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Tecnología y Sociedad

La nueva normalidad: vigilancia, confinamiento y pasaportes de inmunidad

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La vida que conocíamos se ha terminado, solo podemos aspirar a llegar a una nueva normalidad lo antes posible. Repasamos cómo será, qué retos tenemos por delante para lograrla y quiénes serán los más afectados en un futuro en el que solo serán libres quienes puedan demostrar que son inmunes

  • por Gideon Lichfield | traducido por Ana Milutinovic
  • 24 Abril, 2020

Antes o después, venceremos al coronavirus (COVID-19). Según el Instituto Milken, a principios de abril había unas 50 potenciales vacunas y cerca de 100 posibles tratamientos en desarrollo, así como cientos de ensayos clínicos registrados en la Organización Mundial de la Salud (OMS).

A pesar de todos estos esfuerzos, la primera vacuna no llegará hasta dentro de entre 12 y 18 meses, como mínimo. Aunque sí es posible que tengamos algunos tratamientos antes de eso. La empresa Regeneron espera tener un medicamento de anticuerpos en producción en agosto. El problema es que producirlo en cantidades suficientes para ayudar a millones de personas podría llevar meses.

Un enfoque más ágil sería el de buscar medicamentos existentes, que ya se sabe que son seguros para otros usos, que resulten efectivos en el tratamiento contra la COVID-19. También hay varios ensayos en marcha con fármacos prexistentes, y deberíamos empezar a tener noticias sobre ellos antes del verano. Por otro lado, aunque es posible que una vacuna dé el golpe decisivo, tampoco sabríamos cuánto tiempo sería efectiva, ya que el virus muta.

Por eso todo parece estar a la deriva, por eso la economía está colapsando, por eso todo el mundo está estresado: porque ya no podemos prever lo que será permitido y lo que no, dentro de una semana, un mes o tres o seis o 12 meses

Eso significa que tenemos que prepararnos para un mundo en el que pasaremos mucho tiempo sin tratamientos ni vacunas. La buena noticia es que hay una manera de vivir en este mundo sin tener que estar confinados todo el tiempo. La mala, es que esta manera no supondrá una vuelta a la normalidad, sino la entrada en una nueva normalidad (al menos en Occidente), con nuevas reglas de comportamiento y organización social, algunas de las cuales probablemente permanezcan mucho después de que la crisis haya terminado.

En las últimas semanas, se ha empezado a generar consenso entre varios grupos de expertos sobre cómo podría ser esta nueva normalidad. Algunas partes de esa estrategia reflejan las prácticas de rastreo de contactos y monitorización de enfermedades, ya adoptadas en los países que han mejor ha abordado la pandemia hasta ahora, como Corea del Sur y Singapur. Empiezan a surgir otras partes, como someter a pruebas regulares un número masivo de personas y relajar las restricciones de movimiento para aquellos que hayan dado negativo en las pruebas o ya se hayan recuperado del virus, si esas personas realmente son inmunes, algo que todavía no es seguro.

Esta estrategia implicará un considerable grado de vigilancia y control social, aunque hay formas de llevarlo a cabo de manera menos intrusiva que como se ha hecho en otros países. También creará o intensificará las divisiones entre los que tienen y los que no: los que pueden teletrabajar desde casa y los que no; los que podrán moverse libremente y a los que no; y, especialmente en países sin sanidad universal, los que tienen atención médica y los que no .

Este nuevo orden social parecerá impensable para la mayoría de los habitantes de los llamados países libres. Pero cualquier cambio puede volverse normal rápidamente si las personas lo aceptan. La verdadera anormalidad consiste en la gran incertidumbre de la situación. La pandemia ha socavado la previsibilidad de la vida normal, la tremenda cantidad de cosas que siempre suponemos que aún podremos hacer mañana. Es por eso que todo parece estar a la deriva, por eso la economía está colapsando, por eso todo el mundo está estresado: porque ya no podemos prever lo que será permitido y lo que no, dentro de una semana, un mes o tres o seis o 12 meses.

Alcanzar la normalidad, por lo tanto, no significa recuperar la vieja normalidad sino más bien recuperar la capacidad de saber qué pasará mañana. Y cada vez está más claro lo que se necesita para lograr ese tipo de previsibilidad. Lo que aún no podemos predecir es cuánto tiempo tardarán los líderes políticos en dar los pasos necesarios para llegar ahí.

El contexto

Primero, veamos por qué no resulta práctico que nos limitemos a esperar la llegada de un tratamiento o una vacuna.

Una característica de la pandemia de COVID-19 es la increíble velocidad con la que se ha vuelto palpable. A mediados de marzo, el Gobierno británico seguía abogando por dejar que la mayoría de las personas realizara, más o menos, sus actividades diarias normales, y solo obligó a confinarse a los enfermos y a los especialmente vulnerables. Pero su estrategia cambió rápidamente después de que los investigadores del Imperial College de Londres (Reino Unido) publicaran un estudio que demostró que esa política provocaría hasta 250.000 muertes en el país.

Dicho estudio defiende lo que casi todos coinciden en que resulta esencial: imponer el alejamiento social a la mayor cantidad de población posible. Esta es la única forma de "aplanar la curva" o reducir la propagación del virus lo suficiente para evitar que los hospitales se saturen, como ha ocurrido en Italia, España y la ciudad de Nueva York (EE. UU.). El objetivo es mantener el ritmo de la pandemia a un nivel manejable hasta que suficientes personas hayan contraído y superado la enfermedad para conseguir la "inmunidad colectiva", el punto en el que el virus empieza a quedarse sin nuevas personas para infectar, o hasta que haya una vacuna o cura.

Es cierto que no todos los expertos se toman en serio la idea de esperar a que logremos la inmunidad colectiva. Pero cualquiera que sea el resultado final, habrá que mantener cierto grado de alejamiento social hasta llegar él. Un confinamiento estricto puede ralentizar los nuevos contagios hasta lograr un goteo de casos, como sucedió en la provincia china de Hubei, pero en cuanto se relajen las medidas, la tasa de contagio vuelve a subir de nuevo.

En su informe del 16 de marzo, los investigadores del Imperial College propusieron una forma de alternar entre regímenes de confinamiento más estrictos y más suaves: imponer medidas de alejamiento social generalizadas cada vez que la cantidad de los ingresados en Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) empiecen a aumentar, y relajarlas siempre que el número de los ingresados cae. Así es como se expresa esa idea en un gráfico.

Casos semanales de ingresados en UCI

La línea naranja representa el número de los ingresados en UCI. Cada vez que sube por encima de un umbral, digamos, 100 a la semana, el país cerraría todas las escuelas y universidades y volvería a imponer medidas del alejamiento social. Cuando cae por debajo de 50, esas medidas se levantarían, pero las personas con síntomas o cuyos familiares tienen síntomas seguirían confinadas en sus hogares.

¿Qué significa "alejamiento social"? Los investigadores lo definen así: "Todas las familias reducen sus contactos fuera del hogar, en la escuela o en el lugar de trabajo, en un 75 %". Eso no implica que una persona pueda salir con sus amigos una vez a la semana en vez de cuatro, sino que si todo el mundo hace todo lo posible para minimizar su contacto social, entonces se espera que el número de contactos disminuya de media en un 75 %.

Según este modelo, lo investigadores concluyeron que, tanto el alejamiento social como el cierre de escuelas deberán estar vigentes aproximadamente dos tercios del tiempo, es decir dos meses de cada tres, hasta que haya una vacuna o cura disponible.

Los investigadores también simularon varias medidas menos estrictas, pero todas resultaron insuficientes. ¿Qué pasaría si solo se aíslan los enfermos y los ancianos, y las otras personas se podrían mover libremente? El aumento de personas críticamente enfermas sería al menos ocho veces mayor de lo que el sistema de salud de EE. UU. o Reino Unido podría manejar. ¿Qué ocurriría si se encierra a todo el mundo durante un período prolongado de cinco meses más o menos? Tampoco es bueno, mientras haya una sola persona contagiada, la pandemia acabaría estallado de nuevo. O, ¿qué sucedería si se establece un umbral más alto para la cantidad de ingresados en UCI que activaría un alejamiento social más estricto? Primero, además de aceptar que muchos más pacientes morirían, marcaría una diferencia escasa: incluso en los escenarios menos restrictivos del Imperial College, acabamos encerrados en más de la mitad del tiempo. Eso significa que la economía estaría paralizada hasta que haya una vacuna o una cura.

Las herramientas

Estos escenarios suponen que el hecho de estar encerrado se aplica por igual a todo el mundo. Pero no todo el mundo corren el mismo riesgo o se enfrenta al mismo peligro. La clave para llegar a la normalidad reside en establecer sistemas para discriminar, de forma legal y justa, entre aquellos a quienes se les puede permitir moverse libremente y aquellos que deben quedarse en casa.

Diversas propuestas de organismos como American Enterprise Institute, Center for American Progress y Edmond J. Safra Center for Ethics de la Universidad de Harvard (EE. UU.), describen cómo se podría llevar esto a cabo. Todas sus líneas básicas generales son similares.

Primero, mantener confinadas a tantas personas como sea posible hasta que la tasa de contagio esté bien controlada. Mientras tanto, aumentar masivamente la capacidad de ejecutar pruebas, tanto de diagnóstico como serológicas. Esta capacidad debería llegar a un nivel suficiente como para que, cuando un país esté listo para relajar las reglas de alejamiento social, cualquiera pueda someterse a la prueba y obtener el resultado en cuestión de horas o, idealmente, minutos. Habrá que llevar a cabo las pruebas tanto para el virus, a fin de detectar a las personas enfermas, aunque no tengan síntomas, como para los anticuerpos, con el objetivo de encontrar a las personas que han estado contagiadas y se han vuelto inmunes.

Las personas que den positivo en anticuerpos podrían recibir "pasaportes de inmunidad" o certificados que les permitan moverse libremente. Alemania y Reino Unido ya han dicho que planean emitir dichos documentos. A las personas que den negativo para el virus también se les permitiría moverse, pero tendrían que someterse a las pruebas regularmente y aceptar el rastreo de la ubicación en su teléfono móvil. De esta manera, podrían recibir alertas si entran en contacto con alguien que haya sido contagiado.

Este nuevo orden social parecerá impensable para la mayoría de los habitantes de los llamados países libres

Bajo esta estrategia resuena mucho el concepto del Gran Hermano, y podría parecerlo. En Israel, el sistema de monitorización automatizado y el seguimiento de contactos lo realiza la agencia de inteligencia nacional, mediante herramientas de vigilancia creadas para rastrear a terroristas. Pero hay formas menos invasivas de llevarlo a cabo.

El Centro Safra, por ejemplo, describe varios métodos para el "seguimiento entre pares", en el que una aplicación en el teléfono intercambia códigos encriptados a través de Bluetooth con cualquier otro teléfono que pase algún tiempo mínimo cerca. Cuando alguien da positivo en la prueba del virus, introduce esa información en la aplicación. Mediante los códigos que su teléfono ha reunido en los últimos días, se envían alertas a esas personas para que se autoaíslen o se hagan la prueba. No es necesario rastrear su ubicación real, solo las identidades anónimas de las personas que han estado cerca. Singapur utiliza una aplicación de seguimiento entre pares llamada TraceTogether, que envía las alertas de contagios al Ministerio de Sanidad, pero, al menos en principio, dicho sistema puede configurarse sin ningún tipo de registro centralizado.

También debe haber un registro y un análisis de datos a nivel nacional para comprender mejor cómo se propaga el virus y detectar las zonas de alto riesgo que podrían necesitar más test, recursos médicos u otra cuarentena. Esta estrategia debe incluir análisis serológicos: pruebas aleatorias de anticuerpos para determinar cuánto se ha propagado el virus. Algunas otras formas de medir su prevalencia sin espiar directamente a las personas podría ser el registro colectivo de información mediante las páginas web como COVIDnearyou.org, deducciones por el volumen de búsquedas de Google sobre los síntomas de COVID-19 en diferentes sitios, o incluso buscar el virus en muestras de aguas residuales.

También es importante asegurarse de que las personas que han dado positivo o han estado expuestas permanezcan en cuarentena. Sin embargo, eso parece difícil sin una vigilancia más directa. Algunos países como Singapur y Corea del Sur utilizan diversos medios, como hacer que las personas compartan su ubicación a través de WhatsApp o descarguen una aplicación de seguimiento especializada. No se sabe si los países de Europa o EE. UU. podrían imponer (y mucho menos hacer cumplir) ese tipo de control. Sin eso, tenemos que confiar en que las personas sean responsables y se autoaíslen cuando sea necesario.

Dado que existen formas más o menos aterradoras de realizar todo esto, la crisis podría catalizar un debate más amplio sobre cómo usar los datos de las personas para el bien común mientras se protege al individuo.

Los retos

Independientemente de los métodos elegidos, el objetivo es el mismo: después de un par de meses de confinamiento, empezar a suavizar las restricciones de movimiento de forma selectiva para las personas que puedan demostrar que no representan ningún riesgo de contagio. Con una capacidad suficientemente buena de realizar test, el registro de datos, el seguimiento de contactos, la aplicación de medidas o el cumplimiento de las cuarentenas y la coordinación entre los gobiernos nacionales y regionales, los brotes locales se podrían contener antes de su propagación y antes de provocar otra parálisis nacional.

Gradualmente, cada vez más personas podrían volver a algo parecido a la normalidad. Los bares llenos y los acontecimientos deportivos del pasado todavía quedarían muy lejos, pero sería una forma más soportable de esperar la llegada de una vacuna o cura. Y lo que es más importante aún, la economía podría empezar a reactivarse.

No obstante, todo esto depende de que muchas cosas salgan bien. Primero, el confinamiento inicial probablemente deba ser más severo de lo que es actualmente en los países que, como EE. UU., no lo han impuesto de forma generalizada. En el momento de esta publicación, algunos estados del país todavía no han obligado a sus ciudadanos a quedarse en casa ni hay restricciones para viajar entre ciudades o estados. Por el contrario, en China, las ciudades de la provincia de Hubei pasaron dos meses en un estricto confinamiento forzado, con el transporte público deshabilitado y los movimientos interurbanos restringidos.

En segundo lugar, según algunas estimaciones, había que hacer miles de test rápidos de virus al día para controlar adecuadamente la pandemia. 

En tercer lugar, las pruebas de anticuerpos aún están en sus primeras fases, y la mayoría de los test actualmente en desarrollo aún experimentan tasas bastante altas de falsos positivos y falsos negativos, según el Centro Johns Hopkins para la Seguridad Sanitaria. El plan de Reino Unido de pedir millones de kits de test para su realización en casa tuvo problemas después de que los expertos descubrieran que solo funcionan el 50 % de las veces.

Cuarto, Estados Unidos en concreto cuenta con una estrategia nacional muy poco coordinada. La caótica gestión de la crisis por parte de la administración Trump, la separación de poderes entre el Gobierno federal y los estados, y la fragmentada atención médica privatizada crean dudas sobre cómo surgirán los sistemas automatizados de rastreo de contactos, la imposición de cuarentena o certificación de inmunidad.

Eso significa que una reapertura de EE. UU. en junio es, como mínimo, optimista y una reactivación el 30 de abril, como el presidente Donald Trump todavía esperaba a principios de mes, no es más que una fantasía. Pero Trump se ha estado moviendo gradualmente y de mala gana hacia una postura más realista sobre la pandemia. Y, a medida que el país se demuestra incapaz de frenar su curva de contagios,  los intereses del presidente podrían comenzar a alinearse más estrechamente con los del todo el país en su conjunto.

El resultado

Desde una perspectiva optimista, esto sería lo que pasaría en estos tiempos sombríos: la esperanza de que mientras los días aún sean cálidos y tras haber perdido cientos de miles de vidas que podían haberse salvado con una acción más rápida, algunos de nosotros podremos empezar a salir lentamente hacia la luz. Saldremos a un mundo en el que las personas guardarán grandes distancias y se lanzarán miradas sospechosas en los pocos lugares públicos que sigan en funcionamiento y donde solo podrán congregarse las multitudes más selectas, elegidas mediante un sistema de segregación legal. Millones de personas se quedarán sin trabajo y tendrán dificultades para sobrevivir, y la gente buscará de forma nerviosa las señales de un nuevo brote cerca de ellos.

Pero mientras contempla ese futuro, piense en los miles de millones de personas en el mundo para quienes incluso el alejamiento social y la higiene básica son lujos inasequibles, y mucho más los test, tratamientos y los gobiernos tecnológicamente avanzados. La pandemia devastará los barrios marginales de los países más pobres del mundo como el fuego. En sus poblaciones bastante más jóvenes, probablemente habrá menos muertos que en el mundo rico. Pero una pandemia descontrolada en esos lugares también podría obligar a otros países a mantener sus fronteras cerradas por más tiempo para proteger a sus propias poblaciones.

Aún puede ocurrir un milagro. Quizás algún medicamento fácilmente disponible funcione. Quizás las pruebas demuestren que el virus está mucho más extendido y es menos mortal de lo que pensábamos. Vale la pena guardar esa esperanza, pero no podemos apostar por ella. Lo que sí podemos esperar, mientras pasan los días, es tener una idea cada vez más clara de cómo se desarrollará todo si adoptamos las medidas adecuadas.

Esta será la mayor normalidad a la que podremos aspirar durante un tiempo.

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