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La teórica de la arquitectura y profesora de la Universidad de Princeton Beatriz Colomina.

Tecnología y Sociedad

"Hay clientes que preguntan cómo de 'instagrameable' será su edificio"

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Como miembro de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Princeton, la arquitecta española Beatriz Colomina analiza cómo la innovación en la arquitectura puede influir positivamente en aspectos tan dispares como la enfermedad, las nuevas formas de trabajo y el bienestar social

  • por Patricia Ruiz Guevara | traducido por
  • 09 Abril, 2018

Detrás del diseño de un edificio no solo hay bocetos y planos. La arquitectura tiene implicaciones sociales y humanas que pueden transformarlo todo, desde el entorno de trabajo a los espacios de una ciudad. Así lo afirma la arquitecta madrileña (España) Beatriz Colomina, una referente mundial en el estudio teórico de la arquitectura, que desde 1988 forma parte de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Princeton (EE. UU.).

En su cabeza bullen sin parar ideas que relacionan su campo de estudio con conceptos aparentemente tan alejados como la tuberculosis, la radio y las redes sociales. Colomina, que sostiene que "ya va siendo hora de que las escuelas y las firmas de arquitectos cambien", arroja una mirada entusiasta, necesaria e interesante sobre la evolución y el futuro de esta disciplina.

¿Cuál es la importancia de la arquitectura en el día a día de las personas?

Es parte de la vida y de la cultura, como el cine, la fotografía, la música, el teatro y la literatura, y nos ayuda a entender en qué momento estamos como sociedad. Para los arquitectos también es una pregunta constante: cada vez que vemos un edificio o una obra nos preguntamos por qué se ha hecho cierta cosa de una u otra manera.

También tiene una implicación social y política. Hay muchos profesionales que, en los últimos años, se han dedicado a ayudar en situaciones donde hacía falta la pericia del arquitecto, como el grupo de investigadores Forensic Architecture y otros que trabajan con diferentes ONG para ayudar en tragedias humanitarias.

"El arquitecto pasa a ser como un psicoanalista que, en vez de escuchar los problemas físicos, debe prestar atención a los psicológicos para diseñar mejor los edificios"

Usted estudia la relación de la arquitectura con aspectos que, a priori, no parecen tener nada que ver. Uno de ellos es la salud, ¿cómo funciona esta relación?

Es un tema realmente importante, ya que la arquitectura tiene en cuenta al habitante y sus enfermedades. Ya antes de Cristo, Vitruvio decía que el arquitecto también tenía que ser como un médico. Cuando en el Renacimiento se inauguran las primeras escuelas de arquitectura, se sitúan al lado de las de medicina. Arquitectos como Leonardo Da Vinci combinaban en sus cuadernos dibujos del cuerpo humano con bocetos de edificios.

Durante la arquitectura moderna en el siglo XX, la enfermedad más importante fue la tuberculosis. Aunque se suele analizar este movimiento desde el punto de vista estilístico, la arquitectura moderna de paredes blancas, grandes ventanales, terrazas expuestas al sol y con mucha ventilación viene de los sanatorios y de las colaboraciones entre médicos y arquitectos. Se crea una arquitectura terapéutica para tratar a ese habitante frágil y enfermo. Después, cuando descubren los antibióticos y el problema de la tuberculosis queda relegado, el arquitecto pasa a ser como un psicoanalista que, en vez de escuchar los problemas físicos, debe prestar atención a los psicológicos para diseñar mejor los edificios.

Ahora ese diseño tiene mucho que ver con las nuevas formas de trabajo, como el teletrabajo. ¿Cómo ha influido en la transformación del espacio doméstico?

La arquitectura va un poco retrasada en este aspecto. Seguimos habitando en ciudades del siglo XIX, en las que el lugar de trabajo está separado del lugar de la vivienda. Estas ciudades se han quedado un poco obsoletas porque esa separación radical atraviesa una revolución en la que una generación joven hace uso de la tecnología. Después de la crisis, la gente comenzó a trabajar de otra manera, y ahora hay muchos edificios de oficinas medio vacíos: el 80% de los jóvenes profesionales de Nueva York [EE. UU.] trabaja desde la cama. También están los nómadas digitales, que van de un sitio a otro y trabajan de forma remota en cualquier lugar gracias a internet; incluso en la playa. Así aparecen hoteles donde la habitación solo tiene una cama y luego hay cocinas colectivas, mesas de trabajo y un jardín. Desde el punto de vista de la planificación urbana, hay que pensar que la ciudad ya no es lo que era.

Foto: El 'sofá' de El Malecón (Cuba) se extiende a lo largo de ocho kilómetros y ofrece desde 2017 acceso wifi a sus transeúntes.

¿Cómo se relacionan las nuevas formas de comunicación con la arquitectura?

Los arquitectos siempre han estado muy interesados en los nuevos medios de comunicación. Los grandes del siglo XX supieron entender su importancia, como Le Corbusier y Frank Lloyd Wright, que vieron que el cine era una manera de difundir la arquitectura. La radio también impactó en la forma de entender el espacio. Antes de ella había que salir a la calle para enterarse de las noticias. Con ese aparato, que te traía a tu sala de estar las voces del exterior, se transformó la relación entre lo que está fuera y lo que está dentro. Las nuevas formas de comunicación transforman las relaciones entre lo que entendemos por público y por privado, y esto tiene consecuencias físicas en la arquitectura, como explico en mi libro Privacy and Publicity: Modern Architecture as Mass Media.

"Es como si la arquitectura aprendiera de las nuevas formas de sociabilidad y de las redes sociales"

¿En qué punto de esa relación nos encontramos?

Ahora vivimos en una especie de espacio híbrido entre ambos. Por ejemplo, el Malecón de La Habana [Cuba] es el sofá más grande del mundo. Desde que hay puntos wifi, la gente va allí a utilizar el móvil porque no suele tener internet en casa. Pasan a relacionarse de otra manera y se crean espacios físicos que de alguna forma reproducen lo que pasa en el espacio digital. Es como si la arquitectura aprendiera de las nuevas formas de sociabilidad y de las redes sociales.

¿Cómo han influido las redes sociales en la edificación?

Ahora hay una nueva generación de arquitectos a la que los clientes no preguntan cómo va a ser una sala de estar o una habitación, sino cómo va a verse en Instagram o en Pinterest y cómo de 'instagrameable' va a ser su edificio. Esto tiene sentido porque la gente suele ver las obras a través de las redes sociales y, gracias a ellas, la arquitectura llega a personas de todas partes del mundo.

¿Cómo puede la arquitectura icónica ayudar al desarrollo de una ciudad?

Cuando estuve en Medellín [Colombia] me llamó mucho la atención su complejo de bibliotecas públicas, que instalaron en los barrios pobres para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. El edificio de la Biblioteca España es de los más queridos y de los más bonitos. Cuando entré había unas niñas pequeñas delante de un ordenador, me dijeron que iban allí todos los días. Estas bibliotecas están cumpliendo una labor social muy importante: son de los pocos lugares donde pueden tener conexión a internet y acogen a los niños después del colegio y a otros que están en situaciones muy duras. Además, ayudan a que la gente valore su barrio y sienta orgullo por su ciudad. Esto hace que traten mejor a sus espacios.

Foto: El Parque Biblioteca España fue diseñado por el arquitecto barranquillero Giancarlo Mazzanti y es uno de los edificios más queridos de los medellinenses. Crédito: SajoR, Wikipedia.

¿Cuál ha sido el gran fracaso de la arquitectura en la sociedad?

Creo que la exaltación del arquitecto como icono. La arquitectura siempre ha sido colaborativa, pero se tiende a dar crédito a una sola persona y a endiosar a unos cuantos. Norman Foster, Renzo Piano y otros grandes tienen estudios detrás con miles de personas trabajando. Pese a que ellos no revisan todos los proyectos, no se reconoce el trabajo de los arquitectos que hay detrás. Esto es un fracaso para la sociedad y para cómo entendemos la arquitectura.

La contribución de la mujer también se ha visto ensombrecida por este motivo. No puedes ver a Le Corbusier sin pensar en Charlotte Perriand, en Mies Van der Rohe sin Lilly Reich, en Robert Venturi sin Denise Scott Brown; pero ellas no se llevan el reconocimiento. Incluso hace unos años hubo una recogida de firmas para que le dieran el Premio Pritzker de manera retroactiva a Scott, coautora de los trabajos por los que Venturi lo ganó en 1991.  Se negaron. Esto hace daño a la sociedad y repercute a todos. Ya va siendo hora de que las escuelas y las firmas de arquitectura cambien.

¿Hacia dónde se dirige ahora esta disciplina?

Creo que hacia una situación mucho más colaborativa en la que se reconozca la participación de todos; también la del cliente. Este es una pieza fundamental de la arquitectura: no solo paga, sino que interviene de manera directa en el proceso. Algunas obras son tan buenas porque el cliente es bueno, sabe lo que quiere y lo defiende. Me gusta pensar que el futuro de la arquitectura se dirige a reconocer a todas las partes implicadas.

*Esta entrevista se publicó originalmente en el Blog de Innovación de Sacyr el 26/03/2018.

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