Si vamos a vivir en Marte, necesitaremos una forma de cultivar alimentos en su árida tierra. Los investigadores creen saber cuál es
Hubo un tiempo en que el agua fluía por la superficie de Marte. Las olas golpeaban las costas, los fuertes vientos soplaban y aullaban, y la lluvia caía desde cielos densos y nublados. En realidad, no era tan diferente de nuestro planeta hace 4.000 millones de años, salvo por un detalle crucial: su tamaño. Marte tiene aproximadamente la mitad de diámetro que la Tierra, y ahí es donde las cosas se torcieron.
El núcleo marciano se enfrió rápidamente, dejando pronto al planeta sin campo magnético. Esto, a su vez, lo hizo vulnerable al viento solar, que arrasó gran parte de su atmósfera. Sin un escudo crítico contra los rayos ultravioletas del sol, Marte no pudo retener el calor. Parte de los océanos se evaporaron y el subsuelo absorbió el resto, quedando sólo un poco de agua congelada en sus polos. La radiación incesante, junto con las descargas electrostáticas de las tormentas de polvo que se extendían por todo el planeta, provocaron reacciones químicas en la árida tierra marciana, dejándola finalmente rica en unas molestas sales tóxicas llamadas percloratos. Si alguna vez creció una brizna de hierba en Marte, esos días se acabaron.
Pero, ¿podrían volver a brotar? ¿Qué haría falta para cultivar plantas con las que alimentar a los futuros astronautas en Marte? En la ciencia ficción, no es un gran problema. El personaje de Matt Damon en la película de 2015 El marciano simplemente tuvo que construir un invernadero, esparcir excrementos humanos, añadir agua y esperar. La película acertó en muchas cosas —las bacterias del bioma humano podrían ser útiles—, pero no tuvo en cuenta los percloratos. Las plantas de patata que le servían de sustento nunca habrían crecido, pero incluso si lo hubieran hecho, dos años comiendo patatas contaminadas y cancerígenas habrían destruido su tiroides, colapsado sus riñones y dañado sus células, aunque quizá no se hubiera dado cuenta, porque los percloratos también son neurotóxicos. En la vida real, Matt Damon habría muerto.
En la época en que Andy Weir escribió el libro en el que se basa la película, nadie sabía realmente lo abundantes y omnipresentes que eran estas sustancias químicas. Aunque fueron descubiertos por primera vez por el módulo de aterrizaje Phoenix de la NASA en 2008, se necesitaron vehículos posteriores y la recopilación de datos históricos para confirmar que los percloratos no sólo están por todas partes en Marte, sino que son, de hecho, abundantes. En general, la superficie de Marte tiene concentraciones de perclorato de alrededor del 0,5% en peso. En la Tierra, la concentración suele ser una millonésima parte de esa cantidad.
Para la NASA, se trata de un problema devastador. El objetivo último del programa Artemis de la agencia es el aterrizaje de astronautas en Marte. Y durante la última década, la agencia ha perseguido un plan a largo plazo para establecer una presencia humana "independiente de la Tierra" en el Planeta Rojo. Más ambicioso, aunque menos plausible, Elon Musk, director ejecutivo de SpaceX, ha declarado que espera que un millón de personas vivan en Marte en los próximos 20 años.
Cualquier idea de un Marte independiente significa que hay que resolver el problema del perclorato, porque los humanos tienen que comer. Las misiones de reabastecimiento dependen, por definición, de la Tierra, y la hidroponía es inadecuada para alimentar a un gran número de personas.
"Podemos mantener tripulaciones de 10, quizá 20, muy cómodamente con hidroponía, pero no mucho más", afirma Rafael Loureiro, profesor asociado de la Universidad Estatal de Winston-Salem (Carolina del Norte, EE UU) especializado en fisiología del estrés vegetal. Los sistemas hidropónicos deben construirse en la Tierra y requieren bombas de bajo consumo energético y una vigilancia constante de las infecciones bacterianas y fúngicas. "Una vez que el sistema se infecta, se pierde toda la cosecha, porque es un sistema de circuito cerrado", explica. "Hay que desecharlo todo y reiniciarlo".
Según Loureiro, el único camino posible es cultivar la superficie: "El problema del perclorato es algo con lo que inevitablemente tendremos que lidiar", explica.
No hay sustrato para cultivar en Marte. En su lugar, está el polvoriento y venenoso regolito, la mezcla de roca suelta, arena y polvo que compone la superficie del planeta. En la Tierra, el regolito ha sido complementado durante miles de millones de años con biomasa orgánica descompuesta, dando lugar al sustrato que no existe en Marte. Para cultivar alimentos allí, no basta con echar semillas en el suelo y añadir agua. Tendremos que crear una capa de sustrato capaz de albergar vida. Y para ello, primero tenemos que deshacernos de esas sales tóxicas.
Hay más de una forma de eliminar los percloratos. Se pueden quemar, ya que estos compuestos se descomponen en torno a los 400 °C, pero para ello se necesitarían fuentes de energía, como reactores nucleares, y un montón de equipos auxiliares. Se pueden lavar literalmente los percloratos del regolito, pero, según explica Loureiro, "la cantidad de agua que se necesita para hacerlo es ingente, y el agua es un recurso limitado por lo que sabemos". Ese proceso requeriría asimismo una cantidad significativa de energía. "Es algo inviable a largo plazo", me dice. La solución ideal no es algo que dependa de maquinaria pesada. Más bien dependería de algo pequeño, microscópico, de hecho.
La NASA y la National Science Foundation están financiando una investigación sobre cómo los futuros astronautas en Marte podrían utilizar la vida microbiana no sólo para eliminar los percloratos de la suciedad del planeta, sino también para moldear y enriquecer el regolito y convertirlo en suelo cultivable. El trabajo se basa en años de esfuerzos por hacer lo mismo en distintos lugares de la Tierra y, si tiene éxito, mejorará la agricultura en dos planetas por el precio de uno.
"Si somos capaces de cultivar plantas en el regolito marciano, podremos hacerlo en cualquier lugar de la Tierra".Rafael Loureiro, profesor asociado de la Universidad Estatal de Winston-Salem
Es fácil descartar la idea de la agricultura marciana como una cuestión lejana para un futuro ficticio, pero los científicos deben resolver este tipo de problemas antes del lanzamiento de los cohetes, no después de que los humanos estén en camino. Y como ocurre con gran parte de la investigación de la NASA, la resolución de problemas "allí arriba" se aplica directamente a la vida "aquí abajo". En pocas palabras, lo que aprendamos de Marte podría servirnos aquí en la Tierra para convertir páramos estériles en ricas zonas agrícolas. En la Tierra, los niveles naturales de perclorato son más altos en las regiones desérticas. En otras zonas, los altos niveles suelen deberse a los residuos industriales. Las toxinas dañan las plantas terrestres tanto como lo harían con las marcianas. Lo que significa que no sólo la NASA está interesada en la remediación: incluso el Departamento de Agricultura de EE UU está pagando por este tipo de investigación.
"Si yo fuera capaz de cultivar plantas en un entorno completamente extraño, la tecnología que creara para hacerlo sería cien por cien transferible a lugares de la Tierra con inseguridad alimentaria. A lugares extremadamente áridos e inadecuados para la agricultura… o a lugares afectados por empresas mineras que han contaminado el suelo", explica Loureiro.
"Si somos capaces de cultivar plantas en el regolito marciano, podremos hacerlo en cualquier lugar de la Tierra".
Pensar en pequeño
El laboratorio científico del Instituto de Biodiseño de la Universidad Estatal de Arizona parece una versión a lo grande de cualquier aula de biología de EE UU: largas mesas negras, miríadas de microscopios, estanterías de frascos. Sin embargo, cuando miras más de cerca, te das cuenta de que los microscopios son un poco más sofisticados y de que hay instrumentos de alta tecnología, como cromatógrafos de gases y analizadores de carbono orgánico.
Anca Delgado, microbióloga, se reúne conmigo en la entrada, donde nos ponemos batas blancas de laboratorio y gafas protectoras. "No tenemos previsto salpicarte con nada hoy, pero queremos estar seguros", dice.
El suelo de la Tierra es húmedo y movedizo, rebosante de vida, y su composición mineral es muy diversa, gracias en parte a la acción tectónica, la actividad microbiana y el ciclo de las rocas. Pero basta con mirar a Marte para darse cuenta de que algo no encaja: el núcleo del pequeño planeta se enfrió antes de que gran parte de su hierro tuviera la oportunidad de hundirse hacia su núcleo. Como resultado, el regolito marciano está repleto de minerales ricos en hierro, que con el tiempo se han oxidado. El exterior del planeta está literalmente oxidado. Sin agua, esta reacción se produce principalmente a través de la meteorización mecánica, impulsada por el viento y la temperatura; y sin vida, es totalmente inorgánico.
A pesar de todo esto, Delgado, sus estudiantes de posgrado y colegas de todo el país han encontrado una posible vía para resolver el problema de los percloratos y hacer cultivable el regolito marciano.
Los percloratos son sales formadas por un ion de cloro y oxígeno con carga negativa, unido a un ion positivo como el sodio. (También existe el ácido perclórico, que contiene el mismo ion cargado negativamente). Cuando los percloratos abundan en la Tierra, a menudo es porque nosotros los hemos puesto allí. Todo, desde la fabricación militar hasta los fuegos artificiales de Disneylandia, ha contribuido a ello. No fueron los únicos compuestos clorados que enloquecieron a EE UU durante la Segunda Guerra Mundial. Durante décadas, EE UU hizo un uso intensivo de disolventes orgánicos clorados en todo tipo de productos, desde la limpieza en seco y el desengrasado de metales hasta los tintes para ropa y la medicina.
En general, la industria adoptó una actitud de laissez-faire en la gestión de los residuos, lo que provocó la contaminación de las aguas subterráneas del país. "Después de que la Ley de Aguas Limpias y la legislación posterior de los años 70 impidieran o prohibieran el uso de algunos de estos productos químicos, fue cuando descubrimos el alcance de esta contaminación", me cuenta Delgado. Parte de la contaminación del agua era evidente. El río Cuyahoga, en Ohio, se incendiaba con frecuencia. Pero otras contaminaciones permanecían ocultas. Los residentes de Love Canal, un barrio de la ciudad de Niagara Falls (Nueva York), informaron de tasas anormalmente altas de marcadores de leucemia y defectos de nacimiento antes de que nadie reconociera que las 20.000 toneladas de sustancias químicas vertidas en un canal en la década de 1940 podían ser las responsables.
Sin embargo, no bastaba con dejar de verter sustancias químicas tóxicas en las vías fluviales y los vertederos. Los científicos tuvieron que encontrar alternativas —Disney desarrolló en 2004 un lanzador de fuegos artificiales que eliminaba sus emisiones de perclorato, por ejemplo— y también tuvieron que encontrar formas de limpiar la contaminación que ya existía. En el caso de los percloratos, pueden hacerlo químicamente. La lluvia y el riego artificial pueden arrastrar los compuestos, aunque esto sólo transfiere el problema a las aguas subterráneas. Otra estrategia consiste en cultivar plantas leñosas como el sauce y el álamo en terrenos contaminados. Éstas extraen los percloratos del suelo y pueden cosecharse, eliminándolos del ciclo de contaminación.
Otro enfoque biológico consiste en ir a lo pequeño, utilizando microorganismos para transformar sustancias químicas tóxicas en inofensivas. El prototipo de este concepto es una bacteria llamada Dehalococcoides mccartyi, que se alimenta específicamente de disolventes orgánicos clorados y escupe eteno declorado (un hidrocarburo simple y no tóxico) e iones de cloruro inofensivos, que se encuentran de forma natural en el medio ambiente. Delgado estudió D. mccartyi durante su programa de doctorado. Sus intereses eran estrictamente terrestres. Pero el proceso, aunque muy eficaz, no era perfecto. Tardaba muchísimo tiempo en funcionar en la naturaleza.
"Nos enfrentábamos a tiempos de tratamiento de meses a décadas", me cuenta Delgado. Su investigación trató de cultivar D. mccartyi a densidades mucho más altas, lo que se traduciría en mejores tasas de acción y tiempos de tratamiento más rápidos para los vertederos estadounidenses abandonados. Desde entonces, su trabajo se ha aplicado en varios emplazamientos de Arizona, Nueva Jersey y California.
Delgado me acompaña por el laboratorio, de planta abierta. Desde la creación del Instituto de Biodiseño en 2004, explica, la idea fue reunir en el mismo espacio físico a investigadores que normalmente no interactuarían. Eso significa que los microbiólogos que trabajan con muestras de aguas residuales, lodos y suelos están al lado de los científicos que hacen origami de ADN.
El salto de limpiar los vertederos de residuos tóxicos de la Tierra a hacer cultivable la superficie marciana comenzó en 2017, un mes antes de que Delgado comenzara su nuevo trabajo en la universidad. Había leído un artículo sobre Marte y buscó distraídamente los elementos químicos que se habían detectado hasta el momento en ese planeta. "Me gustan los microbios, y quería ver si Marte podría satisfacer sus necesidades nutricionales", cuenta. "Soy una especie de friki de la ciencia ficción".
Mientras asistía a un retiro universitario diseñado para que los investigadores hablaran de su trabajo, decidió "poner por ahí" que "estaría interesada en algún momento en ver si los microorganismos serían capaces de crecer en condiciones marcianas".
Un artículo que leyó en la revista Nature acabó por animarla. La materia orgánica del suelo, necesaria para el crecimiento de las plantas, está formada por material vegetal y animal en descomposición. Esto parecería impedir la agricultura marciana. Pero los investigadores han demostrado por primera vez que se puede formar materia orgánica en el suelo sólo con microorganismos, sin necesidad de plantas en descomposición. Los propios microbios, sus tejidos y excreciones podían sintetizar el suelo.
Delgado se dio cuenta de que los percloratos podían ser el catalizador inicial, lo que los microbios podían aprovechar y descomponer. Con el tiempo, el proceso podría dejar el regolito marciano listo para la siembra.
Solicitó una subvención de la Fundación Nacional de la Ciencia para explorar la idea. La NASA reconoció las implicaciones de su propuesta y cofinanció la subvención; el proyecto recibió un total de 1,9 millones de dólares (1,75 millones de euros) en 2022. El proyecto se concibió como una iniciativa plurianual e interinstitucional, con Delgado como investigadora principal. El plan consistía en que la ASU, la institución principal, exploraría el uso de microbios para reducir la concentración de percloratos en la suciedad similar a Marte. La Universidad de Arizona en Tucson investigaría la materia orgánica del suelo formada por esos microbios durante la descomposición de los percloratos, y el Instituto de Tecnología de Florida en Melbourne, Florida, averiguaría cómo cultivar las plantas.
Analizando el polvo
Uno de los problemas que plantea el estudio del regolito marciano es que aquí en la Tierra no tenemos nada parecido. Toda la campaña de exploración de Marte de la NASA durante 50 años ha estado al servicio de la caracterización del Planeta Rojo como posible lugar para la vida. La agencia ha intentado durante mucho tiempo llevar una muestra prístina de regolito de Marte a una sala blanca en la Tierra para su análisis. Pero hasta ahora no ha logrado desarrollar una misión creíble para ello. En abril, Bill Nelson, el administrador de la NASA, admitió su derrota y pidió a instituciones de investigación externas y al sector privado que presentaran propuestas sobre cómo podría lograrse un retorno asequible de muestras de Marte.
Mientras tanto, los científicos tienen que conformarse con tierra marciana simulada para estudiar formas de reducir los niveles de percloratos, como el calor, la radiación y los métodos microbianos.
El laboratorio de Delgado en la ASU incluye una incubadora y un microscopio confocal dentro de una cámara anaeróbica hecha a medida, para analizar microorganismos sensibles al oxígeno. En una estación de investigación llena de cristalería sellada de varios tamaños, además de jeringuillas, pipetas y otros equipos, me presenta a dos de sus estudiantes de doctorado: Alba Medina, que estudia ingeniería medioambiental, y Briana Paiz, que estudia diseño biológico. Ambas son investigadoras principales del proyecto.
Sobre la mesa hay frascos cerrados con soluciones de varios colores, desde el tostado hasta el negro. En las soluciones más transparentes, hay un material rojo en el fondo que tiene un color sospechosamente parecido al de la suciedad de Marte. "Se llaman botellas de microcosmos", explica Delgado. "Para mantener la integridad de los productos químicos y la composición, todo lo que haya que poner o sacar de las botellas tiene que hacerse con jeringuilla y aguja".
Las botellas contienen nutrientes, agua (un requisito para la vida) y tierra artificial de Marte. Al no disponer de regolito marciano, Delgado utiliza un "análogo" llamado MGS-1 (Mars Global Simulant), con una composición química y mineral, proporciones y propiedades físicas diseñadas para coincidir con las especificaciones medidas por el vehículo Curiosity. El simulante lo fabrica una empresa llamada Space Resource Technologies y está a disposición del público. Se puede comprar por Internet.
"Es la tierra más cara que se puede comprar", dice Delgado riendo. Después de darme un guante de látex para no mancharme las manos, me ofrece una bolsa. Parece el tipo de arena que uno esperaría encontrar en playas demasiado caras para visitarlas. Es muy fina; parece y se siente como cacao en polvo.
Todo lo que los investigadores tienen que añadir a las botellas del microcosmos son percloratos, que vienen en forma de polvo blanco. Con eso, tienen Marte en un frasco.
"Luego", dice Paiz, “añadimos los microbios”. Me enseña los distintos experimentos. "Esos frascos de microcosmos tienen Dechloromonas, y los del fondo son en realidad cultivos puros de Haloferax denitrificans"-una bacteria que prospera en ambientes salinos. El equipo también experimenta con una miríada de microbios en comunidades mixtas, cada una de las cuales interactúa con distintos elementos y compuestos, dando lugar a diferentes composiciones químicas en sus respectivos microcosmos. Por eso algunas botellas tienen el color del chocolate y otras el de la mantequilla de cacahuete.
"Todas empezaron con el mismo color", explica Medina. "El color negro de ésta es como una confirmación visual de la actividad de los microorganismos reductores de sulfato, por ejemplo".
Las bacterias comen lo que les gusta e ignoran lo que no. El grupo de Delgado busca las combinaciones ideales no sólo para eliminar los percloratos, sino para hacerlo con eficacia. Los percloratos también presentan oportunidades. Cuando los microbios de Delgado descomponen esos compuestos, forman cloruro y oxígeno.
Los astronautas podrían utilizarlos para producir una "importante fuente de oxígeno en Marte", afirma Delgado. "Quizá la mayor fuente. Una de las cosas en las que hemos estado pensando es cómo podríamos capturarlo".
No es necesario llevar a Marte cultivos y cepas microbianas en cubas gigantes. Los microorganismos crecen exponencialmente rápido. Con menos de un gramo de material -ni siquiera el peso de un clip- un científico en Marte podría propagarlo infinitamente. Unas pocas gotas en un tubo de ensayo podrían teóricamente producir huertos enteros.
Pero los sistemas ideales de transporte microbiano son los propios astronautas. Nuestros cuerpos ya contienen microbios comedores de perclorato en nuestros biomas intestinales. El grupo de Delgado investiga el perclorato utilizando comunidades microbianas de lodos procedentes de plantas de aguas residuales. Así que el personaje de Matt Damon en El Marciano iba, hasta cierto punto, por buen camino.
Pero incluso si los microbios adecuados para descomponer los percloratos están presentes, eso no significa que sean capaces de hacer su trabajo. "Esas comunidades ya tienen reductores de perclorato, pero también vienen con amigos y enemigos", dice Delgado. Las miles de cepas de bacterias de nuestros microbiomas compiten por los nutrientes, lo que las hace ineficaces. El truco está en encontrar formas de ayudar a los microbios que se comen lo malo y reducir la población de microbios que estorban".
Por ahora, en su laboratorio se prepara regolito en lotes muy pequeños. Si se consigue reducir el perclorato, la concentración pasa de unos cinco gramos por kilogramo (el 0,5% original) a entre cinco y 20 microgramos por kilogramo, o menos. La bibliografía existente sugiere que este rango de concentración no inhibe la germinación de las semillas. A modo de comparación, los suelos del desierto de Arizona tienen una concentración de fondo de perclorato que oscila entre 0,3 y cinco microgramos por kilogramo. En el desierto de Atacama, esa cifra puede alcanzar los 2.500 microgramos por kilogramo.
Pero eliminar los percloratos no es suficiente para que las plantas marcianas prosperen. "Una vez eliminados los percloratos, queda el problema de cómo convertir el regolito de Marte en sustrato", afirma Andrew Palmer, profesor asociado de biología en el Instituto de Tecnología de Florida y coinvestigador en el proyecto de Delgado.
Palmer explica que el regolito, con o sin percloratos, es un sustrato inerte. El suelo, en sentido estricto, es un sustrato sobre el que ha actuado la biología y actúa a su vez sobre ella. Pero en el simulacro de regolito -y algún día, tal vez, en el regolito marciano real- la actividad microbiana responsable de eliminar los percloratos también podría ser capaz de transformar los minerales y liberar otros nutrientes útiles para las plantas, como el potasio y el fósforo. Encontrar la mejor manera de hacerlo es uno de los objetivos del equipo de Delgado al estudiar diferentes cepas microbianas y lodos.
"El proceso biológico para eliminar los percloratos no sólo debería deshacerse de ellos, sino que también debería ayudarnos a aportar otros nutrientes al suelo", me dice Palmer. "Estamos intentando introducir un ciclo ecológico en el regolito".
Los primeros indicios son prometedores, pero se trata de un esfuerzo de años. Los investigadores han reducido los percloratos en las muestras de regolito. Han aumentado las concentraciones de compuestos orgánicos en las muestras. Han modificado la estructura del regolito. Han cultivado plantas en él. Su objetivo es hacer todas esas cosas a la vez. "Toda la subvención, todo el proceso con todos los implicados, está convirtiendo el regolito con percloratos en suelo apto para el crecimiento de plantas", dice Palmer, “y eso es muy potente”.
Si todo va bien, el simulante de regolito debería tener una concentración total de carbono orgánico entre dos y cinco veces mayor que al principio, gracias a los residuos orgánicos formados por los microbios. En última instancia, también debería tener mayor capacidad de retención de agua, ya que los carbonos orgánicos modifican las propiedades físicas del regolito, que de otro modo sería arcilloso, haciéndolo menos denso y más beneficioso para las plantas y sus sistemas radiculares.
Una vez que el regolito esté listo y los científicos satisfechos, el material simulado de Marte se dirigirá al laboratorio de Palmer en Florida para ver qué puede crecer.
Tomates y quinoa
Palmer admite que no estaba especialmente interesado en el problema del cultivo de plantas en Marte cuando los representantes de la NASA se pusieron en contacto con él por primera vez hace siete años. Sin embargo, cuanto más hablaban y más explicaban los científicos de la NASA los retos de trabajar con simulantes de Marte y cuestiones como el problema del perclorato, más le picaba la curiosidad. ¿Cómo íbamos a conseguir allí un suministro suficiente de alimentos? Él y sus investigadores del Laboratorio Palmer de Ecología Química y Astrobiología de Florida Tech empezaron a cultivar plantas, hongos y bacterias en simulantes de regolito lunar y marciano, explorando cómo remodelar el regolito para convertirlo en un suelo apto para el crecimiento vegetal.
"Marte está a seis o nueve meses de distancia. Si pierdes una fuente de alimento, quizá no puedas sobrevivir a la espera de una misión de reabastecimiento".Andrew Palmer, profesor asociado de biología del Instituto de Tecnología de Florida
Además de las incubadoras, utilizan una sala que han bautizado como "la casa roja", que es un entorno semicontrolado.
"Es una habitación gigante, con iluminación artificial y controles ambientales artificiales, y las plantas que cultivamos allí nunca han visto la luz del día, que es como creemos que sería la situación fuera de la Tierra", explica. Todo lo que se cultive en Marte, que carece de una atmósfera significativa y es más frío que la Antártida, también se cultivaría en entornos cerrados y controlados con iluminación artificial.
Las plantas se cultivan y se vuelven a cultivar en simuladores de Marte para que Palmer y su equipo puedan hacerse una idea de cómo evoluciona el regolito simplemente a partir del proceso de crecimiento a lo largo del tiempo. Actualmente, los investigadores cultivan lechuga romana, pimientos, tomates y trébol "con bastante regularidad" en simulantes de Marte disponibles en el mercado. Este semestre, dice, también han empezado a experimentar con cacahuetes y quinoa.
Debido a que el proyecto aún está en sus primeras etapas, no tienen resultados para compartir relacionados con el material preliminar que recibieron de Arizona. Actualmente están realizando ensayos de germinación.
"Todavía estamos tratando de entender cómo se comporta físicamente el simulante, porque cuando se añade agua, puede apelmazarse, volverse muy sólido y denso, y eso puede ahogar las raíces. Es un problema muy complicado", afirma.
Una de las cosas que han descubierto es que, con el tiempo, cultivar plantas en el simulante de Marte hace que su textura sea "más esponjosa". Palmer planea utilizar la microscopía electrónica para estudiar las muestras del laboratorio de Delgado. "Los granos de regolito son en realidad bastante dentados", me dice. Esto se aplica tanto al regolito marciano como al lunar. "Después de que las cosas crezcan en él durante un tiempo, normalmente las bacterias harán que esas partículas sean más redondeadas". Esto se debe a que el crecimiento de microorganismos en el regolito a menudo provoca la deposición de biopelículas y otros compuestos orgánicos, así como el grabado o la corrosión de las superficies de los granos. Todo ello es beneficioso para el crecimiento de las plantas.
Palmer considera que la seguridad alimentaria es primordial para una misión a Marte, y las investigaciones del proyecto hasta ahora le dejan optimista.
"Marte está a seis o nueve meses de distancia. Si se pierde una fuente de alimento, es posible que no se pueda sobrevivir a la espera de una misión de reabastecimiento", afirma. La solución es la diversidad. Debe haber raciones de alimentos congelados. Algunas cosas deben cultivarse hidropónicamente. Algunas cosas deben cultivarse en el regolito. Si falla un sistema, tienes los demás para volver a arrancar. Es sólo una buena práctica de seguridad, dice, pero más que eso, si nos tomamos en serio lo de hacer de Marte un hogar, debemos utilizar las habilidades que nos hacen especiales. La agricultura debe encabezar la lista.
"Hay algo en cultivar un terreno que creo que habla de ser humano", dice Palmer. "Significa que has dominado ese lugar. Sólo tienes control sobre un lugar cuando tienes control sobre la tierra".
David W. Brown es un escritor afincado en Nueva Orleans. Su próximo libro, The Outside Cats, trata sobre un equipo de exploradores polares y sus expediciones con ellos a la Antártida. Será publicado en 2026 por Mariner Books.