Las escuelas de muchos países han retomado la actividad acompañadas de distintas medidas de seguridad. Sin embargo, todavía no sabemos si los niños están a salvo o pueden poner en riesgo a sus familiares, ni si el cierre de los centros tiene un impacto real en la trasmisión del coronavirus
El coronavirus (COVID-19) ha sido dañino y desconcertante para todos, especialmente para los niños. En marzo, los colegios de todo el mundo cerraron sus puertas, y muchos se mantendrán así hasta el otoño. Eso supone seis meses sin la normalidad de un día escolar, sin mencionar el importante parón sin educación formal para los muchos niños que no pueden acceder a las clases online.
Es un problema global. Según Naciones Unidas, los colegios han tenido que cerrar en 191 países, lo que ha afectado a más de 1.500 millones de alumnos y 63 millones de docentes. En muchos países, las escuelas se están reabriendo con cautela: en Alemania, Dinamarca, Vietnam, Nueva Zelanda y China, casi todos los niños están en sus pupitres de nuevo. Todos estos países tienen dos cosas en común: bajos niveles de contagio y una capacidad razonablemente sólida para rastrear brotes.
¿Qué pasa con Reino Unido y EE. UU.? Allí el número de casos es relativamente alto y los sistemas de rastreo aún están en las primeras fases. ¿Cómo sabrán cuándo es seguro que los niños vuelvan al colegio? Nunca podrá tener una garantía absoluta. Pero, para que los padres puedan medir el nivel de riesgo, se deben responder tres preguntas: ¿En qué medida son los niños susceptibles a la COVID-19? ¿Cuánto les afecta? ¿Pueden transmitirla a otros?
Sabemos que los niños tienen menos probabilidades de contraer la COVID-19 que los adultos. Su probabilidad es de aproximadamente la mitad, según un reciente estudio de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (LSHTM, por sus siglas en inglés) (Reino Unido) que se basa en los datos de China, Italia, Japón, Singapur, Canadá y Corea del Sur, publicado en Nature Medicine. Una encuesta de 149.760 personas con COVID-19 realizada por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU. encontró que los niños y jóvenes menores de 17 años, que son el 22 % de la población de EE. UU., representaban menos del 2 % de las infecciones confirmadas en Estados Unidos.
Estos hallazgos fueron respaldados por un metaanálisis de 18 estudios realizados por los investigadores del University College de Londres (Reino Unido), que descubrieron que los menores de 18 años tenían un 56 % menos de probabilidad que los adultos de contraer el coronavirus de una persona contagiada. Por otro lado, es probable que los niños mantengan contactos más cercanos con los demás que los adultos, especialmente en la escuela, lo que podría reducir el beneficio de ser menos propensos a contraer el virus en primer lugar. Aun así, los números parecen prometedores.
Si los niños se contagian a pesar de estos datos, ¿cuánto les afecta?
El estudio de la LSHTM sugiere que cuando los niños contraen la COVID-19, los efectos suelen ser muy leves. Solo uno de cada cinco entre 10 y 19 años tuvo síntomas clínicos, en comparación con el 69 % de los adultos mayores de 70 años. Resulta extremadamente improbable que los niños mueran por l coronavirus: durante las nueve semanas del pico de la pandemia en Inglaterra y Gales, solo cinco niños menores de 14 años fallecieron, de una población de casi 11 millones en ese grupo de edad, según los datos oficiales analizados por el experto en estadística David Spiegelhalter de la Universidad de Cambridge (Reino Unido).
Un artículo publicado en preprint en la revista Public Health encontró que hasta el 19 de mayo, en siete países solo hubo 44 muertes por la COVID-19 entre más de 137 millones de niños y jóvenes menores de 19 años. Se trata de una tasa de menor de uno entre en 3 millones. Sí que existe un nuevo y desagradable síndrome inflamatorio en niños relacionado con la COVID-19, similar a la enfermedad de Kawasaki, pero es extremadamente raro. "Se han registrado menos de 500 casos de este tipo en todo el mundo", destaca la profesora de medicina del Instituto Vanderbilt para Infección, Inmunología e Inflamación en Nashville, Tennessee (EE. UU.) Tina Hartert. El mensaje parece ser que los padres no deberían preocuparse excesivamente por lo que podría pasarles a sus hijos si contraen el virus.
La última pregunta crucial: ¿en qué medida los niños transmiten el coronavirus al contagiarse? "Si analizamos la literatura revisada por pares, el resultado es muy variado. La respuesta simple es que no lo sabemos", admite el experto en enfermedades infecciosas de la Universidad de Columbia (EE. UU.) Jeffrey Shaman. En febrero, un niño de nueve años con coronavirus en los Alpes franceses no transmitió el virus a nadie más a pesar de haberse expuesto a más de 170 personas, incluido el contacto cercano en la escuela. Sin embargo, no deberíamos basarnos demasiado en un único estudio. Por otro lado, los investigadores de la Universidad de Berlín (Alemania) realizaron los test a 3.712 pacientes con COVID-19, de los cuales 127 tenían menos de 20 años, y concluyeron que los niños podían portar la misma carga viral que los adultos, lo que parece correlacionarse con el nivel de contagio.
Uno de los mayores temores es que un niño contraiga el coronavirus en la escuela, lo lleve a casa y contagie a sus abuelos. El padre de dos niños de nueve y 11 años que vive en la ciudad costera de Kent (Reino Unido) Kirsten Minshall afirma: "El riesgo para los niños es bajo, y no parece problemático ni para mí ni para mi pareja, pero me preocupa que vuelvan a la escuela y luego vean a mis padres".
La posibilidad de que los niños lleven la COVID-19 a su hogar es real. Un estudio de China identificó tres ocasiones en las que un niño menor de 10 años fue el "caso índice" en su núcleo familiar. Pero la situación tampoco parece muy común.
El problema son los datos, o más bien la falta de ellos. Dado que los niños tienen menos probabilidades de contraer la COVID-19 y si ocurre, suelen mostrar síntomas más leves, es menos probable que vayan al médico o se sometan a test de diagnóstico. Eso hace que resulte difícil obtener datos fiables y de alta calidad sobre esta cuestión.
Para resolver ese problema un gran estudio en Estados Unidos financiado por los Institutos Nacionales de Salud que empezó el mes pasado debería ayudar. La investigación analizará los hisopos nasales de casi 2.000 familias en 10 ciudades cada dos semanas. El objetivo es determinar qué papel juegan los niños en la transmisión, afirma Hartert, quien dirige el estudio. Acaba de finalizar la inscripción de los participantes y los primeros resultados se esperan en unas semanas.
Las encuestas serológicas en toda la población, que buscan la presencia de anticuerpos contra la COVID-19 en sangre, también ayudarán a cubrir la brecha de los datos. Asimismo, los estudios que comparan las áreas donde las escuelas han reabierto y aquellas donde no podrían ser de gran ayuda. Si se termina demostrando que los niños son menos susceptibles al contagio, eso sugeriría que cerrar las escuelas no será tan importante para reducir la transmisión en la sociedad, destaca la modeladora de enfermedades infecciosas en LSHTM que participó en el estudio, Rosalind Eggo. Sin embargo, advierte que es complicado separar el cierre de las escuelas de todas las otras medidas que se tomaron al inicio de la pandemia.
"Es muy difícil determinar qué ocurrió con la transmisión cuando cerraron las escuelas, porque pasó al mismo tiempo que muchas otras medidas, como el confinamiento general, el distanciamiento y una mayor higiene", explica.
Pero nada de esto se dirige a un grupo importante, sin el cual ninguna escuela podría funcionar: los profesores. "Algunos profesores son mayores y no hay una respuesta fácil para ellos. Se enfrentan a un riesgo increíblemente alto", advierte Hartert. Muchas de las escuelas que se han reabierto en todo el mundo han introducido medidas de distanciamiento y horarios distintos para minimizar el contacto entre los grupos escolares.
La profesora de biología de la Alexandra Park School de Londres Marleen Slingenbergh donde algunas escuelas se han vuelto a abrir para una pequeña parte de sus alumnos, afirma: "Me da menos miedo dar clase que ir al supermercado". Se siente así porque la escuela ha priorizado la seguridad: los alumnos deben desinfectarse las manos entre clase y clase, los maestros deben permanecer al menos a dos metros de distancia de los alumnos y hay una estricta norma de usar el baño "uno por uno", por ejemplo.
A pesar de todo, la mayoría de los alumnos aún no ha regresado a sus escuelas. Slingenbergh teme que no sea posible mantener estas medidas de seguridad cuando el colegio se llene por completo en septiembre. Y añade: "Con una semana presencial, y otra no, sería posible. Cuando tengamos 1.600 alumnos, será complicado, especialmente durante el cambio entre las clases".
Finalmente, lo crucial para las escuelas podría residir en su capacidad de responder con flexibilidad, controlando de cerca cualquier posible brote y cerrando rápidamente cuando sea necesario.
Es comprensible que los padres estén presionando para mantener a sus hijos seguros, y muchos todavía no se sienten cómodos enviándolos de nuevo a la escuela, opina Slingenbergh. Pero la mayoría reconoce que se trata de un equilibrio delicado. "Se trata de sopesar los riesgos de la COVID-19, que los niños reciban la educación adecuada y de cuidar su salud mental", concluye Minshall.