De nada sirve financiar investigaciones si no se traducen en soluciones. Más allá del coronavirus, nos enfrentamos a problemas grandes y complejos, como el cambio climático, que no se resolverán con pequeños ajustes de presupuesto. Debemos cambiar el enfoque de I+D y reconectar el mundo académico y el industrial
A principios de marzo mucha gente empezó a llamarme para intentar responder a lo que claramente se estaba convirtiendo en una pandemia global. Una agencia gubernamental de EE. UU. que financia I+D pedía ayuda para conectar a sus equipos de investigación con expertos para intensificar sus esfuerzos y en la fabricación. Un laboratorio universitario buscaba a técnicos del Gobierno estadounidense o de la industria con conocimientos sobre la cadena de suministro de respiradores. Otros organismos gubernamentales de EE. UU. querían ponerse en contacto con las start-ups del sector de impresión en 3D, respiradores y equipos de protección personal. Me llamaban a mí porque durante mi carrera trabajé en ciencia y tecnología para el Gobierno de EE. UU., para la industria y para el ámbito académico, por lo que represento un extraño punto de conexión entre los tres mundos.
Lo que realmente me preguntaban era: "¿Cómo podemos sacar nuestra investigación del laboratorio y ponerla en primera línea en la lucha contra la COVID-19?" Estaba claro que, en realidad, nadie estaba preparado para hacerlo. De repente, el personal del Gobierno y de las universidades había pasado del modo "investigación" al modo "soluciones". Fue algo muy alentador, pero me di cuenta de que pudimos haber evitado todo esto si simplemente hubiéramos estado más orientados hacia las soluciones desde el principio.
El Gobierno de Estados Unidos invierte cientos de miles de millones de euros cada año, más que cualquier otro gobierno del mundo, para mantenerse a la vanguardia de la ciencia y la tecnología. No obstante, cuando se produjo esta crisis tan increíblemente predecible se quedó completamente desprevenido.
Se trata de un fracaso de la política científica moderna de Estados Unidos, que se remonta a la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, los encargados de formular políticas pidieron al Congreso de EE. UU. que fortaleciera las líneas de talento e ideas científicas de la nación. Lo que siguió fue la época dorada: una enorme ampliación del apoyo gubernamental a la investigación y educación básicas para dotar un gran conjunto de laboratorios de I+D aplicados dentro de la industria. Gracias a esta unión de fuerzas, el país aceleró el ritmo de los descubrimientos científicos y sentó las bases tecnológicas de toda la economía moderna en las telecomunicaciones, espacio, defensa y sanidad. Y luego nos hemos quedado dormidos al volante.
El problema es que, aunque el mundo ha cambiado drásticamente desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos sigue, en gran medida, con el mismo plan de acción en cuanto a la política científica.
Hemos logrado construir la infraestructura más poderosa del mundo para la investigación académica, pero actuamos como si esa fuera la única prioridad. Mientras tanto, nuestra capacidad de convertir los avances científicos en soluciones prácticas se ha debilitado. Estados Unidos gasta más en investigación sobre la salud humana que en la agricultura, el espacio y la energía juntos. Sin embargo, no estábamos preparados para la COVID-19, no porque no estuviéramos invirtiendo lo suficiente, sino porque no lo hacíamos de manera efectiva.
Afortunadamente, hay tres cosas que podemos hacer para cambiarlo.
1. No financiar solo la investigación, sino también las soluciones
Es fácil comprobar cuánto dinero se gastó EE. UU. el año pasado en ciencias biológicas, pero no resulta sencillo calcular cuánto se invirtió en la prevención y respuesta ante una pandemia. Esto se debe a que, fuera del ámbito militar, el sistema estadounidense está pensado para financiar investigaciones, pero no soluciones. Las universidades obtienen la mayor parte de los fondos federales para la investigación, junto con los laboratorios del Gobierno y otros sin ánimo de lucro. Estas instituciones están organizadas principalmente en torno a las distintas disciplinas científicas, con incentivos para fomentar los descubrimientos y las publicaciones. Así que, aunque Estados Unidos financió una enorme cantidad de investigación en áreas como la inmunología y las enfermedades infecciosas, se gastó relativamente poco en traducir esos descubrimientos en preparación práctica para una epidemia. Resulta que necesitábamos ambas.
Al reconocer la necesidad de soluciones, EE. UU. ha comenzado a financiar grandes concursos y centros de investigación interdisciplinaria centrados en problemas específicos, como el desarrollo de la mejor y más barata energía solar y baterías de próxima generación. Estas iniciativas son un paso en la dirección correcta, pero siguen siendo una excepción. Y aunque su objetivo es impulsar los resultados prácticos de la tecnología, su financiación se suele dirigir a los mismos investigadores académicos y gubernamentales cuyas carreras dependen de sus descubrimientos, de publicarlos en revistas y presentarlos en conferencias. Si queremos diferentes resultados, necesitaremos otro tipo de incentivos.
2. Superar nuestra aversión a financiar la investigación industrial
Las grandes corporaciones han dejado de financiar la innovación científica en las primeras etapas. El Gobierno de Estados Unidos no ha reaccionado a eso. El apoyo del Gobierno a la investigación del sector privado ha disminuido a aproximadamente una cuarta parte de lo que era hace 50 años. El resultado es que las personas de la industria que saben cómo implementar alguna tecnología tienen menos contacto que nunca con la investigación de vanguardia y con las prioridades gubernamentales. Y dado que la investigación financiada por el Gobierno de EE. UU. se ha separado tanto de la industria, dispone de pocos medios para comprobar y escalar las tecnologías críticas como, por ejemplo, las vacunas en una pandemia.
Lo que resulta aún peor es que en el Gobierno estadounidense no está contemplado apoyar el modo más vibrante de la investigación industrial actual: las start-ups. Las empresas privadas están categóricamente excluidas de la posibilidad de solicitar la mayoría de los fondos federales de investigación, y las start-ups cuentan con una desventaja especial porque las reglas de financiación se crearon para una época en la que solo las grandes instituciones podían realizar serias investigaciones científicas.
La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) de EE. UU. es uno de los pocos organismos gubernamentales con la flexibilidad para financiar la mejor investigación donde sea que esté, y eso ha dado muy buenos resultados en la preparación para la COVID-19. Moderna Therapeutics es una de varias compañías que desarrollan vacunas que surgieron de las investigaciones financiadas por DARPA en la etapa inicial. Aun así, incluso DARPA necesita mejores conexiones con la experiencia industrial. La agencia está desarrollando formas para que los empresarios experimentados trabajen con los investigadores de DARPA con el fin de reducir más rápido la brecha entre la industria y la investigación en áreas que van desde la biotecnología hasta la microelectrónica.
3. Dedicarse ahora a lo que importa para el futuro
El sistema estadounidense está demasiado arraigado en las prioridades y enfoques de investigación del siglo pasado. No consigue centrarse en las cuestiones importantes para nuestro futuro, como el cambio climático, la seguridad de la información y el envejecimiento de la infraestructura.
El actual conjunto de investigación de Estados Unidos, por ejemplo, subestima de forma flagrante los riesgos de las emisiones de dióxido de carbono. Por cada dólar que Estados Unidos gasta en la investigación biológica y médica, solo 15 centavos se destinan a la investigación en química y física, a pesar del enorme potencial de avances en la captura de carbono, el almacenamiento de energía o la energía de fusión. Para poder estar preparados para nuestro futuro, necesitamos estas soluciones ya.
Los problemas que nos esperan son grandes y complejos. No se pueden resolver con pequeños ajustes en el presupuesto. Necesitamos importantes cambios y enfoques totalmente diferentes.
Pero no se trata de un juego en el que unos ganan y otros pierden. Estados Unidos puede llevar a cabo todo lo que sugiero sin perder lo que ha hecho que su sistema de investigación sea tan fuerte hoy en día: el poderoso apoyo a la investigación exploratoria, a las venerables universidades y a los laboratorios gubernamentales, y la firme apuesta por la seguridad, la salud y la prosperidad de sus ciudadanos.
La COVID-19 es una crisis terrible. Pero también es una oportunidad para replantear cómo la investigación respaldada por el Gobierno podría servir mejor a la sociedad. Esperemos que nuestros responsables políticos estén prestando atención.