La cultura del emprendimiento encumbra a personajes como Elon Musk y Steve Jobs cuando, en realidad, son fruto del contexto de la época que viven
Desde la muerte de Steve Jobs en 2011, Elon Musk se ha convertido en la celebridad más famosa de Silicon Valley (California, EEUU). Musk es el director ejecutivo de Tesla Motors, que produce coches eléctricos, el director ejecutivo de SpaceX, que fabrica cohetes espaciales, y el presidente de SolarCity, que provee sistemas de energía solar. Musk es un multimillonario, programador e ingeniero que se ha hecho a sí mismo y además es la inspiración para Robert Downey Jr. a la hora de crear su personaje de Tony Stark en las películas de Iron Man. Ha salido en la portada tanto de Fortune como de Time. En 2013 apareció el primero en la lista de “los grandes inventores en la actualidad” de la revista Atlantic, nominado por líderes de Yahoo, Oracle y Google. Para los creyentes, Musk dirige la historia de la tecnología. Al describir su mística, uno de los perfiles escritos sobre él afirma: “Su brillantez, su visión y el alcance de su ambición le convierten en la personificación del futuro”.
Las empresas de Musk tiene el potencial de cambiar radicalmente sus sectores. Sin embargo, las historias que rodean estos avances y el papel de Musk en concreto, pueden parecer extrañamente anticuadas.
La idea de “grandes hombres” como motores de cambio histórico se popularizó en el siglo XIX. En 1840 el filósofo escocés Thomas Carlyle escribió que “la historia de lo logrado por el hombre en este mundo está supeditada a la historia de los grandes hombres que han trabajado aquí”. Pero no pasó mucho tiempo antes de que los críticos cuestionasen este punto de vista unidimensional, afirmando que el cambio histórico se produce por una compleja mezcla de tendencias y no por los logros de una sola persona. “Todos esos cambios de los que él es iniciador próximo tienen su causa principal en las generaciones de las que desciende”, escribió en 1873 Herbert Spencer. Hoy en día la mayoría de los historiadores de ciencia y tecnología no creen que las grandes innovaciones sean producto de “un único inventor que confía solo en su propia imaginación, empuje e intelecto”, explica el historiador de la Universidad de Yale (EEUU) Daniel Keyles. Los estudiosos están “encantados de poder identificar y mostrar el reconocimiento debido a las personas importantes, pero también reconocen que operan en un contexto que permite llevar a cabo ese trabajo”. Es decir, que los grandes líderes dependen de los recursos y las oportunidades que tienen a su disposición y que por lo tanto no es que den forma a la historia, sino que a ellos les da forma la época en la que viven.
Musk insiste en ser una historia de éxito que no reconoce la importancia del apoyo recibido por parte del gobierno.
El éxito de Musk no habría sido posible sin, entre otras cosas, la existencia de financiación pública para investigación básica y subvenciones para los coches eléctricos y los paneles solares. Se ha beneficiado sobre todo de una larga serie de innovaciones en baterías, células fotoeléctricas y viaje espacial. Él tiene la misma influencia en la creación del panorama tecnológico en el que opera que la que tuvieron los rusos a la hora de crear el duro invierno que les permitió vencer a Napoleón. Pero entre la prensa y los inversores de capital riesgo persiste el modelo del gran hombre referido a Musk, en el que los titulares proclaman por ejemplo: “Su plan para cambiar cómo se usa la energía el mundo” y sus propias afirmaciones de que está “cambiando la historia”.
El problema con estos retratos no es tanto que sean imprecisos e injustos con los numerosos contribuyentes a las nuevas tecnologías. Al pervertir la comprensión popular de cómo se desarrollan las tecnologías, los mitos de los grandes hombres amenazan con socavar la estructura necesaria para que se produzcan innovaciones en el futuro.
'Cowboy' espacial
Elon Musk, la biografía y éxito de ventas escrita por la escritora de economía Ashlee Balance, describe la trayectoria personal y profesional de Musk y busca una explicación a cómo ha sido posible que la “disposición de este hombre a abordar cosas imposibles” lo ha “convertido en un dios en Silicon Valley”.
Nacido en Sudáfrica en 1971, Musk se trasladó a Canadá a los 17 años. Empezó a trabajar limpiando la sala de calderas de una aserradora y después consiguió un puesto de becario en un banco llamando directamente a uno de sus máximos ejecutivos. Después de estudiar Física y Economía en Canadá y en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania (EEUU), se matriculó en un programa de doctorado en la Universidad de Stanford (EEUU), pero se desapuntó después de un par de días. Lo que sí hizo fue cofundar una empresa llamada Zip2, que creaba un mapa en línea de los negocios, “una versión primitiva de Google Maps más Yelp”, como lo describe Vance.
Aunque no era un codificador muy depurado, Musk trabajaba las 24 horas y dormía “en un puf pegado a su mesa”. Este empuje es “lo que vieron los inversores de capital riesgo, que estaba dispuesto a jugarse su existencia por la construcción de esta plataforma”, según comentó uno de los primeros empleados a Vance. Después de que Compaq comprase Zip2 en 1999, Musk ayudó a fundar una empresa de servicios financieros en línea que acabó convirtiéndose en PayPal. Aquí es donde “empezó a afinar su estilo característico de entrar en un negocio ultracomplejo y no permitir que le molestase el hecho de que sabía muy poco sobre los matices del mismo”, escribe Vance.
Cuando eBay compró PayPal por 1.500 millones de dólares en 2002 (unos 1.365 millones de euros), Musk consiguió los medios para perseguir dos pasiones que estaba convencido que cambiarían el mundo. Fundó SpaceX con el objetivo de construir cohetes más baratos que facilitarían las investigaciones y el turismo espacial. Invirtió más de 100 millones de dólares (unos 91 millones de euros) de su fortuna personal para contratar a ingenieros con experiencia en aeronáutica, construyó una fábrica en Los Ángeles y empezó a supervisar lanzamientos de prueba desde una isla remota entre Hawái y Guam (EEUU). Al mismo tiempo, Musk cofundó Tesla Motors para desarrollar tecnología para baterías y coches eléctricos. A lo largo de los años ha cultivado un personaje mediático que es “parte playboy, parte vaquero espacial”, apunta Vance.
Musk se vende a sí mismo como un hombre único capaz de mover montañas y no le gusta compartir el crédito de sus éxitos. En SpaceX en concreto, los ingenieros “se indignaban colectivamente cada vez que veían a Musk en la prensa afirmando haber inventado el cohete Falcon prácticamente solo”, escribe Vance, refiriéndose a uno de los primeros modelos de la empresa. En realidad, Musk depende mucho de gente con mayor experiencia técnica en cohetes y coches, más experiencia en aeronáutica y energía y quizá más dones sociales a la hora de gestionar una organización. Quienes sobreviven bajo el liderazgo de Musk tienden a ser personas extremadamente trabajadoras dispuestas a olvidarse del éxito público.
En SpaceX está Gwynne Shotwell, presidenta de la empresa, que gestiona las operaciones y supervisa complejas negociaciones. En Tesla está JB Straubel, el director tecnológico, responsable de importantes avances técnicos. Shotwell y Straubel son unas de las “manos firmes que se espera que siempre sigan en la sombra”, según Vance. (Martin Eberhard, uno de los fundadores de Tesla y su primer director ejecutivo, probablemente contribuyó más a los logros en ingeniería de la empresa. Tuvo un amargo enfrentamiento con Musk y abandonó la empresa hace años).
Las empresas de Musk también dependen del apoyo del sector público y del don de la oportunidad, una realidad que Musk intenta ocultar. Cuando protesta por las reglas de la NASA o no reconoce la interdependencia que existe entre SpaceX y la agencia, puede parecer ilusorio: “SpaceX navega sobre años y años de tecnología financiada públicamente y apoyo del sector público”, como señala la economista de la Universidad de Sussex (Reino Unido) y autora de The Entrepreneurial State, Mariana Mazzucato.
En 2008, tras tres intentos fallidos, SpaceX lanzó su primer cohete, lo que bastó para conseguir un contrato por valor de 1.600 millones de dólares de la NASA para hacer vuelos a la Estación Espacial Internacional (unos 1.456 millones de euros). Años después, la mayoría del trabajo desarrollado por la empresa y la mayoría de sus planes están relacionados con vuelos a la EEI, una estación que existe solamente como resultado de la inversión pública. La tecnología fundamental detrás de los viajes espaciales depende muchísimo de trabajo financiado por la NASA. Esto no pretende negar las innovaciones aportadas por la empresa, en concreto abaratar el coste de los lanzamientos de cohetes y quizá la de hacer circular visiones de una exploración espacial al alcance de quienes no son multimillonarios. Pero SpaceX no impulsa el futuro de la exploración espacial. Capitaliza una amplia reserva de tecnología y personas muy preparadas que ya existía y lo hace en un momento en el que el apoyo nacional para la NASA es menor y el gobierno privatiza aspectos clave de los viajes espaciales.
Deberíamos decidir cuáles son las prioridades tecnológicas sin dar un peso excesivo a las visiones de unas cuantas celebridades del campo de la tecnología.
De forma parecida, el éxito de Musk en Tesla está sustentado sobre inversiones del sector público y el apoyo político a las tecnologías limpias. Para empezar, Tesla depende de baterías de ion-litio surgidas a finales de la década de los 80 gracias a importante financiación del Departamento de Energía y la Fundación Nacional para la Ciencia. Tesla se ha beneficiado de manera importante de préstamos avalados y subsidios estatales y nacionales. En 2010 la empresa llegó a un acuerdo de préstamo con el departamento de Energía por valor de 465 millones de dólares. (Según este acuerdo, Tesla aceptaba producir paquetes de baterías de las que pudieran beneficiarse otras empresas y prometía fabricar coches eléctricos en Estados Unidos). Además, Tesla ha recibido 1.290 millones de dólares (unos 1.173 millones de euros) en incentivos fiscales del estado de Nevada, donde está construyendo una “gigafábrica” para producir baterías para coches y consumidores. Ha logrado toda una serie de préstamos y créditos fiscales además de descuentos para sus consumidores que suman otros 1.000 millones de dólares (unos 910 millones de euros), según una reciente serie de reportajes hecha por el Los Angeles Times.
Resulta sorprendente por lo tanto que Musk insista en una historia de éxito que se niega a reconocer la importancia del apoyo del sector público. (Ha dicho de la serie de Los Angeles Times que era "engañosa y falaz", por ejemplo, y ha declarado a la CNBC que "ninguna de las subvenciones del gobierno son necesarias", aunque admitió que eran "útiles").
Si la falta de disposición de Musk a mirar más allá de sí mismo resulta familiar, el antecedente más cercano es el de Steve Jobs. Igual que Musk, que se obsesionó con el diseño de los manillares de los coches de Tesla y sus pantallas táctiles además de la organización del a fábrica de SpaceX, Jobs aportó una feroz intensidad al diseño de producto, aunque no fuera capaz de ver las características claves del Mac, el iPod o el iPhone.
Una versión más precisa de la historia de Apple otorgaría un mayor reconocimiento no solo al trabajo de otros individuos, desde el diseñador Jonathan Ive hacia abajo, sino también al contexto histórico específico en el que se produjeron las innovaciones de Apple. "No existe una sola tecnología clave en el iPhone que no tenga financiación pública", explica la economista Mazzucato. Entre estas se incluyen las redes inalámbricas, "Internet, el GPS, la pantalla táctil, y… la ayudante personal activada por la voz, Siri". Apple ha combinado estas tecnologías con un resultado impresionante. Pero estos logros descansan sobre muchos años de inversión del sector público. Para decirlo de otra forma, ¿de veras creemos que si Jobs y Musk no hubieran existido, no habría habido una revolución de los smartphones ni un interés por los vehículos eléctricos?
Esto importa porque la narrativa del gran hombre tiene un precio. Para empezar, ha ayudado a corromper la cultura de Silicon Valley. La leyenda del gran hombre sirve para excusar (o permitir) algunos comportamientos auténticamente terribles. Después de todo, a Musk se le conoce por humillar a sus ingenieros y despedir a sus empleados por puro capricho. En el año 2014, cuando su ayudante, que había dedicado 12 años de su vida a Tesla y SpaceX le pidió un aumento de sueldo, la despachó. Las esquinas cortantes de Musk no se pueden justificar como algo bueno para el negocio. Más bien tienen el potencial de poner en juego relaciones clave con las agencias gubernamentales, según un antiguo cargo público entrevistado por Vance: "El mayor enemigo de Musk será él mismo y cómo trata a la gente".
De forma parecida, A Jobs se le conocía por que se creía con derecho a todo y por su brutalidad con los empleados. Pero como escribe Walter Isaacson en su biografía, Steve Jobs: "No hacía falta ser desagradable. Le hizo más daño que bien". Si Silicon Valley, con sus conocidos problemas con la diversidad, quiere atraer a un espectro más amplio de personas con talento, ayudaría que apoyaran prácticas empresariales más comprensivas y contaran historias más inclusivas sobre quién tiene importancia en la innovación.
Los mitos sobre el héroe como los que rodean a Musk y Jobs también resultan perjudiciales en otro sentido. Si los líderes tecnológicos se consideran principalmente personas únicas y solitarias, es más fácil que extraigan una riqueza desproporcionada. También es más difícil que sus empresas acepten que deben devolver parte de sus beneficios a agencias como la NASA y La Fundación Nacional para la Ciencia a través de impuestos más altos o simplemente menos evasión de impuestos.
Y, por último, la adoración de los héroes tecnológicos tiende a distorsionar nuestra visión del futuro. ¿Por qué deben hacer los gobiernos el duro trabajo de arreglar y ampliar el sistema de transporte público de California cuando Musk dice que podremos trasladar a la gente por el estado a 1.200 kilómetros por hora en un “hiperbucle”? ¿Intentar colonizar Marte a un coste de miles de millones de dólares es la dirección adecuada para la exploración espacial futura y la investigación científica? Deberíamos poder decidir las prioridades tecnológicas a largo plazo sin dar excesivo peso a las visiones particulares de algunas celebridades tecnológicas.
En vez de colocar a los líderes tecnológicos sobre un pedestal, deberíamos poner su éxito en contexto, reconociendo el papel del gobierno no solo como el respaldo a la ciencia básica, sino como socio para emprendimientos futuros. Si no, resulta demasiado fácil denigrar la inversión del sector público, erosionando el apoyo a las agencias del gobierno y los programas de formación, y en última instancia poniendo en riesgo las innovaciones del futuro. Como explica Mazzucato: “Precisamente porque admiramos a Musk y creemos que sus contribuciones son importantes, tenemos que ser realistas respecto a de dónde surgen en realidad sus éxitos”.