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Tecnología y Sociedad

¿Por qué nadie está vacunando a los niños?

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Varias razones explican por qué ningún país ha incluido a los más pequeños en sus grupos prioritarios de vacunación. Además de su menor riesgo de contagiarse, sufrir casos graves y transmitir el coronavirus, existen cuestiones éticas en torno a los ensayos, pero el retraso puede generar problemas

  • por Bianca Nogrady | traducido por Ana Milutinovic
  • 11 Febrero, 2021

Mientras la gran mayoría del mundo libra una carrera frenética para vacunarse contra el coronavirus (COVID-19) lo antes posible, hay un grupo notablemente ausente de las colas: los niños.

El uso de la vacuna de Pfizer-BioNTech solo está aprobado en personas de 16 años o más, y la vacuna de Moderna es únicamente para adultos. Para ambas, los ensayos con los grupos de edad más jóvenes están en curso actualmente y los resultados se esperan este verano. Las vacunas de Oxford-AstraZeneca y de Johnson & Johnson también comenzarán pronto sus ensayos en niños.

En un mundo donde la mayoría de las vacunas se administran a los menores de dos años, ¿por qué los niños se han quedado atrás en esta pandemia mundial? ¿Y qué implicaciones tiene eso para los adultos? 

Una de las razones por las que los niños aún no son un grupo prioritario para la vacunación es que su tasa de infección por el SARS-CoV-2 es mucho menor que la de los adultos. Los niños representan casi el 13 % de todos los casos registrados en Estados Unidos hasta ahora, pero menos del 3 % de todas las hospitalizaciones registradas y menos del 0,21 % de todas las muertes por COVID-19. Cuando tienen síntomas, son similares a los de los adultos (tos, fiebre, dolor de garganta y secreción nasal) pero menos graves.

Incluso un año después del inicio de la pandemia, todavía no está del todo claro por qué. Las investigaciones apuntan a una respuesta inmunológica diferente a la exposición viral en los niños, lo que podría significar que sus sistemas inmunológicos pueden neutralizar el virus mucho más rápido y, por lo tanto, evitar que se replique. Los niños también pueden beneficiarse de la protección cruzada de los anticuerpos contra otros coronavirus circulantes a los que están expuestos con más frecuencia.

También cabe la posibilidad de que los más pequeños tengan menos receptores ACE2 en las células que recubren los conductos nasales, que son las puertas que utiliza el virus del SARS-CoV-2 para entrar a las células de sus huéspedes e infectarlas. Eso reduciría las probabilidades de que el virus entre por esa puerta. Existe una complicación más grave por la exposición al SARS-CoV-2 que puede ocurrir en los niños, denominada síndrome inflamatorio multisistémico en niños, o MIS-C. Pero es rara, con menos de 1.700 casos y solo 26 muertes registradas en EE. UU.

La aparente resiliencia de los niños a la COVID-19 los convierte en un grupo de menor prioridad para la vacunación, especialmente cuando la demanda de vacunas supera con creces la oferta. 

Los más pequeños también suponen un desafío en el desarrollo de vacunas, y en el de cualquier tipo de fármacos, porque se los considera una población vulnerable, afirma la especialista en enfermedades infecciosas pediátricas de la Universidad de Minnesota (EE. UU.) Beth Thielen, y detalla: "Queremos tomar medidas de seguridad adicionales para protegerlos de daños. Solemos ser mucho más cautelosos al inscribir a niños en estudios y no exponerlos a riesgos indebidos".

La posibilidad de que el potencial daño por probar una nueva vacuna o medicamento en niños supere los beneficios preocupa especialmente en el caso del MIS-C, señala la pediatra de la División de Enfermedades Infecciosas de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins (EE. UU.) Anna Sick-Samuels. Se cree que el MIS-C es el resultado de una respuesta inflamatoria masiva al virus SARS-CoV-2. "Será importante analizar si las actuales vacunas de ARNm pueden provocar una respuesta de anticuerpos que también afectaría a MIS-C o si esto es solo una complicación de la infección viral", explica la pediatra.

Por lo tanto, parece probable que pase más tiempo antes de que los niños comiencen a vacunarse. Esto puede provocar un cambio demográfico en los contagios por COVID-19 a medida que los sectores de mayor edad de la población adquieren inmunidad y la carga de la infección se traslade a los grupos más jóvenes no vacunados. Eso no supondrá que más niños contraigan el virus, pero si habrá menos adultos en riesgo y los niños representarían la mayoría de los casos en comparación con los adultos, lo contrario de lo que pasa actualmente en todo el mundo.

Lo que podría pasar es que el retraso en la inmunización de los niños los convierta en un depósito del virus en la población, lo que seguiría sembrando nuevos brotes. Es algo que representaría un problema incluso para los adultos vacunados, opina el especialista en enfermedades infecciosas y epidemiólogo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Florida (EE. UU.) Mobeen Rathore.

Las vacunas aprobadas actualmente ofrecen un alto nivel de protección contra la infección, pero no una protección total. En los ensayos clínicos, una pequeña cantidad de adultos vacunados aún se contagiaron, aunque tenían muchas menos probabilidades de desarrollar casos graves. Tampoco hay datos todavía sobre si las vacunas previenen la transmisión de una persona vacunada pero infectada a otra, aunque ya se están realizando estudios para averiguar si es así, y los primeros indicadores son prometedores.

"Entonces, la duda real sería: las personas que están inmunizadas contraen la infección, no se van a poner enfermas, pero no se podrá detener el ciclo de la propagación", resalta Rathore. Y mientras el virus esté circulando en la población, el riesgo de enfermedades, muertes y mutaciones permanece.

Dudas sobre la propagación

Al principio de la pandemia, se pensaba que los niños tenían menos probabilidades de propagar el SARS-CoV-2. Un estudio de colegios de Inglaterra entre junio y julio de 2020, cuando reabrieron sus puertas después del primer gran confinamiento, encontró relativamente pocas infecciones o brotes. Pero algunas investigaciones posteriores, especialmente tras la reapertura de las escuelas, universidades e institutos, sugieren que las tasas de contagio son particularmente altas entre adultos jóvenes. 

La evidencia sobre la transmisión dentro y desde los grupos más jóvenes resulta contradictoria, opina el epidemiólogo de vacunas de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (Reino Unido) Stefan Flasche. Es algo complicado porque los niños infectados también tienen menos probabilidades de mostrar síntomas que los adultos contagiados, lo que los hace menos propensos a someterse a una prueba de detección. "Parece que estamos en una situación en la que los niños pueden contagiar, pero no sobresalen como propagadores clave", señala Flasche.

Eso podría cambiar a medida que más adultos se vacunen y, por eso, será menos probable que contraigan la enfermedad. Ya se ha visto un fenómeno similar en Reino Unido, no como resultado de la vacunación sino de las medidas de confinamiento más recientes que restringieron el movimiento de adultos mientras las escuelas permanecían abiertas. "En ese entorno, parece que los niños eran en realidad una fuente residual de la propagación", explica Flasche.

También existe la preocupación de que las nuevas variantes puedan representar una mayor amenaza para los niños: las primeras evidencias sugieren que pueden ser más susceptibles a la variante de Reino Unido, aunque aún no está claro si la mayor prevalencia de la B.1.1.7 en los niños, en comparación con el la cepa original del SARS-CoV-2, es en realidad el resultado de los confinamientos que redujeron la exposición de los adultos al SARS-CoV-2 en general.

No hay duda de que los niños deberían vacunarse contra la COVID-19, y probablemente lo harán. Todavía corren el riesgo de enfermar y, en casos muy raros, morir. Para un virus que se propaga por todos los grupos de edad, que haya una gran parte de la población no vacunada siempre socavará los esfuerzos para lograr la inmunidad colectiva mediante la vacunación; suponiendo que las vacunas pueden traer esa inmunidad colectiva contra la COVID-19. 

Flasche cree que es una posibilidad muy remota: "Tenemos un patógeno altamente transmisible donde básicamente todos los grupos de población contribuyen con su granito de arena a la propagación. Eso significa que, incluso con las mejores vacunas será muy difícil, en el mejor de los casos, reducir la propagación".

A Rathore le encantaría tener una vacuna contra la COVID-19 para niños cuanto antes, pero cree que los grupos de alto riesgo tienen una mayor prioridad. Y concluye: "Soy un defensor de los niños y quiero que estén lo más seguros, y las vacunas son lo mejor que tenemos para mantener a todos a salvo, incluido los niños. Pero aprovechemos al máximo lo que tenemos. Aún no lo hemos hecho, así que actualmente es ahí donde debería estar nuestro enfoque".

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