Confirmar si el fosfano hallado en su atmósfera es consecuencia de la presencia de vida requerirá la colaboración de distintas misiones capaces de observar el planeta de forma directa. La más adecuada para empezar sería un orbitador, pero ninguna podrá empezar a enviar datos hasta dentro de varios años
Durante mucho tiempo, el papel de Venus fue secundario frente al de su hermano más rojo, más pequeño y más distante. Cuando la ciencia empezó a entender que nuestro vecino espacial era un lugar inhóspito, pasamos años depositando algunas de nuestras mayores esperanzas de encontrar signos de vida extraterrestre en Marte. Pero eso cambió de golpe la semana pasada.
El pasado lunes se anunció que se había detectado un gas peculiar llamado fosfano en las nubes sobre Venus. Aquí en la Tierra, este gas es producido por microbios, así que, tras descartar la mayoría de los procesos no biológicos conocidos, el hallazgo ha renovado las esperanzas de encontrar vida en Venus. Ahora solo hace falta comprobarlo.
"Para llegar al fondo de esta cuestión, tenemos que ir a Venus", afirma el científico planetario de la Universidad Estatal de Carolina del Norte (EE. UU.) y autoproclamado "evangélico de Venus" Paul Byrne. De hecho, podría ser el momento de pensar no solo en cuál debería ser la próxima misión a Venus, sino en cómo sería la nueva era de exploración venusina: una serie de misiones que explorarían Venus de forma conjunta igual que ahora mismo estamos haciendo con Marte.
Al fin y al cabo, no los instrumentos terrestres disponibles no pueden hacer gran cosa. "Venus es extremadamente brillante y la mayoría de los grandes telescopios terrestres no pueden observarlo adecuadamente", asegura la astrónoma del MIT y una de las coautoras del nuevo estudio sobre el fosfano Sara Seager. Este brillo, causado por el intenso reflejo de la luz solar en sus espesas nubes y resaltado por su proximidad a la Tierra, básicamente impide que nuestros instrumentos realicen observaciones detalladas del planeta. Es como tratar de mirar la carretera mientras las luces largas de otro coche apuntan en nuestra dirección. Los telescopios espaciales podrían funcionar mejor, pero Seager admite que todavía es demasiado pronto para saber si sufrirán el mismo problema.
Y aunque los telescopios en la Tierra pueden detectar rastros de fosfano y otros gases de interés, no hay forma de saber si los genera la vida o alguna otra química exótica, como la actividad volcánica. Si bien Seager y su equipo han descartado completamente las causas naturales conocidas de fosfano en Venus, el planeta podría albergar una geoquímica que no creíamos posible. Responder a estas preguntas y descartar por completo las explicaciones naturales nos obliga a acercarnos más a él.
¡Así que vamos a Venus!
Por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo. Las temperaturas en la superficie alcanzan niveles abrasadores de los 464 °C y las presiones son 89 veces más altas que en la Tierra. Solo la Unión Soviética ha aterrizado con éxito en la superficie de Venus: su módulo de aterrizaje Venera 13 funcionó durante 127 minutos antes de romperse en pedazos en 1982. No es fácil justificar el gasto de cientos de millones o incluso miles de millones de euros en una misión que podría terminar en cuestión de horas sin darnos las respuestas que necesitamos.
Por eso, un orbitador sería el inicio más sensato. A diferencia de las observaciones terrestres, los orbitadores pueden mirar la atmósfera e investigar mejor cómo el fosfano u otras posibles biofirmas cambian con el tiempo o en qué regiones están más concentradas. Ya tenemos experiencia con este tipo de misiones. El último gran orbitador de Venus fue la sonda Venus Express de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés), que estudió el planeta durante ocho años hasta que los ingenieros perdieron contacto con ella, probablemente porque se quedó sin combustible.
Actualmente, la única nave espacial que explora Venus es el orbitador japonés Akatsuki, que llegó ahí en 2015 para estudiar el clima y la meteorología del planeta. Su trabajo es importante a nivel científico, pero no tiene ningún instrumento capaz de sondear la química atmosférica y buscar signos de vida orgánica.
Un orbitador también presenta la oportunidad de realizar proyectos más atrevidos y aventurarse directamente en las nubes. Sería posible llevar a cabo una misión de retorno de muestras, en la que una nave espacial atravesaría la atmósfera y recogería un poco de gas para traerlo de vuelta a la Tierra para su análisis de laboratorio. Byrne señala que muchas propuestas a lo largo de los años han supuesto arrojar algo a la atmósfera para buscar más firmas biológicas o incluso materia orgánica. Para mantener una plataforma de este tipo en el aire durante el mayor tiempo posible (probablemente semanas o meses), los ingenieros han propuesto ralentizar su descenso utilizando globos o rotores.
Decisiones difíciles
Sin embargo, intentar encontrar vida en otro planeta no es un simple paseo desde el punto A al punto B. Ninguna misión a Venus podrá realizar todo el trabajo para responder a esa pregunta. La NASA ya tiene dos posibles misiones a Venus en marcha. DAVINCI + es una sonda que se sumergiría directamente en la atmósfera de Venus y estudiaría su composición química utilizando múltiples espectrómetros en el transcurso de un descenso de 63 minutos. VERITAS es un orbitador que usaría una combinación de radar y espectroscopia de infrarrojo cercano para mirar más allá de las densas nubes del planeta y ayudarnos a comprender la geología y la topografía de la superficie. Las investigaciones anteriores sugieren que el planeta podría tener volcanes activos y que alguna vez fue el hogar de océanos poco profundos, pero la incapacidad de mapear la superficie ópticamente ha hecho imposible verificar estas teorías.
Cada misión podría generar nuevas e interesantes pistas para acercarnos a determinar si hay vida allí, pero ninguna podría responder a esa pregunta por sí sola. Cuando se trata de fosfano, por ejemplo, DAVINCI + podría tener la suerte de comprobar en qué partes de la atmósfera se concentra este gas. Pero si se produce en la superficie, la sonda no necesariamente tendrá las herramientas para identificar la ubicación. VERITAS podría encontrar el sitio de una geoquímica extraña, pero sin realmente muestrear el fosfano directamente de las nubes, no habría suficientes pruebas para conectar los dos misterios.
Pensar a lo grande
Byrne es optimista acerca de ver un programa de exploración integral para Venus similar al de Marte. En este planeta hay orbitadores que toman imágenes del paisaje, miden el escape atmosférico y la química y examinan el clima. Hay róveres encargados de comprender la materia orgánica en el suelo y buscar señales de vida. Hay módulos de aterrizaje que analizan la geología interior y miden la actividad sísmica del planeta.
Imagine un programa similar en Venus, con varias misiones ejecutándose al mismo tiempo. Bajo dicho programa, tanto VERITAS como DAVINCI + trabajarían junto con otras misiones para aislar las biofirmas como el fosfano y verificar realmente si prueban la existencia de vida o no. Byrne opina: "No me gustaría tener que elegir un programa sobre el otro. Pero incluso si lograríamos realizar ambos, seguiría abogando por más misiones".
Estas dos misiones (más otras dos) están en proceso de ser aprobadas por la NASA el próximo abril. Las ventanas de lanzamiento a Venus (cuando el planeta está más cerca de la Tierra) ocurren aproximadamente cada 19 meses. Si se elige cualquiera de las dos misiones, ninguna se lanzaría hasta 2026 como pronto y tardaría al menos unos meses en llegar hasta ahí.
Por supuesto, es posible que se lancen otras misiones antes de esa fecha. La agencia espacial de India está debatiendo el lanzamiento en 2023 de un orbitador de Venus llamado Shukrayaan-1 para estudiar la química atmosférica. Rocket Lab, con sede en Nueva Zelanda, quiere lanzar un pequeño satélite llamado Photon para sobrevolar Venus también en 2023. Esa misión desplegaría una pequeña sonda en la atmósfera de Venus para recoger datos, aunque probablemente llevaría solo un instrumento, lo que limitaría el alcance de cualquier investigación resultante. Byrne señala que podría valer la pena buscar la creación de un programa a partir de múltiples misiones más baratas como Photon en vez de unas pocas muy caras como DAVINCI + y VERITAS. Seager afirma que sus planes inmediatos son "liderar un estudio de concepto para una misión ágil de bajo coste", en colaboración con el proyecto Breakthrough Initiatives (dirigido por el multimillonario ruso Yuri Milner).
Y aunque las misiones a la superficie son difíciles de llevar a cabo, siempre ha habido un flujo constante de propuestas sobre cómo mejorar la ingeniería de las naves espaciales para que los módulos de aterrizaje duren más. Una de ellas, presentada por los científicos de la NASA y bautizada como Exploración del Sistema Solar in situ de Larga Duración (Long-Lived In-situ Solar System Exploration), supone construir los componentes electrónicos y hardware capaces de soportar el duro entorno de Venus hasta 60 días. Sin embargo, ese tipo de módulo de aterrizaje probablemente no estará listo hasta la próxima década.
Incluso si no encontramos signos de vida en Venus, este trabajo también resultaría interesante: significaría que Venus y la Tierra eran dos planetas que comenzaron de manera muy similar y terminaron con destinos radicalmente diferentes. Byrne concluye: "Eso todavía plantea preguntas profundas que necesitan respuesta. Pero para responderlas, necesitamos un programa para estudiar ese planeta".