Los esfuerzos de la agencia por proteger los secretos comerciales de su sector agrotecnológico no han disuadido a los espías extranjeros y parece que solo han servido para aumentar el poder y el monopolio de gigantes como DuPont y Monsanto a costa de su propia industria
En verano de 2011, el veterano de 14 años de experiencia en el FBI Mark Betten atravesó en coche el corazón de los campos agrícolas de Iowa (EE. UU.). Era un jueves de calor abrasador justo antes del 4 de julio, el tipo de día en el que nadie quiere estar en un coche en medio de la carretera. En principio, su viaje no tenía nada de trascendental, pero lo que escuchó cuando llegó a su destino influyó en su vida durante los años siguientes.
Llegó a la sede de la empresa de semillas DuPont Pioneer, en un edificio bajo enlucido con imágenes gigantes de maíz. En el interior, Betten se reunió con los responsables de seguridad de la empresa. En aquel momento, el FBI estaba cambiando su enfoque hacia los casos de espionaje económico que involucraban a China. Betten había ido a Pioneer para lo que el FBI denomina como una visita de enlace rutinaria: una oportunidad para intercambiar ideas y buscar consejos.
Su vertiginosa variedad de tecnologías parecía crítica para la seguridad nacional: turbinas eólicas, blanqueadores de pintura, semillas de maíz. El FBI colaboraba estrechamente con empresas para identificar los secretos que interesaban a sus competidores chinos. Y la relación de la agencia de seguridad con DuPont, la empresa matriz de Pioneer, era especialmente buena.
DuPont ya era una corporación gigante: con beneficios de casi 3.500 millones de euros en 2011 y unos ingresos de casi 10 veces mayores. En aquel entonces, el Departamento de Justicia de Estados Unidos (DOJ) ya había presentado al menos cuatro casos comerciales federales en nombre de las subsidiarias y afiliadas de DuPont por robo de secretos comerciales. En los años siguientes, ese enfoque se estaba intensificando.
Para atrapar a Mo robando secretos comerciales agrícolas, el FBI utilizó sus herramientas que suele usar contra los cárteles de la droga.
En la reunión, Betten explicó los esfuerzos del FBI para combatir el espionaje económico y abordar las amenazas a la ciberseguridad. Un responsable de seguridad de Pioneer mencionó que unos meses antes, un agricultor ubicado en una zona remota había encontrado a un ciudadano chino agachado de rodillas en un campo donde la compañía cultivaba semillas endogámicas modificadas genéticamente. Otro hombre esperaba cerca en un coche estacionado. Cuando el granjero preguntó qué estaban haciendo, el hombre arrodillado balbuceó una excusa; luego corrió hacia el coche y saltó al asiento del pasajero mientras el coche se alejaba a toda velocidad. La seguridad de Pioneer comprobó después la matrícula del coche para seguir la pista de ese vehículo alquilado hasta un hombre con permiso de conducir de Florida (EE. UU.). Su nombre era Hailong Mo.
De vuelta en la oficina de campo del FBI, Betten pronto se enteró de otros dos incidentes sospechosos que involucraban a Hailong Mo y a otras empresas de semillas que operaban en la zona, incluida Monsanto, otro gigante agrícola, con beneficios de más de 1.600 millones de euros aquel año. La tecnología agrícola es uno de los sectores designados para el desarrollo estratégico en China, y la Oficina del Ejecutivo Nacional de Contrainteligencia de Estados Unidos, que asesora al presidente en asuntos de inteligencia relacionados con la seguridad nacional, la había identificado como un objetivo frecuente de los espías industriales. Betten ordenó la vigilancia de Mo.
Resultó que Mo, quien también se llama Robert, trabajaba para la empresa agrícola DBN con sede en Pekín (China). DBN competía con Pioneer y Monsanto en el mercado chino. En aquel momento, el Gobierno chino no permitía que sus empresas vendieran maíz modificado genéticamente del tipo que se había estado cultivando en el campo de EE. UU., pero la mayoría de los expertos esperaban que la política cambiara y DBN, al parecer, intentaba prepararse.
Durante los años siguientes, Betten siguió de cerca cómo Mo y sus colegas de DBN llevaban a cabo un complot elaborado, aunque a veces cómico, para robar semillas de Monsanto y Pioneer. Se hacían pasar por agricultores, enviaban cajas de semillas usando FedEx e incluso intentaron pasar de contrabando las semillas a China en bolsas de palomitas de maíz para microondas.
Pero, la reacción del FBI fue igualmente descomunal. Betten llegó a supervisar una enorme red en la que participaban decenas de agentes en todo Estados Unidos. Para atrapar a Mo robando los secretos comerciales de los dos gigantes agrícolas, el FBI utilizó las herramientas que solían usar contra los cárteles de la droga o el crimen organizado: persecuciones de coches, arrestos en aeropuertos y vigilancia aérea. La diferencia consistía en que el objetivo era un científico nacido en China con dos doctorados, un nuevo tipo de delincuente con el que Estados Unidos se encontraría cada vez más en los años siguientes.
El Departamento de Justicia de EE. UU. está librando una guerra contra el espionaje industrial chino. En 2018, el departamento creó la Iniciativa China, un esfuerzo para combatir el robo de propiedad intelectual y otros delitos. Supervisado por oficiales del FBI y del Departamento de Justicia, así como por un grupo de fiscales federales, requiere un enfoque de "todo el gobierno" que implica la coordinación entre varias agencias. A pesar de que aparentemente tenía que ver con la defensa de la ley, la Iniciativa China también se ha convertido en una de las principales herramientas de Estados Unidos en su creciente enfrentamiento tecnológico con China.
El FBI actualmente tiene más de 2.000 investigaciones activas que involucran a China y que abarcan sus 56 oficinas de campo. "Hay de todo, desde empresas de la lista Fortune 100 hasta start-ups de Silicon Valley, desde el Gobierno y el mundo académico hasta la alta tecnología e incluso la agricultura", afirmó el director del FBI, Christopher Wray, en una conferencia organizada en febrero del año pasado por un grupo de expertos en Washington (EE. UU.). Ni siquiera la pandemia de coronavirus (COVID-19) ha frenado ese esfuerzo. En un evento virtual organizado por otro grupo de expertos en julio, Wray aseguró que el FBI abría una nueva investigación de contrainteligencia que involucra a China cada 10 horas. A diferencia de otros objetivos del FBI, como la interferencia electoral o el terrorismo interno de extrema derecha, las investigaciones relacionadas con China cuentan con el apoyo total de los niveles más altos del Departamento de Justicia de EE. UU.
En los últimos meses, los fiscales federales estadounidenses han acusado a cuatro miembros del Ejército Popular de Liberación de China (EPL) de piratear los servidores de la agencia de calificación crediticia Equifax y de robar datos sobre millones de estadounidenses. También han revelado cargos de robo de secretos comerciales contra Huawei, el gigante de las telecomunicaciones cuyas ambiciones de dominar la industria emergente de telefonía móvil 5G algunos consideran una amenaza para los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos. Y han acusado a algunos científicos estadounidenses de laboratorios académicos de mentir sobre las subvenciones de las instituciones chinas. (El antiguo presidente del Departamento de Química de la Universidad de Harvard, en EE. UU., Charles Lieber, es el investigador acusado más destacado).
Pero, los críticos cuestionan si la iniciativa del Departamento de Justicia de EE. UU. sobre China está logrando su objetivo de disuadir el crimen y proteger la innovación en Estados Unidos. En algunos casos, el impulso de perseguir las amenazas tecnológicas ha dado lugar a juicios acelerados con cargos que luego se degradaron o tuvieron que ser retirados. "Cuando alguien tiene un martillo, todo parece un clavo", sostiene la experta en China y Taiwán de la Facultad de Derecho de la Universidad de Seton Hall en Newark, Nueva Jersey (EE. UU.) Margaret Lewis. "El Departamento de Justicia de EE. UU. está clasificándolo todo como una gran amenaza contra China, desde los piratas informáticos del EPL hasta la información errónea sobre subvenciones", añade.
El enfoque de Estados Unidos sobre el espionaje industrial no comenzó con China. Se remonta al final de la Guerra Fría, cuando la disolución de la Unión Soviética dejó un vacío en las agencias de inteligencia. Como los agentes se marcharon en masa, los líderes de inteligencia buscaron un nuevo propósito. El espionaje industrial fue un paso natural. El creciente alcance de internet provocó que las tecnologías fueran mucho más fáciles de robar.
En ese momento, la mayoría de las empresas estadounidenses abordaban el robo de secretos comerciales a través de demandas civiles, en las que una empresa demandaba a otra y asumía los costes legales correspondientes. Ningún tratado o acuerdo internacional incluía el espionaje industrial. En 1996, el entonces presidente, Bill Clinton, promulgó la Ley de Espionaje Económico, convirtiendo el robo de secretos comerciales en un delito federal y marcando los ataques a empresas estadounidenses como una amenaza a la seguridad nacional. Las sanciones más severas de la ley contra las personas (con multas de hasta 4,20 millones de euros y hasta 15 años de prisión) están reservadas para los robos relacionados con un Gobierno extranjero. En ese momento eso solo aplicaba a Francia e Israel. En aquella época, los robos por parte de las empresas chinas aún no eran una preocupación importante.
Los fiscales federales solo tuvieron un puñado de casos en esos primeros años, y después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, el espionaje industrial pasó a un segundo plano en la lista de prioridades del FBI frente al contraterrorismo. Cuando las investigaciones se reanudaron a finales de la década de 2000, el enfoque se trasladó a China. Los ambiciosos planes del país para construir industrias tecnológicas estratégicas provocaban alarma en Washington. A medida que la relación entre ambos países empezó a volverse más conflictiva, también aumentó la determinación de centrarse en el robo de secretos comerciales.
En 2009, el FBI creó la especializada Unidad de Espionaje Económico. En los años que siguieron, la oficina encabezó un bombardeo de información: organizó seminarios para empresas y universidades y difundió folletos con títulos como El espionaje económico agrícola: una amenaza creciente. En algunas ocasiones, el FBI incluso ha organizado operaciones internacionales encubiertas para defender la tecnología de las empresas estadounidenses.
En 2012, por ejemplo, un informante atrajo a dos empresarios chinos a Estados Unidos. Los empresarios se habían centrado en los secretos comerciales de Pittsburgh Corning, que fabrica aislamiento de bloques de vidrio. En una película de ficción que produjo el FBI sobre la operación, The Company Man, suena un gong cuando los villanos chinos entran en escena. Más tarde, la esposa del héroe entona: "¡Solo di no a los chinos!"
Estos mensajes tan torpes continúan en la actualidad. Aunque los oficiales del FBI han dicho en repetidas ocasiones que sus investigaciones no se basan en la etnia, han distribuido panfletos que advierten de que los "adversarios extranjeros" podrían intentar atraer a los académicos de Estados Unidos a través de las "apelaciones a la etnia o la nacionalidad". Para Lewis, eso podría ser contraproducente, y explica: "Se arriesgan a alienar a la gente". En su opinión, los científicos de etnia china que no han hecho nada malo podrían sacar la siguiente conclusión: "En realidad no soy bienvenido aquí, así que me vuelvo".
Las investigaciones relacionadas con China son caras: requieren traductores y analistas y, a menudo, duran años. Según una estimación, más de 70 agentes trabajaron en el caso de Mo. Pero, no está claro si tienen un fuerte efecto disuasorio. Un ejemplo fue la decisión de acusar in absentia a los oficiales del ejército chino por piratear los servidores de Equifax. El antiguo director de la Oficina de Asesoría Legal del Departamento de Justicia en la administración de George W. Bush, Jack Goldsmith, detalla: "Si China hace su cálculo de coste-beneficio de la siguiente manera: 'Podemos robar 145 millones de registros y eso significa que cuatro de los nuestros no podrán viajar fuera de China', es un buen resultado para China".
Los casos contra el espionaje económico tienen como objetivo proteger a los innovadores estadounidenses de la competencia desleal extranjera. Pero, al procesarlos, el Gobierno de Estados Unidos defiende los intereses de los gigantes corporativos cuyas prácticas también suelen ser bastante anticompetitivas.
Antes, los agricultores que buscaban comprar semillas podían elegir entre docenas de pequeñas empresas de semillas. Pero, ese número ha disminuido año tras año, ya que DuPont Pioneer y Monsanto han comprado a sus competidores. A menudo, los nuevos propietarios mantienen los nombres de las pequeñas empresas de semillas, por lo que muchos agricultores ni siquiera se dan cuenta de que su marca preferida ha sido comprada.
De hecho, en el momento en el que Betten abrió una investigación sobre Mo, la División Antimonopolio del Departamento de Justicia de EE. UU. llevaba una investigación independiente sobre Monsanto por prácticas anticompetitivas. A mitad de la investigación del robo de maíz, el Departamento de Justicia estadounidense abandonó su investigación por razones que aún no están claras. Retiró varias otras investigaciones agrícolas casi al mismo tiempo.
Desde entonces, las grandes empresas de semillas han crecido aún más. En 2016, el conglomerado alemán Bayer hizo una oferta para adquirir Monsanto; la compra concluyó en 2018. En 2017, DuPont Pioneer se fusionó con Dow Chemical, formando un conglomerado con alrededor de más de 75.000 millones de euros en ingresos anuales. Posteriormente creó la división agroquímica Corteva. Junto con Syngenta y BASF, otros dos gigantes agrícolas, Bayer y Corteva dominan las ventas de semillas de maíz en EE. UU. y, en efecto, en gran parte del mundo.
Todo esto significa "precios más altos y menos innovación para los agricultores y los consumidores", resalta el investigador antimonopolio de la Escuela de Administración de la Universidad de Yale (EE. UU.) Austin Frerick, que en 2018 se postuló para el Congreso a través de una plataforma que incluía oponerse a la adquisición de Monsanto por parte de Bayer. (Se retiró en las primarias, por desafíos en la recaudación de dinero). Frerick señala: "El precio de las semillas de maíz se ha más que duplicado en la última década, y les garantizo que la semilla no es el doble de buena. Y, como demuestra un estudio tras otro en la investigación económica, la innovación se reduce a medida que las industrias se consolidan, porque pierden el incentivo para competir".
El 11 de diciembre de 2013, unos agentes irrumpieron en la casa de Mo en Florida al amanecer, lo arrestaron y lo llevaron en un coche gubernamental. Decenas de agentes en cinco estados habían trabajado durante años para construir un caso en su contra. En 2016, después de dos años de actos previos a la vista del juicio, Mo se declaró culpable de conspirar para robar los secretos comerciales. Más tarde ese año, mientras Betten observaba desde un banco de la sala del juzgado de Des Moines, Mo fue sentenciado a tres años de prisión.
Pero, el Gobierno de EE. UU. no logró detener a otras cinco personas acusadas en el caso: los colegas de Mo en DBN, que actualmente siguen en la lista de los más buscados del FBI. DBN, por otro lado, no sufrió ningunas consecuencias reales. Sus acciones se hundieron después del arresto de Mo, pero luego se recuperaron. Cuando terminó el caso, Bayer ya había completado su adquisición de Monsanto. El FBI y el Departamento de Justicia estadounidense habían trabajado duro para proteger la propiedad intelectual de esa empresa para salvaguardar la innovación estadounidense. Pero, ahora esa empresa ya ni siquiera era estadounidense.