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Tecnología y Sociedad

Las grandes empresas están matando la innovación y a las 'start-ups'

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Cuando ya han consolidado su posición en el mercado, las grandes compañías empiezan a centrar sus inversiones en presionar a los políticos para crear regulaciones que les favorezcan y perjudiquen a las empresas más jóvenes en lugar de gastar dinero en seguir produciendo sus propias innovaciones

  • por Carl Benedikt Frey | traducido por Ana Milutinovic
  • 26 Abril, 2021

El coronavirus (COVID-19) ha destrozado la vida de muchas personas, pero hay algo a lo que la mayoría nos aferramos con optimismo desde el principio: la confianza en que lograríamos desarrollar una vacuna, que encontraríamos la manera de sobrepasar la pandemia. Pero es importante recordar que tuvo que ser inventada, al igual que la vacuna, la propia convicción en el constante progreso. No podemos limitarnos a dar por sentado que simplemente avanzará por arte de magia. 

El progreso hoy en día depende de la interacción entre grandes empresas tradicionales y start-ups ágiles. Las empresas importantes y ya consolidadas se centran más en mejorar la eficiencia y proteger su posición, mientras que las start-ups más pequeñas y de rápida gestión tienen más probabilidades de crear inventos novedosos.

El problema es que en las últimas décadas y con ayuda de los reguladores, las empresas más grandes han mejorado en su intento de marginar las start-ups. Además, la pandemia ha empeorado esta tendencia. A muchas empresas jóvenes con problemas de liquidez les resulta aún más difícil sobrevivir. Y eso no augura nada bueno para la innovación.

Un reciente estudio de los investigadores de la Universidad de Chicago y de la Universidad Northwestern (ambas en EE. UU.) muestra que es más probable que los inventos novedosos provengan de inventores individuales o equipos pequeños. Las corporaciones destacan por lograr mejoras incrementales, como las que hacen que el proceso de producción sea más eficiente. Pero las grandes disrupciones tecnológicas tienden a surgir en empresas más nuevas y pequeñas. Se podía mejor el carruaje de caballos, pero al final fue necesaria una innovación radical para crear un automóvil; de lo contrario, el progreso se estanca.

La COVID-19 ha aumentado más la rotación de empresas que entran y salen del mercado que cualquier otro acontecimiento desde la Segunda Guerra Mundial, pero no podemos pensar que eso significa que vamos a ver una tasa más rápida de progreso tecnológico. En cambio, está pasando lo contrario: las restricciones a la inmigración, la caída en picada de los viajes y el aislamiento de los trabajadores en sus oficinas domésticas han hecho que sea menos probable que ocurra ese tipo de interacción que impulsa la innovación.

Preferencia por los beneficios

Además de esto, hay evidencias de que, durante la pandemia, los inversores de capital de riesgo han dedicado más atención a las empresas que ya están en sus carteras, en vez de buscar nuevas inversiones fuera. Como resultado, los principales beneficiarios de la pandemia han sido los que ya tienen los bolsillos llenos. Los gigantes como Apple, Alphabet, Amazon, Facebook y Microsoft poseen colectivamente más de 474.784 millones de euros de dinero bruto.  

A medida que la COVID-19 consolida la posición de mercado de los gigantes corporativos, también aumenta su influencia política, lo que tiende a asfixiar el entorno dinámico en el que las start-ups ágiles asumen riesgos y crean novedosas y audaces innovaciones. 

El historiador británico Eric Hobsbawm escribió: "Se suele suponer que la economía de la empresa privada muestra preferencia automática hacia la innovación, pero no es así. Solo tiene preferencia por los beneficios". Tenía razón. 

En las primeras etapas del ciclo de vida de un producto, una empresa se centrará en la innovación. Pero después de establecer un prototipo, sus esfuerzos se orientan hacia las mejoras incrementales en la producción para reducir los costes. En cierto punto, la empresa descubre que es más rentable centrarse en el lobbying político para protegerse de la competencia que gastar dinero en innovar. Y eso es, al final, terrible para el estado del progreso: la investigación de la Oficina Nacional de Investigación Económica de EE. UU. afirma que las empresas con más conexiones políticas tienden a ser menos innovadoras y solicitan menos patentes.

La economía ya mostraba una tendencia en esta dirección antes de la pandemia. El economista francés Thomas Philippon ha documentado cómo se ha reducido drásticamente el dinamismo empresarial en Estados Unidos desde la década de 2000, mientras que el gasto empresarial en lobbying se ha disparado. En un estudio separado, Philippon y Germán Gutiérrez explican que las recientes regulaciones "tienen un impacto negativo en las pequeñas empresas, especialmente en las industrias con alta inversión en lobbying". En otras palabras, las empresas poderosas apoyan las regulaciones que obstaculizan la competencia y así aumentan sus propias ganancias. Este es el camino hacia el estancamiento, no el progreso.

La COVID-19 agrava el problema

Una forma de detener este equivalente económico de la aterosclerosis consiste en fomentar el libre comercio y la competencia global. Pero gracias en parte a la COVID-19, nos estamos moviendo en la dirección opuesta. Según un reciente informe del Centro de Investigación de Políticas Económicas (Centre for Economic Policy Research), en los primeros 10 meses de 2020, durante la pandemia, los miembros del G20 llevaron a cabo 1.371 intervenciones políticas, de las cuales 1.067 perjudicaron a los socios comerciales. 

Las soluciones podrían tener menos que ver con restringir a los multimillonarios y más con controlar a los gigantes corporativos.

¿Deberíamos preocuparnos de estar frenando la velocidad del progreso? Desde luego que sí. Para tomar el ejemplo más inmediato, sin progreso no tendríamos vacunas, ni seríamos capaces de producirlas en masa. Además, la innovación es un requisito previo para el crecimiento sostenido, y una economía que no crece se convierte en un juego de suma cero. Cuando el crecimiento es estático y los recursos limitados, se produce una mayor rivalidad por esos recursos, lo que ayuda a explicar por qué la violencia era más generalizada antes del inicio del crecimiento moderno, como ha demostrado Steven Pinker.

Se ha escrito mucho sobre el poder político del 1 % de los más ricos en EE. UU., pero la gran mayoría de las contribuciones a las campañas provienen de los grupos de presión empresariales más que de los individuos adinerados. Si la innovación ha sido sofocada y la gente de alguna manera siente que la democracia está trucada, las soluciones podrían tener menos que ver con restringir a los multimillonarios y más con controlar a los gigantes corporativos.

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