¿Y si tus juguetes favoritos de la infancia, como las pelotas, los 'frisbees' o las cartas, pudieran predecir tu futuro?
En un artículo publicado en noviembre de 1984 en Technology Review, Carolyn Sumners, conservadora de astronomía del Museo de Ciencias Naturales de Houston (Texas, EE UU), describía cómo los juguetes, los juegos e incluso las atracciones de los parques de atracciones podían cambiar la forma en que los jóvenes veían la ciencia y las matemáticas. El Slinky (juguete consistente en un muelle helocoidal), señaló Sumners, "ha servido durante mucho tiempo a los profesores como medio para demostrar las ondas longitudinales (parecidas al sonido) y las ondas transversales (parecidas a la luz)". Un yoyó puede utilizarse como medidor (un "yoyómetro") para observar las fuerzas en una montaña rusa. Las canicas emplean la masa y la velocidad. Incluso una simple pelota permite comprender las leyes de la gravedad.
Aunque Sumners se centraba en la física, su intuición tenía un alcance más grande. En las últimas décadas se ha demostrado que el juego infantil puede moldear nuestro futuro: las habilidades que desarrollamos, las profesiones que elegimos, nuestro sentido de la autoestima e incluso nuestras relaciones. Eso no significa que debamos imponer a los niños juguetes "educativos" como telescopios o pequeñas cajas de herramientas para convertirlos en astrónomos o carpinteros. Como explica Sumners, incluso los juguetes "divertidos" ofrecen oportunidades para descubrir los principios básicos de la física. Según Jacqueline Harding, experta en desarrollo infantil y autora de The Brain That Loves to Play, "si inviertes tiempo en el juego, que ayuda al funcionamiento ejecutivo, la toma de decisiones, la resiliencia —todas esas cosas—, conseguirás un futuro mucho más estable y seguro".
Sumners se centró sobre todo en las habilidades duras, los conocimientos científicos que pueden fomentar los juguetes y los juegos. Pero también se pueden fomentar habilidades blandas, como la creatividad, la resolución de problemas, el trabajo en equipo y la empatía. Según Harding, cuanto menos estructurado esté el juego —menos reglas y objetivos—, más habilidades blandas se desarrollarán. "Los tipos de juguetes o actividades lúdicas que realmente producen pensamiento creativo", afirma, "son los materiales naturales, sin un fin definido —como la arcilla, la pintura, el agua y el barro—, porque no hay una forma correcta o incorrecta de jugar con ellos".
El juego es, por definición, voluntario, espontáneo y sin objetivos: implica asumir riesgos, poner a prueba los límites y experimentar. El mejor tipo de juego es el que conduce al descubrimiento divertido y, por el camino, acaba dando forma a los cimientos de la innovación y el desarrollo personal.
Sin embargo, en las décadas transcurridas desde que Sumners escribió su historia, el panorama del juego ha cambiado considerablemente. Investigaciones recientes del Consejo de la Primera Infancia de la Academia Estadounidense de Pediatría sugieren que los juegos digitales y virtuales no parecen conferir los mismos beneficios para el desarrollo que los juegos físicos y al aire libre. "Al cerebro le encantan las recompensas que aportan los medios digitales", dice Harding. No obstante, en un juego con pantalla, "no se consigue esa autonomía". La falta de interacción física también le preocupa: "Es la calidad de la interacción humana cara a cara, la proximidad corporal, la mirada de ojo a ojo y el compromiso mutuo en una actividad lúdica lo que realmente marca la diferencia".
Bill Gourgey es un escritor científico afincado en Washington D. C. (EE UU).