La experiencia 'online' de las mujeres está llena de odio, acoso, violencia y sexualización, y la culpa es del diseño de las plataformas, redes y algoritmos y de los 'clubes de chicos' de las 'Big Tech' que los manejan. Reinventar internet para cuidar a mujeres y niñas nos beneficiará a todos, y ya es hora de hacerlo
Es 13 de abril de 2025. Como la mayoría de los jóvenes de 17 años, Maisie enciende su teléfono nada más despertar y revisa sus 'apps' en el mismo orden todas las mañanas: Herd, Signal, TikTok.
Herd comenzó como una red social de nicho para chicas, pero ahora cualquiera puede entrar, incluso los chicos. Maisie va a su página personal y mira sus publicaciones: fotos de su perro, de su familia, de su proyecto de ciencias de la escuela. Es como un álbum digital de recortes de todas las cosas que le gustan, todo en un solo lugar. Lee los comentarios de sus amigos y mira lo que han publicado en sus propias páginas. Ella no tiene Facebook (solo los abuelos lo siguen usando) ni Twitter. Herd es simplemente... más agradable. No se cuentan los 'me gusta' ni los seguidores. No hay desconocidos enfadados.
Luego abre Signal, que se ha vuelto popular desde el gran éxodo de WhatsApp de 2023, cuando el servicio de mensajería anunció que compartiría aún más datos con Facebook y provocó que los usuarios huyeeon a otras alternativas más seguras y encriptadas.
A continuación, TikTok. Maisie ve un vídeo de unas chicas bailando, baja un poco la pantalla y ve a un gato saltando por un aro, sigue hacia abajo, lee una explicación sobre volcanes. TikTok ya no recoge tantos datos, nada sobre ubicación o pulsaciones de teclas. Gran parte de ese tipo de recopilación de datos ahora es ilegal, gracias a la Ley de Protección de Datos impulsada tres años antes por los legisladores de EE. UU. por el grupo de presión de las Big Tech.
A Maisie se le acaba el tiempo. Tiene que prepararse para ir a clase, pero piensa en revisar Instagram. Aunque recientemente recibió un mensaje extraño de un chico, usó el simple proceso de la 'app' para denunciarlo con un solo clic y sabe que no volverá a recibir nada suyo. Instagram se ha tomado mucho más en serio el tema del acoso estos últimos años. Hay muchos competidores y opciones sobre dónde pasar el tiempo 'online'; las personas no están dispuestas a quedarse en un lugar que no las haga sentirse bien consigo mismas.
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Esta visión de un internet libre de acoso, odio y misoginia puede parecer disparatada, especialmente para una mujer. Pero un pequeño y creciente grupo de activistas cree que ha llegado el momento de reinventar los espacios online para priorizar las necesidades de las mujeres en vez de tratarlas como una opción añadida. Su objetivo es obligar a las empresas tecnológicas a eliminar la toxicidad de sus plataformas, de una vez por todas, y están creando espacios completamente nuevos construidos sobre los principios de respeto hacia las mujeres desde el inicio. Este es el sueño de un "internet feminista".
Este movimiento puede parecer ingenuo en un mundo donde muchos han renunciado a la idea de la tecnología como una fuerza para el bien. Pero algunos aspectos del internet feminista ya están tomando forma. Lograr esta visión requiere que revisemos radicalmente cómo funciona la web. Pero si lo construimos, no será solo un lugar mejor para las mujeres, sino será mejor para todos.
Cuantificar el odio
En uno de los textos fundamentales del feminismo, The Female Eunuch, Germaine Greer escribió en 1970 que "las mujeres tienen muy poca idea de cuánto las odian los hombres". Gracias a internet, según la periodista azerbaiyana Arzu Geybulla, ahora las mujeres lo saben de sobra.
Geybulla escribía para un periódico armenio, lo que la convirtió en el objetivo de troles que la percibían como una "traidora" en su país de nacimiento. (Azerbaiyán y Armenia tienen una larga historia de animosidad, que estalló en una guerra abierta el año pasado). Su primera amenaza de muerte fue en 2014, después de varios días de insultos violentos y sexistas online. La periodista recuerda: "Dijeron que me quedaban tres días. Me indicaron dónde me enterrarían".
Sabe que el acoso fue peor porque es una mujer. Y afirma: "El lenguaje es muy diferente. El tema predominante es violarme y castigarme, los mensajes que dicen: hay que violarla en grupo, deportarla, dispararle, silenciarla, mantener su boca cerrada, colgarla".
Las mujeres siempre han sido especialmente susceptibles a insultos online. Son atacadas no solo por lo que dicen o hacen, sino por su género. Si se trata de personas de color o LGBTQ +, o si tienen un trabajo público en política o como periodistas, es aún peor. El mismo mensaje sexista atraviesa gran parte de los insultos: "Deja de hablar, o de lo contrario".
La pandemia ha agravado el problema, ya que el trabajo, el ocio, la salud, las citas y muchos más aspectos de la vida se han arrastrado a entornos exclusivamente virtuales. La mitad de las mujeres y personas no binarias encuestadas por la organización benéfica de Reino Unido Glitch informaron haber experimentado acoso online el año pasado, la gran mayoría en Twitter. Un informe reciente del Pew Research Center encontró que el 33 % de las mujeres menores de 35 años han sido acosadas sexualmente online; en 2017, esa cifra fue del 21 %.
A veces, el acoso forma parte de una campaña coordinada. Ahí es donde aparece la "manosfera" o androsfera. Este término no oficial se refiere a una colección de sitios web y grupos online dedicados a atacar a feministas y a las mujeres en general.
Hombres enfadados se reúnen en foros como Reddit y 4Chan, y en sitios web como A Voice for Men. De vez en cuando, identifican y acuerdan objetivos a los que trolear. Durante el conflicto conocido como Gamergate, que tuvo lugar en 2014, varias mujeres de la industria de los videojuegos se enfrentaron a una campaña coordinada de doxxing (en la que los atacantes encontraron y publicaron sus datos personales como números de teléfono y direcciones) y un aluvión de amenazas de muerte y de violación.
La manosfera no es una amenaza virtual abstracta: puede tener consecuencias en el mundo real. Es donde Faisal Hussain pasó horas autorradicalizándose antes de cometer su tiroteo, en el que mató a una mujer y una niña e hirió a otras 14 personas en Toronto (Canadá) en 2018. En su ordenador, la policía encontró una copia del manifiesto de Elliot Rodger, otro hombre que había estado profundamente arraigado a la manosfera, y que terminó cometiendo una masacre en Isla Vista (EE. UU.) en 2014. El manifiesto de Rodger explicaba que él se vengaba de las mujeres por haberlo rechazado y que atacaba a los hombres sexualmente activos por envidia.
Ser una mujer online significa ser un objetivo directo y muy visible de ese odio, según la experta en políticas tecnológicas y exdirectora del Open Rights Group Maria Farrell.
La experta confirma: "Mis primeras amenazas de muerte y violación fueron en 2005". Farrell escribió una publicación de blog en la que criticaba la respuesta de Estados Unidos al huracán Katrina como racista y, posteriormente, se vio inundada de insultos. Desde entonces, afirma que la situación ha empeorado: "Hace aproximadamente una década, había que decir algo para atraer el oprobio. Ese ya no es el caso, ahora es algo que pasa todos los días". Farrell tiene mucho cuidado con los servicios que utiliza y de no compartir nunca su ubicación online.
No obstante, las amenazas de muerte y el acoso online no son los únicos problemas de internet que afectan a las mujeres de una manera desproporcionada. También hay daños menos tangibles, como la discriminación algorítmica. Por ejemplo, si buscamos en Google los términos "colegial" y "colegiala". Los resultados de las imágenes para los niños son en su mayoría inocuos, mientras que los resultados para las niñas están dominados por las imágenes sexualizadas.
Google clasifica estos resultados en función de factores como en qué página web aparece una imagen, su texto o título, y lo que contiene, de acuerdo con los algoritmos de reconocimiento de imágenes. El sesgo se infiltra a través de dos vías: los propios algoritmos de reconocimiento de imágenes están entrenados con fotos y descripciones sexistas de internet, y las páginas web y los pies de fotos sobre mujeres están sesgados por el sexismo generalizado que se ha ido acumulando en la web durante décadas. En esencia, internet es una máquina de misoginia que se refuerza a sí misma.
Facebook ha entrenado sus sistemas de aprendizaje automático durante años para detectar y eliminar cualquier imagen que incluya contenido sexual explícito o desnudos, pero estos algoritmos se han mostrado repetidamente demasiado generalistas, ya que censuran fotos de mujeres de talla grande o de mujeres que amamantan a sus bebés. A los activistas no se les escapa el hecho de que esta empresa haya hecho esto al mismo tiempo que permitió que el discurso de odio se extendiera de forma desenfrenada en su plataforma. "Esto es lo que pasa cuando se deja que los chicos de Silicon Valley establezcan las reglas", resalta la investigadora de sesgos algorítmicos en la Universidad de la City de Londres (Reino Unido), Carolina Are.
Cómo hemos llegado aquí
Todas las mujeres con las que hablé para este reportaje afirmaron que habían experimentado un mayor volumen de acoso en los últimos años. Un posible culpable es el diseño de las plataformas de las redes sociales y, específicamente, su base algorítmica.
En los primeros días de la web, las empresas tecnológicas decidieron que sus servicios estarían financiados principalmente por publicidad. Simplemente no nos dieron la opción de suscribirnos a Google, Facebook o Twitter. En cambio, la moneda que anhelan estas empresas son las visualizaciones, los clics y los comentarios, todos los cuales generan datos que se pueden empaquetar y utilizar para comercializar a sus usuarios con los clientes reales: los anunciantes.
"Las plataformas intentan maximizar la participación (el furor, en realidad) a través de algoritmos que generan más clics", sostiene Farrell. Prácticamente todas las plataformas tecnológicas premian importantes la participación por encima de todo, algo de lo que se beneficia el contenido incendiario. La cofundadora del colectivo activista Feminist Internet en 2017 Charlotte Webb lo expresa claramente: "El odio genera dinero". En 2020, los beneficios de Facebook rozaron los 25.500 millones de euros.
La ignorancia y la miopía que sustentaron el tecno-optimismo en la década de 1990 fueron parte del problema, opina la historiadora de tecnología del Instituto de Tecnología de Illinois (EE. UU.) Mar Hicks.
De hecho, muchos de los pioneros de internet creían que la red podría convertirse en un mundo virtual neutral y libre de la política caótica y las complicaciones del mundo físico. En 1996, el cofundador de Electronic Frontier Foundation John Perry Barlow escribió el texto sagrado del movimiento, La Declaración de Independencia del Ciberespacio. Incluía la frase: "Estamos creando un mundo en el que todos puedan entrar sin privilegios o prejuicios de la raza, poder económico, fuerza militar o lugar de nacimiento". El género no se menciona en ninguna parte.
"La idea de los inicios de internet era que revolucionaría las relaciones de poder y democratizaría las cosas. Esa fue siempre una visión ingenua y ahistórica. Ni siquiera era lo que estaba pasando en ese momento", señala Hicks.
De hecho, justo cuando se publicó la declaración de Barlow, las mujeres empezaban a huir de los trabajos tecnológicos. Aunque ellas habían estado en el centro del desarrollo temprano de la industria de la tecnología, empezaron a desaparecer gradualmente a medida que aumentaban los salarios y el prestigio, como explicó la presentadora de Bloomberg Technology Emily Chang en su libro Brotopia de 2018. El momento más destacado fue en 1984, cuando alrededor del 35 % de la fuerza laboral tecnológica de EE. UU. era femenina. Actualmente representa menos del 20 % y ese número no ha cambiado en una década. Y si nos fijamos en los escalones superiores de la dirección de las empresas tecnológicas, las juntas y los directivos, las mujeres escasean aún más.
Eso fue un problema, porque significa que las voces de las mujeres se ignoraban bastante, y en muchos casos todavía se ignoran, en el diseño y desarrollo de la mayoría de los servicios online. En vez de igualar el desequilibrio del poder entre hombres y mujeres, en muchos sentidos el bum tecnológico lo consolidó de forma aún más profunda.
Reinventar internet
Entonces, ¿cómo sería un "internet feminista"?
No existe una visión única ni una definición adoptada. Lo más parecido que tiene el movimiento a un conjunto de mandamientos son los 17 principios publicados en 2016 por la Asociación para las Comunicaciones Progresistas (APC), una especie de Naciones Unidas para los grupos activistas online. Tiene 57 miembros organizativos que hacen campañas de todo tipo, desde el cambio climático hasta los derechos laborales y la igualdad de género. Los principios fueron el resultado de tres días de conversaciones abiertas y no estructuradas entre casi 100 feministas en 2014, además de talleres adicionales con activistas, especialistas en derechos digitales y profesores feministas.
Muchos de los principios tienen que ver con formas de corregir el enorme desequilibrio de poder entre las empresas tecnológicas y la gente común. El feminismo se refiere a la igualdad entre hombres y mujeres, evidentemente, pero se trata de poder: quién puede ejercerlo y quién acaba explotado. Por eso la creación de un internet feminista significaría en parte redistribuir ese poder lejos de las Big Tech para ponerlo en manos de las personas, especialmente las mujeres, que históricamente han tenido menos voz.
Los principios establecen que un internet feminista sería menos jerárquico. Más cooperativo. Más democrático. Más consensuado. Más personalizable y adaptado a las necesidades individuales, en vez de imponer un modelo único para todos.
Por ejemplo, la economía online dependería menos de la recogida de nuestros datos para vender publicidad. Se trabajaría más en abordar el odio y el acoso online, pero al mismo tiempo se preservaría la libertad de expresión. Se protegería la privacidad y el derecho al anonimato de las personas. Se trata de problemas que afectan a todos los usuarios de internet, pero cuando las cosas salen mal las consecuencias suelen ser mayores para las mujeres.
Para cumplir con estos principios, las empresas tendrían que dar a los usuarios más control y mayor poder de toma de decisiones. Esto significaría no solo que las personas podrían ajustar su propia configuración de seguridad y privacidad (con la privacidad más fuerte como predeterminada), sino que podríamos actuar colectivamente, proponiendo y votando nuevas funciones, por ejemplo.
El acoso generalizado no se consideraría un precio tolerable que las mujeres deban pagar, sino una señal inaceptable de fracaso. Las personas serían más conscientes de sus derechos sobre los datos como individuos y estarían más dispuestas a emprender acciones colectivas contra las empresas de tecnología que abusaron de esos derechos. Podrían transferir sus datos fácilmente de una empresa a otra o revocar el acceso a ellos por completo.
"Nuestra premisa básica es que amamos internet, pero queremos cuestionar el dinero, los objetivos y las personas que gestionan los espacios que todos usamos", sostiene la miembro del programa de derechos de las mujeres de la APC desde 1994 Erika Smith.
Un punto de partida sería simplemente aprender a ver internet a través de una lente feminista, analizando cada servicio y producto y preguntando: ¿Cómo se podría usar esto para dañar a las mujeres?
Las empresas tecnológicas podrían incorporar este tipo de evaluación de impacto de género en el proceso de la toma de decisiones antes de lanzar algún producto nuevo. Los ingenieros tendrían que preguntarse cómo podrían abusar del producto las personas que quieren dañar a las mujeres. Por ejemplo, ¿podría usarse para acechar o maltratar, o podría generar más acoso online?
Las evaluaciones de impacto de género por sí solas no solucionarían los muchos problemas a los que se enfrentan las mujeres online, pero al menos introducirían un poco de fricción necesaria y obligarían a los equipos a reducir su dinámica y pensar en el impacto social de lo que crean.
De nuevo, estas evaluaciones no solo beneficiarían a las mujeres. Ignorar cómo afectará un producto a las mujeres hace que esos productos sean peores para todos. Un ejemplo perfecto es el de la empresa de seguimiento de actividad fitness Strava. En 2018, la compañía se dio cuenta de que su servicio se podría usar para identificar personal militar o de inteligencia: los expertos en seguridad habían conectado los puntos de las rutas de los usuarios a las bases estadounidenses conocidas en el extranjero. Pero si Strava hubiera escuchado a las mujeres, ya habría sabido sobre este riesgo, asegura Farrell.
Farrell detalla: "Las feministas advirtieron que su app podría usarse para acechar y seguir a las mujeres particulares analizando sus rutas de correr. Es por eso que tener un ojo feminista en internet es una ventaja, porque sabe que sí se abusará de lo que se puede abusar".
Cómo arreglarlo
Las tecnólogas feministas llevan años diciendo a las empresas de tecnología lo que están haciendo mal y han sido completamente ignoradas. Ahora están abordando el asunto por sí mismas. Los activistas están creando productos, campañas y eventos para abordar prácticamente todos los aspectos del sexismo online.
Si logramos crear un internet feminista será gracias, al menos en parte, a la fuerza de voluntad de las personas involucradas en este movimiento.
Tomemos el ejemplo de Tracy Chou. Creció en Silicon Valley, fue a la Universidad de Stanford (EE. UU.) para estudiar informática y luego trabajó como ingeniera de software en Quora, Pinterest y Facebook. Como muchas mujeres jóvenes, pasaba gran parte de su tiempo en redes sociales. Pero finalmente, se cansó de ser interrumpida constantemente por comentarios misóginos y racistas, un problema que, según ella, se intensificó con el tiempo, especialmente después de que empezó a abogar por una mayor diversidad en Silicon Valley.
A veces, el acoso se convertía incluso en amenazas físicas. Un hombre que la había estado acechando online voló a San Francisco (EE. UU.) dos veces y apareció donde ella se estaba alojando, lo que la llevó a buscar asesoramiento de una empresa de seguridad privada. La policía le dijo que "avisara cuando pasara algo". Con cara de desaprobación, la tecnóloga confiesa: "Para la mayoría de la gente, realmente no hay mucho que podamos hacer respecto al acoso, aparte de buscar un terapeuta.
Pero Chou no es la mayoría de la gente. Usó sus habilidades de ingeniería para crear la herramienta Block Party, que tiene como objetivo convertir Twitter en un lugar más soportable al ayudar a las personas a filtrar los insultos. Todas las respuestas y menciones que una persona no desea ver se guardan en una "carpeta de bloqueo" que esa misma persona o un amigo designado pueden leer en el momento que quieran (o no verlas nunca). Sus primeros usuarios han sido predominantemente mujeres que sufren acoso rampante online, según Chou: periodistas, activistas y científicas que se dedican a la COVID-19. Pero, sobre todo, creó la herramienta para sí misma: "Lo hago porque tengo que lidiar con el acoso online y no me gusta. Estoy resolviendo mi propio problema".
Desde que comenzó con Block Party, a finales de 2018, Twitter ha adoptado una o dos de sus funciones. Por ejemplo, ya permite que las personas limiten quién puede responder a sus tuits.
Algunos activistas no se conforman con limitarse a lidiar con los insultos en esta última etapa del proceso. Quieren que cuestionemos algunas de las suposiciones subyacentes que conducen a tal acoso en primer lugar.
Por ejemplo, el caso de los asistentes de voz y altavoces inteligentes. Más de un tercio de los estadounidenses utiliza altavoces inteligentes de forma rutinaria. Millones de nosotros hablamos con los asistentes de voz todos los días. En casi todos los casos, interactuamos con una voz femenina. Y eso es un problema, porque perpetúa el estereotipo de la feminidad pasiva, agradable y ansiosa por complacer que se remonta al ama de casa de la década de 1950, sostiene la profesora asociada y socióloga digital de la Universidad de Monash (Australia) Yolande Strengers. "Los usuarios pueden ser abusivos con los dispositivos y ellos no pueden defenderse", resalta Strengers.
El informe de Naciones Unidas de 2019 concluyó que los altavoces inteligentes refuerzan estereotipos de género nocivos. Pidió a las empresas que dejaran de crear a los asistentes digitales con voces de mujer de forma predeterminada y que exploraran maneras de hacer que suenen "sin género". El proyecto Q se propuso hacer precisamente eso. Y el que lo escucha por sí mismo, oirá que ha logrado un resultado bastante convincente. Q fue la creación de la agencia Virtue, ideada por la empresa de medios de comunicación Vice. El equipo había consultado a lingüistas para definir los parámetros de una voz "masculina" y "femenina" y averiguar dónde se superponían. Luego grabaron muchas voces, las alteraron y las probaron en miles de personas para identificar a las más neutrales en cuanto al género. Ya han hecho el trabajo más complicado. Si Apple o Amazon quisieran, podrían adoptarlo mañana mismo.
Q no es el único proyecto que intenta abordar estos problemas desde la raíz. La investigadora de aprendizaje automático y artista Caroline Sinders ha creado un kit de herramientas de código abierto y gratuito que ayuda a las personas a cuestionar cada paso del proceso de inteligencia artificial (IA) y analizar si es feminista o interseccional (teniendo en cuenta las cuestiones superpuestas como el racismo estructural, sexismo, homofobia, y clasismo) y si tiene algún sesgo escondido. Superrr Lab de Berlín (Alemania) es un colectivo de tecnología feminista que trabaja, entre otras cosas, en la exploración de ideas utópicas sobre cómo garantizar que los futuros productos digitales reflejen mejor las necesidades de las mujeres y de los grupos marginados.
Pero algunos activistas quieren hacer algo más que mejorar las plataformas existentes.
Las empleadas de Google Mady Dewey y Ali Howard planean lanzar su propia red social, Herd, en abril. Quieren crear una experiencia online no tóxica para las mujeres y niñas, pero esperan que sea mejor para todos los usuarios. Han reformado las características de diseño básicas que damos por sentadas en las redes sociales, especialmente los "me gusta" y los comentarios, que premian la participación y ayudan a fomentar los insultos.
En vez de abrir la app con un feed, las personas acceden a su propio perfil, una especie de "jardín digital" donde pueden guardar fotos, pensamientos y cosas que las hacen felices. No hay me gusta. Hay límites en la cantidad de veces que las personas pueden comentar, para evitar las campañas de troleo. El objetivo es cultivar un ambiente más amable, amigable y tranquilo. Las cofundadoras explican que básicamente están creando Herd para su yo inseguro de 15 años que se desplaza por Instagram. Dewey explica: "Tenemos grandes sueños para este proyecto, pero sinceramente, lo estamos creando principalmente para nosotras. Preferimos crear una plataforma que signifique mucho para un grupo más reducido que nada para millones".
Entonces, ¿qué nos impide convertir estos proyectos en la tendencia dominante?
El dinero. O más precisamente, la falta de él. Las mujeres nunca han recibido más del 3 % del dinero de capital de riesgo en Estados Unidos, según Pitchbook. Seguramente no es una coincidencia que el capital de riesgo siga siendo principalmente un club de chicos: solo el 14 % de los tomadores de decisiones en las empresas de capital riesgo son mujeres, según la investigación de Axios. "Imagínense lo que podría hacer con 700 millones de dólares (590 millones de euros) de los 27.700 millones de dólares (23.300 millones de euros) por los que se acaba de vender Slack. O incluso solo con el 0,7 % de esa suma", comenta la defensora de la diversidad en la tecnología Suw Charman-Anderson, que fundó en 2009 Ada Lovelace Day, homenajeando a la primera mujer programadora.
Pensar a lo grande
Pero el enfoque de un mosaico de proyectos individuales tardará años en generar resultados, si es que los consigue. Algunos activistas piensan que el problema se debería abordar de arriba hacia abajo.
Muchos tienen la esperanza de que el próximo impulso de los políticos estadounidenses para controlar y regular las Big Tech beneficie específicamente a las mujeres. La experta en políticas de IA Mutale Nkonde señala como ejemplos la Ley de Responsabilidad Algorítmica y la Ley Sin Barreras Biométricas. Estas leyes obligarían a las empresas a comprobar sus algoritmos en busca de sesgos, incluida la discriminación de género, y prohibirían el uso del reconocimiento facial en las viviendas públicas. Ninguna de estas dos leyes fue aprobada en la última sesión del Congreso de EE. UU. controlada por los republicanos, pero la presidencia de Joe Biden ofrece motivos de esperanza.
"Ahora tenemos a alguien a quien presionar, alguien a quien podemos persuadir", subraya la experta. La administración de Biden ha señalado que planea abordar el acoso online con un enfoque específico en los insultos sexistas, aunque aún no se han dado a conocer los detalles concretos.
Los activistas quieren que los legisladores se centren en temas como la supervisión algorítmica y la responsabilidad, y presionen a las plataformas para que se alejen del tipo de crecimiento rápido, dañino e impulsado por la participación que hemos visto hasta ahora. Los requisitos legales de moderación de contenido podrían ayudar, al igual que una mayor cooperación entre las empresas tecnológicas en las cuestiones de acoso online.
El acoso es, al fin y al cabo, un problema que aparece en varias plataformas a la vez. Cuando los troles identifican un objetivo, revisan su vida online, analizando cada perfil de las redes sociales, dirección de correo electrónico y publicación online antes de desatar el infierno. "Encontrarán cualquier cosa que puedan para intentar atacar", afirma Chou. Las barreras para las mujeres que intentan luchar contra el acoso son enormes. El proceso de denunciar difiere de Twitter a Facebook y TikTok, lo que complica esa tarea que ya requiere mucho tiempo. Geybulla admite: "Es demasiado trabajo intentar detectar todos los abusos en todas las cuentas, todo a la vez. Y no es así como quiero gastar el poco tiempo libre que tengo".
Esto se podría abordar, en parte, mediante la creación de un proceso único y estandarizado acordado por todas las plataformas para denunciar acoso. La World Wide Web Foundation lleva varios meses organizando talleres online sobre cómo abordar la violencia de género en internet, y el hecho de que en este momento no existe una forma de lidiar con el acoso multiplataforma surgió como una de las mayores barreras con las que se enfrentan las mujeres, explica la directora general de políticas de género de la fundación, Azmina Dhrodia.
La fundación también ha estado hablando con Facebook, Twitter, Google, YouTube y TikTok sobre este tema y afirma que se espera que las empresas hagan "compromisos importantes" en el encuentro para la igualdad de género Generation Equality Forum, patrocinado por la ONU, que se llevará a cabo en París (Francia) a finales de junio.
En última instancia, las mujeres tienen derecho a estar en internet sin temor a sufrir acoso. Hay tantas mujeres que no han promocionado su empresa online, ni han comenzado a escribir blogs, ni se han postulado para un cargo público, ni han creado un canal de YouTube, porque les preocupa acabar siendo acosadas o incluso dañadas físicamente. Cuando las mujeres acaban expulsadas de las plataformas, se convierte en una cuestión de derechos civiles.
Pero también nos conviene protegernos unos a otros. Un mundo en el que todos puedan beneficiarse por igual de la web conducirá a una mejor combinación de voces y opiniones para escuchar, aumentará la información a la que podemos acceder y compartir, y creará una experiencia online más significativa para todos.
Quizás estemos en un punto de inflexión. Hicks concluye: "Soy optimista de que podemos deshacer algunos de estos daños flagrantes y la abrogación absoluta de los deberes de las empresas con la sociedad y con los consumidores. Hemos visto el ejemplo de la industria automovilística y cómo Ralph Nader consiguió los cinturones de seguridad; vimos cómo Detroit (EE. UU.) necesitaba ser regulado. Estamos en ese punto con Silicon Valley".