Esta investigación podría abrir la puerta a terapias cerebrales personalizadas para tratar los peores tipos de dolor crónico
Un nuevo estudio sugiere que las ondas cerebrales pueden ser utilizadas para detectar el grado de dolor que siente una persona, lo que podría modificar la forma de tratar determinados dolores crónicos.
La investigación, publicada el 22 de mayo en Nature Neuroscience, es pionera al registrar las señales cerebrales de un ser humano relacionadas con el dolor crónico. Y esto podría ayudar al desarrollo de terapias personalizadas para niveles más graves de dolor.
El dolor crónico, definido como un dolor que dura tres meses o más, afecta a una de cada cinco personas en EE UU. Esto es más que la diabetes, la hipertensión o la depresión. A veces, puede afectar a personas que han sufrido un ictus o la amputación de una extremidad. Como aún no se sabe muy bien cómo afecta al cerebro, también es difícil de tratar. La calidad de vida puede verse gravemente afectada.
Un grupo de investigadores de la Universidad de California, en San Francisco, implantaron electrodos en el cerebro de cuatro personas con dolor crónico. A continuación, en un periodo de entre tres y seis meses, los pacientes tuvieron que responder varias veces al día a encuestas sobre la intensidad de su dolor. Cuando terminaban de rellenar cada encuesta, se sentaban en silencio durante 30 segundos para que los electrodos pudieran registrar su actividad cerebral. Esto ayudó a los investigadores a identificar biomarcadores de dolor crónico en los patrones de señales cerebrales, tan específicos en cada persona como sus huellas dactilares.
A continuación, los investigadores utilizaron el aprendizaje automático para analizar los resultados de las encuestas. Prasad Shirvalkar, uno de los autores del estudio, explica que pudieron predecir con éxito cómo puntuarían los pacientes la gravedad de su dolor examinando su actividad cerebral.
"Ahora que sabemos dónde viven estas señales y qué tipo de señales buscar, podríamos tratar de rastrearlas de forma no invasiva", asegura Shirvalkar. "A medida que reclutamos más pacientes, o determinamos mejor cómo varían estas señales entre las personas, tal vez podamos utilizarlo para el diagnóstico", continúa.
Los investigadores también han descubierto que son capaces de distinguir el dolor crónico de un paciente del dolor agudo infligido deliberadamente mediante una sonda térmica. Las señales de dolor crónico procedían de una parte distinta del cerebro, lo que sugiere que no se trata solo de una versión prolongada del dolor agudo, sino de algo totalmente distinto.
Dado que cada persona experimenta el dolor de una forma diferente, no existe un enfoque único para abordarlo, lo que ha supuesto un gran reto en el pasado. El equipo espera que la cartografía de los biomarcadores individuales permita orientar mejor el uso terapéutico de la estimulación eléctrica cerebral. Un tratamiento que Shirvalkar compara encender o apagar el dolor de la misma forma que si fuera un termostato.
Según Ben Seymour, catedrático de Neurociencia Clínica en la Universidad de Oxford (Reino Unido) y que no ha participado en el proyecto, los hallazgos podrían suponer un gran salto en el tratamiento del dolor. Incluso pueden resultar útiles para tratar a personas con dolor crónico y que tienen dificultades para comunicarse.
"Esto abre una nueva puerta a las tecnologías del dolor inteligente, por lo que se trata de un obstáculo de ingeniería muy importante que se ha superado", afirma Seymour.
Además, demuestra la forma tan individual en que un paciente siente dolor y la importancia de adaptar los tratamientos a cada persona, añade Shirvalkar. Y concluye: "está claro que el dolor es tan complejo, y que las personas son tan complejas, que la única forma de escucharlas y verlas es dejar que cuenten su versión de la historia".