La rapamicina ha demostrado ser efectiva en ratones, que vivieron entre un 9% y un 14% más sin efectos negativos aparentes
Los científicos que estudian el envejecimiento están fascinados con un grupo de 20 perros de Seattle (EEUU). Todos ellos son mascotas de más de seis años, y están siendo sujetos de un ensayo clínico con un fármaco llamado rapamicina. El modo en que funciona el fármaco no se entiende del todo, pero hace años que se utiliza para prevenir el rechazo de órganos trasplantados. En estudios de laboratorio ha alargado la vida de diversas especies: gusanos, moscas de la fruta y ratones. Si surte efecto en los perros, unos sanos voluntarios humanos podrían ser los próximos conejillos de india.
De hecho, la rapamicina es uno entre varios fármacos antienvejecimiento que podrían ser candidatos para ensayos en humanos en los próximos años mientras los investigadores mejoran su entendimiento de los mecanismos del envejecimiento.
Ya se conocen algunos efectos secundarios: en dosis altas, la rapamicina puede elevar el nivel de azúcar en sangre, lo que aumenta el riesgo de diabetes, y causa úlceras bucales llamadas aftas. Los investigadores se preocuparon al principio de que al formar parte de un cóctel inmunosupresor en los trasplantes de órganos, la rapamicina podría elevar el riesgo de infección. Pero entonces un estudio publicado el año pasado en Science Translational Medicine demostró que el uso de un derivado del fármaco parecía aumentar la inmunidad humana después de una vacuna para la gripe.
Los científicos no están seguros de por qué rapamicina suprime el sistema inmunológico en algunos contextos y lo refuerza en otros. Pero empiezan a divisar cómo podría ralentizar el proceso de envejecimiento.
Con el paso del tiempo, las células son degradadas por varios factores, incluidos el ADN dañado, proteínas mal dobladas y una inflamación excesiva. Esta degeneración no se puede detener completamente, pero los investigadores han encontrado un número sorprendente de maneras de ralentizarla en células de levadura y otros seres vivos. El hilo común parece ser la reducción calórica. Si se reduce el suministro de alimentos lo suficiente, una serie de cambios bioquímicos provocan que el cuerpo, de alguna manera, ralentice su marcha y se concentre en la supervivencia.
La rapamicina y otros fármacos que parecen ralentizar el envejecimiento en animales funcionan por el mismo sendero bioquímico. La idea, según el investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard (EEUU) David Sinclair, consiste en engañar al cuerpo para que se comporte como si se quedara sin energías y concentre sus esfuerzos en la supervivencia a largo plazo.
S. Jay Olshansky, profesor de salud pública de la Universidad de Illinois (EEUU), es un crítico abierto de los productos sin probar vendidos al público por lo que él denomina "la industria del antienvejecimiento". Pero dice que es optimista acerca del trabajo actual de la rapamicina y otro fármaco, un tratamiento para la diabetes llamada metformina. Se refiere a los líderes de esos proyectos como "científicos de verdad".
Es digno de constatar, sin embargo, que incluso el trabajo de científicos de verdad ha llevado a la decepción. A principios de la década de 2000, Sinclair identificó una familia de enzimas llamadas surtuínas que se volvieron más activas cuando fueron inducidas a vivir más tiempo mediante dietas que rozaron la inanición. Otro grupo descubrió que las surtuínas también podían ser activadas por un ingrediente del vino tino llamado resveratrol.
El vino tino, o incluso las pastillas de resveratrol, parecían representar una estrategia antienvejecimiento mucho más apetecible que la hambruna. Basándose en sus investigaciones, Sinclair cofundó una empresa llamada Sirtris Pharmaceuticals, que fue adquirida por 720 millones de dólares (unos 637 millones de euros) por GlaxoSmithKline en 2008. Pero nadie ha sido capaz de establecer una conexión entre el resveratrol y la duración de la vida humana, y GlaxoSmithKline cerró Sirtris en 2013.
La rapamicina, aislada originalmente de bacteria de tierra de la Isla de Pascua y que recibió su nombre en honor al nombre nativo de la isla, Rapa Nui, es uno de cinco fármacos que han alargado la vida de ratones en estudios científicos. Pero probablemente resulte mucho más fácil lograr una extensión de la vida en ratones que en humanos. Steven Austad, un investigador de la Universidad de Alabama en Birmingham (EEUU), ha estudiado docenas de especies para entender por qué algunas ballenas pueden vivir hasta 200 años mientras los ratones de laboratorio son afortunados si viven dos. Los pequeños mamíferos tienden a tener una esperanza de vida menor que los grandes, y puede resultar que los ratones tengan más margen para la mejora, porque la evolución los optimizó para la reproducción mientras que nosotros ya estamos algo mejor preparados para la supervivencia a largo plazo, dice Austad.
Aun así, él y varios más del campo se sienten optimistas acerca de la rapamicina porque alargó la vida de los ratones entre el 9% y el 14%, y independientemente de si los ratones empezaron el tratamiento durante a una edad mediana o una fase muy tardía de sus cortas vidas. Además, impidió daños cardiovasculares y la pérdida de memoria. Eso sugiere que podría alargar el período durante el cual la gente está sana y funcional en lugar de prolongar un período de declive.
La única otra sustancia que ha generado recientemente tanta excitación entre los investigadores antienvejecimiento es el fármaco para la diabetes metformina. Sólo ha tenido unos modestos efectos en ratones pero ya se ha demostrado prometedor en humanos. Según un estudio de 2014 que incluyó a 7.800 diabéticos, los que tomaban el fármaco no sólo vivieron más tiempo que otras personas con diabetes, vivieron ligeramente más tiempo que otros sujetos de control que no padecían de diabetes. Los investigadores creen que es menos probable que tenga efectos secundarios problemáticos que la rapamicina pero también es menos probable que proporcione resultados espectaculares.
Incluso si estos fármacos mostraran señales de funcionar en humanos, todavía quedarían muchos detalles por resolver, incluidas la dosis a administrarse y la edad óptima de los sujetos. Pero quizás dentro de tres o cuatro años esos perros de Seattle ofrecerán algunas pistas.
El estudio sólo incluye perros grandes, puesto que envejecen más rápido que los perros pequeños por motivos que no se acaban de entender, dice el biólogo de la Universidad de Washingotn Matt Kaeberlein, que lidera el estudio. Los investigadores tienen planes de hacer el seguimiento de hasta 32 perros en la fase inicial, después de la cual examinarán los datos. La cuarta parte recibirá un placebo, no porque los perros sean sujeto del efecto placebo sino para evitar cualquier predisposición de sus dueños, que informarán periódicamente acerca de la salud de sus perros. Hasta ahora los dueños no han informado de ningún efecto secundario aparente, dice Kaeberlein. "Lo último que querríamos hacer", dice, "es hacer daño a las mascotas de la gente".