Antes de dirigirse a la comunidad científica del Instituto Tecnológico de Massachusetts en 1949, Winston Churchill aceptó el cargo de profesor honorario de manos del presidente del instituto, James Rhyne Killian.

La característica más destacada del siglo XX ha sido el enorme aumento del número de personas que tienen la oportunidad de disfrutar de la vida más larga y variada que en épocas anteriores se reservaba para unos pocos, para muy pocos. Este proceso debe seguir a un ritmo cada vez mayor. Si hemos de llevar a las grandes masas de personas de cada país a la mesa de la abundancia, solo puede ser mediante la incansable mejora de todos nuestros medios de producción técnicos y mediante la difusión generalizada de una educación de calidad mejorada para cientos de millones de hombres y mujeres. Sí, incluso en esta hora oscura tengo fe en que este proceso seguirá adelante.

Para nosotros, en Gran Bretaña, el siglo XIX terminó en medio de las glorias de la época victoriana y entramos en el amanecer del siglo XX llenos de grandes esperanzas para nuestro país, nuestro Imperio y el mundo. En 1900 predominaba la sensación de estar moviéndonos, llenos de esperanza, hacia días más luminosos, amplios y fáciles... Dábamos casi por sentado que la ciencia nos proporcionaría grandes provechos y bendiciones, nos proporcionaría mejores alimentos, mejores vestimentas y mejores viviendas con menos sufrimiento, acortando paulatinamente las horas de trabajo y dejándonos más tiempo para el ocio y la cultura. 

La ciencia acabó por colocar novedosos y peligrosos instrumentos en manos de los países más poderosos. La humanidad supo que podía hacer que las máquinas volaran por el aire y nadaran bajo la superficie de los mares. Sin duda era un hecho admirable y romántico... Desgraciadamente esta vasta expansión no se vio acompañada por una mejora notable en la calidad del hombre, ni en sus capacidades mentales ni en su carácter moral. Su cerebro no mejoró, pero sí funcionaba más rápido... Nuestra necesidad era imponer disciplina a una serie de hechos gigantes y turbulentos. Y hasta el momento queda claro que no hemos estado a la altura de la tarea...

Los científicos nunca deberían subestimar las arraigadas cualidades de la naturaleza humana y cómo, si son reprimidas en una dirección, sin duda aflorarán en otra. El genus homo –si se me permite sacar a relucir mi latín- es una criatura resistente que ha llegado hasta aquí por un largo camino. Su naturaleza ha sido formada y sus virtudes enraizadas por muchos millones de años de lucha, temor, dolor y, desde los albores de la humanidad, su espíritu ha demostrado ser capaz a veces de alcanzar lo sublime, por encima de las condiciones materiales o los terrores mortales.