El nuevo software y hardware abre una ventana al cerebro en desarrollo de los bebés.
En el cerebro de un niño se desarrolla un remolino de conexiones neuronales durante los primeros cinco años de su vida. La comprensión de cómo los circuitos interconectados se desarrollan, y cómo piensan los bebés, puede dar lugar a una serie de nuevos conocimientos en todo, del autismo hasta la adquisición del lenguaje. Sin embargo, la recopilación de información ha sido difícil: no se puede pedir a los lactantes que permanezcan inmóviles, lo que es necesario para las técnicas de neuroimagen más avanzadas. Actualmente, un nuevo sistema que trabaja en conjunto con la maquinaria de imágenes existente puede tener en cuenta el movimiento de la cabeza y, por primera vez, permitirá a los investigadores ver la actividad del cerebro activo de un bebé en detalle.
La magnetoencefalografía (MEG), tecnología utilizada para estudiar la función del cerebro y para identificar las áreas enfermas del mismo, saca provecho de los campos magnéticos muy débiles creados cuando un grupo de neuronas lanzan impulsos al mismo tiempo. Un casco con 306 sensores, parecido a un secador de peluquería, se coloca sobre la cabeza del sujeto y detecta cuándo se producen los pulsos magnéticos. A diferencia de la resonancia magnética nuclear (RMN)--que sólo muestra instantáneas de los datos y requiere que las personas se encuentren dentro de un ruidoso, estrecho túnel, mientras son sometidas a un poderoso campo magnético giratorio--la MEG es totalmente tranquila y abierta, lo que permite a los sujetos interactuar con su entorno. Los datos resultantes pueden mostrar a los investigadores de forma precisa dónde se produce la actividad en el cerebro en tiempo real.
El uso de esta tecnología en los lactantes y niños pequeños ha sido limitado, ya que normalmente necesitan ser sedados para permanecer inmóviles el tiempo suficiente para que las maquinas de MEG tradicionales recojan los datos necesarios. "El enemigo de cualquier tipo de imágenes, especialmente de las imágenes del cerebro, es el movimiento", afirma Sylvain Baillet, director del programa de MEG en el Colegio Médico de Wisconsin, en Milwaukee. "Es un poco como tratar de sacar una foto de un niño que está en constante movimiento con una cámara con una abertura muy lenta--la imagen saldrá borrosa."
Para poder estudiar a bebés que estaban despiertos y bajo actividad social, los investigadores del Instituto de Ciencias del Aprendizaje y del Cerebro de la Universidad de Washington (I-LABS) trabajaron con la empresa de dispositivos médicos Elekta, con sede en Helsinki, para crear un sistema de posicionamiento de la cabeza muy similar al GPS. Los científicos atan un suave casco de nylon a la cabeza del bebé. Este casco tiene cuatro bobinas incrustadas, cada uno de las cuales emite una longitud de onda de alta frecuencia que indica su posición relativa en todo momento. A medida que el sistema de hardware sigue el movimiento del cráneo, el software interpreta los resultados y los combina con los datos del sensor MEG.
"Por primera vez, podemos poner a bebés y niños pequeños en este dispositivo, mientras están realizando una prueba cognitiva", señala la codirectora del I-LABS Patricia Kuhl. "Entonces, como se está mirando en todo el cerebro, se tiene la oportunidad de observar las interacciones entre las diversas regiones." Algunas cosas estimulan las neuronas para disparar en tan sólo una región, mientras que otras desencadenan respuestas neuronales más complejas en múltiples ubicaciones del cerebro--en los niños, esta distinción es particularmente importante para entender procesos como la adquisición del lenguaje y, potencialmente, para el diagnóstico de autismo y otras enfermedades.
Hasta el momento, Kuhl y sus colaboradores ya han visto diferencias en la actividad cerebral de bebés ante el idioma hablado por una persona en la habitación con ellos, o la misma persona, hablando el mismo guión, en un televisor. "Una vez que sepamos cuál es la diferencia entre lo vivido y lo expuesto en un televisor, nos gustaría tomar las mismas medidas de los niños con autismo," indica Kuhl. "Podría ser que se sintieran más involucrados en una serie de televisión".
Usando una tecnología menos exacta llamada electroencefalografía, o EEG, su grupo ha encontrado que los niños típicos responden a una voz clásica maternal, mientras que los niños con autismo están mucho más interesados en los mismos tonos producidos por un ordenador. Sin embargo, EEG tiene una resolución espacial pobre, lo que hace difícil determinar el lugar en el cerebro donde surgen éstas diferencias. Actualmente este tipo de estudios se pueden realizar con mayor detalle con MEG para comprender mejor las áreas del cerebro implicadas. "Las medidas del cerebro van a ser biomarcadores del autismo extremadamente potentes", afirma Kuhl. El diagnóstico precoz, antes de que los síntomas visibles aparezcan por primera vez, puede conducir a intervenciones precoces.
"Nadie ha realizado [MEGs en niños pequeños] de una manera sistemática y vigorosa anteriormente", afirma Steven Stufflebeam, director de magnetoencefalografía clínica en el Centro Martinos de Imágenes Biomédicas del Hospital General de Massachusetts. "Si ellos lo hacen, podrían descubrir algo totalmente nuevo que podría revolucionar la neurociencia de los niños. Sin embargo, actualmente es bastante difícil de predecir lo que van a encontrar".