonia no dispone de un complejo militar-industrial que pueda producir en masa proyectiles de artillería o tanques. Lo que Letonia y otros países europeos más pequeños pueden producir para sí mismos —y vender potencialmente a sus aliados— son sistemas de armas a pequeña escala, plataformas de software, equipos de telecomunicaciones y vehículos especializados.
El país está realizando una importante inversión en herramientas como Exonicus, una plataforma de tecnología médica fundada hace 11 años por el escultor letón Sandis Kondrats. Los usuarios de este simulador de realidad aumentada, pensado para el entrenamiento médico en el campo de batalla, se colocan unos cascos que les presentan heridos, a los que tienen que diagnosticar y averiguar cómo tratar. Este tipo de formación totalmente digital ahorra dinero en maniquíes y en recursos críticos sobre el terreno, afirma Kondrats.
"Si utilizas todo el material médico para formar, te quedas sin material médico", afirma. Exonicus se ha introducido recientemente en la cadena de suministro militar, cerrando acuerdos con los ejércitos letón, estonio, estadounidense y alemán, y ha estado formando a médicos de combate ucranianos.
También está VR Cars, una empresa fundada por dos antiguos pilotos de rally letones, que firmó un contrato en 2022 para desarrollar vehículos todoterreno para las fuerzas especiales del ejército. Y está Entangle, una empresa de cifrado cuántico que vende widgets que convierten los teléfonos móviles en dispositivos para comunicaciones seguras y que ha recibido recientemente una subvención para innovar del Ministerio de Defensa letón.
Como era de esperar, en Letonia se ha prestado mucha atención a los vehículos aéreos no tripulados (UAV, por sus siglas en inglés) o drones, que se han vuelto omnipresentes en ambos bandos, a menudo superando a sistemas de armas más costosos. En los primeros días de la guerra, Ucrania dependía en gran medida de máquinas compradas en el extranjero, como los aviones de ataque Bayraktar, de fabricación turca, y los cuadricópteros DJI, fabricados en China. Tardó un poco, pero al cabo de un año el país pudo empezar a fabricar sus propios sistemas.
Como resultado, los programas de defensa europeos también se están centrando en los UAV que pueden fabricarse en el propio país. "Ahora, cuando hablas con los ministerios de defensa europeos, lo primero que te dicen es: «Queremos una gran cantidad de aviones no tripulados, pero también queremos nuestra propia producción nacional»", afirma Ivan Tolchinsky, consejero delegado de Atlas Dynamics, una empresa de UAV con sede en Riga. Atlas Dynamics construye drones para usos industriales y ahora ha fabricado versiones reforzadas de sus UAV de vigilancia que pueden hacer frente a la guerra electrónica y operar en el campo de batalla.
Agris Kipurs fundó AirDog en 2014 para fabricar drones que pudieran seguir a un sujeto de forma autónoma. Estaban diseñados para personas que practicaban deportes al aire libre y querían grabarse a sí mismas sin necesidad de manipular un controlador. Él y sus cofundadores vendieron la empresa a una compañía estadounidense de seguridad doméstica, Alarm.com, en 2020. "Durante un tiempo no supimos qué construiríamos a continuación", dice Kipurs. "Sin embargo, con la invasión a gran escala de Ucrania, se hizo bastante obvio".
Su nueva empresa, Origin Robotics, acaba de "salir del modo oculto", dice, tras dos años de investigación y desarrollo. Origin se ha basado en la experiencia del equipo con drones de consumo y vuelo autónomo para empezar a construir lo que Kipurs llama "un sistema aéreo de armas de precisión dirigidas": una bomba guiada que cualquier soldado puede llevar en su mochila.
El gobierno letón ha invertido en fomentar que start-ups como estas, así como pequeños fabricantes, desarrollen UAV con capacidad militar creando un fondo dotado con 600.000 euros para premios a start-ups nacionales de drones y un presupuesto de 10 millones de euros para crear un nuevo programa de drones, en colaboración con fabricantes locales e internacionales.
Letonia es también artífice y colíder, junto con Reino Unido, de la Drone Coalition, una iniciativa multinacional que destina más de 500 millones de euros a la creación de una cadena de suministro de drones en Occidente. En el marco de esta iniciativa, los ejércitos organizan concursos para fabricantes de drones, recompensan a los mejores con contratos y envían sus productos a Ucrania. Por motivos de seguridad, a menudo no se permite a los beneficiarios hacer públicos sus contratos. "Sin embargo, las empresas que suministran productos a través de esta iniciativa son nuevas en el mercado", afirma Kipurs. "No son las empresas que había hace cinco años".
Incluso la empresa nacional de telecomunicaciones LMT, que es en parte propiedad del gobierno, está trabajando en drones y otro tipo de hardware de grado militar, incluidos equipos de sensores y globos de vigilancia. Está desarrollando un sistema de Internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) para el campo de batalla, es decir, un sistema que puede rastrear en tiempo real todos los activos y el personal en un escenario de guerra. "En Letonia, más o menos, nos estamos preparando para la guerra", afirma el exoficial de la marina Kaspars Pollaks, que dirige una división de LMT centrada en la innovación en defensa. "Nos estamos tomando la amenaza muy en serio. Porque estaremos solos operativamente [si Rusia invade]".
Las inversiones del Gobierno letón se reflejan en toda Europa: la OTAN ha ampliado su programa Aceleradora de Innovación en Defensa del Atlántico Norte (DIANA, por sus siglas en inglés), que gestiona incubadoras de start-ups para tecnologías de doble uso en todo el continente y en Estados Unidos, y ha lanzado un fondo independiente de 1.000 millones de euros para start-ups en 2022. Además, el Fondo Europeo de Inversiones, una sociedad de inversión pública, ha creado este año un fondo de 175 millones de euros para apoyar las tecnologías de defensa con potencial de doble uso. Y la Comisión Europea ha destinado más de 7.000 millones de euros a investigación y desarrollo en defensa de aquí a 2027.
Los inversores privados también andan en busca de oportunidades para beneficiarse del boom. Las cifras de la consultora europea Dealroom muestran que la recaudación de fondos en el continente por parte de empresas de tecnología militar y de doble uso se situó justo por debajo de los 1.000 millones de dólares (960 millones de euros, aproximadamente) en 2023, casi un tercio más que en 2022, a pesar de la ralentización general de la actividad del capital riesgo.
Cuando Atlas Dynamics empezó en 2015, la financiación era difícil de conseguir, dice Tolchinsky: "Siempre es difícil triunfar como empresa de hardware, porque el capital riesgo (VC, por sus siglas en inglés) está más interesado en el software. Y si empiezas a hablar del mercado de defensa, la gente dice: "Vale, se trata de algo a largo plazo, a 10 o 20 años, no es interesante". "Eso ha cambiado desde 2022. Ahora, debido a esta guerra, cada vez más VC quiere invertir en empresas de defensa", dice Tolchinsky.
No obstante, aunque el dinero ayuda a las start-ups a despegar, para demostrar realmente el valor de sus productos necesitan que sus herramientas lleguen a manos de personas que vayan a utilizarlas. Cuando le pregunté a Kipurs si sus productos se utilizan actualmente en Ucrania, se limitó a responder: "No puedo responder directamente a esa pregunta, pero nuestros sistemas están en manos de los usuarios finales".
Probado en batalla
Ucrania ha dejado atrás los primeros días del conflicto, cuando estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa que se les pudiera lanzar a los invasores. Esa experiencia ha sido decisiva para empujar al gobierno a racionalizar drásticamente sus procesos de adquisición, así como para permitir que sus soldados prueben innovaciones en tecnología de defensa.
En ocasiones, este sistema ha sido caótico y ha estado plagado de riesgos. Se han creado falsas campañas de crownfunding para estafar a donantes y robar dinero. Los piratas informáticos han utilizado manuales de drones de código abierto y contratos de adjudicación falsos en ataques de phishing en Ucrania. Algunos productos simplemente no han funcionado tan bien en el frente como esperaban sus diseñadores, y se han denunciado casos de drones fabricados en Estados Unidos que han sido víctimas de interferencias rusas o incluso que no han llegado a despegar.
La tecnología que no funciona en el frente pone en peligro a los soldados, que en muchos casos han tomado cartas en el asunto. Dos fabricantes ucranianos de UAV me cuentan que la adquisición de material militar en el país se ha puesto patas arriba: si quieres vender tu equipo a las fuerzas armadas, no acudes al Estado, sino directamente a los soldados y se lo pones en sus manos. Una vez que los soldados empiezan a pedir tu herramienta a sus oficiales superiores, puedes volver a hablar con los burócratas y llegar a un acuerdo.
Muchas empresas extranjeras simplemente han donado sus productos a Ucrania, en parte por el deseo de ayudar, y en parte porque han identificado la oportunidad (potencialmente rentable) de exponerlos a los breves ciclos de innovación de los conflictos y obtener información en directo de quienes luchan. Esto puede resultar sorprendentemente fácil, ya que algunas unidades de voluntarios gestionan sus propias cadenas de suministro de forma paralela, mediante crowdfunding y donaciones, y están deseosos de probar nuevas herramientas si alguien está dispuesto a facilitárselas gratuitamente.
Un especialista en logística que abastece a una unidad de primera línea, y que habla desde el anonimato porque no está autorizado a declarar ante los medios de comunicación, me cuenta que esta primavera recurrieron a equipos donados por start-ups de Europa y Estados Unidos para cubrir las lagunas causadas por el retraso de la ayuda militar estadounidense, incluidos prototipos no probados de UAV y equipos de comunicaciones. Todo esto ha permitido a las empresas eludir el lento proceso de prueba y demostración de sus productos, para bien y para mal.
Las prisas de las empresas tecnológicas por entrar en la zona de conflicto han inquietado a algunos observadores, que temen que, al ir a la guerra, las empresas hayan eludido las preocupaciones éticas y de seguridad en torno a sus herramientas. Por ejemplo, Clearview AI dio acceso a Ucrania a sus controvertidas herramientas de reconocimiento facial para ayudar a identificar a los muertos de guerra rusos, lo que suscitó cuestiones morales y prácticas sobre la precisión, la privacidad y los derechos humanos: publicar imágenes de los muertos durante una guerra es posiblemente una violación de la Convención de Ginebra.
Algunos ejecutivos tecnológicos de alto nivel, como Alex Karp, consejero delegado de Palantir, y Eric Schmidt, exconsejero delegado de Google reconvertido en inversor en tecnología militar, han aprovechado el conflicto para intentar cambiar las normas mundiales sobre el uso de la inteligencia artificial en la guerra, creando sistemas que permiten a las máquinas seleccionar objetivos para los ataques, lo que a algunos expertos les preocupa que sea la puerta de entrada a la creación de "robots asesinos" autónomos.
Pollaks, de LMT, dice que ha visitado Ucrania con frecuencia desde el comienzo de la guerra. Aunque se niega a dar más detalles, describe eufemísticamente la burocracia ucraniana en tiempos de guerra como "no estandarizada". Si quieres volar algo por los aires delante de la UE, dice, tienes que pasar por un montón de aprobaciones, y el papeleo puede llevar meses, incluso años. En Ucrania hay mucha gente dispuesta a probar nuestras herramientas. "[Ucrania], por desgracia, es ahora mismo el mejor campo de experimentación de tecnología defensiva del mundo", afirma Pollaks. "Si no estás en Ucrania, no estás en el negocio de la defensa".
Jack Wang, director del fondo de capital riesgo Project A, con sede en Reino Unido y que invierte en start-ups de tecnología militar, está de acuerdo con que la "ruta" ucraniana puede ser increíblemente fructífera. "Si vendes a Ucrania, obtienes una iteración más rápida del producto y la tecnología, así como pruebas de campo en directo", afirma. "Los dólares pueden variar. A veces son cero, a veces bastantes, pero el producto llega antes al terreno".
La información que llega desde el frente es de un valor incalculable. Atlas Dynamics ha abierto una oficina en Ucrania y sus representantes trabajan allí con soldados y fuerzas especiales para perfeccionar y modificar sus productos. Cuando las fuerzas rusas empezaron a interferir una amplia banda de frecuencias de radio para interrumpir la comunicación con los drones, Atlas diseñó un sistema inteligente de salto de frecuencias que busca frecuencias no interferidas y cambia el control del dron a ellas, poniendo a los soldados un paso por delante del enemigo.
En Global Wolf, las pruebas del Mosphera en el campo de batalla han dado lugar a pequeñas pero significativas iteraciones del producto, que han surgido de forma natural a medida que los soldados lo utilizaban. Un problema relacionado con los patinetes en el frente resultó ser el reabastecimiento de munición a los soldados en puestos atrincherados. Al igual que los patinetes urbanos se han convertido en soluciones de reparto de última milla en las ciudades, las tropas descubrieron que el Mosphera era idóneo para transportar pequeñas cantidades de munición a gran velocidad por terrenos accidentados o a través de bosques. Para facilitar este trabajo, Global Wolf ajustó el diseño del remolque adicional opcional del vehículo para que cupieran perfectamente ocho cajas de balas de tamaño estándar de la OTAN.
Algunos francotiradores prefieren el Mosphera eléctrico a las motos o quads ruidosos, ya que utilizan los vehículos para zigzaguear entre los árboles y situarse en posición. También les gusta disparar desde el sillín, algo que no podrían hacer desde el reposapiés del patinete, por lo que Global Wolf diseñó un asiento estable que permite disparar sin necesidad de bajarse. Algunas unidades querían luces infrarrojas, y la empresa también las ha fabricado. Este tipo de peticiones dan ideas al equipo para nuevas mejoras: "Es como comprar un coche", dice Asmanis. "Puedes tenerlo con aire acondicionado, sin aire acondicionado, con asientos calefactados...".
El hecho de haber sido probados en el campo de batalla está demostrando ser una poderosa herramienta de marketing. Bukavs me dijo que cree que los ministros de Defensa están cada vez más cerca de pasar de las promesas a la "acción". La policía letona ha comprado un puñado de Mospheras, y el ejército del país también ha adquirido algunos para las unidades de fuerzas especiales. "No tenemos información sobre cómo las están utilizando", dice Asmanis. "Es mejor que no preguntemos", interviene Bukavs. Distribuidores militares de otros países también se han puesto en contacto con ellos para comercializar sus unidades a nivel local. Aunque afirman que sus donaciones estuvieron motivadas ante todo por el deseo de ayudar a Ucrania a resistir la invasión rusa, Bukavs y Asmanis admiten que su filantropía les ha sido recompensada con creces.
Evidentemente, todo esto podría cambiar pronto, y la "ruta" ucraniana podría perfectamente verse interrumpida cuando Trump vuelva al poder en enero. Estados Unidos ha proporcionado ayuda militar a Ucrania por valor de más de 64.000 millones de dólares (61.469 millones de euros, aproximadamente) desde el inicio de la invasión a gran escala. Una cantidad significativa de esa cifra se ha gastado en Europa, en lo que Wang llama una especie de "envío a cuentagotas": Ucrania pide drones, por ejemplo, y Estados Unidos los compra a una empresa en Europa, que los envía directamente al frente.
Wang me mostró una presentación reciente de una start-up europea de tecnología militar. A la hora de evaluar los presupuestos potenciales disponibles para sus productos, compara el presupuesto ucraniano, de decenas de millones de dólares, con el presupuesto "donado por todos los demás", de mil millones de dólares (960 millones de euros, aproximadamente). Gran parte de ese dinero de "todos los demás" procede de Estados Unidos. Si, como esperan muchos analistas, la administración Trump reduce drásticamente o detiene por completo la ayuda militar estadounidense a Ucrania, estas jóvenes empresas centradas en la tecnología militar y la tecnología de doble uso recibirán un duro golpe. "Lo ideal sería que la parte europea aumente su gasto en empresas europeas, pero se producirá un vacío a corto plazo", afirma Wang.
¿Un cambio duradero?
La invasión a gran escala de Rusia puso de manifiesto el importante debilitamiento del complejo militar-industrial europeo desde la Guerra Fría. En todo el continente, los gobiernos han recortado sus inversiones en armamento como buques, tanques y proyectiles, en parte por la creencia de que las guerras se librarían a menor escala, y en parte por recortar sus presupuestos nacionales.
"Tras décadas en las que Europa ha reducido su capacidad de combate, ahora nos encontramos en la situación en la que estamos. Será un verdadero reto aumentarla. Y la forma de hacerlo, al menos desde nuestro punto de vista, es mediante una integración estrecha entre la industria y las fuerzas armadas", afirma Pollaks.
Esto no suscitaría polémica en Estados Unidos, donde el ejército y la industria de defensa colaboran a menudo para desarrollar nuevos sistemas. Sin embargo, en Europa, este tipo de colaboración resultaría "un poco salvaje", afirma Pollaks. Los ejércitos suelen ser más herméticos y trabajar principalmente con grandes contratistas de defensa, y los inversores europeos suelen ser más reticentes a respaldar empresas cuyos productos podrían acabar siendo utilizados en guerras. Como resultado, a pesar de los numerosos indicadores positivos que se observan para los desarrolladores de tecnología militar, los avances en la renovación de la cadena de suministro han sido más lentos de lo que muchos profesionales del sector desearían.
Varios fundadores de empresas de doble uso y tecnología militar de Letonia y otros países bálticos me cuentan que a menudo les invitan a actos en los que se presentan ante un público entusiasta de responsables políticos, pero que después nunca reciben pedidos importantes. "No creo que ningún blog o pódcast de VC vaya a cambiar la forma en que los militares adquieren la tecnología", afirma Wang, de Project A. A pesar de lo que está ocurriendo a su lado, los vecinos de Ucrania siguen gestionando sus operaciones en tiempos de paz. Los presupuestos públicos siguen siendo ajustados y, aunque la burocracia se ha vuelto más flexible, siguen existiendo capas y capas de trámites burocráticos.
Incluso Bukavs, de Global Wolf, lamenta que un séquito de personalidades políticas haya visitado su fábrica, pero no haya recompensado a la empresa con grandes contratos. A pesar de las peticiones de Ucrania para los patinetes Mosphera, por ejemplo, finalmente no se incluyeron en el paquete de ayuda militar de Letonia para 2024 debido a limitaciones presupuestarias.
Lo que esto sugiere es que los gobiernos europeos solo parecen haber aprendido de Ucrania una parte de la lección: que las start-ups pueden otorgar cierta ventaja en los conflictos. No obstante, los expertos temen que la política del continente siga dificultando la innovación rápida. Muchos países de Europa Occidental han establecido enormes mecanismos burocráticos para proteger sus democracias de la corrupción o las influencias externas. Los Estados autoritarios, por su parte, no tienen tantas trabas y también han seguido de cerca la guerra de Ucrania. Al parecer, las fuerzas rusas están probando drones chinos e iraníes en el frente. Incluso Corea del Norte tiene su propio programa de UAV.
La solución no debe consistir necesariamente en desechar los mecanismos de control de la sociedad democrática. Sin embargo, según Ilves y otros expertos con los que hablé, estos sistemas han generado fragilidad y, en ocasiones, han llevado a los gobiernos a preocuparse más por las políticas de adjudicación que por las crisis. "Los problemas de adjudicación de contratos se hacen cada vez más grandes, a medida que las sociedades democráticas pierden la confianza en el liderazgo", afirma Ilves, que ahora asesora al Ministerio de Transformación Digital de Ucrania sobre política de ciberseguridad y cooperación internacional. "Si un [troll] de Twitter comienza a interesarse por un presupuesto de material defensivo, puede empezar a influir en la política".
Esto hace difícil brindar apoyo financiero a empresas tecnológicas cuyos productos no se necesitan en el momento, por ejemplo, pero cuyas capacidades podrían ser útiles en caso de emergencia: una especie de marina mercante para la tecnología, en reserva constante por si se necesita. "No podemos presionar a las tecnológicas europeas para que sigan aportando soluciones innovadoras para las crisis", afirma Ilves. "Las empresas son empresas. Trabajan por dinero, no por ideas".
Incluso en Riga la guerra puede parecer lejana, a pesar de las banderas ucranianas que ondean en las ventanas y en lo alto de los edificios gubernamentales. Las conversaciones sobre el transporte de artillería y la guerra electrónica que se celebran en los almacenes reconvertidos pueden parecer académicas, incluso ligeramente absurdas. En una de las incubadoras que visité en abril, una empresa que fabricaba un vehículo todoterreno pesado con orugas trabajaba al lado de una start-up de software de contabilidad. En la planta superior, había sillones y una máquina de karaoke, preparada para una fiesta que se celebraba esa misma noche.
Hace falta que haya una sensación de crisis para que los políticos, las empresas y las sociedades comprendan que la primera línea de batalla puede llegar hasta ellos, afirma Ilves: "Esta es mi opinión sobre por qué creo que los países bálticos llevan la delantera. Desgraciadamente, no es porque seamos muy listos, sino porque tenemos ese sentimiento de necesidad".
No obstante, su experiencia de los últimos años sugiere que hay motivos para la esperanza cuando el peligro traspasa las fronteras de un país. Antes de la invasión a gran escala, el gobierno de Ucrania no era precisamente popular entre las empresas nacionales y las comunidades tecnológicas. "Sin embargo, se unieron y pusieron sus cerebros y recursos al servicio de la guerra", afirma. "Tengo la sensación de que nuestras sociedades son, a veces, mejores de lo que pensamos".
Peter Guest es un periodista afincado en Londres.