Más allá de los inconvenientes de la enseñanza en remoto, la falta de acceso a dispositivos y conexiones ha perjudicado aún más a los alumnos más vulnerables. El atraso generalizado de todos los estudiantes supondrá un enorme coste para la sociedad, pero hay formas de arreglar el problema para siempre
Antes de que la era de las clases por Zoom nos pillara a todos por sorpresa, la maestra de primaria Andy Granados y sus colegas se esforzaban mucho para planificar bien su tiempo en el aula. La docente explica: "Si tardamos 10 minutos en repartir el material, son 10 minutos del tiempo de enseñanza que se pierden".
Esa cuidadosa planificación ahora parece un lujo. La pandemia de coronavirus ha obligado a Granados a dar sus clases en remoto, por lo que solo puede ver a sus alumnos de seis y siete años a través de pequeñas ventanas, mientras intentan aprender a pronunciar correctamente. Sus pupilos solo asisten a clase dos horas y media cada día escolar, pero lo peor es la frecuencia con la que los se desconectan, generalmente debido a malas conexiones a internet.
Granados, que trabaja en el Distrito Escolar Franklin Pierce en Tacoma (EE. UU.), donde el 80 % del alumnado proviene de familias de bajos ingresos, lamenta: "Es muy difícil. Vuelven a conectarse y no saben dónde estamos ni en qué página". El distrito dio tablets y portátiles a todos los alumnos y puntos de conexión a internet a sus familias, pero los problemas de conexión persisten.
Mientras tanto, la profesora avanza como puede. Aunque ha cubierto el plan de estudios tanto como lo habría hecho en este punto del año anterior cuando las clases eran presenciales, duda de que sus alumnos estén alcanzando una comprensión tan buena de la materia. Y admite: "No sé cuál sería la solución. Es realmente duro".
Está claro que los estudiantes estarían en una posición mucho peor si Zoom, Google Classroom y otras plataformas tecnológicas no hubieran mantenido a flote la educación a flote durante la pandemia. Pero eso no funciona bien para todos, y la gran dependencia de la tecnología ha creado mayores desigualdades en un entorno ya desigual. Los alumnos de bajos ingresos o zonas rurales y los que tienen alguna dificultad de aprendizaje se enfrentan a mayores barreras en la educación virtual e híbrida. A los educadores les preocupa que estos niños, que ya eran los más vulnerables antes de la pandemia, hayan recibido un golpe devastador.
El lado positivo: la crisis está provocando acciones para cerrar algunas de estas brechas de una vez por todas.
El precio de la pandemia
Muchos distritos escolares hicieron enormes esfuerzos para entregar tablets y Chromebooks a los alumnos. Eso redujo un poco la brecha digital, pero según los datos de la Oficina del Censo de Estados Unidos de octubre de 2020 analizados en un informe de la consultora McKinsey, las familias negras e hispanas siguen teniendo menos probabilidades que las blancas de disponer de buenas conexiones a internet y acceso a dispositivos.
Eso significa que una gran parte de los niños que carecen de las herramientas básicas necesarias para las clases online son de color. "Y aunque tengan acceso, [los dispositivos] probablemente sean de menor calidad", señala la responsable del departamento de educación global en McKinsey y coautora del informe Emma Dorn. Quizás como resultado de estas discrepancias, esos niños también tienen la mitad de probabilidades que los blancos de haber experimentado un contacto directo con su profesor o profesora durante las semanas previas.
Así que, según el análisis de McKinsey, mientras que los alumnos blancos pueden terminar el actual año escolar con entre cuatro y ocho meses de retraso en matemáticas, los de color pueden tener un atraso de seis a 12 meses.
Dorn asegura que estas disparidades se deben en parte a la persistente brecha digital y también al hecho de que los alumnos de color suelen estudiar más de forma remota, según algunas encuestas. Entre otras razones, es posible que sus padres los mantengan en educación a distancia debido a las altas tasas de coronavirus (COVID-19) en sus comunidades y la desconfianza hacia las autoridades que afirman que es seguro regresar.
La alumna de último año de secundaria en Providence Jayda Williams tiene su propio ordenador portátil, un Chromebook proporcionado por la escuela y una conexión estable a internet en su casa. Está involucrada con un grupo de alumnos activistas y en otro de arte, que la motivan bastante. Pero este año ha tenido más problemas que nunca con las clases, a las que asistía presencialmente tres días a la semana desde enero.
Durante los días que estudia desde casa, Williams tiene dificultades para concentrarse. Usa su teléfono con mucha más frecuencia para enviar mensajes de texto a sus amigos y echa de menos su vida social. La joven admite: "Está claro que no estoy estudiando tanto. Me parece que no puedo memorizar nada".
Las notas de Williams bajaron un poco durante el primer trimestre, pero aún tiene planes de ir a la universidad. Ha reducido su búsqueda a centros cercanos a su casa porque le preocupa que los campus universitarios se conviertan de nuevo en puntos calientes del coronavirus.
Otros alumnos de último año de secundaria se han desviado aún más. Las solicitudes para FAFSA, la Solicitud Gratuita de Ayuda Federal para Estudiantes de EE. UU., disminuyeron un 10 % a finales de enero de 2021. Y la cantidad de matrículas universitarias fue casi 22 % más baja en 2020 que el año anterior. Pero, según han demostrado distintos estudios, los jóvenes que retrasan el inicio de sus estudios universitarios tienen menos probabilidades de licenciarse.
La indudable gran pregunta es cómo afectará la pandemia el progreso educativo de los estudiantes y la economía en general a largo plazo. La respuesta aún no está clara y dependerá en gran parte de lo que suceda a continuación. Pero los informes preliminares pintan un panorama sombrío.
Dorn y sus colegas han estimado que los retrocesos en la educación podrían costar entre 51.250 y 68.895 euros sobre los ingresos de un estudiante estadounidense promedio. De nuevo, ese promedio oculta una marcada división racial: los ingresos de los estudiantes blancos podrían caer un 1,6 %, mientras que los estudiantes hispanos perderían un 3 % y los negros un 3,3 % de ingresos durante su vida laboral. Y el PIB de EE. UU. podría sufrir un impacto anual del 0,8 % al 1,3 % en 2040, cuando la mayor parte de la actual generación escolar representará la fuerza laboral.
Sentar las bases
Una conclusión parece clara: todos los alumnos necesitan internet fiable y de alta velocidad en casa, y lo necesitarán incluso cuando las escuelas hayan vuelto a la completa normalidad. Los administradores escolares acaban de asumir como parte de su trabajo que deben asegurarse de que los alumnos tengan ordenadores portátiles o tablets y buenas conexiones de banda ancha para poder usarlos.
"Se pueden discutir las diferencias entre el aprendizaje a distancia y presencial, pero la educación online sin acceso a internet simplemente no es factible", resalta el director de información de las Escuelas Públicas de Chicago (EE. UU.), Phillip DiBartolo.
Algunos distritos escolares están intentando cerrar la brecha digital de una vez por todas. El sistema escolar de Chicago se asoció en junio de 2020 con el Ayuntamiento de la ciudad y con algunos grupos filantrópicos para lanzar el programa Chicago Connected, que proporcionará internet de alta velocidad gratis durante cuatro años a aproximadamente 100.000 alumnos y sus familias. Más de 50.000 familias se apuntaron al programa en enero.
La clave de Chicago Connected es su asociación con proveedores de servicios de internet RCN y Comcast. El distrito escolar firmó un acuerdo de intercambio de datos que proporciona las direcciones de los alumnos, sin más información de identificación, a los ISP locales, que realizan una verificación de la posibilidad del servicio. Si una dirección se puede conectar a banda ancha por cable, las familias reciben un código para activar el servicio. Si eso no es posible, el distrito les da un punto de acceso a internet inalámbrico. Varias otras ciudades han lanzado esfuerzos similares, como PHLConnectED de Filadelfia (EE. UU.). El CEO del Distrito Escolar Metropolitano de Cleveland en Ohio (EE. UU.), Eric Gordon, está desarrollando un programa que permitiría al distrito pagar por el acceso a internet de los alumnos mientras estén en la escuela.
Gráficos: el de la izquierda muestra el acceso a dispositivos educativos y el de la derecha, a internet, para alumnos blancos (rojo), hispanos (verde) y negros (azul) en EE. UU.
El modelo de Chicago también inspiró al fundador y CEO de EducationSuperHighway, Evan Marwell. Esta organización sin ánimo de lucro y sus socios acaban de lograr su objetivo de instalar banda ancha en casi todos los edificios de aulas en Estados Unidos. En 2013, solo el 30 % de las escuelas de EE. UU. tenían buenas conexiones a internet. En 2020, el 99,3 % de las aulas estaban conectadas a un ancho de banda de alta velocidad y Marwell estaba a punto de disolver la organización.
Pero cuando empezó la COVID-19, su teléfono no paraba de sonar. Las personas que había conocido le pedían consejo sobre cómo llevar los servicios de internet a los alumnos que estudiaban en casa. Después de conocer el modelo de Chicago, Marwell se puso en contacto con varias asociaciones de telecomunicaciones y de cable para recrear ese modelo en otros lugares.
Hasta ahora, Marwell y su equipo han firmado acuerdos con la Asociación de Internet y Televisión (Internet and Television Association), USTelecom y otros para identificar a los alumnos que no tienen internet de banda ancha en casa y ayudar a los estados y distritos escolares a comprárselo.
No obstante, para cerrar la brecha para siempre, este tipo de esfuerzos necesitarán una financiación estable. En el último proyecto de ley de ayudas por la pandemia de COVID-19, el Congreso de EE. UU. ha destinado 2.689 millones de euros para el Programa temporal de Beneficios de Banda Ancha de Emergencia, que ofrecerá un descuento de 42 euros al mes a los hogares de bajos ingresos que cumplan con los requisitos. Los legisladores podrían intentar que ese beneficio sea permanente.
Otra solución podría provenir del programa federal E-Rate, que ha estado financiando la banda ancha en las escuelas. El año pasado tenía alrededor de 1.260 millones de euros de fondos no utilizados. Usar ese dinero para el acceso a internet de los alumnos requeriría que la Comisión Federal de Comunicaciones de EE. UU. hiciera cambios en sus normas, algo que había sido rechazado bajo la administración del anterior presidente, Donald Trump.
Marwell cree que, con suficientes fondos, EE. UU. podría cerrar la brecha digital de internet en casas en la mitad del tiempo que llevó cubrirla en las aulas estadounidenses porque ahora hay muchas empresas y escuelas que se dedican a este problema.
Un enfoque holístico
Limitarse a expandir el acceso a internet no logrará que la educación online funcione para todos ni arreglará la pérdida de aprendizaje que ya ha ocurrido. Con el fin de la pandemia a la vista, los educadores estadounidenses están pensando en cómo ayudar a los 53,1 millones de niños en guarderías y escuelas de todo el país a recuperar el tiempo perdido. Empiezan a hacer planes sobre cómo reiniciar la educación tradicional y, al mismo tiempo, preservar los beneficios del aprendizaje en remoto.
"Estar en persona construyendo una conexión con el alumno es lo mejor, y perder eso ha sido realmente duro", Andy Granados.
Gordon afirma que su personal está considerando distintas formas de ayudar a los alumnos a ponerse al día, como organizar campamentos de entrenamiento de fin de semana, clases nocturnas o agrupar a los alumnos de similares niveles de aprendizaje en aulas de edades mixtas.
Los investigadores también esperan apoyo para intervenciones académicas como las tutorías de mayor intensidad y las academias de aceleración de verano, con los alumnos en remoto o en persona. Reino Unido lanzó un programa nacional de tutorías o clases de refuerzo en las escuelas para abordar los retrasos en el aprendizaje debido a la COVID-19, y muchos investigadores especializados en la educación sugieren que EE. UU. debería hacer lo mismo. Los estudios demuestran que además de las clases regulares para el alumnado, las tutorías o clases particulares frecuentes y constantes pueden marcar una gran diferencia.
DiBartolo señala que la pandemia también está abriendo las mentes de los educadores a nuevas formas de integrar la tecnología en el aula, pero advierte que esto no puede sustituir la enseñanza humana. "Al fin y al cabo, siempre se necesita un maestro con talento para hacerlo posible", asegura.
Granados tiene muchas ganas de recuperar la normalidad en su escuela, y afirma: "Construir una conexión con el alumno en persona es lo mejor y perder eso ha sido realmente duro. Creo que muchos pensarán: 'Estoy deseando volver'".