Este régimen de cinco días que imita al ayuno se basa en las evidencias científicas de que la restricción calórica puede alargar la vida y retrasar el envejecimiento. Aunque es algo dura, perdí cuatro kilos, me alejé de la comida basura y empecé a sentirme con más energía que antes
Mi amargura alcanzó su punto máximo a mitad del cuarto día de haber empezado la "Dieta rápida que imita el ayuno", cuando un padre llegó al partido de sóftbol de mi hija con rosquillas. Mientras las niñas y los entrenadores se apiñaban alrededor de la caja, me aparté, sorbiendo sombríamente mi botella de agua especial con su "exclusiva" mezcla de nutrientes. Para el desayuno, había comido una barrita de nueces del tamaño de una galleta pequeña y un par de vitaminas. El almuerzo consistió en cinco aceitunas de Sevilla (España).
Francamente, había empezado a enfadarme con el inventor de la dieta ProLon, Valter Longo, por su dieta de moda de cinco días y casi 250 euros que me estaba causando tanto sufrimiento. Este bioquímico de origen italiano me pareció muy agradable cuando le vi unos días antes en su oficina en el Instituto de la Longevidad de la Universidad del Sur de California (USC, en EE. UU.) para hablar con él sobre la ciencia de su dieta y de lo que podría hacer para mi salud general y para una mayor esperanza de vida. Con mucha paciencia me explicó cómo la dieta pondría temporalmente mi cuerpo en un estado de ayuno que obligaría a mis células consumir la basura celular acumulada durante años antes de desencadenar una ola de regeneración reparadora. Deshacerse de la basura parecía justo lo que necesitaba. Pero ahora le culpaba de mi situación. Yo quería una rosquilla.
Recibí "kit de alimentos" de ProLon en una caja de cartón blanco un poco más grande que una caja de zapatos. Dentro había una tarjeta del programa de comidas que explicaba el menú, una gran botella de agua vacía con la palabra "ProLon" y cinco cajas de cartón más pequeñas, cada una etiquetada con el día correspondiente. Abrí la caja para el primer día, denominado el "día de transición" con más calorías, y me sorprendió gratamente. No estaba tan mal. Consistía en probar muchos de los productos más destacados de la dieta: un pequeño paquete de galletas de col rizada (o kale), sopa de tomate en polvo, suplementos de aceite de algas, una bolsa de aceitunas, té de hierbas y no una sino dos barritas (aunque demasiado pequeñas) a base de nueces.
Pero, cuando abrí la caja del segundo día, empecé a entender lo que me esperaba. Una de las pequeñísimas barritas de nueces había sido reemplazada por una bebida "energética" a base de glicerina, a la que, según las instrucciones, tenía que agregar agua y beber durante todo el día. Había más té de hierbas, de hibisco, menta y limón (a mí no me gusta el té de hierbas), más un par de paquetes de sopa en polvo y dos pequeñas bolsas de aceitunas. ¿Dónde estaba el resto?
"Le damos muy poca comida, algo más de 800 calorías", dijo sin ironía un nutricionista joven y guapo en un vídeo de YouTube que encontré para asegurarme de que no había ningún error. El objetivo de ProLon, explicó, consiste en engañar al cuerpo para que piense que está en ayunas, incitándolo a "activar las mismas vías como si estuviera haciendo un ayuno completo".
"Durante el tercer día, su cuerpo habrá activado todos los beneficios y luego pasará el resto de los días optimizando, regenerando, rejuveneciendo. Así que puede esperar a sentir los beneficios ya en el cuarto día", agregó alegremente.
Foto: El inventor de la dieta ProLon, Valter Longo. Crédito: cortesía del retratado.
La lección de la Biosfera 2
La idea de que pasar hambre sin dejar de consumir nutrientes esenciales permite vivir más tiempo no es nueva. La práctica, llamada restricción calórica, es la única forma comprobada de alargar la vida y funciona en una amplia variedad de criaturas, desde gusanos hasta roedores y primates. Y cuando Longo empezó a trabajar en este campo, hace casi 30 años, ya había biólogos interesados en ella.
En aquel entonces, había pocas personas relacionadas con la dieta radical aparte del científico Roy Walford. Este personaje de enorme importancia ya había demostrado en su laboratorio de la Universidad de California (UCLA) que podía duplicar la vida útil de los ratones al restringir drásticamente su consumo de calorías. También había publicado una serie de populares libros sobre este tema, entre ellos La dieta de los 120 años y Más allá de la dieta de los 120 años, y durante los últimos 30 años de su vida siguió una estricta dieta de 1.600 calorías diarias (el Ministerio de Salud de EE. UU. recomienda una ingesta de 2.800 calorías al día para un hombre activo de mediana edad). Walford pesó unos 59 kilogramos durante la mayor parte de ese tiempo, muy por debajo del peso medio de alguien de mide 175 centímetros.
Cuando Longo llegó al laboratorio de Walford para comenzar su trabajo de doctorado en 1992, Walford disfrutaba de un permiso de ausencia temporal. Varios meses antes, había ido al desierto de Arizona (EE. UU.) para formar parte de los ocho "miembros de la tripulación" de una estructura herméticamente sellada, la Biosfera 2. El experimento de dos años de vida comunitaria quería probar el tipo de hogar que algún día se podría construir y usar para colonizar el espacio. Poco después de entrar en este entorno en 1991, los miembros de la tripulación descubrieron que no podían cultivar tanta comida como habían previsto. Fue Walford, el médico de la tripulación, quien los persuadió a seguir una dieta de gran restricción calórica, una decisión que atrajo la atención de los medios de comunicación de todo el mundo cuando salieron de la biosfera delgados y con aspecto enfermizo en 1993.
Walford murió en 2004, a los 79 años, de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), también conocida como enfermedad de las neuronas motoras o enfermedad de Lou Gehrig. Según Longo, muchos expertos sospechaban que el trastorno había sido el resultado de los dos años de restricción calórica extrema que sufrió en la biosfera. Longo se toma muy en serio esta teoría.
El bioquímico sostiene: "No sabemos si esa fue la causa. Pero yo estaba allí cuando salió de la biosfera, y parecía enfermo y todos los demás también. Tal vez ese fue el precio que pagó. No sabemos cuál es la conexión con la enfermedad de las neuronas motoras. Pero es posible que sus neuronas no pudieran manejar esta situación extrema durante tantos años. Tal vez había algo más".
La lección estaba clara: aunque la restricción calórica puede hacer que vivamos más tiempo, practicarla durante períodos prolongados da problemas y posiblemente no sea conveniente para la mayoría de las personas.
Como limpiar la casa
En cualquier caso, en ese momento a Longo le interesaba tanto la conexión entre la dieta y la longevidad. Su atención estaba enfocada en lo que él consideraba un subproducto fascinante de la restricción calórica extrema. Descubrió que cuando dejaba de alimentar a bacterias y levaduras, no solo vivían mucho más que las bien alimentadas, sino que además entraban en un estado protector que parecía defenderlas del estrés ambiental. Al exponerlas a peróxido de hidrógeno, la levadura en ayuno era entre 60 y 100 veces más resistente al daño celular que la levadura que había vivido en un ambiente rico en glucosa.
Le pareció un fenómeno sorprendente. ¿No debería una célula debilitada por el hambre volverse menos resistente al daño en lugar de lo contrario? Pero en los años siguientes, surgió un consenso que explicaba tanto el descubrimiento de Longo como los hallazgos de otros investigadores de que los animales de laboratorio con una dieta restringida en calorías vivían más tiempo.
"Le damos muy poca comida, algo más de 800 calorías", dijo sin ironía un nutricionista joven y guapo en un vídeo de YouTube que encontré para asegurarme de que no había ningún error.
En un estado bien alimentado, nuestras células y las de otros organismos multicelulares invierten la energía en reproducirse y regenerarse. Pero cuando la comida escasea, esas funciones se apagan y la célula desvía su energía para alimentarse y protegerse. Y se necesita mucha menos energía para proteger las células que ya existen que para construir otras nuevas.
Para hacerlo, el cuerpo activa una serie de vías protectoras. En el caso de las levaduras y las bacterias de Longo (y también ratones), él y otros lograron demostrar que los organismos producían enzimas que neutralizaban los radicales libres, esas moléculas con electrones no apareados que pueden dañar otras células. También producían otras proteínas y enzimas para asegurar el correcto plegamiento proteico, y en cada célula, la maquinaria celular dedicada a reparar su propio ADN se activa a toda velocidad.
En organismos más complejos como ratones y humanos, el cuerpo todavía necesita calorías para mantener el funcionamiento del corazón y del cerebro y la contracción de los músculos. Para conseguirlo, inicia un proceso llamado autofagia (una palabra del griego antiguo que significa "comerse a uno mismo"), que descompone las propias células del cuerpo y recicla sus componentes. Pero esta autofagia no aparece ni funciona por azar.
"Suele empezar descomponiendo las proteínas mal plegadas o desnaturalizadas. Es como limpiar la casa. El organismo se come a sí mismo, pero empieza con las proteínas que se deben eliminar", explica el presidente y CEO del Instituto Buck para la Investigación sobre el Envejecimiento, Eric Verdun. Obligado a buscar fuentes de energía desde dentro, el cuerpo caza, come y recicla su propia basura celular. Ese proceso elimina los restos que pueden impedir que las células funcionen de forma eficaz.
Células cancerosas hambrientas
Foto: Un kit de alimentos ProLon en una caja de cartón blanco un poco más grande que una caja de zapatos. Dentro hay una tarjeta con el programa de comidas que detalla el menú, una gran botella de agua vacía y cinco cajas de cartón más pequeñas, cada una etiquetada con el día correspondiente.
1. La dieta engaña al cuerpo a entrar en modo ayuno, pero intenta hacerlo de forma soportable.
2. La comida de cada día viene en su propia caja de cartón muy pequeña.
3. Las galletas de col rizada (kale) eran mis favoritas.
4. ProLon promueve las aceitunas de Sevilla, que saben muy bien pero no sacian mucho.
5. Se puede añadir limón para mejorar el sabor si es necesario.
Créditos: Bruce Peterson
Longo estaba fascinado con este proceso, así que se pasó las siguientes dos décadas ayudando a identificar los genes y las vías biológicas involucradas. Mientras lo hacía, empezó a darse cuenta de algo inesperado. Muchos de los genes también aparecían en los estudios sobre el cáncer.
En el ámbito del cáncer, se les conocía como "protooncogenes", aquellos que, cuando mutan, pueden transformar una célula normal en una cancerígena. Para ello, estos genes hacen que la maquinaria de regeneración de la célula se ponga en la posición de "encendido" de forma permanente, lo que provoca que se divida y prolifere de forma incontrolable.
Eso le dio una idea. Ya había demostrado que el hambre podría hacer que todas las células normales de un organismo entren en un estado protector. Pero las células cancerosas no son células normales. Una de las características del cáncer es que las células no responden a las señales bioquímicas para detener su crecimiento. Así que se preguntó qué pasaría si sometiera a ayuno a los ratones antes de exponerlos a quimioterapia. Si las células normales entraran en un estado protector pero las cancerosas no, los medicamentos podrían matar el cáncer con menos riesgo de dañar el tejido normal.
Longo administró altas dosis de quimioterapia a la levadura. Encontró que, en la situación de ayuno, las células de levadura normales se volvieron 1.000 veces más resistentes al estrés, mientras que las células cancerosas recibieron la mayor parte de los venenos. Cuando Longo repitió la prueba en ratones que habían estado en ayunas durante 60 horas antes de la quimioterapia, los resultados fueron dramáticos. Todos y cada uno de los ratones normales murieron. Todos y cada uno de los ratones hambrientos sobrevivieron.
Pero cuando Longo empezó a hablar con oncólogos, se encontró con una resistencia inesperada. El bioquímico recuerda: "Pensamos: 'Está claro. Todos lo van a hacer. Va a ser fácil'. Pero tardamos cinco años en reclutar a 18 pacientes. Se trataba de ayuno a base de agua. Nada de comida, solo bebida. Pero nadie quería hacerlo. Todos pensaban que era algo siniestro".
Aceptando su derrota, Longo y su equipo buscaron alternativas y rápidamente encontraron una mejor idea: tal vez podrían diseñar una dieta que tuviera como objetivo engañar al cuerpo para que pensara que estaba en ayunas, pero sin tener que dejar de comer de verdad. Longo sabía que si hacía una dieta baja en hidratos de carbono sin glucosa y ciertos aminoácidos clave (en otras palabras, basada básicamente en proteínas), el cuerpo también entraría en el estado protector.
Longo creó una empresa, L-Nutra. En 2014, su laboratorio había ideado su primer prototipo. Y en 2015, publicó un estudio en el que demostraba que los ratones de mediana edad sometidos a una dieta rápida de imitación del ayuno desarrollaban muchos menos tumores y estaban protegidos contra el deterioro cognitivo. Para entonces, un equipo de investigadores de la Universidad de Leiden (Países Bajos) había logrado encontrar a suficientes voluntarios para demostrar que el ayuno a base de agua ayudaba a proteger a los pacientes humanos de los estragos de la quimioterapia. Acordaron empezar con las pruebas de una versión de la dieta de Longo en 125 pacientes con cáncer sometidos a un régimen similar de quimioterapia.
Longo asegura que actualmente se están llevando a cabo más de 40 ensayos en una gran variedad de instituciones. No todos son para el cáncer; también hay estudios para la enfermedad de Crohn, el alzhéimer y el párkinson.
Morir de éxito
Longo nunca olvidó sus raíces en el laboratorio de Walford. Sabía que la restricción calórica tenía "efectos increíbles", pero también sabía que una dieta estricta causaba problemas. Las defensas bajaban porque el cuerpo no podía producir glóbulos blancos a velocidad suficiente. Además, el bioquímico afirma: "Muy pocas personas pueden aguantar la restricción calórica. Quizás una de cada 10.000 en Estados Unidos. No es algo factible para la gran mayoría de la gente".
Sin embargo, estaba convencido de que una restricción calórica periódica tenía algunos de los mismos beneficios para la salud que seguir la dieta a tiempo completo: beneficios que valen la pena, siempre que uno pueda soportar el hambre durante unos días.
Decidió que tenía que comercializar la dieta, no solo en beneficio de los pacientes con cáncer, también porque quería que fuera tomada en serio como herramienta para promover el envejecimiento saludable. Longo recuerda: "Para mí, estaba muy claro que tenía que convertirse en un producto similar a los medicamentos. Ya al principio me di cuenta de que, sin un producto, sería muy difícil para los médicos y todos los profesionales de la salud tomarlo en serio e implementarlo. Los médicos están acostumbrados cosas probadas clínicamente. No pueden decir: 'Hay una dieta que usó alguien de la USC'".
Así que, en septiembre de 2016, nació ProLon, la dieta que yo mismo probé. La investigación sobre la "dieta rápida de imitación del ayuno" sigue siendo limitada. Hasta ahora, la publicación más relevante es un estudio de 2017 en la revista Science Translational Medicine, en el que 71 adultos sanos de Estados Unidos siguieron la dieta ProLon durante cinco días consecutivos una vez al mes durante tres meses. Los resultados mostraron que la dieta no solo era segura sino que reducía la grasa corporal, la presión arterial, el factor de crecimiento de la insulina, el colesterol de lipoproteínas de baja densidad y los triglicéridos. Todos estos factores están asociados con el envejecimiento y las enfermedades relacionadas con la edad. También es mucho más fácil hacerla que un ayuno rápido a base de agua.
La falta de más datos en humanos no ha reducido el entusiasmo. Actualmente, ProLon tiene mayor éxito de lo que cualquier académico razonablemente podría esperar. El producto, que, según la página web de la compañía, promete "[poner su cuerpo] en un modo protector y resistente al estrés; eliminar células y tejidos dañados; y activar la auto reparación a través de la regeneración celular y el rejuvenecimiento", está de moda en Silicon Valley (EE. UU.). Se vende en 15 países y ha sido probado por más de 150.000 personas.
No obstante, en lugar de saltar de alegría, Longo está cada vez más preocupado por lo que este éxito comercial podría hacerle a su reputación científica. En 2017, después de una serie de artículos sobre el producto, uno de los cuales describió a Longo como "un vendedor de humo", aunque fue bastante positivo sobre la investigación, anunció que ya no aceptaría honorarios de consulta y donaría sus acciones de la empresa a la caridad.
El bioquímico afirma: "Todas las decisiones las toma el CEO. Actúo como profesor... Soy científico, y mi corazón está en la ciencia y en asegurarme de que funcione. El corazón de la compañía está en un lugar diferente. Cuando se empiezan a tener inversores y accionistas, las cosas cambian. Mi labor consiste en influir en la empresa para que haga lo correcto, y a veces les digo: 'A ver, ¿se podría bajar el precio?' Lucho por las personas que vienen a la universidad para hacer los ensayos. Soy el perro guardián de la compañía."
Longo no es el único científico antienvejecimiento que ha recibido una cobertura mediática poco halagüeña o ataques de rivales que critican los productos en los que trabajan. El director del Instituto para la Investigación del Envejecimiento de la Escuela de Medicina Albert Einstein, Nir Barzilai, fundó una empresa que cotiza en bolsa llamada CohBar centrada en los péptidos involucrados en el envejecimiento y las enfermedades relacionadas con la edad. El científico decidió dejar de investigar el tema para eliminar la apariencia de conflicto de intereses cuando habla sobre el tema en los medios. Dado que hay un interés económico, su carrera científica ahora se centra en otros temas. Barzilai explica: "Entramos en muchos conflictos. Doy entrevistas. Aparezco en televisión. No quería que nadie dijera: 'Está promocionando su investigación y su empresa'".
Pero hay otros que tienen una actitud más relajada. El profesor del MIT y destacado investigador antienvejecimiento Leonard Guarente cofundó una compañía llamada Elysium que vende suplementos diseñados para influir en una familia de proteínas llamadas sirtuinas que tienen un papel en el envejecimiento, lo él descubrió a principios de la década de 2000. Su objetivo es aprovechar los beneficios para poder seguir investigando los efectos en humanos. A pesar de la reacción de los medios, a él no le preocupa. El responsable afirma: "No sé si me molesta tanto como a otros".
En este sector muy contaminado por exageraciones y afirmaciones falsas, los científicos enfrentan un verdadero dilema. Sus productos, a diferencia de muchos otros en el mercado, se basan en un trabajo científico legítimo. Todavía es temprano, pero sus métodos antienvejecimiento podrían funcionar. Barzilai señala: "Nuestro objetivo es detener las enfermedades relacionadas con la edad. Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará entonces? No es posible descubrirlo sin nosotros".
Cuatro kilos menos y feliz
Después de cinco largos días con ProLon, me desperté una mañana con la idea de tomar tanta sopa, zumos y comidas ligeras de legumbres y pasta que quisiera. El sexto día es un día de "transición", y se recomienda a las personas que hacen la dieta que no coman demasiado. Reconozco que no seguí las instrucciones sugeridas. Mi primera parada fue Whole Foods, donde me comí un paquete completo de galletas de arroz inflado del tamaño de un disco volador.
Me sentía genial. Mi esposa me dijo que me veía más enérgico de lo normal. También perdí casi cuatro kilos en cinco días. En general, no había sido tan malo. Llevaba varios años leyendo y escribiendo sobre diferentes vías biológicas involucradas en el envejecimiento saludable, y las afirmaciones científicas sobre ProLon resultaban coherentes con casi todo lo que había leído.
Eso sí, tampoco fue fácil. Estaba hambriento, malhumorado y amargado. Pero nunca habría podido hacer ayuno a base de agua durante cinco días. Y en los días posteriores, me pareció que realmente me sentía mucho mejor que antes. Aunque fuera por el efecto placebo (que no creo), me mantuve alejado de los azúcares y de la comida basura durante semanas. Solo eso es motivo suficiente para volver a hacerlo, y pienso repetir en cuanto pase el intervalo sugerido de tres meses.
Para entonces, al menos la temporada de sóftbol habrá terminado.