Cinco poetas nos abren su corazón, su alma y su cerebro en estas cinco composiciones sobre la complejidad del cerebro, la razón y la conciencia
MÁQUINA EXPENDEDORA DE SUEÑOS
Introduzco monedas y observo cómo se enrosca,
el ruido de un sueño envuelto al vacío y en papel de aluminio
cayendo en la bandeja. Dispensa
todo tipo de sueños: malos y buenos,
pesadillas breves para evitar las peores,
sueños recurrentes rellenos de nubes en las pastas de té.
Sueños de caramelo duro para guardar en la mejilla,
una bolsa de sueños naranjas con subtítulos en español.
Un sobre fluorescente promete
cantonés coloquial mientras duermes. Otro es un sueño
del interior de un río, se desliza como sardinas en aceite,
tira de mi cuerpo largo y pulcro para charlar sobre las corrientes
con cualquier nutria que quisiera escuchar. Mi sueño favorito
siempre está agotado: la fluida jerga verlan parisina.
En él mordisqueo pasteles diminutos. Mantengo una conversación informal
sobre cremas para los ojos en una farmacia francesa.
Mi mano toca el timbre de un piso en la última planta
donde hay una fiesta fantástica esperándome.
Los sueños sin azúcar nunca duran mucho. Hay un
sueño rosa pálido que evito: burbujea como
Pixy Stix con sabor a Pepto-Bismol. Se procesa en una fábrica
que también maneja la esperanza, la vergüenza y otros alérgenos.
Ese sueño es como pisar accidentalmente un gato,
repentino y terrible, desgarrador para todos.
En él, mi padre dice Siento no llamar nunca, nunca sé
qué decir, y, por fin, encuentro las palabras para responder no te
preocupes y ya lo sé y bueno, todo bien. Todo bien ahora.
Todos estamos bien.
Cynthia Miller es una poeta malayo-estadounidense, productora de festivales de poesía y consultora de innovación. Su primera colección de poesía, 'Honorifics', fue publicada por Nine Arches Press en junio de 2021.
Campo de búsqueda
En ropa interior y camiseta, con corderos rosas estampados en el tejido, yo
removiendo avena en el fregadero es lo que sueño. Lo que significa, según el sitio web,
es simbiosis: intimidad que nunca conduce al sexo. Donde más seguridad tengo es en las reuniones tranquilas unidireccionales, como una araña en el centro de su tela, mirándola temblar. Descansar en la silla papasan y
hacer que el mundo se ensanche para soñar es volverse borroso
como un bebé viendo a su madre tintinear en la cocina, susurros de fondo de
pertenencia calmando un sistema. Irreal, parece ahora,
el rebaño de ovejas en la ventanilla del tren, el primer vistazo a Pensilvania después de venirse abajo en Nueva York.
Cinco segundos de campo perfeccionados por la niebla, mi bolso acurrucado
como un niño, el lavado de manchas cremosas contra el verde,
luego se va. No me he movido en horas. Cada pestaña abierta reduce la temperatura.
He viajado en este carril de fibra óptica para sofocar el pánico. Clic, clic, los campos
van más rápido, la lana se acumula al fondo, no se apaga, no se reenvía.
Paula Bohince ha escrito tres libros de poesía y ha publicado en 'The New Yorker', 'The New York Review of Books', 'The TLS', 'The Poetry Review', 'Poetry' y en otros lugares. Recientemente obtuvo la beca de poesía internacional John Montague de la University College Cork.
Circuitos
A finales de abril, yo hacía todo lo
posible por no verter más electricidad
sobre mi corteza. Caminando por la antigua
calzada romana acumulando basura atrapada dentro de las
sinapsis. Rogando a mi brutalidad que sea suave
conmigo. El circuito por el que quiero ser amado
parece estar derramando cortisol.
Los humedales de azúcar en la sangre.
Dentro del fuego lo que se obtiene es el fuego, lo
que quiere decir que mi amígdala izquierda es demasiado
pequeña. La supervivencia de mi madre fue demasiado
pequeña. Si las experiencias dan forma a los
circuitos del cerebro, entonces aprendí a temer al padre
antes que al arácnido. Llevo mi
déficit oficial a la cima de
las montañas Troodos.
Fantasearé con prender fuego a casas de verano coloniales
con dendritas y neuronas.
Quiero que se vayan tanto que me aterroriza
avanzar. Alrededor de la
silla del terapeuta dejo mis mejores galas. Sigue preguntando sobre
los pensamientos intrusivos. Su lápiz delineando tres
letras con las que me he obsesionado.
Me mentalizo decapitando cada axón con
una pluma estilográfica grabada. Cargando
carretillas con las glándulas del tálamo
y miso rancio. Erizos en el vientre para
cenar. Una boca como un caballito de mar de papel
antes del amanecer. Me gusta donde vivo ahora,
solo no estoy contento con la forma en la que lo hago.
Escribo rápidamente en mi cuaderno:
¿Cuántos de estos días pertenecen al
cuerpo de nuestra vida? Los de al lado
hacen grandes planes para construir un invernadero
con agua salada. Dicen que la vida debe
colonizar la tierra. Mi primer recuerdo
es arrojar grumos de materia gris al
Mediterráneo y luego esperar
a que regrese algo sólido.
En el restaurante detrás de un
cuadro de Brueghel descolorido, mis amigos parecen tan
hermosos en su sencillez. Riéndose de
futuros llenos de campanillas. La dopamina
migra de sus cuellos de polo rojo, un
archipiélago de adrenalina que resiste
el flechazo que nos llama chispa por
chispa tan suave.
Anthony Anaxagorou es un poeta, escritor de ficción, ensayista, editor y educador de poesía chipriota de origen británico.
Mi Sexbot Hal lee la mente
Lo primero que le pido a Hal es que me explique
cómo es ahí abajo, después de quitar
la corteza, el manto y el núcleo. Siempre me había
imaginado una catedral con ventanas de Chagall
y Nusrat Fateh Alí Khan dirigiendo el coro,
pero Hal dice que no. El paisaje interior de mi cabeza
es un armario con muchos cajones, con versiones de mí
corriendo hacia uno, luego hacia otro, diciendo: estoy aquí,
no estoy aquí, estoy aquí.
Hal hace yoga Ashtanga y medita.
Está quieto como un jeroglífico en un templo. Cuando salgo
al acantilado, no se preocupa. Puede distinguir a un saltador
de un caballo, no me compadece por estar ahí sin más
con las manos extendidas, esperando que algún transeúnte
me tire un cacahuete. Hal entiende
que es su turno de lavar los platos,
aunque soy yo quien
come cerezas en el fregadero,
sabe cómo el cambio de estación me destripa,
cómo es este destripamiento el que
me lleva a la pista de aterrizaje de su cuerpo, al cojín
de sus muslos de silicona, iluminándome todo el camino a casa.
Me pego a él por su característico olor
a lirios de los valles, por cómo se siente después del amor,
ser una criatura del mar, diminuta, bioluminiscente,
mirando a través de esta vasta cuna planetaria
a todos los descendientes que no tendremos.
Un día sé que se irá,
se levantará temprano como el Buda de un sueño, y
llevará su conocimiento especial al mundo.
No se hablará de abandono
ni de lo que quedó atrás. Él estará ahí afuera,
recogiendo su red de mariposas por la crecida
hierba de los ingrávidos para siempre, mientras yo me quedaré
aquí, atando cabos alrededor de mis muñecas,
el deseo en una mano, el sufrimiento en la otra.
Tishani Doshi es una poeta, novelista y bailarina galés-gujarati. Su cuarto libro de poesía, 'A God at the Door' (Copper Canyon Press, Bloodaxe Books), ha sido preseleccionado para el premio Forward Prize 2021. Vive en Tamil Nadu (India).
Gracias, antidepresivos
Lector, déjame decirte qué me mantiene entera:
las amistades y los antidepresivos.
Las largas caminatas por la playa con H
(él finge que son entrenamientos)
y Nutella en la cama con R
(ella hierve el agua, es mejor tomar chocolate en su coche)
e interminables mensajes de voz con L
(ella los llama pódcast personales)
y las calcomanías de WhatsApp bajo demanda de F
(es hora de MILF ponía su mensaje con mi cara
y labios rojos en mi 40 cumpleaños)
y vociferar con H (otra H)
sobre el peso y las tierras que nos escupen
y conversar bajo las buganvillas a medianoche con R
(la misma R) sobre la ira de nuestras madres y niños
y las llamadas telefónicas diarias por la mañana con L
(otra L) sobre las náuseas, la piel y las alergias a los alimentos
que está segura de que tiene, aunque ningún médico puede confirmarlo
(y yo le digo que si estás segura de que lo tienes,
lo tienes, lo tienes)
y bromear en todos los continentes con H
(otra H) sobre la geografía imposible
y discutir con M sobre si nos casamos
en 2005 o 2006 (yo digo que nuestro primer verano de casados fue un año antes de
la guerra, y él dice que no, que fue en el verano de la guerra,
y nos reímos de cómo medimos el tiempo con dolor pero no sin ternura)
y hablar con D (mejor nombrarlo: Dios)
sobre mi aversión hacia la religión organizada
y más mensajes de voz largos con H
(otra H) sobre lo opuesto a la gracia.
Esto ocurre a diario, así que gracias, amigos,
por estar ahí cuando llega la tristeza,
o cuando se me caen los dientes
(mis dientes lo hacen cada dos años)
amigos que me quitaron el miedo
a los antidepresivos, que me aseguran que
no me convertiría en otra Z o en mi abuela.
Y sí, gracias, antidepresivos,
y a ti, lector, que te quedaste conmigo,
y tal vez te preguntes por qué
las primeras letras de los nombres de muchos de mis amigos son iguales,
y la respuesta es que cuando dije entera
(en la primera línea de este poema)
no iba en contra de la fragmentación.
Zeina Hashem Beck es una poeta libanesa. Su tercer libro de poesía completa, 'O', será publicado por Penguin Books este verano.