Después del terremoto de Haití, los médicos pusieron a prueba una bomba de vacío para acelerar las curaciones.
A mediados de febrero, alrededor de un mes después del enorme terremoto de Puerto Príncipe, Haití, un equipo dedicado a al tratamiento de lesiones y procedente del hospital Brigham and Women’s en Boston viajó a la devastada capital. El objetivo del equipo era ayudar al gran número de pacientes con heridas abiertas sufridas tras amputaciones, miembros aplastados y otro tipo de lesiones. Entre los miembros del equipo se encontraba la estudiante de post-grado de MIT Danielle Zurovcik, que llegó preparada para poner a prueba un dispositivo que había desarrollado como parte de su tesis de investigación—una versión de bajo coste y portátil de los dispositivos de presión negativa que actualmente se usan para acelerar la cura de heridas en los hospitales.
Zurovcik y sus colaboradores esperan que el dispositivo, que cuesta alrededor de 3 dólares, proporcione una forma de mejorar los cuidados a los pacientes después de que acabe la fase de emergencia dentro de las labores de socorro, incluyendo las cirugías llevadas a cabo para salvar miembros concretos o la vida en sí del paciente. Incluso después de que muchos de los equipos de emergencia médica abandonan la zona del desastre, el riesgo de heridas crónicas sigue siendo alto.
“Mi experiencia en Haití y en otros grandes terremotos es que después de llevar a cabo la respuesta médica intensiva, como por ejemplo la amputación de miembros y el tratamiento de fracturas, el principal problema médico son las heridas,” señala Robert Riviello, cirujano de urgencias en Brigham and Women’s, así como colaborador de Zurovcik. Las terapias de presión negativa reducen la necesidad de cambiar los vendajes de entre una y tres veces al día a sólo una vez cada cierto número de días, una enorme ventaja en aquellas situaciones donde el personal médico escasea.
Los dispositivos de presión negativa, que provocan un efecto de vacío sobre la herida vendada, se han convertido en una parte central de la terapia de heridas en los Estados Unidos a lo largo de la última década. Aceleran hasta tres veces la cura de heridas, dependiendo del tipo de lesión, y en algunos casos eliminan la necesidad de llevar a cabo cirugía plástica o injertos de piel. Una serie de versiones comerciales están disponibles en los EE.UU. y se utilizan para tratar quemaduras y heridas crónicas como las úlcera de decúbito o las úlceras de pie diabético. Aunque los científicos no saben exactamente cómo logra acelerar este tratamiento el proceso de cura, es probable que ayude a eliminar parte de los fluidos y bacterias que se acumulan en el lugar de la herida y que incremente el flujo de sangre en el área. La presión por sí misma también podría contribuir a la cura puesto que une los bordes de la herida y ejerce una presión mecánica, algo que ha demostrado provocar el crecimiento celular, afirma Dennis Orgill, cirujano en Brigham and Women’s y que no estuvo involucrado en el proyecto.
Los dispositivos existentes en la actualidad son a menudo pesados, con entre cinco y 10 libras, y requieren una fuente de energía para lograr el vacío, lo que hace que sea difícil utilizarlos en situaciones de desastre. KCI, con sede en Texas, el fabricante líder de máquinas de presión negativa, tiene una versión portátil con baterías, pero su alquiler cuesta alrededor de 100 dólares al día. Una serie de compañías están trabajando en versiones aún más portátiles, señala Orgill.
Sin embargo Zurovcik, inspirada por la petición de un cirujano de quemaduras, fue más allá y diseñó un dispositivo activado por acción humana que aplica la presión a través de una bomba de fuelle con un peso inferior a una libra. Al mejorar el sellado alrededor del vendaje de la herida y reducir los escapes de aire, Zurovcik redujo las necesidades energéticas de la bomba desde 14 vatios a 80 microvatios, producidos por una bomba manual.
“El hecho de, básicamente, usar un desatascador del baño y producir una presión negativa a lo largo de un periodo prolongado de tiempo, eso es algo impresionante,” señala Kristian Olson, médico en el Hospital General de Massachusetts, y que no estuvo involucrado en el proyecto. “No sólo lo veo como una respuesta a estas necesidades en países en desarrollo, sino que creo que realmente podría mejorar las terapias en el hogar para las heridas crónicas dentro de los EE.UU.”
Zurovcik y Riviello habían estado planificando una prueba del dispositivo en Ruanda—Riviello pasa alrededor de la mitad de su tiempo trabajando en África—cuando ocurrió el terremoto de Haití. Los colegas que se encargaron de tratar la primera ola de víctimas lesionadas comentaron al dúo que su dispositivo podría ser de ayuda, lo que les hizo unirse a un equipo de tratamiento en el Hospital Universitario, a sólo unos cuantos bloques del palacio arrasado en Puerto Príncipe. (Los dispositivos comerciales de presión negativa, conocidos como VACS, se estaban utilizando en varias operaciones de socorro en Haití, incluyendo un equipamiento valorado en dos millones de dólares donado por KCI.)
Trabajando en sofocantes tiendas repletas de pacientes, el equipo atendió a aquellos a quienes los doctores habían ya visitado y necesitaban cuidados de seguimiento. De entre los cientos de pacientes evaluados, los investigadores escogieron ocho personas con heridas múltiples—amputaciones, heridas en tejidos abiertos, fracturas abiertas, heridas por aplastamiento (donde la piel tenía que ser abierta para dar espacio al músculo y que pudiese expandirse), heridas quirúrgicas infectadas, así como úlceras de decúbito provocadas por el hecho de estar paralizados—y apropiadas para el tratamiento con terapias de presión negativa. “Dado que estábamos en un entorno calificado como desastroso, no creímos que fuese el lugar apropiado para llevar a cabo una pruebas de control aleatorias,” afirma Riviello. (Trataron al resto de pacientes con vendajes normales.)
En primer lugar, el cirujano aplica una esponja sobre la herida limpia y después la cubre con un sello de plástico. Un tubo se introduce por un pequeño agujero en el plástico y se conecta a la bomba, que se comprime de forma manual para crear la presión negativa. El equipo entrenó a los familiares de los pacientes, que a menudo llevaban a cabo labores de enfermería, para que bombeasen el dispositivo. “Descubrimos que los familiares estaban interesados en ser entrenados y estaban motivados para mantener el dispositivo cargado, puesto que podían ver los beneficios que reportaba en sus seres queridos,” afirma Riviello. “Fueron tremendamente fiables. Veíamos a los pacientes dos veces al día, pero nos quedó claro que podíamos volver días después y que el dispositivo seguiría cargado.”
Dado que los investigadores estuvieron en Haití sólo 10 días, no fueron capaces de determinar si el dispositivo pudo ayudar a que los pacientes se curasen más rápido. Pero sí pareció mantener las heridas más limpias, afirma Riviello, y redujo la necesidad de cambiar las vendas, algo que resulta doloroso para los pacientes. De hecho, un paciente pidió el tratamiento después de ver cómo su vecino de la cama de enfrente pasaba por menos cambios de vendaje dolorosos, afirma Zurovcik. De vuelta en Cambridge, está realizando ajustes en el prototipo, intentando mejorar aún más el sello de presión y la cantidad de presión negativa que el dispositivo puede proporcionar.
El equipo tiene planeado llevar a cabo pruebas más extensas en Ruanda, donde probablemente el dispositivo encuentre un uso más amplio. Los habitantes de países pobres tienen muchas menos probabilidades de sobrevivir a las quemaduras graves, por ejemplo, que podrían verse mejoradas gracias a las terapias de presión negativa. Además, la cuota de complicaciones producidas por la diabetes, como por ejemplo las úlceras de pie, está aumentando de forma muy significativa en estos países, señala Olson.