Mañana se lanzará un satélite para ayudar a los científicos a averiguar lo que sucede con las emisiones de dióxido de carbono que se desvanecen.
Este martes, un cohete Taurus XL despegará desde la base Vandenberg de la Fuerza Aérea en California, llevando el satélite del Observatorio de Carbono en Órbita (OCO) de la NASA. Será el primer satélite de la agencia espacial dedicado a medir el CO2 en la atmósfera, y podría ayudar a contestar algunas preguntas, para que los investigadores puedan entender mejor el cambio climático.
Alrededor de la mitad de los 30.000 millones de toneladas de CO2 emitidas por quemar combustibles fósiles cada año no permanece en la atmósfera, y los científicos no están del todo seguros de dónde va a parar. Su idea es que la absorben los océanos y las plantas. Pero no saben exactamente en qué lugar del planeta sucede o que mecanismos están involucrados en el proceso. Como resultado, no pueden predecir cuánto CO2 se absorberá en el futuro. De acuerdo con algunas teorías, la absorción de CO2 se incrementará, y esto ralentizará el calentamiento global. De acuerdo a otros, el carbono se “hunde” y llegará el momento en que los océanos dejarán de aspirar el CO2 y comenzarán a liberarlo potencialmente acelerando el cambio climático.
“La gente nos pide que pronostiquemos la magnitud de los cambios climáticos para los próximos cincuenta años”, declara David Crisp, investigador principal para el proyecto OCO en el laboratorio de la propulsión de los jet de la NASA (JPL) en California (Estados Unidos). “¿Cómo puedo predecir la magnitud del cambio climático inducido por el CO2 si ni siquiera sé cuánto CO2 habrá en la atmósfera?” plantea. “Aún si fuera posible predecir cuánto CO2 dejarán los humanos en la atmósfera, eso sería “solo la mitad del problema”, comenta. “También necesito saber cuánto va a ser absorbido por la tierra”, prosigue.
Los científicos no han podido contestar esta pregunta puesto que tienen muy pocas estaciones de control de CO2 – alrededor de 100 en todo el mundo – y porque la mayoría de ellos sólo toman muestras a ras del suelo.“Existen enormes vacíos geográficos en estas observaciones”, aclara Ronald Prinn, profesor de ciencias de la atmósfera en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en Estados Unidos.
“Todavía no entendemos los procesos que utiliza la tierra para absorber este dióxido de carbono”, afirma Crisp. “No sabemos dónde ocurren, ni por qué. Y tampoco sabemos si van a continuar”, señala.El nuevo satélite proveerá cobertura a nivel global, tomando cientos de miles de mediciones cada día, con una resolución de una magnitud mayor que la de los otros satélites de control atmosférico. Los científicos podrán rastrear dónde se emite el CO2 y dónde se absorbe, incluso a lo largo de las amplias regiones de los océanos o de selvas tropicales, donde antes era difícil o imposible medir los niveles de CO2. Esto le permitirá a los científicos probar diferentes teorías acerca de cómo sle produce la absorción de CO2.
De acuerdo a algunas de esas teorías, además de los océanos, esa mayor absorción de dióxido de carbono también la causa el crecimiento de los nuevos bosques, pues muchos de los árboles plantados en la década de los treinta están entrando en su mejor momento en términos de habilidad para absorber el CO2. Pero estos dos sumideros de carbono podrían alcanzar pronto el límite de su capacidad. De hecho, mientras los océanos se calientan, podrían liberar más carbono del que extraen, asegura Crisp. Otra teoría sostiene las selvas tropicales absorben bastante CO2 y que podrían tomar todavía más.Mientras los niveles de CO2 en la atmósfera siguen aumentando, este gas podría actuar como fertilizante, estimulando más crecimiento y, por ende, más absorción de CO2.
Los datos de los satélites ayudarán a los científicos a determinar en qué lugares se está produciendo la extracción del CO2 y cuánto contribuyen las diferentes áreas a la absorción general. También podrá sugerir dónde deberán ir los científicos para estudiar con más detalle los mecanismos que están involucrados en ese proceso, señala Crisp.
El satélite utilizará tres espectrómetros rápidos y alta resolución para medir la cantidad de CO2 entre el satélite y el suelo. El satélite viajará a siete kilómetros por segundo, tomando fotografías de los niveles de CO2 tres veces por segundo, así que cada foto cubrirá una área de alrededor de 2,5 kilómetros de longitud. Los sistemas espectroscópicos utilizados en otros satélites son mucho más lentos: su exposición lleva más tiempo, así que la muestra es más larga (de alrededor de 50 kilómetros, según Crisp. La mayor rapidez del satélite le permitirá ver mejor las brechas entre las nubes, que de otro modo taparían las mediciones. El satélite hace una órbita cercana al polo, dando vueltas a la tierra en una orientación de norte a sur. Mientras el OCO orbita, la tierra gira por debajo de él, de tal manera que cada vez que pasa, el satélite ve una región distinta.
“Va a haber un incremento increíble en el número de datos que los científicos van a tener que estudiar”, afirma Britton Stephans, quien estudia las emisiones y la absorción de CO2 en el Centro Nacional de Ciencias Atmosféricas en Boulder (Estados Unidos). “Realmente va revolucionar la manera en que trabajan”, asegura Stephans.Una vez que los científicos analicen esos datos, esto podría tener implicaciones directas para las políticas, según Stephans. Los resultados podrían sugerir , por ejemplo, cuánto énfasis debería ponerse en dar incentivos a los países para que dejen sus bosques intactos o la necesidad de actuar más rápidamente para reducir las emisiones de CO2.
El satélite también les dará a los investigadores una idea más acertada acerca de las emisiones provenientes de otras fuentes que no sea de la quema de combustibles fósiles. Mientras que los científicos tienen una comprensión precisa de cuánto CO2 se emite por fuentes tales como las usinas de energía y los coches, no saben mucho acerca de las emisiones provenientes de la quema de leña y otras sustancias de biomasa, o del “corte y quema” de las selvas tropicales para prepara la tierra para la agricultura. Por ende, el satélite podría proveer una idea más clara de cuánto está emitiendo un país cualquiera – algo que sería importante para los tratados sobre emisiones.
“Los países alegarán reducciones en sus emisiones para que obtengan el correspondiente crédito por ello. ¿Quién comprueba si lo que alegan es verdad? ¿Cómo se comprueba? La única manera es de medir la cantidad de gas de efecto invernadero alrededor del mundo. Saber cuánto le concierne a la sociedad es el valor potencial más grande del satélite”, afirma Prinn.Pero el monitoreo a largo plazo probablemente tendrá que venir de los futuros proyectos, añade. El satélite solo está diseñado para durar dos años, y no tiene los sistemas redundantes necesarios para hacer que siga funcionado si uno de los componentes falla, explica Mike Millar, jefe del grupo de satélites de las ciencias de la tierra en Orbital Sciences, con sede en Estados Unidos. Orbital Sciences es la empresa que construyó el satélite y que lo lanzará. (El JPL de la NASA desarrolló los instrumentos que el satélite tiene a bordo).Sin embargo, si la OCO valida el enfoque espectroscópico de medir los niveles de CO2, satélites similares podrían seguir sus pasos.
El reciente proyecto de ley de estímulo podría también ayudar, ya que incluye casi mil millones de dólares para la NASA y la Administración Nacional Oceanográfica y Atmosférica (NOAA).