Parece casi inevitable que el hombre regrese al satélite en los próximos años. Pero una nueva misión lunar resulta difícil de justificar en términos geopolíticos, tecnológicos y económicos. De momento, su mayor atractivo son las vistas
Después de crear la compañía que más compras ha entregado a los clientes en el mundo, el CEO de Amazon, Jeff Bezos, ahora está al frente a una nave espacial para llevar las cosas aún más lejos. Se llama Blue Moon (Luna Azul), y su forma de bloque, en la que destaca un tanque de hidrógeno esférico, se encuentra iluminada en un escenario de un tono apropiadamente apagado pero etéreo.
Con una capacidad de carga útil de 4.500 kilogramos, Blue Moon es el mayor alunizador diseñado desde que Grumman construyó el módulo lunar Apolo en la década de 1960. Podría volar (si ese es el término más adecuado para una nave sin alas) en los próximos años, afirma Bezos a su público en Washington (EE. UU.). Lo más probable es que tarde un poco más. Pero aun así, hay muchas probabilidades de que la Blue Moon alcance la Luna, y de que una de sus futuras versiones logre llevar a una tripulación humana.
La NASA necesitará bastante ayuda de compañías aeroespaciales privadas, como la propia Blue Origin de Bezos, para cumplir el objetivo que el vicepresidente de EE. UU. Mike Pence, anunció unas semanas antes de la presentación de Blue Moon el 9 de mayo. Pence tiene intención de volver a llevar a un estadounidense a la Luna para 2024. El 16 de mayo, la NASA anunció contratos para estudios y prototipos con 11 empresas interesadas en proporcionarle módulos de aterrizaje lunar y otras naves espaciales; Blue Moon obtuvo fondos, al igual que un módulo lunar aún sin nombre, incluso más grande que SpaceX de Elon Musk. (Otra de las 11 compañías seleccionadas es Masten Space Systems, mucho más pequeña y con menos recursos).
El impulso de Pence no parece estar justificado más allá de impedir que China se apodere del "terreno lunar estratégico" (ver Un agujero legal podría provocar una guerra por las 'zonas vip' de la Luna). Es cierto que cuando China construya el nuevo gran cohete que sus ingenieros están diseñando, el Long March 9, y adquiera experiencia en operaciones espaciales a través de su propia estación espacial, llegar a la Luna debería ser su siguiente paso lógico. Pero dado que el programa espacial chino se caracteriza por avances lentos y bien pensados, su hazaña parece más probable para para la década de 2030 que para la de 2020. La urgencia de Pence podría tener más que ver con simple el hecho de que, si Donald Trump gana el segundo mandato presidencial, un aterrizaje en la Luna de 2024 podría ocurrir durante la campaña de Pence para convertirse en presidente de EE. UU.
La incómoda verdad sobre cualquier viaje a la Luna es que el satélite en sí es casi lo de menos. Para Pence se trata de una mezcla entre política y China; para China también se trata de China. Para Musk es una distracción de camino a Marte, pero él la aceptará si otros la pagan o si la publicidad es buena. Para Bezos, un trampolín para una mayor visión del espacio y del destino humano.
Su sueño coindice con el del profesor de la Universidad de Princeton (EE. UU.) Gerard K. O'Neill quien, en la década de 1970, propuso construir grandes empresas en órbita, y alojar a sus trabajadores y gerentes en hábitats rotatorios, del tamaño de una ciudad. Desde esta perspectiva, en el mejor de los casos, la Luna es vista como una fuente útil de materias primas que podría explotarse hasta que se masifique la minería de asteroides.
El programa Apolo tampoco tuvo demasiado que ver con la Luna. Fue impulsado para mostrar al mundo, y a los propios ciudadanos de Estados Unidos, que el sistema capitalista podía lograr más hazañas que el socialista de la Unión Soviética. El hecho de que ir a la Luna fuera tan difícil y caro era lo más importante. O como dijo el entonces presidente Kennedy en 1961: "Elegimos ir a la Luna en esta década y hacer otras cosas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles". Hacer algo que no era barato ni fácil era un ejemplo de lo mucho que Estados Unidos estaba dispuesto a esforzarse por un proyecto extraordinario. La Luna en sí no era lo esencial, de hecho, al principio, Kennedy rechazaba la idea totalmente. En su opinión, dominar las plantas de desalinización que proporcionarían agua dulce ilimitada para todos podrían ser una mejor muestra de la supremacía tecnológica de Estados Unidos.
Foto: Jeff Bezos durante la presentación del módulo que usaría para llevar a los humanos a la Luna. Créditos: Mark Wilson / Getty Images.
Pero el mundo quedó fascinado por el espacio, y la fascinación aumentó después de que Yuri Gagarin se convirtiera en la primera persona en viajar al espacio en abril de 1961. Este hito dejó claro que Estados Unidos no estaba a la altura de la Unión Soviética. En 1957 el Sputnik le pilló totalmente por sorpresa; y Kennedy pronunció su famoso discurso, el país aún no había lanzado a ningún astronauta a la órbita. Parte del atractivo del programa lunar fue su capacidad para superar esa deficiencia. Aunque la Unión Soviética tenía mejores cohetes para llevar personas a la órbita, sus cohetes no estaban más cerca de llegar a la Luna que los de EE. UU. Con lo que equivaldría a unos 105.000 millones de euros actuales, EE. UU. superó a sus rivales. Se creó un símbolo supremo del logro nacional, y eso fue suficiente; la Luna podía seguir su camino sin la interferencia de los vecinos.
La rivalidad geopolítica actual con China que Pence señaló no es como la de la Guerra Fría (ver Decir que EE. UU. y China libran una guerra fría ni es cierto ni ayuda a nadie). China puede pensar que enviar a la gente a la Luna sería un buen símbolo, gratificante para los de casa e impresionante en el extranjero. Pero no asombraría al mundo como lo hizo el programa Apolo, y las huellas chinas sobre la superficie lunar no consolidarán la reputación china en liderazgo tecnológico. Ese es el trabajo de la política industrial hasta hace poco conocido como "Made in China 2025", que busca que las compañías chinas lideren el mundo en 10 áreas tecnológicas terrenales y con ánimo de lucro. Es cierto que la "equipación aeroespacial" es una de esas áreas, pero es solo una, y "Made in China" se refiere principalmente a lo que los chinos pueden consumir en millones y las empresas chinas pueden exportar. Los cohetes lunares no forman parte de ninguna de las dos opciones.
Por todo esto, el simbolismo sigue teniendo mucho peso. Si China se tomara en serio la idea de ir a la Luna, Estados Unidos tendría dos opciones. Podría quitar peso a su misión diciendo que la Luna es algo del siglo pasado, o también podría diseñar sus propios planes. La primera opción puede sonar poco convincente, y la segunda sería como jugar al gato y al ratón. Así que intentar ir por delante desde el principio, como hace Pence, parece una estrategia plausible. Se puede ver como un pago de mantenimiento del gran símbolo de Apolo. Si China llega a la Luna y Estados Unidos no, entonces la grandeza que el programa Apolo consiguió en 1969 se perdería.
Pero la Luna tiene sentido por otras razones. EE. UU. tiene un programa de vuelo espacial con humanos y no quiere desecharlo. La Estación Espacial Internacional es un proyecto terminado; e ir a Marte es mucho más difícil. Si el país se quiere hacer algo con personas en el espacio (algo que no todas las administraciones de EE. UU. apoyan), la Luna parece el próximo objetivo obvio. Y las tecnologías actuales deberían facilitar las cosas mucho frente a la década de 1960. Entonces, ¿por qué perder el tiempo y dejar que una administración posterior se lleve el mérito? Como un honesto contemporáneo, Kennedy podría decir: "No elegimos ir a la Luna, pero sentimos que debemos hacerlo, y aunque no sea muy fácil, tampoco parece tan difícil. Incluso podría ser genial".
Pero más allá de demostrar una tecnología de vanguardia y de posicionarse geopolíticamente, la recompensa de volver a la Luna estriba sobre dos patas. Una es el hecho de que, realmente, no parece tan difícil. La otra es el nuevo atractivo cuasi realista que la Luna ha adquirido a lo largo de sus décadas sin visitas humanas.
Si Kennedy fuera un honesto contemporáneo, podría decir: "No elegimos ir a la Luna, pero sentimos que debemos hacerlo, y aunque no sea muy fácil, tampoco parece tan difícil. Incluso podría ser genial".
Desde que el programa Apolo se canceló, las personas que deseaban volver a la Luna hablaban sobre los recursos que podría generar. En las últimas dos décadas, esta especulación se ha centrado en los polos de la Luna. Debido el satélite se encuentra muy recto sobre su órbita, sus polos están llenos de cráteres en los que el sol nunca brilla. Algunos astrónomos llevan mucho tiempo suponiendo que, a lo largo de los milenios, los impactos de los cometas han dejado atmósferas tenues y transitorias congeladas en estas trampas frías. Un creciente cuerpo de evidencia lo sugiere firmemente.
Esos residuos de cometas probablemente se componen de una mezcla de agua, amoníaco, monóxido de carbono, etcétera, que podrían ser una fuente de elementos ligeros (hidrógeno, carbono, nitrógeno) de los que la Luna carece de forma natural. Si estos elementos pudieran usarse para fabricar alimentos in situ, construir una base lunar se vuelve más plausible. Además, las moléculas ligeras, como el hidrógeno y el metano, son buenos combustibles para cohetes. La posibilidad de refinar combustible a partir del hielo lunar permitiría que explorar más zonas de la Luna y regresar a la Tierra fuera mucho más fácil y barato.
Y lo que es mejor, algunos empresarios creen dada la poca gravedad de la Luna, podría ser más barato enviar combustible para cohetes desde allí a una nave que desde la superficie de la Tierra. De este modo, la Luna se convertiría en una fuente de riqueza y en un componente vital de la industrialización espacial, favorecida por Bezos y sus semejantes.
Pero esto nos lleva a la paradoja de los recursos lunares. Si se crea un mercado de combustibles orbitales lo suficientemente grande como para que una base lunar tenga sentido, se crearía una gran economía espacial. Si esto sucediera, significaría que el coste de enviar algo al espacio sería mucho más barato. Pero si los lanzamientos desde la Tierra se vuelven mucho más baratos, ¿quién querría pagar los altos costes de establecer una base de suministro en la Luna? Solo una demanda de elementos ligeros en el espacio podría justificar el gasto de una base lunar si el coste del lanzamiento desde la Tierra a la órbita es tan bajo como para socavar el mercado de dichos suministros lunares.
No obstante, el escepticismo sobre esta propuesta podría demostrarse erróneo. La historia económica suele funcionar de manera extraña, produciendo nichos que casi nadie prevé. El hecho de que la gente quiera ir a la Luna no es más que el resultado de que pronto podrán hacerlo, ya que viajar a la Luna no será tan difícil. El rico empresario de la moda japonesa, Yusaku Maezawa, ha firmado un contrato con SpaceX para un viaje alrededor de la Luna, no a su superficie, simplemente porque quiere ir, y llevar a un equipo de artistas con él para ver el efecto.
Más allá de fama, prestigio y tecnología, lo único que la Luna ha demostrado ofrecer son unas buenas vistas. El hecho de que más personas puedan contemplar los hostiles esplendores de la Luna, y que dichas personas representen mejor a la humanidad en su conjunto y no solo al hombre blanco, podría justificar el viaje en sí mismo. Dado que la lógica de los programas espaciales con fines concretos implica que volver a la Luna debe ser probable, este beneficio será bienvenido. En futuro podría convertirse incluso en el argumento principal.