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Lo que hemos aprendido del caso Aaron Swartz

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Con la tecnología viene el poder. ¿No debería el MIT enseñar a sus alumnos a usarlo de manera responsable?

  • por Hal Abelson | traducido por Lía Moya (Opinno)
  • 08 Octubre, 2013


Hal Abelson

El día siguiente de la muerte de Aaron Swartz en enero de este año, el presidente del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), Rafael Reif, y yo hablamos de cómo podía responder la institución a la noticia de su suicidio. Un conocido activista de internet y defensor de los principios democráticos y el libre acceso, Swartz, de 26 años, había hecho importantes contribuciones técnicas a la arquitectura de la web a los 14 años. Durante sus dos últimos años de vida, había sido objeto de una dura persecución federal por parte del fiscal del estado de Boston (EEUU), acusado de haber usado un portátil conectado con la red del MIT para descargarse de JSTOR, una biblioteca digital de revistas académicas, libros y fuentes primarias, millones de artículos de investigación. El presidente quería que el MIT publicara un informe completo sobre nuestra implicación en la detención y juicio de Swartz. Otros aconsejaron lo contrario: ya había mucha ansiedad entre los empleados del MIT involucrados y una investigación podía empeorar las cosas. Incluso ese primer día ya estaban apareciendo las primeras críticas al MIT en internet: una investigación y un informe podrían aumentar la exposición y el riesgo para el instituto y sus trabajadores. ¿No sería más prudente permanecer callados hasta que pasase la tormenta?

Prevalecieron los argumentos a favor de una actitud abierta y, al día siguiente, el presidente me pidió que me encargara de crear un informe. La tarea era producir un registro público objetivo que tanto quienes estaban fuera del MIT como quienes estaban dentro pudieran utilizar para sacar sus propias conclusiones sobre las acciones del MIT.

Tardamos seis meses en crear ese informe, y tuve la inmensa suerte de trabajar en él con el profesor emérito del instituto, Peter Diamond, el rector ayudante Doug Pfeif­fer, y el abogado especializado en informática Andy Grosso. Entrevistamos a 50 personas, revisamos 10.000 páginas de documentos y en julio publicamos un informe de180 páginas que responde a la pregunta: ¿qué pasó?

Establecer qué sucedió es solo una parte de la respuesta que llevará a cabo el MIT. En mi primera charla con el presidente Reif, estábamos de acuerdo en que el objetivo clave de crear un informe era ayudar al MIT a aprender de la tragedia. Para el presidente este iba a ser un proceso de dos partes. Publicar el informe era la primera.

EL MIT se encuentra inmerso ahora en la segunda parte del proceso. ¿Qué conclusiones extraerá nuestra comunidad de lo que pasó y qué haremos en consecuencia? Aunque mucha gente me ha dicho que valoran la claridad y lo detallado del informe, otros han expresado su escepticismo respecto a que el MIT realmente vaya a abordar las ocho preguntas clave surgidas. A lo largo de los próximos meses veremos qué lecciones ha aprendido la comunidad del MIT.

Algunas lecciones son claras. El informe identifica agujeros en nuestras políticas de gestión de la información digital y una confusión respecto a los procedimientos. Más allá de eso, tenemos que revisar nuestras prácticas a la hora de invitar a agentes de la ley al campus, sobre todo para los crímenes relacionados con la tecnología, en los que llamar a la policía local puede equivaler a la entrada en el caso de agentes federales, como sucedió en el caso de Swartz.

Otras preguntas se centran en nuestros valores. Al revisar el registro para el informe, me sorprendió la poca atención que prestó la comunidad del MIT al caso de Swartz, al menos antes del suicidio. Technology Review dio noticias normales sobre la detención y los procedimientos judiciales. Sin embargo, en los dos años que duró el caso no hubo un solo artículo de opinión y ninguna carta al director. El caso de Aaron Swartz ofrece un ejemplo de libro de texto respecto a los temas de apertura y propiedad intelectual en internet. Esto son el tipo de temas sobre los cuales la gente suele mirar al MIT en busca de liderazgo intelectual. Pero cuando esos temas surgieron en nuestro seno, no los reconocimos y no nos sentimos implicados intelectualmente. ¿Por qué no?

Para mí, las preguntas más importantes que surgen del informe tienen que ver con nuestra responsabilidad como educadores en una era de tecnología. A pesar de que Aaron Swartz no fuera un alumno del MIT, era como muchos de nuestros estudiantes: brillante, apasionado, con un importante poder derivado de su control de la técnica. Sin embargo, también era peligrosamente ingenuo respecto a la realidad de ejercer ese poder, hasta el punto de que se destruyó a sí mismo. Podríamos preguntarnos si los mentores de Swartz, quienes le ayudaron a alcanzar esa brillantez y poder, tenían la responsabilidad de cultivar no solo su excelencia técnica y su pasión como activista, sino también, como diría mi abuela, su seykhel, una palabra yiddish maravillosa que significa una combinación de inteligencia y sentido común.

Y podemos preguntarnos lo mismo sobre nosotros. Los jóvenes con los que trabajamos son tan extraordinarios y reciben tanto poder en el tiempo que pasan aquí; ¿tenemos en el MIT la responsabilidad de ayudarles a entender la realidad de ese poder? Y, en un mundo en el que la tecnología concede poder como nunca antes, ¿podemos seguir siendo líderes en educación si no cumplimos con esa responsabilidad?

Hal Abelson, doctor en 1973, es profesor de ingeniería eléctrica e informática y presidió el comité de revisión que analizó la implicación del MIT en el caso Aaron Swartz.

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