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Errata Carmona

Tecnología y Sociedad

El capitalismo ha muerto. Larga vida al decrecimiento y la innovación

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La economía basada en el crecimiento descontrolado del PIB sin tener en cuenta el impacto ambiental de los países, ni su cobertura sanitaria y educativa para sus ciudadanos, ha fracasado. La única forma de mejorar el futuro es con tecnologías capaces de solucionar los grandes problemas de la sociedad

  • por David Rotman | traducido por Ana Milutinovic
  • 23 Octubre, 2020

La crisis del capitalismo era claramente evidente incluso antes de la pandemia de coronavirus (COVID-19) y del colapso resultante de gran parte de la economía mundial. Los mercados libres y desenfrenados han fomentado la desigualdad de ingresos y riqueza a niveles extremadamente altos. El lento crecimiento de la productividad en muchos países desarrollados ha limitado las oportunidades financieras para toda una generación. Y las empresas, aunque ya no ignoran la emergencia climática, parecen incapaces de realizar cambios para frenarla.

Y luego vino la pandemia, millones de personas están perdiendo sus trabajos, y luego, los fuertes incendios forestales provocados por el cambio climático azotaron la costa oeste de Estados Unidos. Todos estos fenómenos son signos latentes de un sistema económico disfuncional que, de repente, se convirtieron en un desastre en toda regla.

No es de extrañar que muchas personas de Estados Unidos y Europa hayan comenzado a cuestionar los fundamentos del capitalismo, en particular su dedicación al libre mercado y su fe en el poder del crecimiento económico para crear prosperidad y resolver nuestros problemas. 

La animadversión hacia el crecimiento no es nueva; el término "decrecimiento" se acuñó a principios de la década de 1970. Pero ahora, las preocupaciones sobre el cambio climático, así como la creciente desigualdad, lo han hecho resurgir en forma de movimiento político, económico y social. 

Los llamamientos para "el fin del crecimiento" todavía no han entrado en la agenda económica, pero la ideología del decrecimiento ha sido adoptada por movimientos políticos tan diferentes como la Rebelión contra la Extinción y el Movimiento Populista Cinco Estrellas en Italia. "Y de lo único de que hablan es de dinero y de cuentos de hadas sobre el crecimiento económico eterno. ¡Cómo se atreven!", rugió la joven activista climática sueca Greta Thunberg, ante el público repleto de diplomáticos y políticos en la Cumbre del Clima de la ONU el año pasado.

El centro del movimiento del decrecimiento se basa en la crítica al capitalismo en sí mismo. En el libro Menos es más: cómo el decrecimiento salvará al mundo (Less Is More: How Degrowth Will Save the World), el antropólogo Jason Hickel escribe: "El capitalismo depende fundamentalmente del crecimiento". Según él, "no se trata de crecer con un propósito en concreto, sino del crecimiento por su propio interés".

Reescribir el capitalismo: lecturas obligatorias
Reinventar el capitalismo en un mundo en llamas (Reimagining Capitalism in a World on Fire). Rebeca Henderson
La economista de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard (EE. UU.) sostiene que las empresas pueden desempeñar un papel importante para mejorar el mundo.
La buena economía para tiempos difíciles (Good Economics for Hard Times). Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo
Los economistas del MIT y premios Nobel de Economía en 2019 explican los desafíos de impulsar el crecimiento tanto en los países ricos como en los pobres, donde realizan gran parte de su investigación.
Desarrollo completado: por qué una economía estancada es una señal de éxito (Fully Grown: Why a Stagnant Economy Is a Sign of Success). Dietrich Vollrath
El economista de la Universidad de Houston (EE. UU.) sostiene que el crecimiento lento en los países ricos como Estados Unidos está bien, pero que deberíamos hacer sus beneficios sean más inclusivos.
Menos es más: cómo el decrecimiento salvará al mundo (Less Is More: How Degrowth Will Save the World). Jason Hickel
Uno de los líderes del movimiento por el decrecimiento ofrece un resumen del argumento de poner fin al crecimiento. Es un diagnóstico convincente de los problemas con los que nos enfrentamos, pero no está tan claro cómo el fin del crecimiento resolverá alguno de ellos.

Hickel y sus compañeros del decrecimiento creen que el crecimiento sin sentido es muy malo tanto para el planeta como para nuestro bienestar espiritual. Según Hickel, deberíamos desarrollar "nuevas teorías de nuestra existencia" y replantear nuestro lugar en el "mundo viviente". (Hickel describe las plantas inteligentes y su capacidad para comunicarse, que es tanto botánica controvertida como economía confusa). Es tentador descartarlo todo y dedicarse a una ingeniería social de nuestro estilo de vida que a una reforma económica real. 

Aunque Hickel ofrece algunas sugerencias ("reducir la publicidad" y "acabar con la obsolescencia programada"), habla poco sobre las medidas concretas que harían funcionar una economía sin crecimiento. Sintiéndolo mucho, hablar de inteligencia vegetal no resolverá nuestros problemas; no alimentará a las personas hambrientas ni creará empleos bien remunerados. 

No obstante, el movimiento de decrecimiento tiene razón en algo: el capitalismo no es la solución al cambio climático y a las dificultades económicas de muchos trabajadores. 

Crecimiento lento

Incluso algunos economistas ajenos al movimiento del decrecimiento cuestionan la ciega devoción por el crecimiento, aunque no rechazan por completo su importancia. 

Un factor obvio es que el crecimiento ha ido fatal durante décadas. Ha habido excepciones a esta lentitud económica: como a finales de la década de 1990 y principios de la de 2000 en Estados Unidos y en países en desarrollo como China que corrían a toda prisa para ponerse al día. Pero algunos expertos, en concreto Robert Gordon, cuyo libro publicado en 2016 The Rise and Fall of American Growth (El auge y la caída del crecimiento estadounidense) impulsó un gran examen de conciencia económico, se están dando cuenta de que, para gran parte del mundo, el crecimiento lento podría ser la nueva normalidad y no un fenómeno transitorio

Gordon creía que el crecimiento se "acabó el 16 de octubre de 1973, o cerca de esa fecha", escriben los economistas del MIT y ganadores del Premio Nobel en 2019 Esther Duflo y Abhijit Banerjee, en su libro La buena economía para tiempos difíciles (Good Economics for Hard Times). Haciendo referencia a Gordon, señalan el día en el que comenzó el embargo petrolero de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), ya que, después de eso, el crecimiento del PIB en EE. UU. y Europa nunca se recuperó. 

Por supuesto, relacionar el final del crecimiento a un día concreto es una gracia de los autores. Su idea clave es la siguiente: el fuerte crecimiento aparentemente desapareció casi de la noche a la mañana, y nadie sabe por qué.

Duflo y Banerjee ofrecen posibles explicaciones para luego descartarlas. Escriben: "La conclusión es que, a pesar de los mejores esfuerzos de varias generaciones de economistas, los profundos mecanismos del crecimiento económico persistente siguen siendo vagos". Tampoco sabemos cómo revivirlo. Concluyen: "Teniendo todo eso en cuenta, nuestro argumento es que podría ser el momento de abandonar la obsesión de nuestra profesión por el crecimiento".

En este sentido, el crecimiento no es lo malo del capitalismo actual, sino que, al menos medido en función del PIB, representa un objetivo cada vez menos relevante. Según el economista de la Universidad de Houston (EE. UU.) Dietrich Vollrath el crecimiento lento no es motivo de preocupación, por lo menos no en los países ricos. En gran parte es el resultado de las tasas de natalidad más bajas (la fuerza laboral que se reduce supone menos producción) y de un cambio hacia los servicios para satisfacer las demandas de los consumidores más ricos. En cualquier caso, bien podríamos aceptar el crecimiento lento con pocas posibilidades de cambiarlo. "Es lo que es", resalta Vollrath. 

Vollrath asegura que cuando se publicó  su libro Desarrollo completado: por qué una economía estancada es una señal de éxito (Fully Grown: Why a Stagnant Economy Is a Sign of Success) en enero pasado, "fue adoptado por los que están a favor del decrecimiento". Pero a diferencia de ellos, él se muestra indiferente a si el crecimiento termina o no. En lugar de eso, quiere mover el debate hacia formas de crear tecnologías más sostenibles y objetivos sociales, independientemente de si esos cambios impulsen el crecimiento o no. "Actualmente hay una desconexión entre el PIB y la mejoría de la situación", opina.

Mejorar la calidad de vida

Aunque EE. UU. es la mayor economía del mundo en función del PIB, tiene malos resultados en desempeño ambiental y en el acceso a una educación y atención médica de calidad, según el Índice de Progreso Social, publicado a finales de este verano por un grupo de expertos de Washington (EE. UU.). En la clasificación anual (realizada antes de la pandemia de la COVID-19), EE. UU. ocupaba el puesto 28, muy por detrás de otros países desarrollados, incluidos aquellos con tasas más lentas de crecimiento del PIB.

"El PIB se puede incrementar todo lo que se quiera. Pero si las tasas de suicidio aumentan, y también las de depresión, y si crece el número de niños que muere antes de cumplir cuatro años, no es el tipo de sociedad que queremos construir", afirma la economista de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard (EE. UU.) Rebecca Henderson En su opinión, tenemos que "dejar de depender totalmente del PIB, debería ser solo una métrica más entre muchas otras".

Sugiere que parte del problema consiste en "no ser capaces de plantearse que el capitalismo se puede llevar a cabo de una manera diferente, que puede funcionar sin quemar el planeta".

Según su punto de vista, EE. UU. debe comenzar a medir y valorar el crecimiento del PIB en función de su impacto en el cambio climático y el acceso a servicios esenciales como la atención sanitaria. Y añade: "Necesitamos un crecimiento consciente de nosotros mismos. No uno a cualquier precio". 

El también economista del MIT Daron Acemoglu cree que hace falta una "nueva estrategia de crecimiento" destinada a crear las tecnologías necesarias para resolver nuestros problemas más urgentes. Acemoglu opina que el crecimiento actual está impulsado por grandes corporaciones comprometidas con las tecnologías digitales, la automatización y la inteligencia artificial (IA). Esta concentración de innovación en unas pocas empresas dominantes ha aumentado la desigualdad y, para muchos, el estancamiento salarial. 

La gente de Silicon Valley (EE. UU) a menudo reconoce que esto es un problema, admite Acemoglu, pero su defensa es: "Es lo que quiere la tecnología. Es el camino de la tecnología". Él no está de acuerdo; y asegura que tomamos decisiones deliberadas sobre qué tecnologías inventamos y usamos.

Sostiene que el crecimiento debe estar dirigido por incentivos de mercado y por la regulación. En su opinión, esa es la mejor manera de asegurarnos de que creemos e implementemos las tecnologías que la sociedad necesita, en vez de aquellas que simplemente generan grandes beneficios para unos pocos. 

¿Qué tecnologías son esas? Acemoglu responde: "No lo sé exactamente. No soy vidente. Desarrollar esas tecnologías nunca ha sido una prioridad y no conocemos sus capacidades".

Hacer realidad esta estrategia es una cuestión política. Y el razonamiento de los economistas académicos como Acemoglu y Henderson, lamentablemente, no suele ser muy popular entre los políticos, ya que ignora los fuertes llamamientos de la izquierda para el fin del crecimiento y las decididas demandas de la derecha de que los mercados libres sigan sin restricciones. 

Pero, para aquellos que no están dispuestos a renunciar a un futuro crecimiento y a la gran promesa de la innovación para mejorar nuestras vidas y salvar el planeta, expandir nuestra imaginación tecnológica es la única opción real.

Tecnología y Sociedad

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