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Meredith Miotke

Tecnología y Sociedad

Razones por las que las ciudades saldrán más fuertes de la pandemia

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Parece que la mejor solución ante la COVID-19 consistió en huir al campo, pero la ciencia prueba que la densidad de población no está tan relacionada con los contagios. Además, las urbes ofrecen ventajas para el planeta y para sus habitantes, como más acceso a servicios esenciales, ocio y relaciones, y una menor dependencia del transporte

  • por Andrew Giambrone | traducido por Ana Milutinovic
  • 03 Mayo, 2021

La pandemia de coronavirus (COVID-19) representa una cruel ironía para los habitantes urbanos. ¿De qué sirven las ciudades si la propia característica que las hace tan dinámicas —la facilidad para relacionarse con la gente y reunirse en grandes grupos para todo tipo de cosas, desde un partido de fútbol hasta una ópera— ahora las vuelve más peligrosas que antes?

Esa pregunta es una de las preocupaciones centrales sobre el futuro de las ciudades en el mundo post-COVID-19. El distanciamiento social, el uso de mascarillas y las restricciones en cuanto las reuniones masivas continuarán en muchos lugares, al menos hasta que haya suficientes personas vacunadas como para que las comunidades alcancen la inmunidad de grupo. 

Los centros urbanos de todo el mundo permanecen en gran parte inactivos, sus oficinas y centros de tránsito solo cuentan con trabajadores esenciales. Al mismo tiempo, las arcas municipales están sufriendo grandes daños por la pérdida de ingresos fiscales. Menos visitantes y menos ventas significan menos fondos para servicios vitales de la ciudad, como las escuelas públicas y los servicios sanitarios, y para instalaciones tan preciadas como los parques.

Además de estas dificultades económicas, lo más sensato parece alejarse de las ciudades durante la pandemia.

En Estados Unidos, ¿acaso la COVID-19 no arrasó primero la ciudad más grande del país, Nueva York? ¿La densidad de la población de esos lugares no los convierte en puntos candentes inevitables para los virus altamente contagiosos? ¿No ha huido la gente instintivamente al campo durante las epidemias al menos desde la Edad Media?

En realidad, los estudios muestran que la vida urbana puede no ser tan arriesgada en cuanto a la COVID-19 como se podría sospechar. En junio pasado, investigadores de la Universidad Johns Hopkins y de la Universidad de Utah (ambas en EE. UU.) encontraron que la densidad de población no estaba relacionada con las tasas de infección en los condados de EE. UU. considerando la población del área metropolitana, los factores socioeconómicos y la infraestructura de atención médica.

En lugar de eso, la conectividad entre condados mediante viajes, por ejemplo, fue más importante para la propagación del virus y para la mortalidad. Un artículo publicado por el Instituto de Economía Laboral IZA de Alemania en julio del año pasado encontró que, aunque era más probable que la COVID-19 apareciera antes en condados más densos, la densidad de la población no se correlacionaba con el número total de casos y muertes.

En otras palabras, cuando se trata del coronavirus, la densidad no es crucial. La ciudad de Nueva York fue al principio el epicentro de la pandemia en Estados Unidos, en parte debido a su condición de destino internacional, pero su cantidad semanal  de casos disminuyó al introducir las medidas de seguridad. (El número de casos aumentó de nuevo el otoño del año pasado cuando se reactivaron los puntos calientes y llegaron las vacaciones, y otra vez en febrero cuando se propagaron las nuevas variantes del virus, aunque las vacunas prometen reducirlos nuevamente). 

Los condados rurales de Alaska, Colorado y Texas (todos en EE. UU.), lejos de los centros de población más densa, se vieron muy afectados a principios de 2021, cada uno con más de 100 casos diarios por cada 100.000 habitantes, según The New York Times. Sin embargo, las ciudades de alta densidad de Asia y Australia lograron controlar el coronavirus el año pasado. Incluso China, donde se descubrió por primera vez la COVID-19, mitigó eficazmente la pandemia para sus 1.400 millones de habitantes, el 60 % de los cuales viven en las ciudades.

Las ciudades son resistentes, igual que sus habitantes

Esto no quiere decir que la densidad de la población sea irrelevante para la transmisión de la COVID-19 ni que comprendamos perfectamente cómo se propaga la enfermedad. Algunas investigaciones, incluido un estudio publicado en julio pasado por JAMA Network Open, han relacionado la densidad de población con la propagación del coronavirus. Un estudio publicado en la revista PLOS One en diciembre concluyó que "la densidad es importante", aunque pareció marcar una mayor diferencia en las últimas etapas de los brotes que en el inicio de la pandemia. 

Otros artículos centrados en la India y Argelia, dirigidos por investigadores de la Universidad de Bengala del Norte y la Universidad de Khemis Miliana, respectivamente, informaron vínculos moderados y fuertes entre la densidad de la población y las infecciones. Al mismo tiempo, las grandes ciudades como Seúl (Corea del Sur), Hong Kong (China) y San Francisco (EE. UU.) contuvieron el coronavirus en gran medida con intervenciones rápidas e intensas como el cierre de los bares y clubes.

Independientemente de cómo se interpreten estos hallazgos, está claro que la densidad urbana ofrece numerosos beneficios durante la pandemia. Por un lado, las ciudades densas tienden a tener mejores hospitales que las áreas menos pobladas. Y es más fácil para los habitantes de las ciudades acceder a la atención primaria. Lo mismo ocurre con la atención preventiva, que, aunque todavía falta en muchos lugares, se ha demostrado repetidamente que reduce las tasas de enfermedades crónicas y las visitas a emergencias.

La urbanización iba en curva ascendente antes de la pandemia y, a pesar de los atractivos de la vida en el campo, es probable que la tendencia persista. A medida que nos recuperamos de la COVID-19, vale la pena recordar lo que nos atrajo a las ciudades en un primer momento. En un mismo lugar, las ciudades albergan a personas de diferentes habilidades, procedencias y ambiciones. Varios estudios demuestran que esta proximidad con los demás facilita la innovación, ya sea cultural o científica. Y como hemos visto durante la pandemia, las telecomunicaciones no son un sustituto perfecto de las relaciones cara a cara que todos deseamos. (Tampoco proporciona el tipo de entorno educativo que algunos estudiantes necesitan para triunfar académica y socialmente).

En el mejor de los casos, las ciudades distribuyen recursos a sus ciudadanos de manera eficiente y equitativa. A pesar de que muchas no alcanzan ese ideal, como ha dejado al descubierto la pandemia, el paradigma alternativo para los asentamientos humanos, la dispersión, tiene importantes desventajas. Vivir más lejos de los demás supone costes para la productividad económica, el medio ambiente y, en algunos casos, para la felicidad de las personas. El cambio climático, que se ve empeorado por el uso de coches y aviones, agravará esos costes.

Incluso si la densidad de población no es la panacea para estos desafíos, es una de nuestras mejores apuestas para superarlos. Después de un año de enfermedad y muerte, deberíamos reconfortarnos con otra lección de la pandemia: las ciudades son resistentes, igual que sus habitantes.

*Andrew Giambrone es un periodista independiente de Nueva York especializado en política, ciudades y temas sociales.

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