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​Foto: Los libros The Book of Minds: How to Understand Ourselves and Other Beings, from Animals to Aliens; An Immense World: How Animal Senses Reveal the Hidden Realms Around Us y Sentient: What Animals Reveal About Our Senses.

Biotecnología

Tres libros para intentar comprender las enigmáticas mentes de los animales

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Estas publicaciones argumentan que deberíamos dedicar más tiempo a comprender a las criaturas que nos rodean

  • por Matthew Ponsford | traducido por Ana Milutinovic
  • 30 Diciembre, 2022

El inusual nacimiento de la avispa esmeralda, que sale del cuerpo de una cucaracha zombificada que ha sido devorada por la propia avispa desde dentro, se encuentra entre los milagros más espantosos de la naturaleza. Para darle a su larva el mejor comienzo de la vida, la avispa madre -un parásito de una pulgada (2,5 centímetros), recubierta de una armadura iridiscente y oleosa- ataca a su presa, pinchándola una vez con su aguijón de dos milímetros e inyectando químicos sedantes en el tórax de la cucaracha. La segunda vez introduce el aguijón en la cabeza de su víctima, atravesando los músculos y los tubos digestivos para inyectar una dosis de veneno en la ubicación exacta del diminuto cerebro de la cucaracha.

Esto convierte a su víctima en un peón obediente. Después de morder la punta de la antena de la cucaracha, la futura madre puede llevar al insecto como un perro con una correa. En algún lugar aislado, la avispa pone un huevo en la pata de la cucaracha, dejando a su larva con un montículo de carne pasivo pero aún vivo, el doble de su tamaño, para alimentarse. Con el tiempo, la larva pupará en el interior de la cucaracha, saliendo por su exoesqueleto al madurar, lista para repetir este espeluznante proceso para otra generación. Cuando Charles Darwin observó la erupción culminante de la avispa de la carne, escribió que eso era suficiente para hacerle cuestionar la existencia de un Dios amoroso. Sin embargo, no pudo evitar admirar la complejidad de este espectáculo de terror reproductivo.

Hoy en día, como detalla el periodista Ed Yong en su nuevo y excepcional estudio sobre la percepción animal, An Immense World: How Animal Senses Reveal the Hidden Realms Around Us (en español, Un mundo inmenso: cómo los sentidos animales revelan los ámbitos ocultos que nos rodean), podemos adentrarnos más profundamente en este proceso de lo que Darwin podría haber soñado. Al observar el aguijón de la avispa bajo un microscopio electrónico, se observa cómo está salpicado de pequeños bultos y hoyos. Se trata de células mecanorreceptoras sensibles a los detalles más finos del tacto y la textura, y quimiorreceptores que perciben el olfato o el gusto. Aunque aún no se ha entendido el propósito exacto de los receptores olfativos del aguijón, las pruebas han demostrado que los mecanorreceptores los convierten en un instrumento de medida calibrado con precisión. Cuando la madre avispa introduce su aguijón en la cabeza de su víctima, "puede detectar la sensación distintiva del cerebro de la cucaracha".

Los vívidos viajes de Yong a los ámbitos sensoriales de otras especies le han dado al libro An Immense World un lugar de honor entre la creciente pila de publicaciones que detallan los ricos mundos internos de los animales y que incluye Sentient: What Animals Reveal About Our Senses (en español, Seres sintientes: lo que los animales revelan sobre nuestros sentidos), de Jackie Higgins, y The Book of Minds: How to Understand Ourselves and Other Beings, from Animals to Aliens (El libro de las mentes: cómo entendernos a nosotros mismos y a otros seres, desde animales hasta extraterrestres), de Philip Ball.

Más que nunca, sentimos el deber y el deseo de extender la empatía a nuestros vecinos no humanos. En los últimos tres años, más de 30 países han reconocido oficialmente a otros animales, incluidos gorilas, langostas, cuervos y pulpos, como seres sintientes. Yong, Higgins y Ball describen lo que ha llevado a estos desarrollos: un campo en auge de la investigación experimental que desafía la visión previa de que los animales no son ni conscientes ni cognitivamente complejos. La ciencia occidental había tratado a los animales como poco más que autómatas, guiados por el instinto y la mente programada. Aunque en las últimas décadas los investigadores han tratado de comprender los fenómenos de los comportamientos complejos como el lenguaje de las abejas, el altruismo de los murciélagos vampiros y el ingenio de los cuervos. El Proyecto de Especies Terrestres Earth Species Project de San Francisco (EE UU), respaldado por el cofundador de LinkedIn, Reid Hoffman, cree que puede llevar las cosas un paso más allá descifrando los patrones en los chillidos de los delfines y los gruñidos de los cerdos para crear una herramienta de traducción entre especies. Hablar con los animales, que antes se reservaba a los mitos animistas o a las historias infantiles del Dr. Dolittle, es una posibilidad con viabilidad para muchos expertos en tecnología, permitiendo a los miembros de otras especies comunicar sus vidas, experiencias y visiones del mundo.


Ilustración: Ari Liloan.

¿Qué dirían? La pregunta que planteó el filósofo Thomas Nagel en su famoso artículo de 1974 sobre la conciencia: "¿Cómo es ser un murciélago?", aún persiste. Yong, Higgins y Ball pretenden contrarrestar el argumento de Nagel de que las experiencias de tales animales solo están fuera de nuestro alcance.  Si bien los tres escritores reúnen muchas investigaciones fascinantes que ofrecen ventanas a la vida de los animales, acabamos preguntándonos lo cerca que estamos en realidad de superar la división entre las especies.

En 1909, el zoólogo Jakob von Uexküll explicó la entonces radical idea de que cada animal posee su Umwelt, un término alemán que significa circunstancia o ambiente y que aquí se refiere a su propio mundo perceptivo, construido a partir de la información que le proporcionan sus sentidos. El Umwelt de la garrapata sin ojos que detecta el calor del cuerpo es bastante diferente al de la ballena azul, que puede detectar señales eclécticas transmitidas por el agua y sonidos infrasónicos extremadamente bajos que se transmiten a miles de kilómetros. En el libro An Immense World, Yong sigue el camino de von Uexküll: se trata de una especie de diario de viaje sensorial a través de los mundos de varios animales, un "intento de entrar en sus Umwelten".

Desde ese punto de vista, Yong aclara que muchos de nuestros vecinos no humanos, incluso los insectos más humildes, experimentan el mundo en una riqueza que se pierde para nosotros. Para muchos insectos y pájaros, las flores de color amarillo, como los narcisos, están flameadas y manchadas con pinceladas de ultravioleta, mientras que las flores de otras plantas tienen ojos de buey con colores que no podemos ni imaginar. Las plantas no solo se ven y se huelen, sino que se sienten desde la distancia: los abejorros perciben los "halos eléctricos invisibles" de esas plantas, un campo de fuerza electromagnética que emite cada brote verde, con los diminutos pelos que forman su pelusa.

En los últimos tres años, más de 30 países han reconocido oficialmente a otros animales, incluidos gorilas, langostas, cuervos y pulpos, como seres sintientes.

Estos mundos en miniatura tienen mucha vida. De manera imperceptible para nosotros, los tallos elásticos de las plantas vibran con una música "inquietante y fascinante", que siguen las hormigas, orugas, saltamontes y otros invertebrados que trepan sobre ellos. En ese audio aéreo, el tamaño dicta el sonido, por lo que los grandes cuerpos braman y los animales pequeños suenan menos fuerte; las cigarras, liberadas de sus limitaciones, mugen como vacas y los grillos evocan el sonido de motosierras en marcha.

Además de aprender cosas sobre la visión de calor de las víboras y el campo eléctrico sensorial emitido por el pez cuchillo negro, a menudo las criaturas más familiares son las que revelan los talentos sensoriales más sorprendentes. Un perro labrador que camina por la calle se guía por sus fosas nasales que hacen girar partículas en un vórtice continuo, creando una corriente de olor constante. Estos olores construyen un Umwelt fantasmal, donde aún residen algunos objetos del pasado: un puesto de perritos calientes que se fue horas antes, las células de la piel que un transeúnte derramó ayer o, en una prueba, "una sola huella dactilar que había sido puesta en una placa de microscopio, luego fue colocada en una azotea y se expuso a los elementos durante una semana". Por la noche, los ratones deambulan y recorren nuestras casas "revolviendo", moviendo de un lado a otro sus sensibles pelos especializados de sus rostros, varias veces por segundo, de manera que Yong lo compara con la actividad de los ojos humanos, que se mueven rápidamente para construir una escena. Si nos tumbamos despiertos también podríamos, si tuviéramos los oídos adecuados, escuchar cantos ultrasónicos parecidos a los de los canarios.

Reflexionando sobre nuestras propias habilidades sensoriales, Yong escribe acerca de los seres humanos: "Nuestro Umwelt todavía es limitado;  no es de esa manera. Nos parece que lo abarca todo. Es todo lo que sabemos, por lo que fácilmente lo confundimos con todo lo que hay que saber". Yong, como von Uexküll, ve al Umwelt como un gran nivelador: todos los animales, en pocas palabras, tienen una imagen parcial e ideada de la realidad que nos proporciona nuestra historia evolutiva, desarrollada, como el aguijón de la avispa esmeralda, a través de varias generaciones de depredación y apareamiento. An Inmense World propone elevar la experiencia de otros animales junto a la de los seres humanos y prescindir, de una vez por todas, de la idea de que la experiencia humana es la única valiosa.

Al declarar su ambición de "explorar sus sentidos para comprender mejor sus vidas", Yong es fiel a su palabra. Miembro del personal de Atlantic desde hace mucho tiempo, tiene un talento similar al de Attenborough para encontrar historias simples del desorden ilimitado del mundo natural. Una mirada a los ojos de las vieiras, por ejemplo, se convierte en una ventana a través de la cual se pueden admirar docenas o incluso cientos de globos oculares moviéndose adheridos a este alimento básico del mar. Yong describe las vieiras de la bahía con ojos como "arándanos de neón". Cuando se sienten amenazadas, las criaturas aletean furiosamente buscando la libertad, "abriendo y cerrando sus caparazones como castañuelas presas del pánico".

Las anécdotas más reveladoras de Un mundo inmenso son aquellas que invierten nuestra visión del mundo y nos ayudan a comprender cómo las presiones evolutivas han estructurado la realidad física. Nos cuentan que las abejas, igual que nosotros, tienen ojos tricromáticos: perciben tres colores primarios. Sin embargo, en el caso de las abejas, las células sensibles a la luz están sintonizadas con el verde, el azul y el ultravioleta. "Se podría pensar que estos polinizadores desarrollaron ojos que ven bien las flores, pero eso no es lo que sucedió", escribe Yong. "Su tipo de tricromacia evolucionó cientos de millones de años antes de que aparecieran las primeras flores, por lo que las flores deben haber evolucionado para adaptarse a las abejas. Las flores desarrollaron colores que mejor llaman la atención a los ojos de los insectos".

A diferencia de Yong, Jackie Higgins ve los dones de los animales como una lente para nuestras propias facultades. Higgins, que fue cineasta científica para la BBC antes de convertirse en escritora, centra cada capítulo de su libro Sentient en la notable adaptación sensorial de un animal, pero recurre a desviaciones anecdóticas, al estilo de Oliver Sacks, para explorar algunos casos casi rozando la capacidad humana. Tomando como referencia El mono desnudo, la fusión de zoología y etnografía de la era hippie de Desmond Morris, que interpretaba el comportamiento humano como el resultado de una gran narrativa evolutiva especulativa, Higgins valora el estudio de los animales como "un espejo que podemos sostener para satisfacer la obsesión por uno mismo", y añade que eso "ofrece otra perspectiva sobre por qué los seres humanos nos vemos, actuamos y sentimos de esta manera".

"No vemos con nuestros ojos, sino con nuestro cerebro. Del mismo modo, no solo oímos con los oídos, olemos con la nariz, saboreamos con la lengua o sentimos con los receptores de los dedos".

Paul Bach-y-Rita

Describe el camarón mantis, que tiene los ojos más complejos descubiertos hasta ahora (con 12 tipos de fotorreceptores frente a nuestros tres), y el topo de nariz estrellada, que tiene seis veces más receptores táctiles en su hocico de un centímetro de ancho que nosotros en una mano entera. Cada capítulo destaca un sentido por lo que, al hablar de la visión del color, compara el ejemplo de los camarones con los humanos que luchan con su propio sentido equivalente: los residentes del atolón Pingelap, por ejemplo, conocido como la "isla de los daltónicos" y una mujer inglesa anónima, cuyo nombre en código es cDa29, que tiene un cuarto tipo de fotorreceptor que le permite ver millones de colores invisibles para el resto de nosotros.

Al leer a Higgins, pasamos más tiempo con un órgano que parece no haber sido explorado de manera deliberada por Yong: el cerebro. Para esta escritora, el cerebro está en todas partes, como "el órgano sensorial más importante de nuestro cuerpo". Parafraseando al neurocientífico estadounidense Paul Bach-y-Rita, Higgins escribe: "No vemos con nuestros ojos, sino con nuestro cerebro. Del mismo modo, no solo oímos con los oídos, olemos con la nariz, saboreamos con la lengua o sentimos con los receptores de los dedos". En el libro Sentient, aprendemos que en el cerebro humano podemos encontrar un "homúnculo sensorial", un mapa táctil del cuerpo con áreas de gran tamaño que corresponden a nuestras manos y labios, lo que refleja la densidad de los receptores táctiles en estas zonas. Existen algunos equivalentes en los animales: "ratonúnculo", "mapacheúnculo", "ornitorrincoúnculo" y "topoúnculo de nariz estrellada”, que también representan la primacía de los sensibles bigotes y narices de esas especies. De hecho, las secciones más conmovedoras del libro se acercan más a la mente, como el capítulo sobre el "carril lento" de la piel, el sistema táctil que responde a las caricias. Ese sistema se encuentra en los mamíferos sociales, incluidos nosotros mismos, pero también en los murciélagos vampiros, a los que se ha observado regalándose sangre unos a otros después de lamerse cariñosamente. Es un sentido raro que comunica no tanto la información como el estado de ánimo: "Al encontrarnos con la ternura", escribe Higgins, "eso transforma el tacto en un pegamento interpersonal y la piel en un órgano social".

Así aprendemos que la mayor parte de lo que constituye el mundo perceptivo se construye en la oscuridad de nuestra cabeza y no en los propios órganos de los sentidos, cuyo papel se limita a traducir los estímulos en señales eléctricas. Sin embargo, cuando Higgins y Yong concluyen que realmente podemos entender mucho sobre cómo es ser otra criatura, nos preguntamos acerca de este órgano central sin haber construido una imagen clara del cerebro de ninguna otra especie, de su estructura y funcionamiento, ni definido lo que está pasando en su interior: la cognición o el pensamiento. Aquí entra El libro de las mentes, de Philip Ball. Para Ball, los sentidos son solo una forma de exploración de amplio horizonte que comienza con las mentes de los animales y pasa por la conciencia, la inteligencia artificial (IA), los extraterrestres y el libre albedrío. Su libro plantea la pregunta: ¿Qué tipo de mentes existen, o podrían existir, más allá de la nuestra? Ball, un prolífico escritor científico y ex editor de la revista Nature, también comienza con una historia de Sacks, quien recordaba haber puesto su cara grande y barbuda pegada contra la ventana del recinto de una madre orangután en el Zoológico de Toronto (Canadá). Cuando cada uno colocó una mano contra los lados opuestos del panel, Sacks escribió que ambos, como primates peludos, compartieron un "reconocimiento mutuo instantáneo y un sentido de parentesco".

Aunque no está claro si podemos saber cómo es ser un murciélago, a Sacks le pareció obvio que no solo se puede conocer lo que es ser un orangután, sino que es algo que podemos intuir fácilmente. La exploración de Ball de las mentes de los demás inicia este camino entre el solipsismo, la posición filosófica escéptica de que ninguno de nosotros puede saber nada más allá de nuestra propia mente, y el antropomorfismo, que ingenuamente proyectan nuestras propias cualidades en los seres no humanos. Según Ball, los seres humanos, los murciélagos y los orangutanes son solo tres instancias dentro de un "Espacio de mentes posibles" que también podría incluir IA, extraterrestres y ángeles.

Descubrir nuestro propio cerebro es como descubrir alguna tecnología alienígena: "Con sus 86.000 millones de neuronas y 1.000 billones de conexiones, [es] el objeto más complejo que conocemos, pero su lógica no es para la que nos preparan otros fenómenos".

En lugar de plantear las preguntas binarias: "¿Este animal es sensible? ¿Se ha vuelto consciente un chatbot?", Ball propone mapear las posibles mentes por sus capacidades. Esto toma una forma bastante literal en los gráficos que trazan el pensamiento o el procesamiento, desde pulpos hasta aspiradoras robóticas Roomba, a lo largo de un par de ejes. El neurocientífico Christof Koch ha trazado uno de esos gráficos de "inteligencia" frente a la "conciencia", y el científico informático Murray Shanahan lo ha hecho con la "semejanza humana" frente a la "capacidad de conciencia". Ball tiene como objetivo trazar un mapa para las otras mentes que no solo muestran cualidades diferentes a las nuestras, sino que en algunos casos rivalizan y las superan, como las IA que juegan al ajedrez.

La propia narrativa de Ball muestra por qué Yong podría haber considerado prudente no pasar demasiado tiempo escribiendo sobre el cerebro. El ojo era el ejemplo de referencia de Darwin de la deslumbrante complejidad que la teoría de la evolución tenía que explicar. Sin embargo, el ojo es un dispositivo hecho de partes claramente comprensibles, "que incluyen lentes para enfocar la luz, una apertura móvil, tejidos fotosensibles para detectar imágenes, delicada distinción de color y más". Se podría decir lo mismo sobre el oído u otros órganos de los sentidos. "¿Pero, qué pasa con el cerebro?" escribe Ball. "No tiene ningún sentido en absoluto. A simple vista se trata de una masa de tejido parecida a una coliflor, apenas diferenciada, sin partes móviles y con la consistencia del dulce de leche, pero de ella ha salido Don Quijote y Parsifal, la teoría de la relatividad, Factor X, la declaración de la renta y el genocidio". Descubrir el propio cerebro es como descubrir alguna tecnología alienígena: "Con sus 86.000 millones de neuronas y 1.000 billones de conexiones, [es] el objeto más complejo que conocemos, pero su lógica no es para la que nos preparan otros fenómenos". No en vano, la cuestión de cómo surge la experiencia consciente de toda esta materia blanda se conoce como el "difícil problema de la conciencia".

Sería duro criticar a Ball por no llegar a muchas respuestas claras. Tiene su mejor momento al reformular la pregunta y problematizar las inferencias apresuradas que plagan tanto la IA como la investigación con animales. En un capítulo, Ball analiza directamente la traducción entre las especies. Cuenta la historia de la bióloga marina Denise Herzing, quien entrenó a una manada de delfines para asociar un par de silbidos con algas sargassum, uno de sus juguetes favoritos. Los delfines asimilaron esta "palabra" y más tarde, en la naturaleza, Herzing afirmó que la usaban para transmitir el mismo significado.

Este intento de hablar la lengua de los "delfines" plantea una serie de preguntas que causan vértigo. ¿Es esto realmente un lenguaje, como los que tenemos los humanos? ¿Están involucrados distintos sentidos en la creación del significado para los delfines, igual que los humanos que combinan palabras y lenguaje corporal? Al menos desde la década de 1960, los científicos han creído que los delfines, así como algunos simios, tienen capacidades lingüísticas. Koko, un gorila que aprendió y se comunicaba con algunos gestos con las manos, es el ejemplo más famoso. Pero ahora dudamos más que nunca, por miedo al antropomorfismo, atribuir demasiada importancia a la adquisición del lenguaje humano.

En su libro, Ball argumenta que debemos ser tan escépticos ante el "callejón sin salida filosófico" del solipsismo como lo somos ante aquellos que se apresuran a proyectar experiencias similares a las humanas en mascotas, chimpancés o chatbots bastante rudimentarios, como en el caso de un ingeniero de Google recientemente despedido. La inmersión profunda de Ball en los problemas de atribuir mentes conscientes a otros encaja perfectamente junto al positivismo de Yong y Higgins que, en cambio, encuentran un gran estímulo en imaginar cómo sería el mundo si otros seres de verdad pudieran decirnos lo que ven.

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