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Cambio Climático

Los datos empíricos pueden autorregular el límite de las emisiones de CO2

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Proponen luchar contra el cambio climático a partir de un mecanismo que trabaje con mediciones actuales y no estimaciones a largo plazo

  • por Richard Martin | traducido por Teresa Woods
  • 11 Diciembre, 2015

Los negociadores internacionales en la Cumbre de París están centrados en limitar el calentamiento global a 2°C por encima de los niveles históricos. Ese es, según el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de Naciones Unidas, el umbral a partir del cual las consecuencias de cambio climático se volverán catastróficas.  Sin embargo, y a pesar de que por fin se puede haber logrado avanzar hacia un acuerdo para reducir las emisiones, existe un gran problema: ya estamos a medio camino hacia el umbral de los 2°C. En octubre, por ejemplo, el mes más caluroso de los 135 años registrados, la temperatura global media fue 1,04°C más altos que su nivel preindustrial. No es una aberración estadística. Con casi total seguridad, 2015 será el año más caluroso que se haya documentado jamás, superando el récord anterior fijado en 2014.

Incluso mientras los aviones descienden sobre París para las últimas negociaciones, los delegados pueden observar que las consecuencias del calentamiento global se están acelerando. Las placas de hielo de Groenlandia y la Antártida se encogen a una velocidad inesperada, el hielo marino del océano Ártico desaparece más rápido de lo previsto y los patrones de circulación de los océanos están alterados. "Cuánto más aprendemos, más observamos que estos procesos se están desarrollando a una velocidad mayor que la que anticipábamos", dice Noah Diffenbaugh, un profesor de ciencias del sistema Tierra de la Universidad de Stanford (EEUU) (ver Tres efectos del cambio climático son más graves de lo esperado).

Estos "imprevistos" muestran la incertidumbre de los modelos climáticos y la naturaleza algo arbitraria del umbral fijado por el panel de Naciones Unidas. Porque, la verdad es que nadie sabe con certeza cuánto subirá la temperatura global media una vez que el carbono acumulado de la atmósfera permanezca por encima de las 400 unidades por millón (un nivel que se alcanzó, en términos de medias mensuales, por primera vez en marzo).

Tampoco cuáles serán las consecuencias para la humanidad en un mundo  2°C más caliente que en la época preindustrial. E incluso si aceptamos el objetivo de mantener el calentamiento por debajo de ese umbral, no sabemos qué tendría que pasar con las emisiones de dióxido de carbono para que resulte posible. Según un informe de 2014 del Programa Medioambiental de Naciones Unidas, la cantidad máxima de carbono adicional que se puede emitir sin elevar la temperatura más de 2°C es de unos 1,1 billones de toneladas métricas. Solo en 2014, el mundo produjo 35.900 millones de toneladas métricas de carbono. Pero, como siempre, es sólo una estimación (ver Mejor evitarlo que limpiarlo. Reducir las emisiones de CO2 es la medida más importante).

Así que, ¿cómo formular una política climática internacional desde la incertidumbre científica? Varios expertos reclaman un mecanismo autoajustable que establezca una fórmula sencilla para reducir progresivamente las emisiones a partir de datos empíricos, y no con límites fijados años antes. Reaccionar a lo que ya ha sucedido y no a los que los científicos piensan que puede que suceda. Esta sistema, al menos en teoría, reduciría la incertidumbre de las predicciones climáticas.

Un sistema flexible, autorregulado para las reducciones de emisiones sería "resistente", más fuerte en un contexto de incertidumbre.

Este nuevo enfoque se ha materializado en un trabajo publicado en agosto de 2015 en Nature Climate Change por un grupo de investigadores liderado por Myles Allen, un profesor de ciencia del geosistema en la Universidad de Oxford (Reino Unido), y Friederike Otto, ponente de geografía física de la misma universidad e investigador becado del Instituto del Cambio Climático. El trabajo, titulado "Aceptando la incertidumbre de las políticas del cambio climático", argumenta que un sistema flexible y autorregulado sería "resistente", en cuanto que "la incertidumbre y los cambios en los conocimientos científicos hacen que las políticas sean más exitosas cuando permiten un proceso de ensayo y error con bajos costes sociales".

Pensemos por ejemplo en el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos. No fija los tipos de interés a partir de modelos informáticos de la economía, la predicción del crecimiento del PIB o la inflación con dos décadas de antelación. Monitoriza unos indicadores claves, los revisa y ajusta las tasas de interés en consonancia. Ha logrado, con un éxito inesperado, mantener la inflación bajo control incluso mientras partes de la economía –como el sector de los préstamos hipotecarios– estallaban periódicamente.

Contra el principio de precaución

Ese enfoque contrasta con lo que se conoce como el principio de precaución; la doctrina según la cual los responsables políticos deben basar sus decisiones en evitar el peor de los casos. Los modelos de precaución desarrollados por economistas como Martin Weitzan, de la Universidad de Harvard (EEUU), dictan que, incluso si los riesgos del cambio climático fueran pequeños, sus efectos serían tan radicales que deberían evitarse a casi cualquier precio. El problema de este tipo de enfoque es que requiere grandes recursos y acciones agresivas como limitar drásticamente las emisiones en países pobres como la India. Decisiones que pueden ser poco realistas y hasta perjudiciales (ver Los acuerdos voluntarios de París serán insuficientes).

El sistema que proponen Allen y Otto respondería en cambio al nivel de calentamiento medible que sea atribuible a la actividad humana. El plan tiene una prescripción sencilla: el mundo debe reducir las emisiones un 10% por cada décima de grado de calentamiento (más allá del nivel de calentamiento de 1°C que ya hemos alcanzado). Según nos acerquemos a los 2°C comentados, las emisiones descenderán progresivamente hasta llegar prácticamente a cero. El sistema responde a los resultados inciertos con un mecanismo interno de autorregulación.

Este sistema tiene ventajas, y también algunos inconvenientes. Entre los beneficios, proporciona una cobertura política para reguladores y gobiernos: tanto si el calentamiento medido es mayor o menor de lo previsto, el sistema responde automáticamente. La fórmula para estos ajustes está acordada de antemano. "Si esperamos a que la ciencia nos proporcione una certeza absoluta acerca de los cambios regionales y locales durante un período de múltiples décadas, nos quedaremos a la espera eternamente", afirma Diffenbaugh.

Lo que no hace el sistema de Allen y Otto es dar cuenta de los efectos inciertos de cantidades específicas de calentamiento. No asume nada sobre la subida del nivel del mar, la frecuencia de eventos meteorológicos extremos ni otros efectos impredecibles de un planeta más caliente. "Enmarcamos este sistema dentro de la premisa de que el mundo ha acordado evitar más de 2°C de calentamiento, independientemente de sus efectos", explica Allen. "Resultaría difícil ir más allá con un sistema internacional, porque necesitaríamos alcanzar un acuerdo sobre el grado de aceptabilidad de los impactos".

El problema mayor, por supuesto, sería la implantación de tal sistema. Conseguir que los políticos se comprometan a unos límites voluntarios sobre las emisiones con décadas de antelación ha necesitado de muchas cumbres climáticas durante muchos años.  Conseguir que consientan un sistema que imponga reducciones cada vez mayores en función de una fórmula es un reto de distinta magnitud. Pero mientras se acumulan las pruebas de las consecuencias del cambio climático de maneras no predecibles, este sistema puede representar nuestra mejor opción para hacer las reducciones necesarias.

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