Siguiendo la estela de otros países, EE.UU. acaba de aprobar la tercera inyección para algunos grupos de ciudadanos. Según la profesora e investigadora Anita Ho, esto no resuelve el problema con la población que aún no se ha vacunado, y alerta que habría que ayudar en la inoculación a las naciones con menos recursos
El programa de vacunación de refuerzo de EE. UU. se acaba de poner en marcha, después de que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) del país aprobaran las inyecciones adicionales para una gran parte de estadounidenses.
La agencia recomienda que los mayores de 65 años, los adultos dependientes y de cuidados prolongados y los mayores de 50 con patologías crónicas reciban la tercera dosis de Pfizer-BioNTech (aquellos cuya primera inyección fue de Johnson & Johnson o Moderna tendrán que esperar un poco más). Los trabajadores de primera línea o las personas con un mayor riesgo de infección también contarán con la posibilidad de recibir la vacuna de refuerzo; estas categorías se añadieron cuando la directora de los CDC, Rochelle Walensky, descartara la opinión de los asesores de su propia agencia.
Pero la decisión ha sido polémica, sobre todo porque las vacunas siguen haciendo un gran trabajo para proteger a las personas de estados graves de la enfermedad y de la hospitalización. Muchos expertos creen que la prioridad debería ser vacunar a más gente en EE. UU. y enviar las dosis tan necesarias a los países de bajos ingresos donde se ha vacunado a un poco más del 2 % de la población.
A principios de este mes, la Organización Mundial de la Salud pidió una moratoria sobre las vacunas de refuerzo hasta que al menos el 10 % de todos los países hayan sido vacunados. Pero algunos países ricos, incluidos Reino Unido, Francia, Israel y EE. UU., han avanzando con su programa de vacunación de refuerzo a pesar de eso.
El tenso debate sobre el acceso a la vacuna de refuerzo plantea algunas complejas cuestiones éticas para los funcionarios de salud pública, los políticos y los especialistas en bioética. ¿Es justificable que los ciudadanos de los países más ricos reciban su tercera dosis cuando gran parte del mundo está esperando la primera? ¿Y cómo las agencias como la CDC deciden quién debe recibirlas?
Hemos querido consultar a la profesora asociada de bioética e investigadora de servicios sanitarios de la Universidad de Columbia Británica (Canadá) y la Universidad de California en San Francisco (EE. UU.) Anita Ho, que ya había hablado con nosotros antes sobre el lanzamiento de las vacunas y la desigualdad en EE. UU. Le hemos preguntado cómo ha cambiado el panorama en este momento de la pandemia.
¿Cuáles son algunas de las cuestiones éticas de ofrecer la dosis de refuerzo solo a algunos estadounidenses? Especialmente la idea de ofrecerla a las personas con trabajo de alto riesgo.
De alguna manera, las cuestiones éticas son similares a las de finales del año pasado, cuando las vacunas estuvieron disponibles por primera vez. Si hay un suministro limitado y muchas personas lo necesitan, hay que apoyar el mayor bien sin sacrificar la equidad y comenzar con aquellos que estarían en mayor riesgo de enfermars gravemente si no reciben la dosis de refuerzo pronto.
Pero las personas sanas completamente vacunadas en trabajos de 'alto riesgo' (lo que significa que tienen más posibilidades de estar expuestas al virus) no necesariamente tienen un mayor riesgo de enfermarse ni siquiera si contraen el virus. Ese es el objetivo de vacunarse: no enfermarse gravemente incluso si uno está expuesto al virus.
Pero el trabajo de 'alto riesgo' es una definición variable. Actualmente existe un requisito federal en EE. UU. para que los trabajadores sanitarios se vacunen, y cada vez más escuelas exigen que el personal y los alumnos candidatos también se vacunen. Así que la ironía es: si usted ya está completamente vacunado, tiene un trabajo de 'alto riesgo' principalmente porque sus colegas u otras personas que entran por su puerta no lo están o no pueden estar vacunados. ¡Si se vacunan, ya no estará usted en un trabajo de alto riesgo!
Por tanto, resulta una situación complicada para los CDC. Su ACIP (Comité Asesor sobre Prácticas de Inmunización) no creía que las personas sanas, independientemente de dónde trabajen, necesitaran todavía la dosis de refuerzo para protegerse. La protección de las vacunas contra la enfermedad grave y la hospitalización se ha mantenido alta en todos los grupos de edad. Y, aunque la dosis de refuerzo puede aumentar aún más los niveles de anticuerpos, no está claro si eso es necesario para protegerse contra la COVID-19 grave y si disminuiría la transmisión viral.
Sabemos que algunas personas aún no han tenido acceso al ciclo inicial de vacunación. ¿Tiene sentido ofrecer dosis de refuerzo cuando ni siquiera hemos vacunado completamente a todos los que quieren vacunarse en EE. UU.?
Las dosis de refuerzo no servirán de mucho si aún tenemos grandes grupos de personas no vacunadas. Estas personas deberían ser nuestro enfoque urgente. Se necesitan recursos para un alcance comunitario y para llevar las vacunas a quienes no pueden tomarse un rato libre del trabajo para vacunarse, o viven en barrios más rurales o de bajos recursos donde no tienen acceso a las noticias o a información científica fiable.
Ya hay escasez de personal de enfermería, farmacéuticos y trabajadores sanitarios comunitarios en estos momentos. ¿Tendríamos los recursos para planificar las dosis de refuerzo y aún llegar a los no vacunados?
¿Puede decirnos cómo ha cambiado el panorama ético desde la última vez que hablamos en enero? ¿La promesa de donar 500 millones de vacunas más por parte de la administración Biden cambia la situación?
Es desalentador que más de 18 meses después de que se declarara la pandemia, todavía no hayamos alcanzado lo que yo llamo solidaridad relacional: que la comunidad global trabaje conjuntamente para fomentar el bien común, para asegurarse de que nadie se quede atrás. La donación es mejor que nada, pero los países más pobres quedan a merced de los países ricos. Muchas de estas 500 millones de dosis de Pfizer no llegarán hasta bien empezado el próximo año. Si es urgente que los estadounidenses que tienen un mejor acceso a la atención médica se vacunen lo antes posible, o incluso que reciban la dosis de refuerzo, ¿se consideraría aceptable hacerlo a finales del próximo año? Esto significa que muchas personas en los países más pobres no recibirán su primera dosis de vacuna hasta más de 18 meses después de que EE. UU. distribuyera sus primeras dosis.
La disparidad que creamos y permitimos es simplemente terrible. Además, la vacuna de Pfizer requiere refrigeración especial, por lo que los países más pobres que no tienen la capacidad de almacenamiento y manipulación pueden no beneficiarse de esa donación. Para resolver los problemas de la cadena de suministro, debemos desarrollar la capacidad y tener plantas de fabricación de diferentes vacunas repartidas por todo el mundo. Las farmacéuticas deberían asociarse con las empresas de medicamentos en el Sur global para llevarlo a cabo. Esto quizá también ayude a garantizar que las vacunas se puedan adaptar con mayor rapidez a las variantes locales.
Gran parte de su investigación se ha centrado en la confianza pública. ¿Cuál es una de las principales conclusiones para las autoridades en estos momentos?
Lamentablemente, la pandemia se ha politizado en EE.UU. Los mensajes conflictivos de diferentes funcionarios han empeorado las cosas. Creo que una conclusión importante sería que las autoridades deben tener un frente unido en la lucha contra esta pandemia, mantener mensajes coherentes, ser transparentes en su razonamiento y trabajar con los socios comunitarios en los que la gente local confía para ayudar a reforzar los mensajes de salud pública.
Las intervenciones de salud pública, como las mascarillas o las políticas de vacunación, pueden minimizar la propagación viral, pero también imponen inconvenientes y dificultades económicas a las personas, especialmente a las poblaciones más desfavorecidas. Para generar confianza, con el fin de que las personas se sumen y se mantengan de acuerdo con los objetivos de salud pública, las autoridades deben demostrar que son competentes para guiarnos a través de esta pandemia, comprender el dolor por el que están pasando las personas y minimizar cualquier dificultad que podrían causar distintas intervenciones.