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Tecnología y Sociedad

El secreto de las cero muertes por coronavirus en Mongolia

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A pesar de haber registrado casos de COVID-19, el epidemiólogo del Centro Nacional de Salud Pública del país, Davaadorj Rendoo, explica cómo ninguno ha fallecido. Las claves de su éxito se basan en unas estrictas medidas de confinamiento así como en una gran previsión al principio de la pandemia

  • por Krithika Varagur | traducido por Ana Milutinovic
  • 01 Septiembre, 2020

Mongolia comparte con China la frontera terrestre más larga del mundo, pero su respuesta temprana y muy centralizada a la pandemia de coronavirus (COVID-19) ha sido tan efectiva que ni una sola persona ha muerto en este país sin litoral. El antiguo coronel del ejército convertido en funcionario de salud pública Davaadorj Rendoo, explica cómo Mongolia decretó su extenso régimen de cuarentena y cómo realizaron las pruebas de diagnóstico bajo el estado de emergencia.

Empezamos a oír hablar de la propagación del nuevo virus en China en la víspera de Año Nuevo. El 10 de enero, emitimos nuestro primer aviso público en el que dijimos a todos los habitantes de Mongolia que usaran mascarilla. 

Lo que pasa es que, en realidad, no tenemos un gran sistema público de salud y por eso nuestros líderes le tenían tanto miedo a la COVID-19. No tenemos muchos respiradores, por ejemplo. Si ocurría la transmisión comunitaria incluso solo una vez, temíamos que fuera un desastre para nosotros. Lo que estaba en la cabeza de todos era estar preparados antes de la propagación. Otra razón por la que teníamos tanta necesidad de proteger a la comunidad es porque contamos con la frontera terrestre más larga del mundo con China, 4.600 kilómetros, así como un continuo flujo humano relacionado con la educación y los negocios desde China a Mongolia.

0 muertes por la COVID-19 a 17 de agosto de 2020.

Mongolia es un país grande con una población escasa, alrededor de 3,2 millones de personas. Como nuestro clima es muy duro, seco y frío, todos los años, de noviembre a febrero, sufrimos una temporada terrible de gripe, y el Ministerio de Sanidad siempre recomienda a las personas mantener una buena higiene y lavarse las manos, especialmente a los niños pequeños. Por eso, muchas de nuestras sugerencias no eran nuevas. 

En enero empezamos a realizar pruebas de diagnóstico. Incluso comenzamos a analizar aleatoriamente a los pacientes con neumonía para detectar la COVID-19, pero no encontramos ni un solo paciente. Obtuvimos la mayoría de nuestros kits de pruebas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), incluidos los test rápidos, y conseguimos escalarlo con bastante rapidez.  

En febrero, iniciamos el retorno a casa de los mongoles que vivían en el extranjero y los sometimos a las pruebas de diagnóstico. 

No detectamos ni un solo caso local hasta el 9 de marzo. Se descubrió que un ciudadano francés que trabajaba en la provincia sureña de Dornogovi tenía el coronavirus. Desde ese día, el Ministerio de Sanidad ha estado informando diariamente sobre la situación para comunicar cuántos casos se habían importado y cuáles eran las áreas de alto riesgo. Después de conocer ese primer caso, la gente se volvió aún más obediente con nuestras instrucciones. Pero estábamos muy preparados para este caso. Realmente tuvimos suficiente tiempo para prepararnos. 

Con ese ciudadano francés, realizamos un rastreo de contactos muy extenso e identificamos a 120 personas que habían tenido algún contacto con él. Esta no era la primera vez que hacíamos un rastreo de contactos, eso había sido parte de la misión del Centro Nacional de Enfermedades Transmisibles desde sus inicios. Lo solemos llevar a cabo para todo tipo de enfermedades, incluidas las de transmisión sexual.

También abrimos una línea directa especializada sobre COVID-19 las 24 horas. La gente recibía todo tipo de bulos desde las redes sociales. Uno de los más famosos era que, debido a que los mongoles comen de manera muy saludable y mantienen un estilo de vida nómada tradicional, no contraeríamos el virus y que teníamos una "inmunidad natural". Otro gran bulo era que, con el clima tan frío y seco, el virus no sobrevivía aquí, sino solo en los ambientes cálidos y húmedos. Hoy en día, incluso la mayoría de los pastores y los pueblos nómadas tienen televisión por satélite con energía solar, por lo que aún pueden acceder a la información. 

Un efecto secundario de este confinamiento ha sido la importante reducción de los casos de gripe estacional, neumonía (un problema muy grave cada año) y enfermedades digestivas y transmitidas por los alimentos. 

Todavía estamos preocupados, pero nuestros ciudadanos lo están menos. Ahora es verano; el tiempo está mejorando. La gente se va de picnic, monta a caballo. Hemos establecido muchos controles de temperatura en lugares recreativos en los campos. Casi todos los espacios públicos, desde los centros comerciales hasta las farmacias, todavía requieren el uso de mascarillas. Pero nos damos cuenta de que en las zonas rurales no es posible llevar mascarilla todos los días.

No sabemos cuánto durará el estado de emergencia. Algunos de nuestros más altos cargos han dicho que nuestras fronteras se mantendrán cerradas indefinidamente. No podemos dar nada por sentado. En Japón, levantaron las restricciones y el virus volvió. Hasta el final de este verano, no vamos a aliviar la cuarentena en absoluto. Pero las escuelas tendrán que empezar en septiembre. Lo que todavía recomendamos a nuestra sociedad todos los días es que esté preparada, porque la transmisión comunitaria podría estar a la vuelta de la esquina.

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