La historiadora de la tecnología Mar Hicks explica cómo las catástrofes pueden servir para revelar desigualdades estructurales y obligar a solucionarlas, y culpa al diseño de los sistemas sanitarios, políticos, económicos y sociales de los devastadores y previsibles efectos de la pandemia de coronavirus
¿Cuál ha sido el papel de los desastres en los cambios de la sociedad a lo largo de la historia?
Los desastres tienden a poner en evidencia los fallos estructurales y las desigualdades estructurales a largo plazo. Provocan un punto de crisis. E, idealmente, estos terribles acontecimientos acaban obligando las personas a considerar los problemas de actualidad que han sido ignorados por los líderes en el poder.
Usted hace una distinción entre desastres útiles e inútiles. ¿Qué provoca que un desastre acabe de una forma u otra?
Un desastre útil produce cambios regulatorios o legislativos de alguna manera. Pero nunca debería entenderse de forma simplista cuando nos referimos a un desastre útil de alguna forma. Siempre debemos tener en cuenta el hecho de que, en casi todos los casos, algunas personas murieron y otras vidas se arruinaron.
Uno de los primeros desastres que estudiamos en el curso es un episodio de cólera en Londres (Reino Unido) a mediados del siglo XIX, un desastre que resultó realmente útil para que la capital británica creara más alcantarillas para que el agua potable no se mezclara con la residual.
Uno de los aspectos negativos es que un desastre útil es aquel que casi siempre y únicamente se nota cuando afecta a las personas más ricas y más privilegiadas de una sociedad. Muchos desastres "inútiles" ocurrieron cuando las personas afectadas fueron desproporcionadamente pobres o minoritarias. No se consideraba que sus problemas fueran cosa de los de los líderes en el poder o de todos los ciudadanos, y se podían dejar a un lado.
¿Cree que la pandemia actual corre el riesgo de convertirse en un desastre inútil?
No me gustaría pronunciarme de manera firme sobre eso todavía, porque las cosas aún se están desarrollando. Pero si miramos atrás en la historia y vemos cómo suelen ocurrir los cambios, definitivamente estamos en riesgo de no tener esos mecanismos.
¿Podría dar un ejemplo de cómo los diferentes sistemas (sociales, políticos, tecnológicos) han colaborado en el pasado para generar cambios después de un desastre?
El desastre del coronavirus (COVID-19) no es un acontecimiento puntual sino una combinación de fallos sistémicos e infraestructurales que han tenido lugar a lo largo de muchos años. Los resultados a los que nos enfrentamos actualmente pueden parecer inesperados, pero en realidad han sido diseñados por nuestros sistemas sanitarios, políticos, económicos y sociales.
El ejemplo de la industria automotriz desde principios a mediados del siglo XX pone de manifiesto la necesidad de pensar en cómo los desastres son tanto repentinos como graduales.
En aquel momento entró en juego una nueva tecnología. Luego, mientras se construía la infraestructura vial, mucha gente empezó a perder la vida o a acabar mutilada, dándose golpes en los salpicaderos que tenían bordes afilados, o se empalaban en las columnas de dirección, todo porque los fabricantes de coches se negaron a invertir tiempo y dinero extra para colocar columnas de dirección plegables o hacer que los cinturones de seguridad fueran obligatorios.
El gran impulso se produjo a mediados del siglo XX, en gran parte dirigido por los defensores de la seguridad del consumidor como Ralph Nader, para intentar que el Gobierno de EE. UU. prestara atención. La gente llevaba mucho tiempo sabiendo lo que estaba mal: los médicos llevaban décadas adaptando sus propios coches con cinturones de seguridad. Pero hubo que presionar mucho hasta crear la voluntad política de decir que los fabricantes de coches debían regularse y que los coches debían tener cierto equipo de seguridad.
Al mismo tiempo, las leyes no eran suficientes. También hacía falta una agencia que garantizara que los fabricantes de coches cumplieran estas leyes. Así nació la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras de EE. UU. El precio de salir de un desastre es este proceso constante de tratar de mitigar los daños y planificar los sistemas para que no escalen de una manera perjudicial.
También se puede analizar el historial de la contaminación y la creación de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA, por sus siglas en inglés) de EE. UU. O cómo el incendio de la fábrica Triangle en 1911 dio pie a muchas leyes laborales. A menudo, estos desastres provocan cambios, pero solo si se lucha por ellos. Algunas personas realmente arriesgan sus vidas y luego tienen que asegurarse constantemente de que esos cambios no se reviertan.
Teniendo en cuenta que usted ha experimentado personalmente esta pandemia, ¿cómo ha utilizado la historia para dar sentido a los desafíos a los que nos enfrentamos actualmente?
En general, con nuestra situación actual, parece que tenemos un buen manejo de las causas fundamentales de lo que está ocurriendo, pero estamos teniendo muchos problemas para movilizar el apoyo necesario para las posibles soluciones. Algo que es realmente difícil en cuanto los desastres de salud pública es que incluso en las democracias, las medidas de salud pública deben ser en gran medida obligatorias. Como las vacunas y los sistemas del alcantarillado sanitario: no se puede optar por no participar como ciudadano en estos sistemas, porque entonces no funcionan.
Eso plantea muchas cuestiones espinosas con respecto al autoritarismo. Especialmente en un momento de crisis, los gobiernos suelen extralimitarse. Pero, sin medidas de salud pública desde arriba hacia abajo es imposible mitigar y detener la propagación de un virus.
La gente está muy preocupada de que la respuesta a la COVID-19 se utilice como excusa para socavar la protección de la privacidad. ¿Qué lecciones existen sobre cómo prevenir este tipo de abuso?
Si retrocedemos al 11 de septiembre de 2001, se creó un momento propicio para que los gobiernos pusieran en práctica instrumentos para revocar derechos civiles de las personas y nunca volver a revertirlos. En otras palabras, los derechos no se pierden solo mientras dura la crisis sino durante un futuro próximo, y posiblemente para siempre.
Lamentablemente, una de las lecciones más importantes que podemos aprender de los desastres anteriores es que hay que tener una respuesta sólida a los desastres. No podemos permitir que un desastre llegue al punto en el que debemos correr para resolverlo con medidas autoritarias realmente estrictas o en el que la vigilancia y la anulación del derecho a la privacidad de las personas parecen necesarias. Cuando eso se pone en marcha, resulta muy difícil detener el deslizamiento hacia cada vez más medidas que eliminan la privacidad al servicio de un bien mayor.
¿Ya hemos pasado ese punto?
No creo que nada sea una conclusión predecible, y creo que los gobiernos están intentando ser muy sensibles con este tema. Pero sí considero que a nivel federal [Gobierno de EE. UU.] tenemos una verdadera crisis de liderazgo. Se tomaron muchas decisiones equivocadas para llevarnos a esta situación.
Parece que nunca habíamos visto un desastre que haya afectado tanto a todo el mundo a la vez. Eso significa que no tenemos un órgano de gobierno concreto para asumir la responsabilidad de crear nuevos tipos de regulaciones. ¿Cómo eso cambia el desafío de la recuperación?
Definitivamente es un desafío, pero hay precedentes de lo que está ocurriendo ahora. Ya hemos visto a otras pandemias que cruzaban fronteras. También se pueden analizar prácticamente todas las situaciones en las que una guerra afectaba a muchos países diferentes, o en la memoria más reciente, los desastres económicos como la crisis económica de 2008.
Una de las razones por las que este desastre puede parecer diferente es que ciertos países, incluido Estados Unidos, no estaban preparados, por lo que la situación se agravó muy rápido. Pero la crisis de la COVID-19 no es muy distinta a otros desastres en los que hemos necesitado cooperación nacional e internacional para intentar actuar como para reducir las emisiones de carbono y en los que tampoco hemos tenido una respuesta adecuada.
¿Es inevitable que siempre ignoremos las advertencias hasta que ocurra un desastre?
Lo que pasa es que, muchas veces, las advertencias no se ignoran. Pero cuando la infraestructura funciona, no las vemos. Cuando en realidad hay una buena respuesta federal al desastre, este se ataja por completo. Así que, la pregunta sería ¿necesitamos estos desastres para lograr un cambio sistémico? No lo creo. Pero a veces los que están en el poder no se ven obligados a actuar sin un desastre imposible de ignorar.